XXIV - LA FUERZA DEL AMOR
De repente, el hombre que era el amor de la vida de Bruna abrió los ojos en el hospital del CIR. El monitor cardiaco de la sala de recuperación pos operatoria avisaba que las señales vitales, antes intermitentes, empezaron a acelerar en descompás. La enfermera responsable por el equipo se acercó y puso una medicación ansiolítica en el suero conectado a su vena, para que él volviera a lo normal. Después de algunos minutos, la frecuencia se regularizó.
Él hizo una señal para que ella se acercara.
— Por favor, déjeme hablar con Bruna, se lo ruego.
— Muchacho, no puedes tener contacto con nadie hasta que tu médico te libere. Hace poco tu corazón disparó. No debías tener emociones fuertes en este momento. ¿Quién es Bruna? – la enfermera que era una señora afrodescendiente, preguntó curiosa.
— Es mi novia. Ella también es médica... Por favor, permíteme tener una última palabra con ella.
— ¡Dios mío! Hablando de esa manera parece que estás despidiéndote de la vida.
— Por eso mismo; tal vez sea mi última oportunidad de verla.
Conmovida con lo que le fuera dicho, ella respondió:
— El médico de guardia me va a matar, pero ya que ella es del área de salud, voy a llamarla.
Julia, la enfermera, salió rápidamente y llamó a Bruna en la sala de visitas donde todos aguardaban ansiosos por la recuperación de Samuel.
Las dos caminaron hasta el paciente.
— ¿Puede dejarnos a solas por un momento?
— Sí, pero cualquier cosa, llámeme; soy la responsable por este sector. Estaré en el pasillo bien cerca de ustedes.
— Querido, tal vez no sea la mejor hora para que conversemos. Vamos a esperar a tu recuperación.
— Por favor, amor mío. Quédate un poco conmigo. Yo quería decirte que siempre te amé mucho y daría mi vida por ti si fuera necesario. Mi sueño siempre fue vivir contigo y la vida me ha dado una oportunidad más.
— ¡También te amo y esperé por ti todo este tiempo, Sam! Yo quiero pasar mi vida contigo.
Al intercambiar estas palabras, los ojos de ambos se humedecieron al recordar cuánto eran felices juntos.
— Bruna, me siento débil y no sé si voy a salir de esta. Necesito que me hagas un favor.
— ¡Por el amor de Dios, Sam! No te vayas ahora... Pensé que sería para siempre.
— Querida mía, no sé si tengo el derecho de pedirte esto, pero prometí cuidar de una niña que toca el violín en el parque de "Alto dos Pinheiros". Se llama Camila y es la hija de un gran amigo mío, Fernando. Él salvó mi vida varias veces y perdió la suya en aquella emboscada. Yo le prometí en el último instante de su vida que me encargaría de ella, y sé que puedo confiar en ti.
— Nosotros vamos a cuidar de ella juntos, mi amor. Tú vas a vivir... Ahora, descansa que necesitas recuperarte.
— ¡Nunca te olvides de que te amo, Bruna!
De modo súbito, un ruido, al cual ella estaba acostumbrada por ya haber trabajado en una UCI de cardiología, disparó; el bip antes intercalado se volvió constante. Ella inmediatamente, gritó en el pasillo.
— ¡Enfermera, enfermera! ¡Él corazón se le ha parado! ¡Llamé a los médicos de emergencia y traigan el desfibrilador!
La doctora Helena llegó con su equipo; Bruna hacía masajes cardiacos intermitentes sobre el pecho de Samuel.
— Déjelo con nosotros ahora.
La jefe del equipo quirúrgico que antes ya había cuidado de él tomó posición manteniendo la compresión mientras él era llevado para la resucitación con los aparatos robóticos. Bruna intentaba acompañarle preocupada, pero fue barrada en la entrada.
— Por favor, doctora. El equipo va a cuidar de él y puede estar segura de que está en manos de excelentes profesionales.
Allí adentro, el protocolo de resucitación se inició y las placas fueron posicionadas en el tórax.
— Pueden iniciar la carga con 200 julios. – dijo Helena confiada al acordarse de la misma situación que viviera en la operación del accidente del hermano de Samuel.
Una pareja de médicos asistentes la miraron haciendo una señal de negación con la cabeza.
— De nuevo, otra carga – repitió una vez más.
La línea roja del monitor holográfico empezó a moverse mostrando la frecuencia; el cuadro ser revirtió. El equipo médico celebró la vuelta del paciente sonriéndose los unos a los otros.
Helena se empeñó en ir personalmente a avisar a la familia, principalmente porque Paulo era miembro de esta ahora y Bruna estaba desesperada de ansiedad, aún más después de lo que Samuel le dijera, poco tiempo antes de que su corazón parara de latir.
Doña Alda y Raquel también celebraron la vuelta del paciente a la vida. Era una tempestad más que sacudía sus vidas en el mar de sorpresas trágicas, pero, en fin, otra notica buena. Él fuera reanimado y la familia pudo respirar el aire de bonanza, aliviada.
