1
Los susurros del pasado retumban en mi mente
Justo hoy el día era hermoso, tenía esa sensación de que debías salir a caminar para disfrutar el viento golpeando tu rostro y olvidarte de todo.
La luz atraviesa las nubes, era una intensidad hermosa que podrías mirarlo por horas sin importar que lastimar a tus ojos, porque, en esta vida así eran las cosas: hay cosas hermosas que valen la pena aunque duela.
Sin temor a equivocarme, este día era uno de los más hermosos que podría haber. Pero yo no lo sentía así, no ahora, y dudo mucho que en algún otro momento pueda sentir eso.
—Cat, hija, te estaremos esperando en el auto.
Mi mamá acaricio suave y delicadamente mi brazo, esperó a que dijera palabra alguna, pero cuando se dio cuenta no lo haría se marchó.
A la rosa blanca que sostenía entre mis manos ya se le podían notar unas pequeñas manchas amarillas, hace tan sólo unas horas que ma había comprado.
Me sorprende la facilidad con la que todo cambia en un instante.
Caleb Lambert era mi mejor amigo de toda la vida, nos conocíamos desde pequeños, su casa estaba al lado de la mía y siempre que quería verlo sólo debía asomar mi cabeza por la ventana.
Duele. Duele el saber que, ahora al ver por la ventana, él ya no estará.
Las lágrimas comenzaron a salir por mis ojos para invadir mi rostro, desde que sucedió el accidente no había llorado. Quería parecer fuerte, a Caleb no le gustaba verme llorar, pero sin nadie quién me viera ahora podía sacar lo que había retenido todo este tiempo.
Mis piernas se doblaron y caí de rodillas, finalmente los gritos aforados en mi garganta salieron. Mi vista empezó a verse afectada por las gotas que empañaban mis anteojos.
Solté la rosa, ni siquiera sé porqué la traje en un principio, a Caleb no le gustaban las flores.
Un ave negra se posó sobre el montón de tierra.
—Shu. —traté de ahuyentarlo, pero el pájaro solo movía la cabeza de un lado a otro. —Dije que largo —grité.
El ave emitió un sonido extraño y se fue volando del lugar, dejándome sola.
—Lo siento, Caleb. Lo siento tanto.
Tomé un puño de tierra con demasiada fuerza para después soltarlo, el viento se lo llevó consigo.
Quería quedarme toda la noche junto a él como solía hacerlo en los días que no podía dormir, pero solo conseguiría una discusión con mis padres.
Poco a poco me fui poniendo de pie, la rosa que antes estaba bien formada ahora solo se había convertido en pequeños pedazos de pétalos regados por todo el suelo.
Suspiré tratando de contener otro grito.
—Mañana vengo a verte. —susurré.
En el cielo las nubes corrían de un lado a otro, cambiando de forma cada que querían.
Las miré por un segundo, si tan solo mi vida fuera como una nube.
Abrí la puerta del coche y me metí en él.
Todos estaban en silencio, mamá hizo un intento por hablar, pero parecía que nunca hallaba las palabras adecuadas, y era porque no las había. Nunca las habría.
Mis dos hermanos menores iban a mi lado; Tom, el más pequeño, iba viendo por la ventana, y Alex iba en medio de los dos, se le podía ver bastante incómodo.
Nos detuvimos un instante, aún faltaba para llegar a la casa por lo que traté de mirar el camino.
—¿Ha pasado algo? ¿Por qué nos detuvimos? —preguntó mi padre al oficial de tránsito cuando se acercó a la ventanilla.
—Más adelante hay un accidente. Tendrán que dar la vuelta e ir por otro camino.
Un accidente.
Las sirenas se oyen a lo lejos, sangre escurre por mi frente, la tocó para luego ver el color rojo en mis manos.
Mi respiración se aceleró, me dio un ataque de pánico.
Caleb.
—¡Ey! Me gusta tu look, hasta te ves linda. —comentó sonriendo, pero comenzó a toser luego de eso.
—Oh, por dios. — un pedazo de metal se había incrustado en su espalda.
—Shh. Deja, es mi nuevo accesorio.
—Descuida. Ya viene la ayuda.
Varios pasos se oían en nuestra dirección.
—¡Nooooo!
Todos en mi familia me miraron asustados.
No supe en qué momento habíamos llegado a casa, me había perdido en mis pensamientos, en mis recuerdos.
—Te hablo cuando esté lista la cena. —mamá me dijo con una sonrisa a medias en cuanto crucé la puerta. Subí las escaleras con lentitud, normalmente lo haría corriendo, pero no tengo fuerzas ni ganas.
La habitación estaba en completa oscuridad, encender la luz solo me haría ver lo vacía que estaba.
Cerré mi puerta con seguro por si a alguien se le ocurría venir a ver cómo estaba.
Me monté sobre la cama y me dejé caer, tomé el primer peluche que sentí cerca y lo abracé.
A Caleb le encantaba dar abrazos, yo los odiaba. Ahora deseo que esté aquí para poder perderme entre sus brazos y así aspirar su aroma.
Abracé lo más que pude al peluche.
No se lograba ver algo en la oscuridad, pero aun así cerré los ojos queriendo ver nada.
Por un momento me sentí tranquila, tal como me sentía al tener a mi mejor amigo conmigo. Pero ese alivio se fue, los momentos del accidente volvían a mi cabeza, gritaban queriendo atormentarme.
Era mi culpa, todo era mi culpa.
Suspiré.
Para distraerme un poco, caminé al baño, me enjuagué la cara y fui hasta mi armario para buscar algo más cómodo.
Traía un vestido, yo los odiaba, pero lo usé porque Caleb decía que me veía linda.
Sonreí al recordar aquella charla.
—¿Y este vestido? —cuestionó al sacarlo de mi clóset
—Es mío. —rio
—Oh, es en serio.
—Mi abuela me lo regaló hace un año.
—Póntelo. —me lo aventó al rostro
Riendo me lo coloqué encima de lo que llevaba puesto.
—Te ves linda. Así hasta pareces una chica.
Saqué un short y una blusa que me quedaba demasiado grande, pero que era demasiada cómoda.
—Hija. —mi mamá intentó abrir la puerta, pero al no poder, tocó. —Ya está la cena. Te hice espagueti. Tu favorito.
Amo la comida de mamá, pero no creo que me sirva de algo.
—No tengo hambre. —mentí, sí tenía hambre, pero no tenía ganas de abandonar mi habitación.
—Por favor, hija. Aunque sea un poco, o bebe un poco de jugo.
—¡Ya dije que no tengo hambre! —no puedo ver a través de las puertas, pero estoy segura de que mamá se sobresaltó y se fue con una expresión triste.
Yo jamás le había gritado a mi madre, pero en esta ocasión, el sonido salió solo de mi garganta.
Quería estar sola, me sentía sola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro