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XIV - Sangre Fría

Samuel volvió a vivir en el barrio Jabaquara. Un día, por la mañana pasó por el CIR para algunos testes y, enseguida, fue a la oficina a revisar los procesos. Después decidió visitar a su familia. Al llegar, abrazó a la madre en la cocina y le dio un beso en el rostro, también besó a Raquel mientras esta comía un bocadillo.

— ¡Hola hermanito! ¿Cómo ha ido tu día?

— Todo ha salido bien. Hoy he tenido visita de evaluación en el CIR. Paulo dice que estoy estupendo y que ahora debo volver una vez por mes.

— Lo he sabido, pero no he podido ir allí a verte porque estaba trabajando en un nuevo programa. Mi novio es inteligente, me impresiona el modo en que sus ojos brillan al hablar de sus grandes proyectos.

— Él es bueno en lo que hace. Te elogió el otro día diciendo que lo haces muy bien en la parte operacional.

— Eso no vale, pues dividimos algo más que la misma profesión.

— Creo que él no habla por hablar. Pero yo tengo una curiosidad sobre aquel ciborg que habéis creado. ¿Dónde conseguisteis el cerebro para trasplante?

— No sé bien dónde consiguen los órganos donados, ni Paulo lo sabe. Tal vez José Rodolfo tenga esa información, en verdad cuando alguien cuestiona, siempre sale con una evasiva. ¿Pero por qué la pregunta?

— No es nada, no... Sólo curiosidad. Me impresionó el Jet Pack que le habéis puesto. ¿De verdad vuela?

— Claro que sí. Ya lo testamos varias veces en el área alrededor de la empresa. El personal se esmeró en el proyecto y la firma va lejos, pues el mercado mundial está invirtiendo alto en tecnología robótica. Cuando me especialicé en este ramo de la ingeniería, no imaginaba que el futuro estaba tan cerca.

— Muy bien, hermanita.

— ¿Quieres un café, hijo? – Preguntó Alda al terminar de hacerlo.

— Gracias, me encanta...

— También quiero, mamá.

Después de charlar, Samuel fue a descansar un poco en el sofá de la sala, vio las noticias en su smartphone. De repente, el asistente virtual le avisó de que había una visita allí afuera.

Raquel fue a atender y avisó al hermano que era para él.

— ¿Para mí? ¿Quién es?

— Andressa, tu exnovia. Ella ha dicho que necesita verte, disculparse. Perdona Lucas. He acabado diciéndole que estás aquí.

— Oh, no... ¿Qué diablos quiere ella conmigo?

"Hace más de seis meses que todo ocurrió y ella nunca buscó a Lucas. ¡Debía quedarse donde está, lejos!" se desahogó él en el pensamiento.

— Por favor, ten calma. Ella no tuvo la culpa del accidente. Fue un momento malo de su vida y lo más importante es que estás aquí, bien vivo. Dale una oportunidad, escucha lo que tiene que decir. Tal vez la perdones y quites el peso que el dolor pone en el corazón. Estoy seguro de que te vas a quedar más ligero. Créeme...

— Está bien, Raquel. Pareces hasta una psicóloga hablando de esa manera.

— Perdonar le hace bien al alma – sonrió la hermana.

Andressa fue invitada a entrar y ya estaba en la cocina. Doña Alda estaba conversando con la chica cuando él apareció en pie, con los brazos cruzados.

Al ver al hijo, la madre hizo un gesto para que fuera al encuentro de este, después Raquel cerró la puerta, para que tuvieran intimidad. Había mucha cosa para que conversaran.

— Hola, Lucas.

— Hola, Andressa. Finalmente has decidido aparecer para visitarme – comentó, sarcástico.

— No vine antes porque pensaba que necesitabas recuperarte... — ella parecía estar avergonzada pasándose una mano por la otra.

Andressa se dio cuenta de que el ex novio estaba muy bien físicamente, incluyendo un volumen muscular que no tenía antes. Ella se admiró con aquella integridad física y continuó diciendo:

— Veo que te estás recuperando rápido...

— Me siento bien. Estoy adaptándome a la vida nuevamente. El estropicio fue grande, pero los médicos hicieron un buen trabajo.

— Lo estoy viendo con mis propios ojos y me gusta lo que veo. Perdóname por haber sido grosera contigo aquel día. Yo no sé dónde estaba con la cabeza. No consigo controlar mis celos. – Ella estaba arrepentida.

