Capítulo 35 - Epílogo 1
Anastasia
Ver a mi madre pasar por esa puerta fue lo que terminó de romper el poco respeto que le tenía. La veo ser golpeada por Rose, y no me muevo.
—Detenla, Anastasia —Me ruega.
—No puedo —niego.
—¿La conoces, Ana? Me cubro la cara por vergüenza.
—Lamentablemente es mi progenitora y he de suponer que fue ella quien le contó a Morton la existencia del apartamento —digo, y la miré con decepción.
—¡Esta perra es tu madre! —Rose no se lo puede creer.
Rose vuelve a golpear a mi madre, esta vez la deja inconsciente. Nos sentamos pensando qué hacer. La verdad es que ni idea: las ventanas tienen barrotes y estamos en un tercer piso. Carla despierta varios minutos después y me mira con odio.
—Tendrás que dejarme ir en algún momento, Anastasia. Richard vendrá en algún momento—, me reí con decepción.
—Siempre ambiciosa. Parece que los millones que Robert y Ray te dieron no fueron suficientes. —Negué con decepción.
—Una mujer como yo necesita mantener una imagen, Anastasia. No todas tenemos un esposo como el tuyo.
Es una descarada.
—Lo tenías todo. Aun así, Ray te amaba a pesar de haber tenido una aventura con otro hombre. Nunca te reprochó nada y siempre me quiso como si yo fuera su verdadera hija. —Rio con amargura.
—Me lo has quitado todo, Anastasia. Si Robert hubiese sabido de ti, te habría apartado de mí. Rey llegó a amarte más que a mí y luego Richard se ha obsesionado contigo. Mira, fue capaz de hacer que te clonaran para cambiarla por ti, a mí ni me mira. Todo tiene que girar a tu alrededor. —Negué.
—Yo no pedí venir a este mundo. No, si lo has tenido todo, Carla, solo que no ha sido suficiente para ti. Tápale la boca, Rose —le dije, y dejé de mirarla.
Durante las siguientes horas caminamos por la habitación sin saber realmente qué hacer para escapar de allí; no creo que Carla pueda ayudarnos. Rose abre la ventana y mira en todas las direcciones.
—¡Lo tengo! —La miro y despegar los cortinajes de metal.
—¿Qué haces? —La miro atónita.
—Las bases de estos barrotes están un poco sueltas. Ven, ayúdame —, corro hacia ella.
Despegamos los cortineros y Rose me señala una esquina que efectivamente está despegada. Comenzamos a golpear una y otra vez hasta que logramos soltar las verjas. Creamos suficiente espacio para poder deslizarnos.
—Debemos trazar un plan. No sabemos lo que nos espera fuera —comento en voz baja.
—Pienso que lo único que debemos hacer es correr hasta que no podamos más o hasta que encontremos ayuda —reflexiona Rose.
Nos cambiamos de ropa por algo más decente y unas zapatillas. Hacemos cuerdas con sábanas y cortinas hasta que logramos amarrar un extremo a una de las patas de la cama de Rose. Me cercioro de que no haya guardias cerca y comienzo a bajar. Apenas toco el suelo, le hago señas a Rose para que baje.
Cuando estamos juntas, caminamos con cuidado. Sé que en algún lugar debe haber cámaras de seguridad; Richard y Harrison no nos dejarían sin ellas. Caminamos con cuidado. El atardecer muestra sus colores. Extraño a mis bebés y Dios sabe cuánto deseo regresar a casa para tomarlos entre mis brazos. Cristian debe de estar al borde de la locura. A pesar del dolor que me oprime el pecho, sigo caminando con cuidado.
—Rose, debemos caminar hacia el bosque —digo, y ella mira hacia donde apunta mi dedo.
—Está muy oscuro —rectifica lo evidente.
—Así les costará encontrarnos —le comento.
