XVIII - UN NUEVO ROMANCE
Bruna, que tenía miedo de aquel hombre que parecía saberlo todo sobre su vida, siempre que le veía al acecho, encontraba una manera de esquivarle. Hasta que un día decidió dar un basta y permitirse nuevas oportunidades; intentaría relacionarse con alguien. Sería una manera de olvidar su amor del pasado y evitar a aquel sujeto psicópata, porque así que él la viera con alguien, desistiría. Era lo que ella pensaba. Qué osadía de aquel hombre que dijo querer tener hijos con ella, si ella sabía que Samuel no quería ser padre y, ella sabía el motivo. A fin de cuentas, él ya había visto muchos crímenes en la comisaría de infanticidios. Bruna, cuando salía con Samuel vivía intentando convencerle de ser padre, pero él era reluctante con esa idea. ¿Cómo podría aquel sujeto ser él entonces?
Lo que ella no sabía es que Samuel quería reconquistarla aun sabiendo ser tan difícil. Por eso, él sería capaz de realizar el deseo de Bruna de ser madre. El amigo Fernando también le sensibilizó al hablar de su hija Camila. Padre e hija tenían una conexión amorosa muy fuerte, lo que impresionó a Samuel. Además de eso, el corazón de Lucas que latía en el pecho del hermano era el de un hombre apasionado por niños y parecía que él también empezó a compartir este amor tan genuino.
Sin embargo, Bruna ya había ido a la comisaría de policía civil a poner una queja sobre el sujeto.
Como había muchos crímenes hediondos para investigar en la ciudad de São Paulo, los casos que el comisario consideraba irrelevantes, como el galanteo o el asedio, aunque hubiera exageración, se quedaban en segundo plano y ella imaginó que el boletín de denuncia no serviría para nada.
Tal vez si el hombre llamado Lucas la viera con alguien, desistiría de una vez por todas de aquella obsesión. Y como estaba dispuesta a cambiar, hubo finalmente el día en que alguien le llamó la atención.
Era el supervisor nacional de la red hospitalaria, que un día se presentó durante una de sus visitas a la unidad en la que Bruna trabajaba.
Este verificaba las condiciones sanitarias de toda la red pública de salud y ya había pasado por el hospital Santa Mónica en otras ocasiones. Hubo hasta una vez en que el hombre alto y con bigote se quedó observando a la cardióloga en el pasillo, mientras ella atendía a sus pacientes y no pudo dejar de notar cuánto esta era eficiente y bonita.
Thomas trabajaba para el órgano fiscalizador del gobierno y Bruna estaba en su guardia como siempre. Ella era su objetivo amoroso. Ese día, ella fue a la sala de los médicos para tomar un café. En el camino, los dos se tropezaron de cara en el pasillo y ella, torpemente, dejó caer el líquido negro en el traje que el médico superintendente vestía.
- ¡Perdóneme! No he tenido la intención... Qué torpe soy. Venga conmigo a mi sala que le limpiaré su chaqueta.
- No se preocupe. Yo mismo cuido de eso, Bruna. ¿Es este su nombre, verdad? - fingió que leía el gafete de la chica, pues ya lo sabía todo sobre ella.
- Eso mismo - la médica se dio cuenta de que él había visto la identificación.
Ella se quedó mirando al hombre de ojos castaño oscuro que, fascinado, se sumergía en sus ojos verdes.
- Qué falta de educación la mía. He olvidado presentarme: mi nombre es Thomas Gardeno; puede llamarme Tom. Trabajo para el gobierno fiscalizando la red pública hospitalaria. Voy a quedarme algunas semanas en el hospital Santa Mónica haciendo un informe para entregárselo al Ministerio de la Salud. Tú podrías (ya tuteándola) compensarme saliendo para tomar un café conmigo, ¿qué tal? Pero sin tirármelo encima esta vez... - él sonrió lleno de simpatía.
Después se rascó el bigote esperando la respuesta deseada; se arregló las gafas de montura cuadrada que casi le cubrían el rostro. Por su vez, la médica no conseguía esconder que él la había agradado y sonrió de vuelta.
