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Capítulo 32

Peter

Miro a James, que está hablando con el tipo de siempre; el que me envía fotos de mi chica. Está más hermosa que nunca y me ha garantizado que está bien cuidada y protegida. Le he creído porque su cuerpo ha cambiado mucho, ya no es la chica escuálida que conocí en ese armario, los tipos que la protegen la están entrenando, lo hacen muy bien. Al principio me sentí celoso porque la toquen, sin embargo, debía entenderlo: tienen que tocarla para que aprenda a defenderse, y desde luego lo está haciendo muy bien.

—¿Qué está pasando, James? —Nos vamos a un rincón de la calle, fuera del alcance de los perros de Dalton.

—Debes calmarte, tengo algo importante que contarte... Promételo —Siento que dirá algo que no me va a gustar.

—Te dije que fue una mujer muy influyente quien protege a tu chica.—Me mira.

—No entiendo porque lo hace, pero, si lo hiciste —respondo, esperando que continúe.

—Bueno, Morton tiene una asquerosa fijación con esa joven. Su padre y esposo tienen mucho dinero. Robert, el hombre que conoces, es su padre biológico. Ella fue a visitarla. Ella y su guardaespaldas no sabían que los seguían. Así que los atacaron, mataron a los chicos que protegían a tu chica y se las llevaron a las dos. Lo peor es que la madre de la señora Grey ayudó a Morton a secuestrarlas.

—¡Su propia madre! ¡Qué perra! —Mi furia crece.

—Debemos buscarla cuanto antes y llevarla a un lugar determinado —asiento en silencio.

—¿Dónde comenzamos? —

—Creo saber dónde puede estar, el problema es que nunca me han enviado allí. No soy de confianza.

—Tal vez tengamos suerte y se aparezca por aquí.

—No me agradaba la idea de esperar; pero debía hacerlo por Rose.

Cada día que pasaba tenía que contenerme más; mirar a Dalton a la cara era una proeza, y cuando sentía que iba a explotar, buscaba cómo entretenerme. Todo era por encontrar a esa mujer. James no ha podido dar con ella, he tenido que cubrir su espalda. El padre de la señora Grey nos mantiene al tanto de sus acciones para buscarlas, me ha pedido ayuda y esa ayuda es entregar a Dalton. Al parecer, el hijo de puta tiene una cuenta pendiente con el señor Grey, que pretende cobrarse.

No me voy a negar a ayudarles; ellos cuidaron de mi Rose, en cambio este perro solo me trata como si fuera idiota. Ya me encargaré de cobrarle todas las facturas.

—¡Eh, Peter! —Dalton me pone la mano en el hombro, lo que provoca que me sobresalte.

—Tranquilo, ¿por qué estás tan nervioso? Deberías tomar a una de las chicas y desahogarte.—Lo miro a los ojos.

—Ya tengo una chica. Dijiste que hablarías con Lynch para que la trajera, pero no lo has hecho. ¿Cuándo podré tener a Rose conmigo? Ya me he ensuciado mucho las manos por ti. Eso es suficiente pago para ellos. —Quiero ver cómo me miente a la cara otra vez.

—Eres demasiado joven para estar solo. Disfruta la vida, muchacho. Mira, yo he tenido todas las que he querido, ¿sabes por qué? —Niego porque quiero saber más.

—Porque la mujer que me atrapó era una puta, se dejó embarazar por un imbécil que nunca volvió, luego nació el bastardo, lo amó más que a mí y, para terminar, escapó. Me llevó siete años encontrarla. ¿Para qué? La encontré jugando con el niño, al hogar feliz, ese día la recuperé; sin embargo, el niño escapó y ahora el fulano se cree mejor que yo. ¿Sabes qué es lo mejor? —Niego asqueado.

—Que a esa perra la sodomice todo lo que quise, la compartí con los muchachos. Cada vez que sabía que el bastardo la estaba buscando, la violaba durante días, la castigaba con el látigo sin piedad. Un día me pasé y mandé a tirar la basura. Por eso te digo, no pierdas el tiempo con un simple coño; cuando tienes muchos a tu disposición, usa tu pene mientras te sirva.

Me da varias cachetadas y se marcha.

Trato de contenerme, juro que lo voy a descuartizar. A las horas, James aparece muy agitado.

—Mierda, Dalton me las va a pagar. Me envió con los Lincoln y Hyde. Esa gente me tiene harto; están en desgracia y siguen comportándose como gente recta. Y tú, ¿qué te pasa? —Bufa.

—El hijo de perra sigue mintiéndome como siempre. Ya me cobraré mis cuentas, James —le pide un trago al barman mientras yo me tomo mi cerveza.

—Mira, estamos de suerte —dice James, señalando la entrada.

—Mierda, vamos por ella —James, me lo impide.

—No, tenemos que ser discretos. Es mejor que esperemos.

Así lo hacemos. Minutos después, uno de los muchos perros de Dalton se acerca a nosotros.

—Los llama el jefe. Quiere que se encarguen de algo.-Ponemos cara de disgusto.

Llegamos a la oficina de Dalton y escuchamos parte de la conversación.

«No me vengas con mierdas, Dalton. Richard dijo que tú sabes dónde está. Necesito dinero, el dinero que me dijo que me daría si le entregaba a Anastasia. Resulta que han hecho un clon de la mal agradecida de mi hija, así que el pago es doble».

Dalton no dice nada al vernos llegar, nos hace una seña y nos pide que nos acerquemos.

—Aquí estamos, jefe —nos anunció James, mientras ella nos analizaba de pies a cabeza.

—Llévenla con Morton, ya saben dónde llevarla. Señora Wilkes ellos la llevaran con Richard —El hijo de puta quiere quitarla del camino. Nos ha pedido que nos deshagamos de la vieja, así que estamos de suerte.