— ¡No pasa nada! De todas maneras no había mucha química entre nosotros.

— Si me das otra oportunidad, te juro que será diferente – ella fue directa al punto. Podemos constituir una familia como tú siempre soñaste y tener muchos hijos.

— En cuanto a los hijos, he cambiado de idea. No pretendo tener niños corriendo por la casa. Como máximo una mascota para compañía. También prefiero estar solo, de momento, por lo menos hasta poner las cosas en sus ejes. No quiero compromisos ahora. Me ha afectado mucho todo lo que pasó.

Ella se quedó mirándole. Le habían dicho que Lucas estaba ciego, sin un brazo, la cara deformada. Que le faltaban los cabellos en lo alto de la cabeza y en la sien derecha que había sido dilacerada. Fue por eso que ella huyó, por pensar que él quedaría deformado, feo, que sería un lastre en su vida.

"¡Jamás le voy a querer de vuelta!", pensaba ella, aun arrepintiéndose después. "Dios me perdone por estos pensamientos."

Samuel, para no ser grosero, le dijo, disculpándose:

— Necesito un tiempo, Andressa. Muchas cosas cambiaron en mi mente y hace meses que todo pasó. Ya he aprendido a vivir sin ti.

"Y ya tengo a otra mujer en mi cabeza."

Andressa le pidiera un tiempo en aquella época y era justamente lo que él necesitaba ahora.

— Entonces está bien, Lucas, me voy porque tengo clase mañana en la facultad y necesito preparar un trabajo. Si me necesitas, es sólo llamarme. Quiero que sepas que me gustas mucho. Ah, y haz tus ejercicios bien porque está dando excelentes resultados – ella sonrió, mirándole de arriba abajo, con un aire de pleno interés.

— Gracias por haber venido, Andressa. Dale un abrazo a tus padres – comentó él, sin entusiasmo.

— ¡Ah! ¡Estaba olvidando decirte que estás famoso en la mayor plataforma de vídeos del mundo, con casi cinco millones de visualizaciones! Alguien filmó todo tu accidente. Incluso, muchos comentaron que habías muerto. Quien te viera aquí, como te estoy viendo ahora, no se creería lo que pasó.

— Es extraordinario estar vivo y le agradezco a Dios por eso a cada minuto. Y de esos millares de visualizaciones, ninguna es mía, porque le he puesto un velo a ese episodio – Samuel dio por acabado el asunto.

Abrió la puerta para que ella saliera y le dio un apretón de manos al despedirse. Incluso siendo un problema de su hermano, él creía que el verdadero amor era para siempre, en los buenos y malos momentos. No era como ella pensaba.

"Quien tiene miedo de hacerse daño, nunca va a aprender lo que es amar," pensó él convencido.

***

El fin de semana, decidió ir al hospital Santa Mónica para ver a Bruna una vez más. Condujo su coche hasta allí, aparcó y anduvo hasta la entrada. Fue a la portería donde era el sector de cardiología. Para disimular, simuló que se estaba sintiendo mal para pasar por los guardas.

Poniéndose la mano en el pecho, le dijo a la recepcionista:

— No estoy muy bien, tengo una arritmia en el pecho. ¿Hay algún cardiólogo aquí hoy? Necesito ayuda, se mostró preocupado.

Sabía que sólo así sería encaminado a Bruna.

— Voy a hacer su catastro, señor. – Ella miró el holograma.

— Ya lo tengo aquí – dijo él presentando el carnet de identidad del hermano y el plan de asistencia médica.

— ¡Usted estuvo aquí en este hospital la semana pasada! ¿No ha mejorado aún? – la muchacha indagó al verificar los archivos.

— Necesito ayuda... — repitió él, fingiendo estar mareado.

— Siéntese allí, por favor. En breve, será llamado – la recepcionista le indicó las sillas de la recepción.

— Señor Lucas – llamó la chica, abriendo la puerta que daba al pasillo del ambulatorio, algunos minutos después.

Él se levantó y entró, ansioso. En el mismo instante, Bruna se volvió de su ordenador holográfico donde registraba el atendimiento anterior, dándose de cara con el chico que la dejara intrigada en el turno de unos días atrás.

— ¿Tú? – ella le miró, sorprendida.

