V - El Mal que Habita en las Sombras
En la plaza de Sé, una pandilla de niños vendía caramelos por unas monedas en las señales de tránsito de la ciudad, otras, sin nada en las manos, simplemente pedían dinero a los conductores. Pequeños de ojos saltones, perdidos en la noche mal dormida, sin ir a la escuela, con el estómago vacío, desnutridos; pensaban que esperanza era una palabra que no existía.
***
Ya el senador Barroso, uno de los jefes de la Mafia de los Órganos, en aquel instante, mandaba al chofer pagado con dinero público llevar a sus hijos bien vestidos y nutridos al mejor colegio de Brasilia.
Después fue a su gabinete, donde contabilizó los lucros de sus actividades ilegales. Su barriga saltaba del cinturón por debajo de la americana, mientras se arreglaba para dar una entrevista a la prensa, diciendo que era a favor de una enmienda que proponía educación obligatoria para todos. A los periodistas afirmó que Brasil merecía una posición de destaque en el ranking mundial de calidad de enseñanza.
***
Los pequeños de la plaza de Sé no sabían que alguien les vigilaba, desde lo alto. Drones mapeaban con sus cámaras el estado de aquellos que serían la futura remesa de órganos de la operación. La muerte con su capucha negra y su guadaña afilada rondaba a los niños que vivían en las calles, a sus familias – cuando existían – y a los mendigos indigentes.
— ¿Todo preparado para la extracción, Águila 1? – dijo el hombre que controlaba un dron.
— copiado, Águila 2. Puede volar y agarrar a las presas.
— Haré mi parte. Quiero ser bien recompensado – respondió el responsable por la colecta.
— No hay empleo que pague mejor en Brasil.
— Creo que merezco un aumento...
— Cállate y haz pronto tu trabajo.
Cuando el movimiento disminuyó, ya a altas horas de la noche, tres hombres se acercaron a los que aún estaban en la plaza en busca de descanso y calor humano.
— ¡Buenas noches! Somos de la ONG, CCT – comida y camas para todos. Hoy queremos ofreceros refugio para esta noche fría, además de ropas nuevas y comida. Es una campaña de acogida. Observad en este holograma el lugar hacia donde estamos llevando a las personas que viven en la calle. Tenemos comida, cama caliente, salas de cursos, entrenamiento, local para deportes y podréis aprender una buena profesión para conseguir un empleo – dijo el hombre enseñando las escenas de las personas en la realidad prometida.
Los ojos casi saltaron de las caras de aquella gente que había perdido la fe en el prójimo.
— Yo no te creo. Nunca he oído hablar de esa organización – argumentó uno de los mendigos con desconfianza.
— ¿CCT? Creo que ya he escuchado alguna cosa... — comentó otro, soltando una buena carcajada, enseñando la ausencia de algunos dientes, mientras sujetaba una botella de bebida.
Durante el tiempo en el que ellos conversaban, dos furgones pararon en la calle oscura, cerca de un gran árbol. Tenían pintadas las letras CCT en sus carrocerías. La mayoría del personal decidió seguir a los desconocidos y entrar en los vehículos. Niños y adultos corrían hacia los brazos camuflados de la muerte, en el ansia de experimentar una vida mejor.
En sus cabezas, ¿qué podría ser peor que aquello que vivían?
Los otros habitantes de las calles, al ver a todos entrar, dejaron la desconfianza a un lado y decidieron no perder la oportunidad.
Así que las puertas se cerraron, una música fue puesta. Era la marcha fúnebre de Chopin, una ironía del jefe de la operación, Santana. Una voz salió de los altavoces cuando uno de los tripulantes en la cabina de delante dijo:
— Poneos los cinturones de seguridad. La llegada al refugio será a las diez de la noche. Relajaos y preparaos para una buena noche.
Mientras el conductor llevaba a las víctimas, Santana apretó un botón en el panel y compartimientos con bebidas y alimentos se abrieron en los laterales del vehículo. Los ocupantes muertos de hambre probaron la oferta hasta saciarse completamente.
— ¡Qué delicia estas croquetas! – dijo uno de los mendigos al apreciar los apetitosos aperitivos.
— ¡Y cómo huelen bien! Hace mucho tiempo que no como y bebo de esta manera – dijo una mujer maravillada sin imaginar que una buena dosis de somnífero acompañaba a la dadiva.
Los niños se lamían los dedos para intentar no perder ni una partícula del alimento.
Pasados algunos minutos, todos dormían lentamente, para nunca más despertar. Morían allí, con sus sueños, los cuerpos en estado comatoso, para dar el tiempo justo para retirarles los órganos.
En algunos minutos más, llegaron a su destino, la clínica médica responsable por la extracción, la Mansión de la Muerte. Algunos hombres de blanco ya esperaban cuando el vehículo abrió el portón automático y entró en el garaje. No había carteles en la fachada porque era como una casa escondida y las reglas allí adentro eran rígidas, sin bebidas, gritos o ruidos.
Las camillas fueron traídas y las personas llevadas adentro. Había hartura de órganos frescos y saludables.
Un médico alto, de ojos y cabello castaño oscuro, recibió a Santana con la entrega.
— ¿Cuántos especímenes has traído hoy?
— La remesa es grande esta noche, Doctor Alma. ¡Hasta he perdido la cuenta!
— ¿Por qué insistís en llamarme Doctor Alma? – el médico parecía incómodo con el apodo.
— Al personal del equipo le gusta decir que usted es un cazador de almas.
— Está bien... Sin problema, hasta prefiero que no sepan mi nombre. Estoy aquí por el dinero, así como todos vosotros. Consciencia es una cosa que no entra por aquellas puertas.
El médico y sus auxiliares entraron con los cuerpos.
Allí dentro de la Mansión de la Muerte, el teléfono sonó.
— Dime, Doctor Alma, ¿habéis descubierto alguna cosa en el cerebro de Samuel?
— Orlando, nada que no supiéramos. Observé datos de que él no quería ser padre. Siempre que alguien tocaba en ese asunto, él se esquivaba. Sentí que somos parecidos. Odio a los niños. ¡Vivos, está claro! Y él también deseaba mucho acabar con nuestra organización. Si el tipo viviera, estaríamos fastidiados.
— Dime alguna cosa que yo no sepa ¿Será que el Ministerio Fiscal sabe sobre nosotros?
— Es obvio que no. Tenemos gente allí adentro. Tú también lo sabes. No sé por qué tanto temor. Pero hubo una cosa que me interesó.
— Dímelo ya que necesito colgar.
— Él tenía una novia que está buenísima.
— No tenemos tiempo para desvío de enfoque. Los pedidos están aumentando y tú eres el responsable por las entregas.
— Siempre sobra tiempo para la parte buena de la vida y a mí me encanta arrancar corazones.
— Sin comentarios... Voy a colgar. Haz tu parte.
Thomas, el Doctor Alma, cerró el holograma y miró una imagen en una pantalla. Era Bruna que él pasó a admirar y desear desde la primera vez que la vio.
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