I
¡Hola, hola! Soy -Dulcesillo y este es el primer episodio del fanfic. El motivo de mi nota es para aclarar que los siguientes capítulos serán escritos en tercera persona y daré pistas de quién se trata el del capítulo de hoy (si es que en el capítulo dos no queda claro).
Por favor, lee atentamente. Intenta narrarlo para ti en voz baja.
Y deja comentarios, me encantan.
. . .
Nos conocimos a mis quince años.
Siempre procuro darme un baño en el río, no porque odiara mi casa -aunque algo de verdad hay ahí-, sino por la comodidad; el sonido del agua cayendo entre las rocas y la tierra, el viento soplando sobre la copa de los árboles, las cigarras haciendo su labor musical y la paz dada por el silencio del bullicio de la gente, era relajante. Vivir en el pueblo tenía sus ventajas; al estar retirado de las grandes ciudades, era muy fácil disfrutar de las pequeñas cosas, estar entre la vegetación y disfrutar del cielo nocturno iluminado por las estrellas y las luciérnagas. Así como sus desventajas, pero eso es algo en lo que no deseo profundizar por el momento.
Me quedo boca arriba disfrutando de la frescura del agua, está a nada de anochecer y los molestos mosquitos empiezan a aparecer. Sabía que debía de irme, no quería que me picotearan, no tenía pomada para ello. El crujir de unas ramas y hojas me hizo hundir mi cuerpo para dejar únicamente mi cabeza a la vista. Pude olerlo tan pronto estuvo cerca de mí.
El aroma de un alfa en celo.
Era extraño. No era demandante como los viejos rabo verde que me buscan incesantemente, ni era lujurioso. Olía a vergüenza e inseguridad, a incomodidad e impaciencia, fue entonces cuando pude verlo.
Cabello dual, ojos bicolor. Porte gallardo y esbelto. Incluso su caminar me daba a entender que provenía de una buena familia como los Midoriya. Era nuevo en el pueblo, cómo mierda no lo sabré, si conozco a cada persona de aquí, las mismas insípidas personas. Soy capaz de reconocer cada rostro de este lugar.
Quizás fue mi curiosidad.
Quizás fue la excitación del momento.
Quizás fue mi celo que se adelantó al oler el suyo.
Quizás fue amor a primera vista.
No tengo idea, pero eso me bastó para levantarme y caminar hacia él abriéndome paso entre el agua cristalina. El crepúsculo estaba muriendo porque el ocaso está próximo. Me observa extrañado, impactado. Su mirada transparente me da a entender que ve a una criatura de otro mundo.
Y quizás lo era.
Me ve como si fuera lo más precioso del mundo y eso me hizo sentir más seguro.
El orgullo se instala en mi pecho, me siento deseado. Digan lo que digan, a mi omega cómo le gusta.
Tal vez, sólo por eso, tras salir del agua acaricio mi cadera y trasero hasta subir a mi cuello ante su intensa mirada. Me siento como las mujeres del Jardín de las Delicias. Camino hasta él y ubico sus manos a mis costados permitiéndole acariciarme. Sus dedos, ansiosos como temerosos, masajean mi cintura. Mi vulva se siente húmeda, tan sólo esto ayudará a lo que vendrá.
—¿Alguna vez lo has hecho? —lo cierto es que soy virgen y aunque esos ojos me provoquen tengo miedo. Soy un omega de pueblo, ¿qué esperaba? Todos aquí somos vírgenes hasta que nos venden por un pedazo de terreno.
—No —susurra—, eres fascinante —añade y sus palabras me dejan sonrojado un breve momento, me encantan los elogios y no le haría menos al suyo. Sé de sobra que soy precioso, resultar omega sólo lo vino a coronar. Y no cualquiera, sé que soy único en este asqueroso pueblo.
El hermafrodito, apodo dulce de los lugareños.
—Yo tampoco, pero... —no quería matar lo que habíamos conseguido con un par de caricias, pero pronto me interrumpió al sujetarme la virilidad. Mi pene está erecto, apuntando a su entrepierna que aún está cubierta por sus pantalones. Él me atiende suavemente con su mano.
—¿Pero...?
Tomo su mano, la que me masturba y la extiendo, la paso por debajo de los testículos y le descubro la entrada principal, la que me diferencia de un beta o alfa por igual, aquella abertura que se humedece al sentir sus dedos hurgar y, que a mí, me hace enloquecer.
Pronto sus labios recorren mi cuello, entrecierro los ojos y siento su lengua subir desde mi nuez hasta mi mentón.
—Creí que uno perdía el control en estas cosas, pero me siento tan cómodo contigo que me haces sentir enamorado —las hormonas me hacen sonrojar, estoy tan alborotado que deseo que me embarace y tenga que casarse conmigo.
—También pensaba eso, pero estamos tan cuerdos que me asusta —me mira fijamente y nos quedamos viendo por unos segundos hasta que decido acortar la distancia entre nuestros rostros y unirlos en un beso.
Entonces la cordura acabó y el ocaso llegó.
Debí suponerlo en su momento.
Las luciérnagas aparecieron envolventes en una danza alrededor de nosotros mientras nos hacíamos entre gemidos, jadeos y suspiros. Las cigarras entonaron su canción particular. El agua fluyendo sin cesar. El viento soplando en la copa de los árboles.
Algo que me han dicho las mujeres del Jardín, es que la primera vez siempre duele. Y de eso doy fe, entre cada embestida, el aunamiento y sus labios inquietos son dolorosos, pero es jodidamente delicioso que se ponga tan tonto por mí que termino olvidando mi incomodidad por ratos y sólo termino adentrando mi lengua en su boca mientras me aferro a su cadera con mis piernas. Le rasguño la espalda un par de veces y él me mordisquea el cuerpo. No tengo idea si quiero que me marque. No quiero un compromiso de ese nivel si me dejará. No soportaría la ruptura. Por eso al sentir sus dientes restregarse tan cerca de mi nuca, la tapo con una mano por inercia.
