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—Señora, Harper. —la mamá de Caleb, Lucy, estaba fuera de su casa hablando con un señor
—Caty. —me llamó como suele hacerlo— ¿Qué haces afuera? Te vas a resfriar.
Sonreí, siempre me trató como si fuera su hija.
—Está bien, solo salí a caminar un rato. —me escogí de hombros— ¿Qué es ese camión? —pregunté señalando el gran camión en la calle.
La señora iba a contestarme, pero no hizo falta que dijera algo para comprenderlo.
El señor Harper iba saliendo de la casa con una caja de cartón llena de cosas.
Se iban a mudar.
—Íbamos a decírtelo, sólo que encontramos el momento adecuado.
—Cat, todavía quedan algunas cosas en su cuarto. Si quieres puedes quedarte con lo que quieras. —Michael, el padre de Caleb, comentó amablemente.
—Gracias. —respondí.
Caminé hasta la casa, la miré por un momento y entré.
Siempre la consideré mi segunda casa.
Subí las escaleras, escalón por escalón, no quería llegar a su cuarto, pero debía hacerlo.
Estaba casi vacía, ya no estaba ese escritorio en el que solía copiar mis tareas, ya no estaba su cama en la que solíamos acostarnos para escuchar música.
Me dieron tantas ganas de llorar que no pude resistirme.
Crucé mis piernas y me senté en el suelo mirando todo el cuarto.
Aún podía percibir rastros de su aroma, ese perfume barato que tanto le dije que olía mal.
El sonido del camión me espantó.
Habían unas cajas en el piso, no contenía mucho, solo unas libretas que jamás había visto y otras cajas más pequeñas de plástico, las revisaría en otro momento.
Tal vez este era el último momento en el que estaría en la habitación, pero seguir aquí me partiría en mil pedazos y no tendría a nadie quien me los pegara.
Abracé la caja como si quisiera que no se fuera volando.
Los señores Harper estaban hablando con el chófer del camión.
Pensé en pasar de largo e irme a mi casa, pero quizá ya se irían en este instante así que sería mejor despedirme de ellos.
Cuando notaron mi presencia dejaron de hablar para ponerme atención.
Ambos me sonrieron.
—Me llevaré esta caja, si no les importa. —la levanté un poco para que vieran lo que tenía adentro.
—No hay problema alguno.
—¿Se irán justo ahora?
Lucy miró sus zapatos, esos zapatos que una vez enterré en el jardín trasero junto con Caleb, y luego asintió.
—Ya no queremos retrasar lo obvio.
—No tendremos fuerzas suficientes para seguir en este lugar. —habló Michael y miró su casa con nostalgia.
No me detuve ni por un momento a pensar en ellos.
Me envolví en mi propio dolor que no miré el suyo.
Perder a su primogénito, después de haber perdido a su otra hija el año pasado, no era para nada fácil, aunque ellos se mostraran fuertes.
—Se les extrañará por aquí. —comenté para sonar amable.
—Oh, Caty. Vendremos en tu cumpleaños, y la pasaremos juntos.
Ese comentario me hizo sentirme bien por un instante, cada año en mi cumpleaños, desde que tengo memoria mi familia y la de Caleb se juntaban para festejarme.
Suspiré y me alejé.
Una vez que estuve en la entrada de mi casa, me despedí con un gesto de mis segundos padres.
—Cariño. —la voz de mi madre se escuchó en la cocina. Llegué hasta ella.
—Ya llegué. —dije lo obvio
—Te sirvo de comer.
—No. Comí algo en la cafetería. —mentí, no quería comer ahora.
Antes de que pudiera reprocharme algo, me di media vuelta y llegué hasta mi cuarto.
Estando allí, comencé a revisar las cosas de la caja. Saqué todo con mucho cuidado; las cajas de plástico estaban vacías. Las libretas tenían cosas escritas, iba a leerlo, pero en el fondo de la caja algo me llamó la atención, su sudadera.
Me la coloqué con cuidado, tratando de no tocarla con mi cabello para que no adquiriera el olor de mi shampoo.
Gateé hasta mi cama y me quedé dormida con Caleb conmigo, como en los viejos tiempos.
—Cat. —tocaron mi puerta— Ya vamos a cenar.
Mamá y sus interrupciones.
—No, mamá. Aún sigo llena de la tarde.
Supuse que se fue porque ya no volvió a tocar.
Debían ser, quizá, las ocho y treinta.
Observando el techo, con los ojos bien abiertos, pero con la mente en blanco, los planes de una larga vida de pronto se eliminaron de mi sistema.
Tenia tantas cosas planeadas para hacer junto a mi hermano de otra madre cuando termináramos la escuela, y ahora no podría hacerlas yo sola. De alguna manera si lograra realizarlas no sentiría la misma satisfacción que cuando las tenía en mente.
En mi cabeza preparaba una lista en la que enumeraba los planes que desecharía de ahora en adelante cuando recordé algo.
La libreta.
Me había quedado acariciando la sudadera que la había olvidado.
Estaba en el piso. La levanté despacio y comencé a leer.
21 de Diciembre/ 2018
Era un diario. Nunca me dijo que llevara uno.
En la tarde fui con Cat al centro comercial, me obligó a acompañarla a las tiendas, quería una blusa nueva. No entiendo porqué una blusa, tenía muchas.
Durante la cena hizo un comentario que no entendí al inicio, y ahora tampoco entiendo. Pero eso no es lo importante, lo importante es ella. Al momento de decir lo que dijo, se río tanto que no pude evitar mirarla, pero no mirarla como normalmente lo hacía, la miré de una manera que nunca creí hacerlo.
Así lo supe, Cat...
No podía creerlo, si me lo hubiera dicho antes todo hubiera podido ser tan distinto.
🧩
—¿Sabías que los muffins tienen el mismo color al momento de entrar y al salir? —Alex comentó muy entusiasmado y todos pusimos cara de asco. Estábamos desayunando en la cafetería que estaba frente al parque, el viento soplaba un poco fuerte y otras familias conversaban en las mesas que se hallaban cerca.
—¿Te vas a comer el tuyo? —me cuestionó Tom en voz baja. Le deslicé mi plato y comenzó a morderlo, su pequeña boca se lleno de chocolate.
—Tommy. —le llamó mi madre— Tú ya te comiste uno. —le regañó en cuanto se dio cuenta que ya se estaba acabando mi panque.
—Pero Cat no lo quiso.
Mi madre se me quedó viendo y solo me encogí de hombros, le dio un suave golpe a mi padre para que dijera algo, sin embargo, no lo hizo.
Se enojó más.
—No puede darle toda tu comida a Tom, él tiene lo suyo y tú casi no tocas tu plato. —me reprimió en voz baja para no llamar la atención de las demás personas en el lugar.
—Solo es un pan, no me moriré de hambre si se lo doy.
—No, no solo es un pan. —imitó mi voz— Tampoco quisiste cenar,
—Te dije que estaba llena.
—Llena o no, no tienes que dejar de comer por lo menos una manzana.
Asentí, era obvio que no se cansaría con el tema.
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