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Capítulo 28

Casandra Taibshe

¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!

Cada golpe me rasgaba más la piel, sin embargo, mi fuerza de voluntad no flaqueaba. Creía que eso me iba a doblegar, se equivocaba: mi mayor tesoro estaba a salvo, me lo decía mi corazón.

El olor a sangre, mi sangre, invade mi nariz. El dolor ha sido mi pan de cada día; prácticamente, mi espalda ha perdido sensibilidad después de tanto tiempo. Había dejado de golpearme durante un tiempo, había sido amable, esperando sumisión por mi parte, pero mi naturaleza no me lo permitía; en el fondo sabía que era pasajero y así fue, cuando no obtuvo lo que deseaba volvió a la violencia.

Me humillaba en público, mancillaba mi cuerpo, mas no así mi alma y mi voluntad, y su violencia causaba el efecto contrario al que esperaba.

¡Popf!

El látigo cayó al suelo dejando marcas de sangre. En mi vista periférica, veo las paredes salpicadas de sangre. Hoy ha sido más de lo habitual, la verdad, ha sido sádico. No puedo moverme, no siento mi cuerpo, para ser sinceros, no siento nada. Mis ojos están abiertos, ya que mis párpados se han quedado regidos, y mi boca está seca, de modo que apenas puede entrar aire en mis pulmones.

No voy a morir aquí, me niego. Prometí volver y lo haré.

—Jefe, creo que esta vez te has excedido. No siento su pulso. —Se para frente a mí, palpando mi cuello.

—¡Mierda! Otras veces había resistido.

—Si quiere, llamo al médico —sugiere el hombre.

—No, lanza el cuerpo en un lugar apartado, con poco tránsito, o en el bosque, donde los animales salvajes puedan deshacerse del cuerpo, así no quede nada que puedan rastrear.

Me levantan como si fuera una bolsa de basura, me meten en el maletero del coche y el coche comienza su travesía. Viajo de la consciencia a la inconciencia, sin llevar la noción del tiempo; es más, de ese ya he perdido la noción. Llevo tanto tiempo en el encierro que me da igual qué día sea.

Tras un rato, el coche se detiene, se escucha abrirse la puerta del conductor y luego la del maletero. Me sacan de allí y me acomodan en el asiento del acompañante.

—No sé qué le hiciste al jefe para que hiciera esto. No soy una buena persona, pero no soy un asesino.

Trato de reír, pero no puedo; la fuerza me falla.

—Estamos a dos estados de dónde estábamos y cerca de un hospital. Te admiro porque aún respiras. Espero que la persona por la que has soportado tanto valore tu sacrificio. Cuando te recuperes, rehace tu vida. No busques venganza, porque si lo haces tendré que matarte. No voy a jugarme dos veces el cuello por ti.

Me pone una manta para tapar mi cuerpo y luego arranca el coche de nuevo.

—Hemos llegado. Recuerda lo que te dije.

Me envuelve en la mullida manta y luego me deja frente a la entrada de emergencia. Solo se escucha el rechinido de las llantas cuando se marcha a toda velocidad.

—¡AUXILIO! —¡Una camilla, por favor! —grita alguien cerca de mí.

Gritos y ordenes se oyen a mi alrededor; todo es borroso en mi memoria y luego todo es silencio y calma.

¡Bip, bip, bip, bip!

Sumida en la oscuridad, solo escucho susurros que no logro entender.

—¿Cómo está la paciente? ¿Han logrado identificarla? ¿Han averiguado cómo llegó al servicio de urgencias? —La voz de una mujer que no conozco le habla a alguien.

—La paciente va evolucionando despacio. No hemos logrado identificarla y la policía solo vio en las cámaras a una persona con el rostro cubierto y un coche normal sin matrícula —responde el médico.

—Querían matarla —comenta la mujer.

—No, no lo creo. Esto es un castigo; si la querían muerta, no la hubiesen dejado aquí. Solo tenían que dejarla en un lugar solitario y la naturaleza haría lo propio.

—¿Cómo lo sabe, doctor? —interroga la mujer nuevamente.

—Años de experiencia atendiendo a mujeres agredidas por sus parejas. —Vamos, que debe descansar —dicen, y salen dejándome sola.

Los días pasan y voy recobrando poco a poco las fuerzas. Un día, tras una pesadilla, abro los ojos y las alarmas suenan incesantemente, provocándome dolor de cabeza; mis manos van donde me duele. Pronto la habitación está llena de gente, apagan la máquina y por fin puedo respirar.

—¿Te duele la cabeza? —Asiento, guardando silencio.

—¿Qué recuerdas? —Niego con la cabeza. Miento porque no confío en nadie.

Después de que comprueban que todo va bien, se marchan dejándome solo con el médico.

—Soy el doctor William Taibhse. Llevas siendo mi paciente desde que llegaste. ¿Recuerdas tu nombre? Solo quiero que dejes de ser un número. —Valoro hablar y no sé qué nombre dar, es obvio que no daré mi verdadero nombre.

—Ca... ca... Casandra.

—Mi voz sale con dificultad de mi garganta; llevo mucho tiempo sin hablar.

Es el primer nombre que se me viene a la cabeza.

—Bonito nombre. No esfuerces tu garganta, llevas mucho tiempo sin hablar —me sonríe el médico.