Después de algunos días, Samuel despertó. Al abrir los ojos, movió los dedos y, nuevamente, las enfermeras corrieron para avisar a los médicos. Él se sometió a varios testes y a una recuperación fisioterápica, volviendo a ser un hombre normal.
Samuel debería dar buenas explicaciones a la policía sobre toda la historia, que tuvo escenas cinematográficas con muchas luchas y muertes.
Mientras tanto, Bruna pasaba unos días de licencia para recuperarse del stress psicológico que vivió; un secuestro por un asesino loco donde casi perdió la vida. Hasta que un día, ella llegó al cuarto del hospital en el CIR para visitar al paciente. La enfermera Julia permitió que ella entrara, ya que sabía que era la novia. Samuel la recibió de pie; listo para irse con su amor.
— Yo estaba loca de ganas de verte de nuevo – confesó Bruna acercándose a él.
— Pensé que no volvería más. Quédate conmigo para siempre, mi amor.
Los dos se abrazaron acercando los labios. Se besaron con unas ganas guardadas hacía mucho tiempo. Una vez más, se sonrieron el uno al otro mirándose a los ojos. En ese momento, Raquel y su madre llegaron. Todos celebraban el retorno de Samuel.
Ellos caminaban por el pasillo y llegaron a la entrada. Cuando Samuel estaba pasando por la portería, vio a muchos reporteros amontonados. Él había aparecido en la prensa holográfica del mundo entero y no se hablaba de otra cosa en las redes sociales, por causa del carácter hediondo de los crímenes que él ayudara a solucionar.
Allá en la sala del CIR, uno de los periodistas preguntó:
— ¿Cómo usted descubrió sobre la Mafia de los Órganos?
Él empezó a explicarlo, pero estaba cansado.
En ese momento, había un tumulto en la portería con los colaboradores del CIR, que acompañaban todo lo que era dicho, y todos se quedaron mirando a la médica que salía. Samuel le sonrió, y esta extendió su mano con un saludo siendo filmada por los medios y sonrió en respuesta concordando. Él se puso aún más feliz con el gesto de ella y Bruna decidió parar para oír la entrevista improvisada.
Otro reportero indagó:
— ¿Qué consejo que usted le da a las personas que pueden ser víctimas de bandidos como esos que ayudó a arrestar?
— Siempre enseñen a los niños a no hablar con extraños y los responsables celen por sus hijos. En cuanto a los jóvenes, no creed en ofertas milagrosas porque solo el estudio y el trabajo proporcionan el crecimiento honesto.
— ¿Usted piensa que es peligroso que las personas sean donantes de órganos?
— Está claro que no. La donación puede salvar muchas vidas y existen hospitales y centros de salud especializados con trabajos serísimos. Ellos deben ser buscados para darles una oportunidad a los seres humanos que necesitan órganos. Yo soy un donante y me enorgullezco de eso. Vean en los buscadores de internet los aplicativos y teléfonos del gobierno responsables por la colecta de órganos y catástrense para ayudar a quien lo necesita.
— ¿Pero usted no tiene miedo de que le roben sus órganos?
Samuel ya se estaba irritando con el abordaje pesimista de los periodistas.
Bruna decidió llevárselo de allí agarrándole por el brazo. Samuel necesitaba descansar.
— Qué sofoco que pasamos... — comentó Bruna aliviada. – Menos mal que las cosas han vuelto a lo normal, si es que podemos decirlo así – ella sonrió satisfecha con el hecho de estar viva, después de escapar de las garras del médico siniestro.
Samuel quedó con Bruna a una hora para ir al barrio "Alto dos Pinheiros. La médica conducía su coche y él la observaba, mientras charlaban. Aparcaron y anduvieron por las calles hasta que encontraron una que estaba cerrada para paseo de peatones.
Era tarde y había una multitud en el lugar, hacia cuya dirección estaban yendo, y ambos oyeron una canción, un violín tocaba majestuoso por medio de manos delicadas. Personas de todas las edades paraban para oír y se quedaban impresionadas con tamaño talento.
Una cestita roja cerca de la niña recibía de buen grado las ofrendas que los oyentes depositaban, monedas y billetes que representaban la satisfacción de escuchar una buena música y poder ayudar al mismo tiempo.
Ellos esperaban el intervalo. Dos señoras se acercaron para recoger la cesta y mirar lo que había dentro. Lo pusieron todo en una bolsa de papel. La niña paró y se sentó en un banco en la calle.
La pareja se acercó.
— ¿Camila, eres tú? – preguntó Samuel curioso.
— Sí, soy yo – respondió ella analizando a los dos. — ¿Pero, cómo sabes mi nombre?
— Tú padre me pidió que viniera a hablar contigo.
— Pero mi padre murió – dijo la niña con una mirada de desconfianza.
Cuando, hace algún tiempo, Samuel la salvó y a sus amigos de las manos de la cuadrilla, él estaba disfrazado y Camila no reconoció al hombre frente a ella. Aquel a quien ella abriera la puerta del coche para que se escondiera antes de que Silver Head llegara para llevárselo de allí.
