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VI - La Red

Hace algún tiempo...

En el departamento especializado de la policía federal, los agentes se concentraban en cerrar el cerco a la red de traficantes de órganos en que estaban envueltos policías, médicos y políticos de los más altos escalones. Los policías acechaban en las calles y buscaban pistas que pudieran llevarles a los cabezas del esquema. En los computadores centrales, hologramas mostraban los perfiles de los principales sospechosos bajo los más variados ángulos. Frente a esas informaciones, un policía, específicamente estaba más entusiasmado que los otros. Era Samuel que dirigía el grupo operacional de la investigación.

En aquel momento, el modus operandi de la cuadrilla ya había sido mapeado y los agentes ya sabían cómo la banda actuaba. Raptaban a niños abandonados en las calles, mendigos y prostitutas y también adelantaban la muerte de personas en las Ucis de los hospitales. La organización mafiosa era deshumana; debía ser desenmascarada y encarcelada en la operación Caza a los Órganos, cuyo mentor estaba animado con las informaciones que el equipo había conseguido. Según un informante, ellos tendrían una negociación en un antiguo almacén abandonado, en el barrio de la Luz, en una noche de viernes.

Samuel, tranquilo como era, no se metía en la vida de los colegas y siempre trataba el trabajo peligroso que tenía entre manos con profesionalismo. Salía con la médica Bruna y adoraba a aquella mujer.

También la guardaba en secreto para protegerla como si fuera su joya única. Soñaba en casarse con ella y nada de hijos. Él sabía que la profesión era arriesgada, pero no llegaba a imaginarse su muerte al enfrentar bandidos. Obediente a la cadena de mando y valiente, encaraba cualquier desafío por ser altamente entrenado en todas las luchas, principalmente en peleas callejeras donde todo era permitido. Era un policía que andaba cerca de la línea que separa la vida de la muerte, pero no temía lo peor.

Uno de sus colegas rodaba la línea de tiempo de su telemóvil, cuando vio la noticia del accidente de Lucas. Sin saber que era el hermano de Samuel, comentó:

— ¡Mira esto, Sam! El tipo se destrozó entero y su camioneta quedó destruida. Qué accidente horrible... ¡Pobrecito el abogado!

— Déjame ver – Samuel se sintió curioso, pues su hermano era abogado y también tenía una pick-up.

Al ver que se trataba del hermano querido, dijo con los nervios a flor de piel:

— No puede ser. ¡Es Lucas!

— ¿Qué dices? ¿Le conoces?

Él se acordó de que debía mantener sigilo en cuanto a su familia y se disculpó:

— Pensándolo bien, no es el amigo que conozco. Pero qué pena. ¡Desafortunado muchacho!

Miró su reló digital de pulsera y dijo aflicto:

— Jonás, encárgate de las cosas por mí, que tengo que dar una salida rápida. Necesito comprarle un regalo a mi novia. Hoy es nuestro aniversario de noviazgo y pretendo pedirle casamiento.

— Vete tranquilo, amigo mío. Se hay alguna información nueva del personal de vigilancia, te aviso. Tú sales con una chica, pero nadie la ha visto. Parece que la guardas en un baúl.

— Vida de policía es así. Escondemos todo lo que es más valioso.

— Te entiendo porque también hago lo mismo.

— Gracias por echarme una mano. Te debo una.

Salió rápidamente y llegó al hospital disfrazado. Usaba su chaleco antibala por debajo del abrigo, una gorra y gafas de sol. En la parte de atrás de la cintura, portaba una funda con su arma.

Entró en la portería y fue derecho al sector de atendimiento. Se dirigió a la secretaria.

— Puedes informarme cuál es el cuarto de Lucas Andrade, un chico que se accidentó con una pick-up.

— Perdóneme, pero él no está recibiendo visitas. Tendrá que volver mañana entre las tres y las cinco de la tarde.

— Necesito verle con una cierta urgencia. También tengo que hacerle algunas preguntas a la familia.