— Sí, de nuevo... Estoy un poco mal – él sonrió, sin disimular.

— Voy a verificar – ella le encaró y sus miradas se cruzaron.

Algo la hacía desear sumergirse en él.

Bruna paró por un momento para respirar. Cogió el aparato robótico de medir la presión y examinó al joven.

— Pero tú estás bien. Doce por ocho. No necesitas más cuidados.

— Perdóname, Bruna. Voy a confesarte la verdad... He mentido para verte.

— ¿Cómo?

— Es que no he conseguido olvidarte desde que te vi. Necesitaba verte otra vez. ¡Sé que parezco un loco, pero no lo soy! Sólo quería saber si podríamos salir un día de estos. Digo, claro, algún día que no estés trabajando...

— Creo que podrías haber esperado una hora mejor para tirarme los tejos, ¿no te parece? Yo podría, en este instante, estar atendiendo a alguien que realmente estuviera enfermo. ¿Imagina si hay alguien pasando por un mal trago de verdad allí afuera y por tu culpa no le estoy atendiendo? Si decido aceptar tu invitación, te llamo. Tengo la tarjeta que me diste, ¿te acuerdas de eso?

— ¿Quieres decir que te ha gustado la idea? – Sus ojos se llenaron de esperanza.

— Voy a pensarlo con cariño y te llamo así que tenga un día libre.

— Espero que tengas ese día pronto – la sonrisa de Samuel se abrió aún más.

— Prometo pensar con aprecio sobre tu caso – ella correspondió a la sonrisa, mientras sentía los ojos de él sobre sí. ¡Cómo esto la tocaba...!

Sus maneras se parecían tanto a Samuel, a fin de cuentas eran hermanos.

— Solamente una cosa más. Necesito decirte lo que siento.

— ¿Algún dolor?

— No, es una cosa bien diferente... Ese cordón con un rubí que usas siempre. La persona que te lo dio dejó una nota diciendo que su formato era porque tú cuidas de los corazones, incluso del suyo. Él te ama mucho.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas al oír aquella verdad porque pensó en Samuel, pero después una mezcla de rabia y curiosidad se apoderó de ella.

— ¡Oye! Tú eres muy petulante... ya te dije que no tienes el derecho de tocar los sentimientos de las personas. Me acuerdo de que la otra vez me preguntaste si yo conocía a Samuel. Sal de delante de mí ahora...

— Perdóname. No quiero echarlo todo a perder, sólo quería decirte que este ojo que tengo ahora fue donado por la persona que te amaba. Por eso veo la manera en que él te admira, con los ojos del amor. Dame una oportunidad de verte una vez más. Tengo muchas cosas que contarte. No quiero tomar más tu tiempo aquí.

— ¿Lucas, tú piensas que me voy a creer eso? ¿Estás queriendo decir que Samuel está muerto?

Él viendo la incredulidad de ella, decidió decir más:

— Bruna necesito decirte una cosa: Yo soy Samuel. Y estoy muy vivo. Mi hermano Lucas sufrió un accidente y perdió la mayor parte del cerebro. Fui asesinado con mi equipo aquel día de la emboscada. De alguna manera mis órganos, así como los de mi equipo fueron negociados por la Mafia de Órganos que yo estaba investigando y, algunas partes mías, inclusive mi cerebro fueron a parar en el cuerpo de mi hermano que no tenía más esperanzas de vivir. Pero esto es secreto, porque voy a aprovechar esta oportunidad y vengarme de todos ellos. Por favor, mi amor, cree en mí.

Bruna se derrumbó al oír aquellas palabras. ¿Sería verdad? Ella era médica y aquello no era imposible. Se quedó pensativa, curiosa y le dio la respuesta.

— ¡Pero eso es imposible! Jamás he oído hablar sobre esa posibilidad.

— Créeme, amor mío. Tú estás acostumbrada a auscultar corazones y, esta vez. Te pido que oigas el tuyo. Soy Samuel y lo sé todo sobre nosotros. Incluso, yo estaría dispuesto a tener una familia a tu lado con cuantos hijos quieras. Sé de tu deseo de ser madre. El corazón de mi hermano dentro de mí parece hablar más alto en las ganas de ser padre y, la parte de él que soy, importa más en la cuestión del amor por ti.

Él empezó a acercarse a ella.