Decido correr con ella tomada de la muñeca; debemos salir de su alcance. Corremos hasta quedarnos sin aire, todo el cuerpo me duele; realizamos respiraciones para llevar aire a nuestros pulmones.
—Unos minutos, Rose —le digo para que se prepare y ella asiente.
Continuamos huyendo, sorteamos árboles, ramas, rocas y troncos, hasta que llegamos a un claro y maldigo nuestra suerte. Corremos sin rumbo fijo hasta que el sonido de un motor llama nuestra atención. Miro atrás y veo un helicóptero que vuela en la oscuridad. Era obvio que se enteraran de nuestra huida.
—No... no dejes de correr —le digo, pero nuestra ruta de escape se ve cortada.
—Escapa tú —me dice Rose.
—No iré a ningún sitio sin ti —niego.
—Tus hijos, Anastasia. Te necesitan.
—No podrás con ellos sola. Lucharé contigo hasta el final.
—Tomamos posición de ataque.
Los dos tipos, tan grandes como Cristian, tratan de atacarnos. La primera en defenderse soy yo: con un golpe bajo y fluido lo pongo de rodillas, le asesto un golpe en la oreja al tipo que está frente a mi, lo que lo deja fuera de juego. Entonces, me dirijo al tipo que trata de tomar a Rose; ella no pudo hacer lo mismo, pero el hombre se preparó para el mismo ataque. Como era de esperar, no me espera porque su atención está puesta en Rose. Salto y golpeo su nuca con mi codo, lo que hace que se tambalee. Mi clon lo remata con una patada en la entrepierna y este cae al suelo.
—Estoy rodeado de inútiles —gruñe una voz más que conocida.
Lo miro en posición de defensa junto a Rose; él me apunta con un arma. Da igual si muero, lo haré luchando, como me enseñó Ray. Entonces escucho un sonido raro, algo me golpea en el costado. Me miro y veo un dardo, me apresuro a quitármelo; luego, escucho otro y este va dirigido a Rose. Me muevo para quitármelo, pero otro me golpea y, antes de que pueda quitármelo, tengo a dos hombres sosteniéndome. Trato de luchar, pero mi cuerpo pesa y los hombres gruñen cuando tratamos de defendernos. Miro a Rose, que está en la misma posición que yo.
—Inútiles, no pueden con dos mujeres —dice Morton y golpea a los hombres que hemos inmovilizado.
—Creían que podrían escapar, no muñeca. Son mías y esos chicos suyos nunca las tendrán; he pagado mucho por tenerlas.
Trata de besarme en la boca y lo que recibe es un rodillazo por mi parte. Esa fue la última fuerza que me quedaba.
—No... no la tendrás fácil, Richard. Solo... solo...así podrás tenernos —afirmo, y me pesa la lengua.
—Peter y Criss jamás dejarán de buscarnos.
Eso es lo último que escucho antes de que suenen unos disparos.
Después de nuestro fallido escape, todo corre en un borrón: nos mantienen drogadas, cada vez es más difícil mantenernos despiertas y no hemos ingerido alimento durante no sé cuánto tiempo. Trato de mirar a todos lados buscando a Rose, al menos nos mantienen juntas, eso me tranquiliza.
—¡Mierda! Hay que llamar a un médico—, dice una voz de mujer.
—¿Qué mierda sucede? Te pedí que la vigilaras.
La voz de Morton se escucha después de un tiempo.
—Lo he hecho. Siempre están bajo sedación y no han comido nada desde que las trajimos. Si pretendes algo con ellas, es mejor que las alimentes. Si muere alguna, ya no tendrás con qué negociar. No conoces a Lambert; yo sí, de toda la vida. Si Anastasia muere, no habrá piedra donde puedas esconderte.—La mujer lo reprende.
No reconozco esa voz, que ha estado tan cerca de mi padre que lo conoce tan bien. Puede que esté pasando información a estos miserables y por eso no nos han encontrado.
—Bien, quítenle la sedación y, cuando puedan, que coman algo. Iré a buscar un médico de los nuestros.