- Sé que nos hemos conocido de un modo un tanto extraño, pero puedo arreglarlo aceptando tu invitación. Quédate tranquilo que no derramaré nada en ti de nuevo.
- ¿Qué tal esta noche? - él parecía dispuesto a no perder la oportunidad. - ¿Sabes que a pesar del aroma del café no he podido dejar de notar tu perfume? Qué fragancia delicada; combina con tu encanto.
Bruna nunca oyera aquellas palabras gentiles antes. El amor de ella con Samuel tenía un matiz más sensual, pero no podía comparar, porque ella sabía que su amor jamás volvería. Decidida a darse una oportunidad a sí misma respondió enfática:
- Puede ser, sí. Salgo a las 20:00 horas. ¿Está bien para ti?
- Estupendo. Te recojo en la puerta del hospital en ese horario entonces.
- Está bien, Tom - ella confirmó, la sonrisa más abierta que antes.
Bruna continuó trabajando hasta la noche caer y la guardia llegó a su fin. Tomó una ducha en el baño del dormitorio y se cambió de ropa. Salió arreglada, un pintalabios rosa, combinando con su piel alba. Vistió un vaquero y una blusa floral azul.
Al salir por la puerta del Santa Mónica, se dio de cara con un coche de lujo descapotable cuyo dueño la esperaba.
"¿Un médico con un coche de estos?", se preguntó a sí misma, pareciéndole extraño.
"El empleo de un funcionario público no combina con tanto lujo, pero debe ser de familia acomodada."
El doctor Thomas salió del automóvil y le abrió la puerta a ella como un caballero. Bruna se sintió lisonjeada con la gentileza.
- ¡Qué linda estás! Por mejor decir, más aún, porque cuando te vi de blanco ya me habías parecido dueña de una belleza singular.
- Gracias, Tom. Hace mucho tiempo que no soy piropeada de esa manera.
- Las cosas más especiales de esta vida necesitan ser valorizadas.
- Por favor, me estás dejando avergonzada.
- Perdóname, no ha sido mi intención. Sólo quería agradarte.
- Está bien. ¿Adónde podemos ir esta noche para tomar un buen café? Estoy necesitándolo después de una guardia de "aquellas".
- Hay una cafetería excelente a unas manzanas de aquí: el Gil's Café. ¿Vamos?
- Ya he oído hablar. Dicen que tienen un cappuccino delicioso allí.
- Entonces está elegido el lugar - dijo Tom, gustándole lo que veía.
El médico había planeado aquel encuentro hacía algún tiempo y esperaba el momento apropiado para hablar con ella.
Mientras tanto, en un coche a cierta distancia de la pareja, un hombre les observaba. Vestía una chaqueta negra de cuero, camisa a cuadros gris y gafas de sol, aun siendo de noche, además de la gorra. Samuel sintió un dolor en el pecho, de aquellos que tardan en pasar y confunden la mente, triste al pensar que Bruna estaba huyendo de él por miedo y que la oportunidad de acercarse a ella quedaba cada vez más lejos, principalmente ahora, que a ella parecía estar gustándole otro hombre.
Samuel decidió seguirles; paró cerca del Gil's, atento a los que pasaba. Sentía una mezcla de celos e incapacidad de acercarse a ella.
Él la vigilaría de lejos, aunque ella no le quisiera, pues su lado policial siempre tenía el intuito de protegerla. ¿Y quién era aquel hombre que la acompañaba? ¿Si Samuel desapareciera de su vida, será que el sujeto sería la persona ideal para sustituirle?
No... Samuel se revolvía por dentro, pues sabía que no tenía el derecho de encargarse de la vida de Bruna. Quien tenía que escoger era ella, una mujer realizada, madura y vencedora, dueña de su destino. ¿Pero quién manda en los celos cuando estos dominan lo íntimo más recóndito? No era uno de esos tipos insanos, un poco curioso tal vez... Un sentimiento protector era la excusa que se daba a sí mismo para justificar su campaña.
El agente estaba allí, cerca de ella, pero tan distante, sin idea de cómo sosegarse. Si a su querida realmente le gustara otra persona, tal vez fuera hora de él apartarse. O incluso debería desaparecer de una vez, después de vengarse de sus enemigos. ¿Será que no era eso lo que el destino quería? ¿Qué él se fuera de una vez por todas?