— Por favor, para con eso. Como te he dicho, tengo tu tarjeta y pensaré en el asunto. Ahora necesito atender a mis pacientes. – Había lágrimas en sus ojos por los recuerdos traídos del fondo de su alma.

Samuel salió todo esperanzado. Creyó que la había convencido con palabras tan verdaderas. Pero él sabía que era difícil para cualquiera creer en una historia tan fantástica. Le agradeció a la recepcionista, todo contento por haberse desahogado. En cuanto a la cuestión de ser padre, Samuel haría cualquier cosa para reconquistar a Bruna.

— Gracias.

— De nada. Este es mi trabajo.

La chica se volvió hacia una enfermera a su lado y dijo:

— Otro hombre enamorado de la doctora como muchos estuvieron. Pobre, al final ella siempre les da calabazas. No acepta a nadie.

Mientras tanto en la mente de Samuel, permanecía la duda y la esperanza.

"¿Será que me va a llamar?"

Mientras el esperanzado Samuel aguardaba la llamada de su amor, en la zona suburbana de São Paulo, había un hospital público en que los pacientes no se quedaban mucho tiempo en la UCI. Pero no era por buenos motivos, visto que, entre los médicos, algunos de ellos deseaban robar los órganos de aquellos que rescataban de la muerte.

La acción que parecía un acto de dedicación y generosidad era una estrategia para robar vidas inocentes. Bajo la máscara del oficio, encontraban la manera de inventar una enfermedad y justificar el crimen. Todo planeado conforme el encargo del momento.

Mientras averiguaba las condiciones de los pacientes en el ala de tratamiento intensivo, el doctor Costa; el supervisor, sintió el smartphone vibrar en el bolsillo de su bata blanca.

Así que vio quién llamaba, entró rápidamente en el baño para atender:

— Dime, gran maestro. ¿Qué necesitas? Por favor, sé breve, porque el turno está bien agitado esta noche.

— Quiero saber si está todo andando como programado. Los clientes ya están en la cola, como siempre – respondió el hombre conocido como Doctor Alma.

— Quédate tranquilo jefe. Hoy está fácil, no hay nadie importante internado aquí. También, en este fin de mundo, ¿Quién de prestigio vendría?

— No es por nada, Costa, que escogimos ese lugar para nuestra operación.

Aquella noche, el ángel de la muerte pasó por varias alas, acabando con las esperanzas de pacientes que recuperaban sus vidas, todas compradas, los escrúpulos destituidos frente a las promesas de lucro fácil. Ponían sedantes en los sueros de otros pacientes, que dividían los cuartos con las víctimas, para que no hubiera testigos. Organizaban el equipo de guardia con los miembros del grupo de facinerosos y se quedaban libres para ejecutar el servicio. Nada les importunaría porque las víctimas eran escogidas a dedo.

Eran miembros de familias pobres o notorios solitarios; después les daban la noticia a los parientes de los condenados mientras los cuerpos eran removidos sin que supieran lo que había ocurrido de hecho. Si alguien pidiera una autopsia, ellos accionarían a los integrantes del IML (Instituto Médico Legal) que participaban de la cuadrilla. Y aún tenían a miembros infiltrados en los sistemas policial, judiciario y político para impedir o estorbar cualquier investigación.

Después de eso, en la Mansión de la Muerte, la Clínica Santa Marta, donde los indigentes eran llevados, el abominable Thomas, el Doctor Alma recogía los órganos removidos de los cuerpos recién llegados y los preparaba para la criogenia, etiquetando todos los embalajes para atender a los muchos pedidos de entrega.

Su corazón era tan frío como el ambiente donde estaba, guardando los cuerpos. No había compasión dentro de alguien que victimaba a niños, jóvenes y mendigos que podrían cambiar de vida. Lo peor es que se quería casar, tener una familia e hijos por considerarse a sí mismo como una persona normal, llena de buenos ideales. Juzgaba actuar en pro de la humanidad e intentaba con eso no asumir culpa alguna de su egoísmo regado con hipocresía.

Al otro lado de la ciudad, Samuel estaba en su despacho y miraba las noticias en un holograma. Había acabado de comer y tenía un tiempo antes de empezar el turno de la tarde. Cuando paró en la sesión policial, vio una noticia sobre el desaparecimiento de niños y mendigos en la Plaza de la Sé.