—Espejo —le pido al médico. Quiero mirarme, ver mi rostro.

—Por ahora no. Tu rostro está hinchado por los golpes y las cortaduras —Palmea mi mano.

A mi mente vienen los golpes en mi cara y las rosaduras que me dio el látigo. Suspiro. La verdad es que no me importa cómo esté mi rostro.

Días después de mi despertar, vino la policía a interrogarme, así que debí mentir y decir que había perdido la memoria, mantenerme en silencio hasta que llegara el momento.

Hoy era un día cualquiera: el doctor Taibhse venía a verme cada vez más a menudo y mi tonto corazón comenzaba a latir agitado con su presencia. No podía negarlo, el hombre es un típico moja bragas y, sumado a ello, es muy gentil. Me había quitado los vendajes del rostro y el hombre se contrarió al notar que mi rostro estaba marcado por los latigazos. Se disculpó conmigo sin que yo lo entendiera. No es su culpa.

Mientras cambiaba de canal, una noticia llamó mi atención, así que lo dejé y me empapé de la información que ofrecía. Mis lágrimas se desbordaron cuando vi la imagen de la razón de mi vivir. Mi corazón latió con orgullo al ver lo que había alcanzado sin mi presencia y unos deseos de venganza invadieron mi alma. Recuerdo la advertencia: quien fui murió en la entrada de este hospital y de aquí saldré totalmente diferente.

—Casandra, ¿te duele algo? —William, mi médico, corre a revisarme.

—No, solo un poco. Me preguntaba: ¿adónde iré? Cuando me den el alta. —Y, en cierto modo, es real.

No tengo documentos, dinero y mucho menos un lugar adónde ir.

Él me mira dudoso. Ya llevo cuatro meses en este hospital y hemos creado un vínculo familiar.

—Mira, mi licencia termina dentro de tres semanas, luego volveré a mi hospital en Texas... —Toma aire con el rostro bajo. Luego, su rostro sube.

—Quiero que me acompañes, el hospital donde realmente trabajo está en Houston, Texas. Tenemos los mejores cirujanos plásticos. —Le dedico una pequeña sonrisa.

—No tengo dinero para pagar esta estancia ni para ir a Texas. Mi rostro no me importa... A nadie le importa.

Pone su mano en mi boca para acallarme.

—Los gastos de este hospital están cubiertos y, con respecto a Texas, yo me encargo —dice, poniendo su mano en mi boca para evitar mis protestas.

—Doctor, se lo agradezco, pero no soy la mujer que usted busca. Es muy gentil, muy buen médico y muy guapo... —Se me atoran las palabras. Me sonríe de nuevo.

—No importa, lo entiendo. Déjame ayudarte a curar todas tus heridas.

Y no fue mentira, cumplió su palabra. No solo me dio una nueva vida, también me dio una nueva identidad y un nuevo rostro. Le conté todo, debí pedirle perdón por mentir, pero su amor es tan grande que me perdonó todo. Durante diez años hemos construido una nueva vida para mí. Su familia me aceptó de inmediato.

William proviene de una familia con mucho poder en Escocia. Mi esposo es médico, uno de sus hermanos es el dueño de un conglomerado de constructoras aquí en Estados Unidos y en Escocia, su hermana es dueña de varias editoriales en este continente y en Europa y su hermano menor es dueño de varias empresas tecnológicas. Después de mi recuperación y tras trabajar con todos, me di cuenta de que la tecnología es lo mío, por lo que le pedí a Jeremy, mi cuñado, que me diera la oportunidad de trabajar con él.

Fue la decisión más sabía que había tomado. Todos en la familia me apoyaron, principalmente mi esposo. Y hoy entro en este edificio donde podré demostrar de lo que soy capaz. Lograr un acuerdo comercial con las empresas Grey no solo supondrá obtener ganancias, sino también poder iniciar mi venganza.

Consigo pasar desapercibida y entro con un grupo de colaboradores en el ascensor. Llego a la última planta, donde hay dos recepcionistas. Mis tacones resuenan en el suelo de mármol pulido.

—Casandra Taibhse. Me gustaría reunirme con el señor Grey para presentarle una propuesta de asociación. Ambas mujeres me analizan de pies a cabeza.

La rubia llama a su jefe por el intercomunicador y, como era de esperar, este se niega a recibirme. Lo entiendo perfectamente, yo habría hecho lo mismo. —Le dejo mi propuesta y le entrego mi tarjeta de visita.

—Linda tarde —me despido con una sonrisa.

Ellas vuelven a lo suyo, creyendo que me he ido, me escondo en los servicios. Las voces me indican que el señor Grey va a salir. Escucho el sonido de la llamada del ascensor.

—Señor Grey —Le digo al joven a mi lado. Ambos se dan la vuelta para prestarme atención. Me analizan, teorizando si soy un peligro. Es válido, conociendo la vida que le ha tocado vivir al joven Grey.

—He dejado con su secretaria una propuesta de asociación comercial, con mi tarjeta de presentación. Sería un gusto poder reunirme con usted.

Me despido de ellos y subo al ascensor sola.

Me habría gustado bajar con él. Él inspira seguridad, poder y, sobre todo, prestigio. Leí que hace un poco más de un año se casó y que ya es padre. Con la esperanza de que me conceda una cita, me dirijo al departamento.

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