La mujer me mira espantada, como si viera a su peor pesadilla.

—¿Qué sucede aquí? —pregunta la mujer asustada.

—Él es Peter, uno de mis perros. Es el más fiel, y no es quien tú crees. Ve con ellos —le hace una seña para que nos acompañe.

—Señora Wilkes, por favor, síganos —le digo a la perra.

Durante el camino, la mujer no deja de mirarme. James detiene el coche por unos minutos, supongo para llamar al señor Lambert. Mi compañero regresa con una sonrisa en los labios. James nos lleva a un lugar muy apartado, solo hay una bodega. La mujer comienza a mirar por todas partes.

¿Dónde me han traído? —Antes de que empiece a correr, la saco del coche.

—Deben de estar aquí —le digo, y le doy un golpe que la deja inconsciente.

En el interior del galpón solo hay dos luces que iluminan el lugar; al parecer, todo está dispuesto para traer a la mujer aquí. La pongo en el suelo, le acomodo los grilletes de los pies y, a continuación, mientras le acomodo los de las muñecas, comienzo a tirar de la cadena hasta que queda completamente suspendida. Aparece mi compañero metiéndose el móvil en el bolsillo.

—Vienen en camino. Debemos esperarlos.

—¿Dudan de nosotros? —Inquiero.

—No, es que quieren encargarse ellos mismos.

Esperamos alrededor de dos horas hasta que el señor Lamber aparece en compañía de otro hombre. Están hechos una mierda, imagino que por buscar a su hija.

—Raymond, este es Peter, el novio de Rose, él y James nos han estado ayudando con Dalton y Morton —el hombre me tiende la mano.

—Dime, Ray, y gracias por traer a esta mujer. Ha sido nuestra desgracia. Lo único que le debemos es haber parido a Anastasia.

Me estrecha la mano sin dejar de mirar a la mujer.

El señor Lamber aparece con una mesa en la que hay un rollo de tela con muchas herramientas y cuchillos.

—¿La despertamos? —pregunta el señor Ray. James le lanza una cubeta de agua.

La perra grita por lo fría que está, mira a todos lados y, cuando se fija en los dos hombres que hay frente a ella, empieza a gritar.

—¡AUXILIO! ¡AYUDA! ¡AUXILIO! ¡AYUDA! —Nadie te va a escuchar en este lugar.

—Deja de gritar, nadie te va a escuchar, Carla. Te lo advertí. Te dije que, si volvías, no me haría responsable de lo que te sucediera... —La mujer comienza a llorar.

—Deja el teatro, aquí nadie te cree. Me asqueas. ¿Cómo pudiste entregarlas a Morton? Annie es tu hija. Rose es bueno, ya lo debes saber. Sabes que ese joven es el novio de Rose.

El señor Ray trata de contener su llanto. Odio a esta mujer.

—Richard fue por mí. Me obligó.

Los dos hombres sonríen.

—Ya no te creemos, Carla. ¿Dónde las tienen? Ayúdanos y tendrás una muerte rápida —le advierte el señor Lambert.

—Ella no sabe dónde está Morton, señor Lambert. La encontramos porque fue a buscar a Dalton. Esta perra fue a cobrar el dinero que Morton le ofreció por la señora Grey.

—La mujer me mira con odio.

—¡ES MENTIRA! —Grita.

—Peter está diciendo la verdad. También escuché esa parte de la conversación —James confirma mis palabras.

El señor Ray toma un cuchillo y se lo clava en una pierna a la mujer en un arranque de ira. Lo aparto.

—Déjemelo a mí, no se ensucie las manos. Yo me encargaré de ella, por favor, encuéntrenlas.

Le quito el cuchillo ensangrentado de las manos.

—Peter, James, que sea lento y doloroso. Por la mañana mandaré a alguien para que la atienda. Luego quiero que vigilen a Dalton; lo queremos vivo, de eso debe encargarse Cristian. Intenten encontrar a los Lincoln y a Hyde—

Lamber nos da instrucciones.

—Yo sé dónde están. No había tenido tiempo de decírselo —le da la dirección.

—Quiero encargarme también de ellos —les informo, tengo cuentas que saldar con esos hijos de perra.

—Ya veremos —dice Lamber, sin añadir nada más, y se marchan.

—No me dejen aquí —dice la mujer tratando de soltarse, pero yo me río, eso no va a suceder.

—Veamos. ¿James, qué suele más, una uña o los dientes? —le pregunto a mi socio.

—Da igual, Pet. He oído que es muy doloroso en ambos casos. Por mí empieza con lo que quieras.

—La miro. Su apariencia es de orgullo y prepotencia. Se nota que cuida su ropa, su maquillaje, su figura...

—Ya sé por dónde empezar: sostén su cabeza —digo, y tomó las pinzas para ir extrayendo uno a uno sus dientes. Luego iría por las uñas de sus manos y después por las de sus pies.

La mujer comienza a gritar y a agitarse. Lejos de incomodarme, sus gritos me excitan como una droga. Mientras más resistencia imponga, más le dolerá y eso me agrada. Al pensar en lo que mi chica puede estar pasando, me motivo a torturar a esta perra, ella fue quien las entregó.

Le quito los primeros cuatro dientes y, en un movimiento brusco, se zafa del agarre de James, lo que provoca que golpee su nariz, que se fractura con el golpe. Sus gritos me estimulan. Terminamos cuando ya se ha desmayado.

—Vamos a descansar —le digo—, volveremos mañana por la noche.

La dejamos colgando, sucia, ensangrentada y mojada, con su orina. Debemos regresar o Dalton comenzará a sospechar.

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