Leyó que algunos residentes del vecindario habían sentido la falta de estos, con quien disputaban los espacios en las plazas. Pasaron a sentir miedo de que pudiera ocurrir algo semejante con ellos también y decidieron delatar el caso a la policía. Alguna cosa dentro de sí decía que debía hacer algo al respecto.

Un deseo de justicia despertaba en su íntimo, pero no como hacía ahora en el cuerpo de su hermano; en los tribunales, defendiendo los derechos de las personas o antes como Samuel hacía en las investigaciones de la policía federal.

Era algo más fuerte, un sentimiento que nacía en lo más hondo de su ser y que lentamente se apoderaba de su consciencia.

A medida que leía, algo despertaba dentro de él. Un espíritu investigativo, listo para buscar la justicia a cualquier costo. Rápidamente, se conectó a las nubes de informaciones cibernéticas y vio ante sí todas las noticias relacionadas al hecho. Pasó el dedo índice derecho por las barras de rodaje holográficas y, curioso, estrechaba los ojos en su cazada por algo que le mostrara cualquier rastro de valor.

"Varios jóvenes de familias de clase media desaparecieron sin dejar vestigios. Las cámaras del aeropuerto de Guarulhos hicieron los últimos registros de algunos de ellos, según la policía. Los investigadores de la policía federal sospechan que Haya una cuadrilla actuando en la capital de São Paulo y poseen algunos indicios sobre el posible tráfico de personas. "

Era lo que indicaba el mayor grupo de prensa holográfica del País.

Inmediatamente, accedió a las cámaras del sistema de seguridad público de la ciudad. Invadió los IPs, utilizándose de una capacidad de hackear informaciones que sufriera una fabulosa actualización. Era como si algo le guiara en busca de soluciones.

Samuel no conseguía parar, estudió todos los detalles del crimen, enfocó en las imágenes de las matrículas de las furgonetas que pasaron en la holografía y las transfirió a los archivos. Pasó a hacer un organograma con todas las evidencias que conseguía y lo lanzó en una nube de la Internet donde su plan quedaría bien guardado.

Como si estuviera en otro mundo, la mente entrenada en investigación en las redes se dejó llevar por los senderos del descubrimiento. A cada información, se aterrorizaba más con la crueldad de aquel grupo.

Con el registro de las matrículas de los vehículos utilizados en el crimen, añadió un zoom de las caras de los bandidos filmados por las cámaras, así como de las personas que habían sido secuestradas. Nombre, dirección, números de registros en las reparticiones públicas, todo se le apareció cuando invadió los sistemas públicos en cuestión de minutos.

Una sabiduría que solamente un hacker entrenado tenía... Tal vez aquel que fuera entrenado para encontrar a otros como él. Era un verdadero policía.

El deseo de venganza fuera despertado en la mente de Samuel, asesinado por el grupo criminal del cual hasta policías de su propio departamento formaban parte. Su mente no podía recusar la misión, una gran oportunidad de acabar con todos los que le traicionaron.

En seguida, entró en el sistema de cámaras del aeropuerto. Hizo como había procedido en la Plaza de la Sé y guardó todos los nombres, interrelacionando las informaciones. Al enfocar en la imagen del francés Gerard, uno de los persuasores de jóvenes de la mafia y extraer las informaciones, se dio cuenta de que la cosa era internacional y tendría más trabajo del que imaginaba.

El agente sobrepasó los límites del esquema criminal estirando del hilo que traía la red hacia lo más próximo de sí. En la Web, puso la seña que cerraba su cofre virtual: Bittencourt13, el nombre de su amada más su número de la suerte.

En aquel exacto momento, en un estado de trance, vio que había almacenado varias informaciones sigilosas y, al acordarse de la seña, recuperó todo hasta el más ínfimo detalle.

Súbitamente, alguien tocó a la puerta, era la secretaria Elizabeth, que le interrumpía una vez más. Samuel se volvió de repente, con un ligero dolor de cabeza.

— Doctor, aquí están los datos que pidió que le separase sobre el proceso del Señor Pereira.

— Gracias...

— También me pidió que le recordara de la reunión con los otros abogados del bufete de aquí a poco.

— Sí, no voy a olvidarme.