Dentro del coche, de repente, el policía miró una foto que había cogido en su casa y bajado a su smartphone; la pareja sonriendo de la mano, un viaje como tantos otros felices que hicieron juntos. ¡Qué añoranza que sentía!
Él pensaba que le estaba haciendo un bien a la humanidad al eliminar a criminales o encarcelarles. Lo consideraba como justicia, una misión en pro de los demás; fue el motivo que le llevó a escoger aquella profesión, pero ahora habitaba en él una incontrolable sed de venganza, un sentimiento fuerte que le corroía por dentro mientras no acabara con la cuadrilla que le destruyera. Creía que había ganado una oportunidad más para eliminar a aquellos que le traicionaron en vida y que ahora eran sus objetivos después de su muerte.
Pero incluso cercado de dudas, el agente decidió quedarse allí esperando para ver la verdad en la cual no quería creer. Si estuviera seguro de que era eso lo que ella quería, se iría de una vez por todas...
De lejos, Samuel observaba a la pareja, sentados en una mesa conversando y, de hecho, había entre ellos mucho que hablar debido a la afinidad de la profesión, mientras el café era servido, el intercambio de miradas era constante entre los dos y la mano de Tom se acercaba a la de ella sobre la mesa como un gesto de aproximación cautelosa, para sentir si ella correspondería a sus intenciones.
Bruna dejo que aquella mano cubriera la suya, mientras él le masajeaba levemente los dedos delicados, dando el primer paso para conquistar a la bella rubia. El ojo poderoso del policía acompañaba como un águila cada milímetro de convergencia entre ellos. Su oído parecía una antena captando cada frecuencia; era capaz de oír todas las conversaciones dentro y fuera del bar.
- Háblame sobre tu trabajo, Bruna.
- Como tú sabes, soy cardióloga. Y de la manera en que anda el mundo, no faltan corazones para cuidar. Con una buena prevención, podemos evitar muchos problemas y escogí esta especialidad porque es una de las que más salvan vidas. Me siento bien por eso. ¿Y tú Tom? - demostraba interés en saber más sobre él.
- ¿Qué deseas saber?
- Háblame sobre tu trabajo.
- Cómo ya te dije, soy supervisor hospitalario. Después de que me gradué, decidí escoger el área administrativa para trabajar. Básicamente, verifico si las unidades de salud están manteniendo el patrón sanitario de funcionamiento y correspondiendo a las directrices de los órganos fiscalizadores.
- Debe ser cansado viajar por todo Brasil.
- En verdad, somos varios en el equipo y fui designado exclusivamente para la región metropolitana de São Paulo - él cambió de asunto y demostró no gustarle hablar sobre trabajo. - ¡Qué colgante bonito que estás usando!
- Tiene formato de corazón. Por eso, me gusta tanto. Pero vamos a hablar de otras cosas... ¿Y los viajes? ¿Adónde te gusta ir? - Bruna se acordó de quién le había dado el regalo y prefirió cambiar de tema también.
Samuel lo oía todo con la máxima atención...
Cuando Thomas iba a responder, súbitamente, tres tipos entraron en la cafetería, anunciando un asalto
Uno de ellos disparó un tiro a lo alto y gritó:
- Todo el mundo quieto. No quiero oír ni pio y poned los móviles encima de la mesa. Si alguien intenta algo va a llevar plomo.
Los clientes, al oír aquello, miraron asustados a los marginales. Los tipos usaban máscaras ninja y parecían drogados. Uno de ellos se quedó en la puerta cronometrando el tiempo del robo.
Un niño que acompañaba a los padres empezó a llorar.
- ¡Tío, cállale la boca al niño ahora, si no yo mismo lo haré! - le dijo uno de ellos al padre del niño que se asustó y le tapó la boca al hijo con la mano.
- ¡Os fastidiasteis primos! Levantad las manos despacito. Los hombres pasen las carteras y las mujeres los bolsos. Con calma, lentamente. Vamos... ¡El tiempo es corto!