— El chico está en coma. No va a conseguir hablar con él. Usted no va a poder entrar – la recepcionista respondió mirando al sujeto alto de barba cerrada.

No hubo otra manera. Samuel quería ver a la madre y a la hermana, pues imaginó que ellas estarían en la planta en que Lucas recibía tratamiento intensivo.

La mujer abrió los ojos de par en par al ver la cartera con el distintivo.

AGENTE FEDERAL

Departamento de Inteligencia Policial

República Federal de Brasil

— De esta manera, está claro que puede usted subir – ella le dio una identificación del hospital. – Pero póngase este gafete de visitante para que nadie cuestione su permanencia. Él está en el noveno piso. Usted no podrá entrar en la UCI.

— Se lo agradezco mucho, Cintia – él vio su nombre en la identificación que llevaba en el pecho.

Cuando llegó al ala donde el hermano permanecía en coma, se deparó con Alda y Raquel. Ellas estaban solas, abrazadas, intentando confortarse la una a la otra, sumergidas en un mar de lágrimas en aquella sala de espera que se convirtiera en un lugar lleno de tristeza. A pocos metros de distancia, Lucas estaba entre la vida y la muerte, con poca esperanza de vencer la batalla. Samuel se quitó la gorra y las gafas, enseñando sus nostálgicos ojos azules. Después de ser reconocido, ellos se besaron y se abrazaron.

— No me puedo creer que has vuelto, hijo mío. ¿Dónde estabas todo este tiempo?

— Es una larga historia, mamá. Participé en investigaciones peligrosas y no quería poneros en riesgo. Voy a encontrar una manera de veros, disfrazado, como he hecho hoy. Así podemos encontrarnos más veces. Pero ahora lo único que importa es Lucas. ¿Cómo está? ¿Qué es lo que los médicos dicen?

La madre, que mal conseguía hablar, lloró y dijo que Lucas estaba en coma y con heridas graves por todo el cuerpo.

— ¿Cómo todo eso ha podido pasar?

— Una novia muy celosa... Los dos estaban siempre peleando, hasta dentro del coche.

— ¡Yo ya vi sus peleas más de una vez! – confirmó la hermana.

— Le pedí muchas veces que terminara con esa chica, pero tu hermano estaba loco por ella y mira lo que ha pasado al final, este terrible accidente. ¡Solamente un milagro puede salvarle! – dijo la madre, desesperada.

Samuel se volvió hacia la hermana e intentó animarla, hablando sobre algo positivo:

— Raquel, he estado acompañando tu trabajo en el Instituto de Tecnología. El trabajo con los robots que estáis desarrollando me pareció muy interesante.

— Yo sabía que nos estabas observando. Se lo dije a mamá el otro día.

— Yo lo veo todo por un satélite. En verdad, soy un tipo de hacker de la policía federal.

Súbitamente, el smartphone sonó a causa de un mensaje. Él lo leyó y dijo apretando los labios:

— Tengo que irme ahora. El trabajo me llama... Espero que Lucas salga de esta.

Samuel abrazó a la madre.

— Ve hijo, pero no nos abandones. Encuentra una manera de vernos. La vida es corta y no sabemos si vamos a estar aquí mañana.

— Tienes razón, mamá. Voy a estar conectado a vosotros y manda noticias – se volvió hacia Raquel y le dio un fuerte abrazo. – Aquí está un número para avisarme de cualquier cosa. Decidme también si puedo ayudar de alguna manera.

— El plan de salud del bufete de abogados de él está cubriendo todos los gastos. Te avisaremos, sí. Cuídate, hermano.

Se despidieron y Alda le pidió a la hija un pañuelo para secarse las lágrimas que fueron acrecentadas cuando vio al hijo mayor.

Aquel día, Samuel y su equipo planearían cómo sorprender a los bandidos en la peligrosa operación policial. Todo corría en completo sigilo y sólo su personal lo sabía. Por lo menos era eso lo que él imaginaba.

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Lee #ElBisturíDeOro de #ChaieneSantos Writer

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