Escucho la puerta cerrarse.
—Sé que me escuchas, Anastasia. No me juzgues, quiero a tu padre como a un hijo. Lo hago porque me decepcionó. Mi hija lo amó y, a cambio, se fijó en la zorra de Carla y luego en su actual esposa. Mi hija lo amaba; al ver que Robert se casaba con otra, no lo superó y se suicidó. Volver a mirarlo fue duro, pero luego vino la oportunidad de vengarme cuando tu hermana empezó a escapar de casa para salir con esos chicos. Luego, tu secuestro y enterarme de que tú eras su vida. Vi en Richard la oportunidad de hacer pagar a tu padre por todo lo que he sufrido. —No digo nada. Solo registro esa información.
Muchas horas después, estamos libres de las drogas que nos mantenían como zombis. Rose está muy débil; el médico dijo que sus defensas estaban muy bajas y que estaba al borde de una anemia grave, por lo que ahora está recibiendo un suero para mejorar. La mujer nos mira desde lejos, comeremos en silencio. Está vez está muy callada, nunca hemos respondido a sus palabras, tampoco le hemos dirigido miradas que denotaran nuestros sentimientos. Debemos guardar fuerzas para escapar.
El lugar al que nos han traído ahora no tiene ventanas por donde podamos escapar y nuestras cadenas están sujetas a la pared.
—Sabes, deberías ser más inteligente y sacar provecho de la obsesión de Richard. El amor de un hombre como él es más ventajoso que el de uno joven: siempre tendrás que estar a la altura, luchando por su atención y apartando a mujeres hermosas. Piénsalo, solo así podrás salir de aquí.
La miro.
Mi carcajada la toma por sorpresa a ella y a Rose, que me mira como si me hubiese vuelto loca, tal vez sí.
—Porque lo digas no quiere decir que vaya a tener en cuenta tus palabras. Imagino que conoces a Carla Wilkes. —Espero un momento a ver su reacción.
—Sí.—Me mira entrecerrando los ojos.
—Es mi madre. Sabes, ella fue por quien mi padre cambió a tu hija.
Eso le llega como un balde de agua fría.
Se acerca a mí y, al parecer, Rose lee mis pensamientos; le lanza el plato a la cara y, cuando se da cuenta, la golpeo en la cabeza con él, que se rompe. Nos movemos lo más rápido que podemos. Pateo sus pies, lo que provoca que caiga al suelo. Me siento sobre ella y comienzo a golpearla, pero los golpes no son tan fuertes como desearía debido a los efectos de las drogas. La mujer captura mis manos, pero Rose toma un trozo de cerámica y se lo incrusta en un ojo. La mujer me suelta y trata de luchar, mientras tapo su boca para que no grite.
La aprisiono con tanta fuerza que algo cruje en su rostro. Ella sigue moviéndose, Rose se sienta también sobre ella, el peso le impide respirar. La mujer hace unos sonidos parecido a gorjeos en su garganta hasta que deja de luchar y poco a poco va dejando de moverse. Seguimos unos minutos más hasta estar seguras de que está muerta. De repente, alguien abre la puerta de golpe y Dalton se queda muy quieto por la impresión.
—¡Mierda! —Cierra la puerta de golpe.
La escoria regresa con varios tipos armados que nos apuntan, por lo que retrocedemos. Entran en la habitación y sacan el cuerpo de la mujer.
—Nadie se acerca a ellas si no está armado —ordena, y se marchan con el cuerpo.
La puerta se abre de golpe y asoma la cabeza un Dalton desmejorado, como si no hubiera dormido en días.
—Deberían dejar de luchar. Solo nos tienen a nosotros.
—Nos mira a ambas.
—Así —le digo.
—Si, nunca las encontrarían. No sabe lo que tenemos que trabajar para que estos degenerados no entren y las usen. Si se comportaran como es debido, podrían salir.