La secretaria cerró la puerta al salir y él anduvo hasta el otro lado de su despacho. Miró el ordenador y se acordó en partes de lo que acabara de hacer. Había un espejo en la pared y miró su imagen, bajó la cabeza intentando respirar hondo, la mano izquierda sobre la frente; confuso. Pero lo más asustador es que él veía frente a sí a otra persona. Parecía que Lucas le miraba dentro de los ojos.

La mente de Samuel empezó a tratar a su otro lado como adversario, en aquel instante. No era la hora de su retorno porque había mucho que hacer. Se sintió nervioso por pensar en la posibilidad de que su hermano volviera y le impidiera vengarse de sus verdugos. ¿Y en cuanto a Bruna? ¿Cómo la conquistaría?

"¡No puede ser, ahora no!"

Volvió a mirarse en el espejo, sintiendo un escalofrío, esperando ver el fantasma anterior encarándole de nuevo.

Pero vio sólo a sí mismo esta vez. ¿Pero quién era él de verdad? Necesitaba acostumbrarse con la idea de encarar la figura de su hermano, pues era de este el cuerpo que él ocupaba.

Se sintió raro aquel día, pues se acordaba en flases de que hiciera la investigación a la hora de la comida.

Pensó en las palabras de Raquel que decía que Lucas jamás conseguiría sobrevivir al accidente, a pesar de todos los esfuerzos. Pero un pensamiento en conflicto le atormentaba. Un dilema...

Si fuera posible que su hermano tomara el cuerpo de vuelta, Samuel pensó que no tenía el derecho de aposarse de algo que jamás fuera suyo de verdad. Aunque deseara reconquistar a su amor y vengarse de los asesinos traidores, no tenía el derecho de invadir el cuerpo de alguien como su hermano, una de las personas que más amaba en el mundo. Tal vez fuera mejor desistir de su plan y dejar el mundo continuar lleno de crímenes como fue desde el comienzo de la humanidad. Quién sabe si debiera irse como el destino había planeado para él con su muerte. Su padre siempre le enseño que la venganza pertenecía a Dios. ¿Será que él tenía el derecho de hacer justicia con sus propias manos? ¿Y si lo hiciera, no estaría salvando centenas de vidas inocentes? Se quedó lleno de dudas y se sentó en la silla para descansar la mente.

Volvió en sí después de relajarse y cumplió su rutina del día, después fue al aparcamiento del edificio, cogió el coche de Lucas, un sedán deportivo, y empezó a conducir por las calles de São Paulo.

De repente, algo llamó su atención: cuatro sospechosos salieron de un furgón, frente al banco. El agente paró el coche de modo instantáneo.

"¿Qué estoy haciendo? Debería llamar a la policía, eso sí. No puedo echarlo todo a perder."

Sin embargo, él no conseguía controlarse, su mente era la de un policía, cuando vio a los tipos con una barra de hierro rompiendo los cajeros electrónicos, aparcó el coche, entró por la puerta semiabierta y se abalanzó sobre ellos aun vestido con el traje de trabajo cotidiano. Debía estar insano mismo, pues no tenía un arma, porque necesitaba mantener el disfraz como abogado.

El bandido le apuntó con el revólver, pero el agente se giró de lado, agarró la mano del sujeto y se la dobló, después estiró los dedos del hombre con la mano izquierda, mientras cogía el arma con la derecha. Al torcerle el brazo al tipo, este gritó de dolor, asustando a los compinches que se giraron de repente. Con el arma en mano, en vez de dispararle a los otros, la rompió en pedazos chafándola por entre los dedos de su brazo biónico.

Los hombres abrieron los ojos de par en par de miedo y se preparaban para disparar, cuando él, con gran habilidad, se acercó a otro elemento y le dio un puñetazo por debajo de la mandíbula con la mano derecha, dejándole KO. En seguida, le propinó una patada al tercero entre las piernas, haciéndole caer.

Golpeó la mano del último bandido, que dejó caer una pistola, y le lanzo hacia arriba con la fuerza de su brazo derecho, haciéndole volar y chocar contra el vidrio de la entrada, rompiéndolo, debido a su tamaña fuerza.

Le dio un codazo a otro tipo, mientras miraba a los demás, y le derrumbó en el suelo. Aquel que había desarmado primero aún sentía dolor e intentó golpearle por la espalda, pero el joven se volvió y le clavó el pie en la rodilla, aumentando el dolor que sentía y, por fin, le dio un puñetazo en el estómago, haciéndole desmayar.