Este le pidió a uno de los compinches que recogiera los smartphones y los bienes. El sujeto lo puso todo dentro de una bolsa con rapidez.
La pareja de médicos se quedó temerosa con la situación y observó inmóvil el desenlace, ya enseñando las manos para evitar problemas. Un bandido mal encarado miró a Bruna y se acercó a ella. Le puso los dedos sobre la mejilla, apretándosela y dijo:
- Qué guaperas, nena. Me parece que te voy a robar un beso ahora.
- Por favor, no hagas eso - Thomas intentó interferir con cierta frialdad.
Tom se quedó quieto al ver la aspereza del hombre. Otro se acercó y le apuntó un arma.
- ¡Si te mueves, te meto una bala! ¿Me has oído? Quietecito - dijo el tipo armado.
- ¿Vamos a parar con las tonterías? No tenemos tiempo para juegos hoy. Deja el placer para otro día - dijo el líder de la banda. - Pero quítale el cordón, me ha gustado la piedra.
- Por favor, no hagas eso. Este colgante tiene un gran valor sentimental para mí.
El bandido se rio burlonamente y soltó la mejilla de Bruna, arrancándole el cordón precioso del cuello. En este momento, otro hombre entró en el local. Un extraño con gafas de sol.
- ¡Eh, eh! Calma. No puedes ir entrando así. ¡Levanta las manos que esto es un asalto! - dijo uno de los marginales apuntándole el arma al extraño que había entrado en la cafetería.
- Esta área es mía y estáis invadiendo mi territorio - dijo Samuel con la voz firme de un hombre que usaba gafas de sol, barba y gorra como disfraz.
- ¿Quién te piensas que eres, tontorrón? Nosotros robamos donde queremos. Levanta las manos o te mando plomo. - dijo el jefe de la cuadrilla sabiendo que había uno más de ellos allí afuera como elemento sorpresa.
- Lo siento mucho, pero voy a acabar con todos vosotros. - dijo Samuel girándose la visera de la gorra hacia atrás.
- ¡Eres un bocazas, payaso!
Tom, que llevaba un revólver acoplado al tobillo, y Bruna, se asustaron y, ante la eminencia de una pelea, se agacharon detrás de la mesa, así como los otros clientes.
El personal que trabajaba allí corrió y todos se metieron detrás de la barra del bar, pues sintieron que la cosa se iba a poner fea, y uno de los bandidos que apuntó el revólver en la dirección del extraño disparó. Él, con un movimiento rápido se giró, dejando pasar la bala. Los marginales abrieron los ojos de par en par al ver aquello. Los clientes también...
Más tiros y de nuevo él esquivó los proyectiles como si los viera moverse en cámara lenta, sabiendo la trayectoria de estos. Bajó el tronco, dejando la bala pasar y se desviaba de los disparos que venían en su dirección. Antes de que continuaran tirando, se acercó a aquel que estaba cerca de Bruna y le dio un puñetazo en la barriga con su brazo derecho. El hombre cayó encima de una mesa y la rompió con la caída; después se desmayó.
El policía vio que había niños en mesas cercanas a los bandidos y decidió no disparar para evitar que corrieran riesgos.
Dejó a su ángel guardado, calculó rápidamente con su visión los mejores golpes y las regiones de bar más favorables para lanzar a los marginales. Necesitaba luchar con las propias manos y así no derramar sangre inocente.
Otros dos se abalanzaron sobre él; uno le sujetó mientras el otro le dio un golpe en el estómago. Después otro en la boca del policía. Esta vez sangró y se pasó la mano sobre la herida, sintiendo el gusto metálico.
- Eso ha dolido; no me ha gustado... - dijo él con ironía acostumbrado con aquellas peleas en los entrenamientos y en su realidad.
Le acertó al que estaba frente a él una patada en la barbilla que le dejó inconsciente y le metió el codo al que le sujetaba, completando con un puñetazo, de abajo arriba. Los tipos se desmayaron y uno más, que les cubría, entró con un arma. Al ver al sujeto extraño con su pistola sacada rápidamente, apuntada en su dirección y los compinches desvanecidos, se apartó, dio un paso atrás y se agachó tirando el arma en el suelo despacio diciendo:
- ¡Está bien! Yo me rindo... déjame irme que no vuelvo nunca más aquí - el tipo estaba con las manos levantadas.
