Capítulo 14. Christian
La cama de Ana es demasiado pequeña, apenas puedo girar sobre mi espalda o a cualquier otro puto lado.
—Debimos ir a Escala, mi cama es más grande.
Ella sonríe cuando tiro de su mano para que se acerque y se acurruque en mi pecho. Parece romántico pero solo es para que su bonito culo no aterrice en el piso.
—¿Te mataría estar en mi lugar por una vez? ¿O es que estás extrañando a tus empleados?
Justo en este momento es que pienso en lo que estará haciendo Taylor allá afuera, espero que al menos consiguiera un café.
—No. Pero haré que traigan la cena, ¿Qué te gustaría? —me estiro para alcanzar el móvil de dónde lo dejé en la mesita.
Ana se incorpora con la sábana apretujada contra su pecho.
—¿Te quedas?
—Pareces sorprendida. —me quejo—. ¿Por qué? ¿Estás esperando a alguien?
Vaya jodida forma de traer a Elliot al tema. Lanzo las sábanas y me levanto para buscar los calzoncillos, sus ojos azules me siguen todo el camino.
—No. Solo... No sé, creí que no eras de ese tipo.
—¿De cuál? ¿Del que coge y se larga? Si te refieres a lo de Portland hace años, ya aclaramos que fuiste tú quien corrió. —me deslizo dentro de los pantalones solo para no incomodar a Taylor cuando traiga la cena—. Y cuando hemos estado en mi apartamento, también eres tú la que se va.
Su boca se estira en una línea apretada, pero sus mejillas se tornan rojas antes de que también se levante de la cama. Deja caer las sábanas y se pone mi camisa.
—Ya que te quedas a cenar, prepararé el vino y las copas.
Carajo.
Permito el cambio de tema a algo más armonioso antes de que pierda los putos nervios de pensar en mi jodido hermano en lugar de disfrutar mi tarde de sexo con su prometida.
Unos minutos más tarde, Jason golpea la puerta del apartamento y me aseguro de ser yo quién abra la puerta, no Anastasia en mi maldita camisa con sus pezones en exhibición.
Ana sirve la comida del Fairmont en platos que llevamos a la mesa junto con la botella de vino y bebemos el resto de la copa antes de volver a la cama. Y por supuesto que yo podría acostumbrarme a esto.
El día siguiente en la tarde, tan pronto como sube al auto, le indico a Taylor que nos lleve a Escala. La mirada que me dedica Ana me hace saber que está molesta porque estoy eligiendo mi espacioso ático.
—Mi reserva de licores es mejor que la tuya. —digo, tratando de ser razonable.
Ella pone los ojos en blanco y mira por la ventana, manteniendo su mano en la mía durante todo el trayecto. Decido también que esa reserva de vino puede esperar a la cena porque justo ahora lo que quiero es saciarme de ella.
La empujo al sofá de mi sala cuando salimos del ascensor, mis manos recorriendo sus suaves muslos apenas cubiertos con la delgada tela de su vestido floreado, que sube hasta su cadera. Ana se retuerce debajo de mi, mordiendo su labio para contener un gemido.
—Déjame escucharte. —le pido—. Nadie te hace gritar como yo, déjame oírlo.
Recorro con mis dedos el borde de sus bragas de encaje que apenas cubren los labios de su vagina, estorbando a mis inquietas manos que quieren alcanzarla. Las deslizo por sus piernas y las lanzo por encima de mi hombro.
—Christian... —chilla apoyando su mano en mi cabeza para que me detenga.
—¿Qué pasa? —le pregunto pero no responde, sus ojos se mueven por la sala y el pasillo de servicio—. ¿Te preocupa que alguien nos vea? Nadie en su sano juicio entraría aquí mientras te tengo así.
Más le vale al cabrón de Taylor taparse los oídos para que tampoco escuche.
Sin nada que me detenga, me inclino sobre ella y comienzo a besar la suave piel de sus muslos, recorro con la punta de la lengua su centro y presiono ahí donde me necesita. Sus codiciosas manos me empujan para darle la presión que necesita.
—Abre más, Anastasia. Déjame tener mi cena.
Ella gime más fuerte cuando empujo más sus piernas abiertas y expuestas para seguir lamiendo, mi dedo entrando un poco en su calor húmedo.
—Vente para mí, quiero verte antes de que te tome.
Mis palabras deben excitarla mucho porque se retuerce, o podría ser la presión de mi lengua sobre su botón hinchado lo que la hace chillar, su respiración se agita cada vez más.
—¡Christian!
—Si, nena.
Se estremece contra el sofá con mi boca sobre ella y mis dedos en su interior donde pronto estará mi pene. Me aparto solo para desabrocharme los pantalones y volver a colocarme entre sus muslos.
—Dame tus manos, nena. —junto sus muñecas por encima de su cabeza—. Esta vez lo haremos juntos.
Acaricio mi erección de arriba a abajo antes de empujarla dentro de ella, que gime inmediatamente y me clava los talones en las piernas. El ángulo de mi cadera es perfecto para estimular de nuevo su centro.
Golpes largo y fuertes que la clavan en los cojines del sofá hasta que grita su liberación, las pulsaciones de su vagina me exprimen y me llevan a mi propio orgasmo. Solo los brazos me detienen de aplastarla.
—Mierda, eso fue bueno.
Ana me sonríe con las mejillas rojas y los ojos brillantes de felicidad, y por un breve momento deseo que todos mis días fueran así. Con ella.
Me aparto para que se levante antes de que nuestros fluidos ensucien el sofá y chilla cuando le palmeo el culo desnudo cuando corre a la habitación. Este sería un buen momento para tener ese vaso de whisky antes de ir a la cama por una segunda ronda.
Voy a la cocina, sirvo dos cubos de hielo en el vaso de cristal y vierto el escocés importado, pero tengo qué detenerme cuando el timbre del ascensor suena en mi maldito piso. Taylor prácticamente corre por el pasillo segundos antes de que las puertas se abran.
—Señor, su hermano está aquí.
Agh, mierda.
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