Nos reímos a carcajadas.
—Conoces a Cristian, por consiguiente, a Peter. Jamás descansarán hasta encontrarnos.
Me vuelvo a reír.
—Y esa cara de desvelo se debe a que no puedes tenernos. Tanto nos deseáis que no podéis dormir, ¿o será que se están quedando solos y nos están buscando? —espeta Rose.
—Esta es la última oportunidad o tomaremos lo que queremos de ustedes —nos mira de arriba abajo.
—Nos quieren dóciles y cooperando. —Crees que somos tontas. Hay cámaras, lo que quieren es hacer parecer que estamos bien a su lado y enviárselo a nuestra familia. Grábatelo, no hay nada en este mundo que nos haga doblegarnos —le escupo.
Dalton se marcha furioso y, los días siguientes, nos traen la comida en recipientes de cartón y sin cubiertos. Estratégicamente escondimos los trozos de los platos de cerámica, puede que los usemos.
Gracias a la providencia, Dalton y Morton no han intentado nada con nosotras. Últimamente se oye mucho ajetreo fuera, hemos estado descansando y meditando, y entrenando técnicas de defensa; algo nos dice que debemos estar alertas. Rose y yo hemos estado haciendo turnos para dormir. Cuidándonos mutuamente. Hasta que un día se apagaron las luces y todo fue gritos y disparos. Rompimos las patas de una cama y las usamos como armas. Sabíamos que no querían hacernos daño, de lo contrario ya lo habrían hecho. Los idiotas han estado jugando con nuestra psique sin conseguirlo.
—Vamos a soltarlas, no se muevan —nos advierte el tipo.
Nos sueltan y, en un movimiento fluido, tomo un trozo de la cortina y lo enrollo en su cuello; Rose golpea a otro con un trozo de madera. No suelto al hombre, cada movimiento es más duro para él hasta que su cuello cruje. El hombre tiene a Rose del cuello, toma un trozo de cerámica y se lo clava en el cuello. Él la suelta, se vuelve y me da un puñetazo en el costado que me saca el aire. Ambos respiramos por sobrevivir; solo que yo no estoy sangrando. Reacciono, tomo sus armas y le entrego una a Rose.
—Dispárale a cualquiera que quiera entrar por esa puerta —le ruego, y ella asiente.
Con las armas logramos abatir a varios de esos hombres; sin embargo, las balas no son infinitas: ahora hay dos tipos apuntándonos y deseando matarnos.
—¡PERRAS! Las voy a matar —, gritó uno de los hombres
—Los jefes las quieren vivas —dijo otro hombre.
Sus palabras quedaron en el aire cuando un disparo atravesó su cráneo y luego el otro. Nada nos preparamos para lo que venía.
—Anastasia, somos nosotros —Escuche la voz de Cristian en la oscuridad.
—Rose, cariño. Soy Peter -Dijo otra voz.
—Al fin aparecen —suspiró Rose.
—Cristian —dije.
—Aquí estoy también -Me respondió llegando a mí.
A partir de ahí todo fue un borrón. El pecho de Cristian es tan cálido que prácticamente me dormí mientras nos sacaban de allí. Oía voces amortiguadas por el sueño. La tensión y la adrenalina pudieron conmigo. Sentía el calor de la bañera y el agua cubriendo mi cuerpo, y las manos de Cristian sobre él, me transmitían una sensación de bienestar.
Tres días después desperté sobresaltada por unos pequeños golpes en mi torso. Me emocioné al ver a mis bebés, ellos no lloraban, me miraban con intensidad. Los tomé a los dos, uno en cada brazo, y comencé a llorar.
—No saben cuánto los he extrañado —les doy un beso en la cabeza.
—Todos te hemos extrañado —dijo la voz ronca de Cristian en la habitación.
—Cris —dije sollozando.
—No llores, nena. Ya están en casa y eso es lo que importa.
Él llega a nosotros con una bandeja de comida.
