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7


La vida se detiene en el momento que deseas, bien podría ser cuando mueras o cuando quieras capturar algún evento. 


El césped, que ahora estaba húmedo, bajo mis pies me hacía cosquillas, me había quitado los zapatos para correr un poco mejor pero creo que fue mala idea.

Corría por todo el jardín, podía notar todas las miradas de los demás a través de los ventanales.

Reí y los ojos se me cerraron un poco. Los lentes estaban muy mojados por lo que no veía bien el camino.

Escuchaba la risa de Caleb a mi lado, no podía verlo pero sabía que iba conmigo.
No dejamos de correr hasta que llegamos a una pequeña casita, me parece que es donde se guardan las cosas del conserje.

—Creo que me voy a enfermar. —comentó Caleb y una carcajada salió de mí, él me siguió después.

Me quité los anteojos e intenté limpiarlos lo más que pude con mi playera, sin embargo, ésta estaba también empapada de agua. Pasé una mano por mi cara y mi cabello, unas cuantas gotas cayeron por mi nariz.

Comenzó a llover más fuerte; el día parecía estar desesperado por no poder tener la atención que quería, casi nadie se detenía ni un instante para apreciar la belleza que emitía.

—Debemos volver adentro. —veía el camino por el que llegamos, ya se estaban formando unos cuantos charcos.

Bien podría ir y saltar en ellos, pero si me enfermaba no estaría mi mamá para que me cuidara, y no pensaba dejar mi salud en manos de este lugar que ni alimentarme sabía.

Me volví a poner mis zapatos y corrí de regreso. Llevaba las manos en la cabeza aunque no sirvió de nada, las gotas eran inmensas como para que mis manos —que eran pequeñas— me cubrieran.

—Veo que te divertiste. —una voz me dijo al momento de volver adentro; tenía la cabeza hacia abajo, al alzarla pude ver quién era, era el joven que antes me había dado la manzana que no me comí.

—Pues viste muy bien. —limpié mis lentes, de nuevo. Me paré derecha pero aun así tuve que ver hacia arriba para mirar fijamente a los ojos al chico.

Soltó una risa, para nada fingida.

—¿Sueles hablar sola? —un escalofrío hizo que me sacudiera un poco.

—Lo siento, tengo algo de frío. —caminé hasta la estancia abrazándome a mí misma. —Y no, no suelo hablar sola.

—Hum, es que vi que movías la boca y te reías mucho.

—Sí. —sentencié— Estaba cantando.

Ni siquiera sé cantar.

—Sería interesante escucharte.

—Mm... yo no lo creo. Seria mas interesante ver a un anciano bailar.

Comencé a caminar lejos de él, no era buena socializando y su presencia me hacía sentir un poco incómoda.

—Creo que le gustas.

Caleb llevaba sus brazos en la espalda al momento de hablar.

—Espero que no.

Casi estaba cerca de mi habitación, ya iba a abrir mi puerta, sin embargo la señorita que me despertó esta mañana me distrajo.

—Disculpe, han venido a verla.

Me emocioné por aquello, y a la vez me desconcertó. Solo podrían ser mis padres, justo ayer me vinieron a dejar.
La chica comenzó a andar, llegamos a una oficina.

Efectivamente, mi madre estaba aquí.

—Mamá —soné emocionada, pero ella lució más sorprendida por mi aspecto

—¿Qué te pasó?

—Estaba afuera y comenzó la lluvia. —ahora que veo, ella no está mojada— Tú no estás mojada.

—Llegué un poco antes, te estaban buscando. —asentí

—¿Qué haces aquí? —pregunté, era lo que iba a hacer en un principio

—Dejaste esto. —entre sus manos estaba la sudadera de Caleb, aquella que saqué de la caja hace semanas.— Estaba limpiando tu cuarto y la hallé, creí que la querrías.

Se la quité y la tomé, aún olía a él, lo cual es raro.

—Gracias. —la abracé y no se apartó, ni siquiera hizo el intento.

—Ahora debo irme, debo llegar a preparar la comida para tus hermanos.

Sonreí, no hablaba muy seguido con ellos pero los amaba.

—¿Cuándo volverás?

—No lo sé, puede que en una semana vengamos todos, solo hay que esperar que tu padre tenga un día libre en el trabajo.

Papá es contador, la mayor parte del tiempo se la pasa trabajando en una empresa.

Regresaba a mi cuarto luego de que mamá se fuera, metí mis brazos en las mangas del suéter.

—Hasta que volviste. —Caleb reclamó en cuanto abrí la puerta, él se había quedado aquí sin avisar.

—Sí, es que era mamá. —sonrió, se llevaba muy bien con ella.

—¿Eso es mío? —señaló su sudadera

—Sí, era por eso que vino.

Me saqué los zapatos y los puse sobre el escritorio, no quería mojar el piso.
Abrí una de mis maletas y saqué ropa seca, si seguía con la que traía me daría un resfriado.

—¿Te puedes voltear?

—Puedo, pero no quiero. —sonrío de lado.
Lo miré fijo por un rato, sabía que estaba bromeando pero, aun así, no se voltearía ahora.

—Está bien. —se quedó mirando la pared. Comencé a quitarme la ropa. —Pudiste entrar al baño.

—Pude, pero no quise. Me da asquito. —hice una mueca al recordarlo.

Ya estaba vestida, me coloqué la sudadera de Caleb.

—Te puedes voltear.

—¿Ya vamos a comer?

—No... —me interrumpió

—Ni se te ocurra decir que no, porque ni te acabaste la manzana esa.

—Sí voy a comer, solo que no ahora. —me encogí de hombros.

—Caleb. —lo llamé— Te tengo una pregunta, —me pareció buen momento cuestionarle sobre su diario.— y quiero que me contestes con toda la sinceridad del mundo.

—Siempre. —se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas.

—Si tuvieras un secreto me lo dirías, ¿verdad?

—Me parece que así no funcionan los secretos. —comenzó a rascarse el brazo.

—Vamos, me contabas todo.

—Y así es. —acercó un poco su rostro al mío— No sé por qué me haces estas preguntas, sabes todo de mí.

—¿Todo? ¿Me estás diciendo que jamás me ocultaste algo?

—Todo. —enunció

—¿Y si por casualidad leí tu diario? —ahora fui yo quien acercó mi rostro al suyo.

Soltó una risa nerviosa.

—No sé de qué me hablas. Y te puedo asegurar que lo que dice ahí no es verdad, jamás vi a la señora Jhonson desnuda.

—Qué asco.

Iba a seguir interrogándolo pero jaló de mi brazo y me empujó fuera de la habitación.

—A comer. 



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