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Capítulo 5. Christian

Estoy tan sumido en mis pensamientos que no me percato de la mano que se agita frente a mi hasta que es demasiado tarde. La mano de Alexander pasa tan cerca que me toca la punta de la nariz.

Qué carajos.

—Lo siento. —carraspeo y vuelvo la vista a mi subdirector operativo—. ¿Qué estabas diciendo?

Alexander Ross se ríe.

—Te estaba diciendo que el contrato con el embarcadero de Taiwan te traerá ganancias del 68 porciento, pero supongo que eres tan rico que te importa una mierda.

—No es eso. —sacudo la cabeza, mi mente volviendo desde algún lugar de Portland—. Pensaba en un antiguo negocio.

Eso capta la atención de Ross.

—¿Es lucrativo?

—Si. Pero no de la forma en que piensas.

La mueca de Alex se vuelve divertida.

—Si nos genera ganancias estoy dentro, Grey. —toma las carpetas del escritorio y se pone de pie—. Volviendo a lo de Taiwan, no olvides la reunión de hoy a las 2.

—No lo haré. —confirmo, pero debería decirle a Andrea que me lo recuerde.

Alex se despide y sale de mi oficina, dejándome volver a mis asuntos y a los pensamientos que me carcomen. ¿Por qué carajo estoy tan obsesionado con ella? Debería sacarla de mi mente.

Solo que no puedo.

El recuerdo de la dulce chica de hace dos años vuelve a mí y la curiosidad se aviva como una pequeña braza al viento y necesito saberlo todo.

Levanto el teléfono de mi escritorio y marco el número de Welch, el hombre que hace todas las investigaciones para mí. Si alguien puede encontrar respuestas es él.

—Welch. —no espero a que salude—. ¿Tienes algo?

—Por supuesto que sí, señor Grey. —distingo el tono confiado en su voz—. Fue fácil localizar a Anastasia Steele. Los Steele se encuentran en Portland, pero ella se mudó recientemente a Seattle.

—¿Aquí?

—Si.

No sé por qué asumí que se quedaba en un hotel, no hice que Taylor la siguiera la otra noche que la llevé a Escala. Debería haberlo hecho.

—Dirección. —exijo.

Welch menciona una calle y número cerca de Piket Market, apenas unas cuadras de distancia de Escala. Garabateo una nota rápida y termino la llamada.

Antes de que pueda analizarlo mejor, salgo de mi oficina y paso por el lado de Andrea, que solo me mira con los ojos muy abiertos.

—Tengo qué salir, no tardo.

—Pero señor... —balbucea, pero no escucho por el sonido de las puertas metálicas del ascensor cerrándose.

Si la tomo desprevenida, ella no podrá huir de mi y me dará las respuestas que necesito para dejar ir este asunto. Taylor me está esperando cuando bajo.

—Llevame al 1925 de la primera avenida.

Ambos subimos al auto y en cuestión de minutos estoy llegando ahí. Mientras miro el edificio con poco movimiento, me pregunto si será la hora adecuada o Ana estará en el trabajo.

Supongo que estoy a punto de descubrirlo.

Entro a su edificio y voy directo a su puerta sin anunciarme, de otra forma ella me evitará. Golpeo fuerte y espero. El sonido de una silla arrastrándose es toda la confirmación que necesito.

La puerta abre con un crujido de la madera.

—¿Si? —sus ojos azules me miran y se abren de sorpresa—. ¿Christian? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?

Ella no sabe quién es Christian Grey.

—Tengo contactos. —digo, empujando la puerta y entrando a su pequeño apartamento—. ¿Estás sola?

El pánico se le refleja en el rostro, así que aclaro.

—Solo quiero hablar.

No le queda más remedio que suspirar y cerrar la puerta, sus brazos cruzados mientras mi mirada registra cada rincón del apartamento sin artículos masculinos. Elliot dijo que se mudaría pronto, ¿Esperaba venir aquí?

Un pensamiento y ya estoy de mal humor.

Ana señala el sofá de la sala con una mirada irritada.

—Por supuesto, Christian. Pasa. ¿Te ofrezco una bebida?

La miro, sabiendo que si pudiera me echaría a patadas. No lo hace. Quiero creer que ella también quiere obtener respuestas de lo que pasó hace dos años.

—Me gustaría un whisky con dos cubos de hielo, pero dudo que seas una aficionada a la bebida.

Frunce la boca en una mueca y se queda ahí, solo mirando con los brazos cruzados sobre su pecho. Ya que no voy a tener mi bebida, podemos comenzar con las preguntas.

—¿Estás aquí por Elliot? ¿Te mudaste de Portland por él?

Una sonrisa extraña se dibuja en sus labios.

—No. Ya estaba en los planes de papá expandir la empresa hasta Seattle, y es más fácil encargarse de las cosas sin tener qué ir y venir.

—¿Por qué no acudiste a mi? Soy el inversionista principal de la empresa de construcción de Elliot.

—No lo sabía. Y aunque lo supiera, ¿Qué te hace creer que querría acudir a ti?

Ouch. Estoy suponiendo que es su resentimiento hablando.

—No me esperaste. —digo, cambiando el tema rápidamente.

—No me dijiste que esperara. —su respuesta es neutra, la expresión de su rostro fría.

Ana podrá creer que esconde sus pensamientos de mi, pero en realidad no lo hace. Si tiene que esconderse tras una máscara quiere decir que le importa más de lo que está dispuesta a admitir.

—Te digo ahora que esperes por mi.

Que dejes a Elliot.

Me acerco a ella y puedo ver la dilatación en sus pupilas del color azul del cielo. Su bonita boca dice una cosa, pero su cuerpo otra.

—¿Por cuánto tiempo? ¿Hasta que te aburras y decidas pasar al siguiente reto?

Ella definitivamente me está confundiendo con su estúpido prometido.

—Nena, es Elliot quién pasa de cama en cama buscando nuevas conquistas, deberías saberlo. —me detengo frente a ella, mi pecho tocando el suyo—. Deja. A. Elliot.

No.

Necia.

—Estás siendo malditamente obstinada, Ana.

—Tú eres un controlador loco.

Lo soy, ella simplemente no sabe cuánto y está colmando mi paciencia. Sin darle tiempo a reaccionar, aprovecho la cercanía y enredo su cabello en mi puño para que no se aleje cuando mis labios tocan los suyos.

No es un beso suave, en intenso y hambriento, el perfecto preámbulo de lo que sigue.

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