- Sí que te vas, pero preso al trullo.
- ¡Pero tú has dicho que eras un asaltante! - comentó el dueño de la cafetería después de salir de detrás de la barra.
- Yo quería hacer amistad, pero los tipos no colaboraron. Ustedes están aquí de testigos - él se certificó de que los bandidos estaban inertes. - Ahora están todos presos y me parece que no soy bueno haciendo amigos, principalmente, cuando amenazan la vida de las personas. En verdad, soy policía federal y he cumplido mi deber.
Él sacó un distintivo del bolsillo y lo presentó girando la mano a casi 360 grados para que todos lo vieran.
- Soy el dueño del bar y tengo mucho a agradecerle. Usted salvó nuestras vidas.
Todos los clientes, inclusive Bruna, volvieron a acomodarse en las mesas, sintiéndose seguros y empezaron a ovacionar al agente con una salva de palmas. Él agradeció meneando la cabeza, mientras un escalofrío de orgullo le recorría por dentro, como siempre le ocurría al realizar la misión que tanto amaba. No había precio que pagara aquella sensación genuina.
El ambiente peligroso donde la adrenalina circulaba en su cuerpo agradaba a Samuel. Por más que la desventaja le preocupara, la aventura en total compensaba. Él conseguía ver en la tribulación que amedrentaba a cualquier persona, un lugar lleno de recuerdos agradables.
El agente miró a su alrededor para ver si estaba todo bien. Cogió al tipo que se rindió y le esposó, abrazado a una pilastra de hormigón redonda central en medio del salón. Agarró a los otros por las gargantas y les arrastró acercándoles al compinche, mirando fijamente a todos los que estaban en el local.
Sabía que podía haber allí algún valiente que podría causarle problemas y él era entrenado para situaciones adversas. Sacó algunas esposas más de la cintura y amarró a los otros con los brazos envueltos en la cadena de aquel que ya estaba esposado. Los tipos quedaron totalmente inmovilizados y despertaron mareados, llenos de odio.
En seguida, cogió las armas de ellos y las destruyó aplastándolas con su mano derecha. Los ojos de los marginales se abrieron como platos por el espanto.
Las personas en la cafetería también se atemorizaron al ver aquello.
- Puede llamar a la policía - le pidió al dueño del establecimiento.
- Ya la he llamado, pero yo pensé que usted fuera policía.
- Soy policía, pero estoy de vacaciones. Acabé haciendo un servicio extra. Sabe cómo es la profesión... está en la sangre.
Se acercó a Bruna y le dijo:
- ¡Cuidado, doctora! Las calles de São Paulo están muy peligrosas. Cuando necesites una mano amiga basta llamarme. Toma tu cordón porque debe ser muy especial.
Samuel se levantó las gafas con la mano izquierda enseñando los ojos bicolores y que era el hombre que ella tanto temía.
- Este es nuestro secreto. Y mira que no he necesitado poner a mi ángel a trabajar hoy. Pero tengo que marcharme que ya ha llegado mi hora.
Thomas cobardemente no tocó el arma que llevaba en el tobillo. Precisaba entender lo que ocurría allí.
Samuel se volvió hacia los clientes y dijo:
- Buenas noches a todos y perdonen por el tumulto.
El agente se fue antes que la policía llegara y le causara problemas. Bruna se quedó paralizada al ver aquel ojo azul una vez más y Tom la interpeló:
- ¿Qué ha pasado, Bruna? ¡Parece que hayas visto un fantasma! Ese tipo es bien descarado, ofreciendo protección. Yo podría haberme encargado de esos bandidos con facilidad.
- ¡No seas celoso, Thomas! ¡Yo creo que he visto un fantasma de verdad!
Cada vez que le encontraba, Bruna se sentía más intrigada con la posibilidad de que Samuel hubiera vuelto. Pero eso era imposible. ¿O no?
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Lee #LaLunaDelaMuerte de #ChaieneSantos
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