Samuel oyó las sirenas de la policía gritando al llegar, testigos les llamaron al oír la pelea. Pensó en huir, pero era demasiado tarde. Salió con las manos levantadas, para que no fuera confundido con los ladrones. Ellos le rindieron y ya estaban arrestándole cuando la multitud que se reunió a su alrededor empezó a ovacionar al abogado por haber detenido a los bandidos. Las personas iniciaron una salva de aplausos. Los investigadores de la policía civil también llegaron y uno de ellos le conocía. Los policías entendieron que él había evitado el asalto, así como los testigos, que empezaron los relatos permitiendo que él fuera suelto.

— ¿Gran doctor Lucas, además de ser abogado criminalista, decidió hacer el servicio de la policía ahora? – el detective Giovanni le conocía de la comisaría, de cuando defendía a los clientes presos.

— Ni sé bien lo que ha ocurrido, ha sido todo muy rápido. He visto a los tipos en el flagrante y he decidido acabar con su fiesta.

El policía miró sus ojos bicolores.

— Acompañé la operación que le hicieron allí en el Instituto. Fue un buen trabajo. Corrió gran peligro enfrentando a estos tipos. Esos asaltantes son violentos y estábamos tras ellos hacía un buen tiempo. La próxima vez, sugiero que le deje el trabajo a quien es bien entrenado para esto. Usted estudió para trabajar en los tribunales.

— Sin problema, detective. Voy a contenerme la próxima vez.

Los otros policías se quedaron mirando al abogado, pareciéndoles extraña su actitud.

El agente empezó a sentir que sus habilidades de lucha habían mejorado junto a sus reflejos. Los bandidos fueron despertados y llevados presos. Uno de ellos miró a Samuel y dijo:

— Hijo de perra, ¿qué tenías que hacer aquí esta noche? Íbamos a salirnos bien, ¡pero ya te cogeré cuando salga de la prisión! Y a tu familia también...

— La próxima vez, tal vez te arranque la lengua – dijo él automáticamente, pareciéndole extrañas sus propias palabras.

En seguida, el agente fue a la comisaría de Policía Civil para prestar aclaraciones. Explicó lo que había ocurrido... El comisario le miró con aquella indumentaria de abogado y dijo:

— Ya sé que fue estupendo el hecho de que usted haya evitado un robo y nos ayudado a coger a estos tipos. Estábamos siguiéndoles el rastro hacía algún tiempo, pero no actuó bien.

— Perdóneme, comisario. Realmente me pasé del punto.

— Debería haber llamado a la policía y dejarlo a nuestro cargo. Esos tipos son de lo peor que hay y cada uno de ellos tiene una ficha holográfica que cabría en una pantalla virtual de cine. Usted no imagina el riesgo que corrió al luchar con ellos, pues tienen una larga lista de asesinatos a sus espaldas. Esta vez deberán pillar prisión perpetua.

— Quédese tranquilo, comisario, que no saldré por ahí haciendo de héroe, incluso porque no tengo tiempo para eso. Sabe cómo es la vida de abogado; audiencias, procesos, etc.

— Sí, ya lo sé. Todo comisario un día fue abogado porque es un pre requisito para el cargo.

— ¿En este caso, estoy liberado?

— Sin duda. No cometió ningún crimen... Después le pediremos su declaración en el caso. Vamos a poner a estos bandidos en la cárcel de una vez por todas.

— Estoy disponible para cualquier información, comisario Fonseca – le respondió él, dándole una de sus tarjetas.

El agente federal salió de la comisaría, orgulloso por haber detenido a los criminales. Sin darse cuenta, era observado por los detectives, que se preguntaron entre sí ¿por qué un joven abogado había enfrentado a un grupo de marginales tan peligrosos?

Al quedarse un tiempo en la comisaría, él se sintió acostumbrado con aquel ambiente. Estaba sintiéndose en casa. Parecía que quería quedarse allí para siempre, como si hubiera perdido una parte de sí en aquel lugar y deseara encontrarla. Su mundo cambiara demasiado y él ya no podía volver porque detrás de él había un precipicio, y delante la esperanza de cumplir su deber.

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Lee La Trilogía #LosHijosDelTiempo de #ChaieneSantos

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