Samuel continuó la conversación:
— Ya lo sé. Tu padre era uno de los mejores policías federales que conocí. Yo le prometí a Fernando que cuidaría de ti así que te encontrara. Fue lo que él mismo me pidió. Me llamo Samuel y tengo muchas cosas que contarte. Esta es Bruna, mi novia.
— Queremos cuidar de ti. – Le dijo Bruna.
La niña mal podía creerse que personas tan bien vestidas iban a querer cuidar de ella. ¿Sería una adopción? Había perdido las esperanzas de vivir una vida normal con escuela, baño diario, comida y una cama blanda, con todos los sueños casi imposibles de una niña que vive en las calles.
— ¡Eh, vosotros! ¿Quién pensáis que sois, queriendo robar a nuestra niña de oro? – una de las mujeres que la explotaban a cambio de protección se acercó a ellos.
— Soy abogado y tengo amigos en la policía. Creo que no le va a gustar ser acusada del crimen de engañar a menores para conseguir ventajas indebidas. Y ustedes no deben saberlo, pero Camila es hija de un policía federal. Si no, no arriesgarían sus propias pieles, ¿no es verdad?
Samuel ya demostraba que rumbo tomaría su vida. Tal vez fuera mejor evitar las aventuras peligrosas por el momento, y trabajar en los tribunales defendiendo a los inocentes. ¿Pero, será que él aguantaría mantenerse lejos de las aventuras por mucho tiempo?
Las mujeres, nerviosas, se apartaron algunos pasos.
— No queremos estorbar nada. Tenéis razón y podéis llevaros a la niña. Sin problemas con la policía, chico.
— Buena elección, señoras.
Bruna se volvió hacia Camila.
— ¿Qué me dices, Camila? ¿Te gustaría vivir con nosotros?
— ¿Con nosotros? – Samuel se sorprendió.
— Tú dijiste que me ayudarías a cuidar a la niña. Sería una manera de dividir los gastos. ¿Qué te parece?
Samuel miró a Bruna sonriendo:
— Estoy de acuerdo y creo que formaremos una excelente pareja de padres, pero falta saber el veredicto de la persona más importante en este caso.
Ambos miraron a Camila.
— ¿Qué es veredicto?
— ¡Perdona, Camila! Significa decisión. La elección es tuya.
La niña callejera miró a las señoras que la explotaban. Tenían un olor fétido, las ropas en andrajos y los cabellos maltratados. No, definitivamente, ella quería ser bien cuidada.
— Yo sí que quiero – decidió con una sonrisa, todavía no creyendo la llamada hacia un mundo diferente.
— Está resuelto entonces. Vamos a vivir todos juntos – Samuel la abrazó sintiéndose feliz por cumplir aquella misión.
Bruna también les abrazó.
Camila se dirigió a las señoras y las abrazó en agradecimiento por haber cuidado de ella.
Samuel y Bruna se casaron. Juntos decidieron cuidar a la hija de Fernando que ayudó a Samuel en su venganza y se convirtieron en una familia feliz.
Camila se sentía contenta por tener padres tan amorosos. La adolescente empezó a estudiar violín y volvió a la escuela haciendo varios cursos.
Con el tiempo, Camila se graduó en la Facultad de Música de São Paulo y se especializó en violín, instrumento que amaba desde niña. Fue invitada para tocar en una Orquesta Sinfónica y un día ella fue llamada para tocar en el Teatro Municipal de São Paulo como solista, formando parte de la regencia de un maestro famoso en Brasil.
La chica tocaba su violín nuevo, un regalo de sus padres. El tema se llamaba Verano, uno de los conciertos que componían la obra Las Cuatro Estaciones del compositor italiano Antonio Vivaldi.
Samuel y Bruna oían orgullosos la grandiosa ejecución con los ojos cerrados. La joven deslizaba el arco sobre las cuerdas, sus expresiones faciales estaban sincronizadas con los sentimientos que la magia de su música despertaban; aquellos que emergen del placer de tocar y que proporcionan a los oyentes una sensación inigualable, una energía escalofriante originada del sonido perfecto, profundizando en el alma, capaz de hacer a algunos sonreír y a otros llorar...
Samuel puso la mano sobre la de Bruna, que le miró y sonrió. Ella recostó la cabeza en el hombreo de él, mientras acompañaban la presentación.
Cuando Camila terminó el tema, saludó al maestro y a la orquesta; se curvó hacia la platea mientras el teatro era abundantemente llenado con aplausos que parecían eternos. Ella miró a sus padres y sonrió emocionada. Ellos le habían dado una nueva oportunidad de ser hija, mientras Samuel y Bruna se transformaban en padres.
Estos ovacionaban a la hija Camila, cuando Bruna le puso una cajita sobre las piernas a Samuel. Este la abrió y vio un par de zapatitos de bebé. Ella puso la mano de él sobre su barriga. Samuel respiró hondo abriendo los ojos de par en par.
Bruna sonrió:
— ¡Enhorabuena, papá! ¡Es un niño!
Samuel empezó a llorar de felicidad y la pareja se besó...
FIN
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Lee tanbiém la trilogía #LosHijosDelTiempo de #ChaieneSantos
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