—Todo esto fue mi culpa, Cristian. Si no hubiese ido a ver a Rose, Carla no les habría dicho dónde estaba mi departamento... ¡Dios mío! ¡Luke, Spike y Shaw! —Cristian llega a mi lado, coloca a los niños en sus cunas y me dice:
—Ana, tranquila. Lamentablemente, Spike no lo consiguió. Sawyer y Shaw están bien. De Carla ni me importa dónde esté. —Lo miro.
—¿Lo sabes? Ella fue quien nos lo entregó.—Sollozo.
—Lo que pasó ya no importa, Anastasia. Ahora lo primordial es que las revise un médico y continuar con nuestras vidas.
Grey me mira con esos intensos ojos grises.
Cristian corta de raíz todo intento que he hecho para contarle todo lo que pasamos; simplemente no quiere escuchar.
El médico nos revisa a las dos bajo la atenta mirada de Cristian y Peter, que ya están tranquilos al saber que las dos estamos bien. Durante unos días, los cuatro compartimos como una familia: los Grey, Robert y su familia y Ray. Sabía que esto era momentáneo, hasta que llegó ella con su esposo.
—Buenas tardes —saludó la mujer. La miré curiosa.
—Anastasia, Rose, es un gusto poder conocerlas y verlas en persona. —Soy Casandra —dijo ella, estirando la mano en señal de saludo.
—Lo siento, Casandra, no hemos tenido tiempo de presentarte —dice Cristian y yo achico los ojos.
—Ella es mi madre biológica —me quedé helada.
—Dalton, creía que usted estaba... ya sabe —le comento.
—Ese fue su error. Creía ciegamente en todos sus hombres, pero nunca imaginó que había uno con corazón. Y él será quien nos ayude a encontrarlos.
Ella se sienta a mi lado. Mira a mis hijos con los ojos brillantes.
—Son tan hermosos. Me siento orgullosa al verlos.
Las lágrimas escapan de sus ojos.
—Puedes verlos cuando quieras —le digo.
—Lo sé. Pero hoy vine por ellos.
Mira a Peter y a Rose.
—¿Por nosotros? —pregunta Rose.
—Si, en Escocia nadie los conoce. Les ofrezco una vida —les dice.
—Yo no puedo tener paz cuando esa gente está suelta —gruñó Peter.
—Peter tiene razón, no podemos permitir que se sientan confiados y se reagrupen —dice Robert, que entra en el salón cansado y maltratado.
—Quiero participar en esa búsqueda —dice Rose, y mira a Peter, que asiente.
—Aceptamos tu oferta, Casandra —dice Peter y mi corazón late con angustia al saber que se marcharán.
Horas después, Rose y Peter se marchan, y paulatinamente lo hace el resto de la familia, dándonos privacidad. Cristian se ha tomado un mes de vacaciones y ha dejado a Ross y a Andrea a cargo.
—Así que está de vacaciones, señor Grey —le rodeo la cintura.
—Quiero disfrutar de unas vacaciones en casa con mi mujer e hijos —dice él, al verme desnuda, y sube las cejas en asombro.
—¿Qué opina, señor Grey, si empezamos desde hoy? —Comienzo a quitarle la ropa hasta dejarlo desnudo.
—Me parece buen plan, señora Grey —dijo, y me besó en la boca antes de arrastrarme hasta nuestra cama.
—Que hoy sea el inicio de una nueva historia, cariño —le propongo a mi esposo y él asiente.
Sé que esta paz se verá interrumpida hasta que los atrapemos a todos, pero ahora lo importante es que estoy con mi esposo, el hombre que amo.
—Te amo, Cristian —le repito.
—Y yo a ti, nena —dice, y me penetra de golpe, y gimo de placer.
Este es mi lugar, mi felicidad; no importa los malos momentos, sé que mi esposo y mis hijos son lo mejor que me ha pasado, lo demás es pasado y ahí se quedará.
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