No insiste, pero sí que muerde mi hombro derecho con fuerza haciéndome sangrar. El grito de dolor lo acompaña mi orgasmo, supongo que puedo morir entre sus brazos por mero placer. Él sigue abriéndose paso en mi, entonces se abalanza dejándome el culo arriba y él tratando de abrirme por la vulva usando su pene, llenándome de su semilla.
Se sabe que el apareamiento con un alfa es difícil. Atrapa mis piernas con los brazos, apretándolas contra su cuerpo, de pie. Mi cabeza en el piso, con las nalgas rebotando contra sus huevos. Luego se dobla hacia adelante, buscando mis labios. Trato de elevarme con mis brazos, apoyándolos contra el suelo para subir de un impulso que me hizo sentir agotado en un segundo. Muerde mi belfo, luego adentra su lengua, enrollándola con la mía desde fuera.
¿Por qué no podemos hacerlo como en las novelas? Con una sábana mágica que nos tape mientras nos damos de besos, pero lo cierto es que disfruto más que mi primera vez sea un lindo desconocido cogiéndome como una puta del Jardín de las Delicias en el cerro.
Me sujeto de su cuerpo con brazos y piernas mientras él mueve mis caderas en sintonía con las suyas.
Muerdo su hombro izquierdo con tanta fuerza haciéndolo rugir. Lamo la herida, él me besa con fiereza. Nuestros hombros se restriegan con cada embestida que me propina, mezclando la sangre que se escurre.
Es lo más cerca que he estado de alguien que me siento íntimo con él. Quiero quedarme ahí solo con él, vivir eternamente entre sus abrazos, caricias y besos, vivir de su pene y chupar sus fluidos, de sus lamidas en mi entrada y su capacidad de hacerme enloquecer con la lengua, todo producto de la imaginación y el empeño de parte de un par de inexpertos.
Cansado, terminamos en el suelo admirando al cielo nocturno. Me buscarían en cualquier momento, aunque seguramente en la mañana. Me arde el pene de tanto andarlo frotando y él, después de las cinco corridas, ha decidido darse un respiro, algo que en un día normal dolería como nunca.
—Tengo hospedaje en la pensión, quisiera que te quedaras conmigo hasta que me vaya.
La joya del pueblo es la pensión donde los de fuera llegan a tomar una que otra foto por la cultura y un montón de mierdas de ricos.
Eso sí me toma por sorpresa. Sólo era una noche para él. Un simple revolcón que podía ser olvidado como si nada. Pero pronto dejó de importarme.
Ese chico bicolor es de dinero.
—Me encantaría.
¿Qué podría decirle a mis padres?
Algo se me ocurrirá.
Toma mi mano y acaricia mis dedos. Sonriente, me envuelve en un cálido abrazo. Era extraño considerando que estaba en su celo, siempre había imaginado a los alfas dominantes y sin cabeza para pensar únicamente dirigidos con el pensamiento de poseer un cuerpo para marcarlo como suyo dispuestos a atender su necesidad sexual.
Pero él es diferente.
Y yo estoy caliente.
—Deberíamos darnos un baño —la vulva la siento bien repleta, pero si lo saco quizás no haya posibilidad de engendrar un bebé, eso dicen las mujeres del Jardín.
—Entremos al río.
Su invitación fue aceptada en cuanto caminé de vuelta al agua y me hundí cuando llegué al medio. No es muy hondo, pero está perfecto. Él se mete detrás de mi. Empiezo a tallar mis brazos dándole la espalda. Me besa la nuca, la lame y chupa. Quiere morderme, desea poseerme. Su miembro viril vuelve a erguirse acariciando mi trasero así que pego mi espalda contra su pecho y él hurga en mi ano con los dedos para después meter su pene en mi suavemente. Duele, hacerlo por ahí es más complicado de lo que dicen las mujeres del Jardín. No resbala mucho, pero él está inquieto en mí, dispuesto a domarme por detrás.
Sodomizado igual que una puta y eso me hizo enloquecer al sentirme suyo.
No pude defender esta vez mi nuca, aunque no tenía ganas de hacerlo.
Sus dientes se anclaron con fuerza. Mi grito es desgarrador, mis lágrimas no se comparan con el dolor que siento e, inexplicablemente, termino eyaculando por un extraño placer doloroso.
Mi mente me pide parar, pero mi omega me exige seguir. Mi trasero es llenado y él no se detiene esta vez. A la orilla del río vuelve a poseerme abriéndome las piernas de par en par, hundiéndose en mi cuerpo en repetidas ocasiones sin dejar de besar mis labios y tirar de ellos en mordidas sabor sangre.
Me desmayé.
Y, tras despertar, fue un placer verlo junto a mí, aunque desconozco en dónde me encuentro ahora. Cachorros seguramente horneándose en mi interior, aquello sirvió para empezar a humedecerme. Tener quince, estar con las hormonas alborotadas, ser de pueblo, el combo perfecto para la peor de las decisiones.
Estamos en su habitación de la pensión, me imagino. La luz entrando a través de la ventana me parece mortal. Él está ahí, dormido. Sigue en su celo. Volteo a la puerta y me dirijo a ella. Está cerrada por fuera.
—Oye, despierta —lo muevo y apenas se despierta para verme, se pone a llorar.
—Ayer te usé incluso cuando no estabas consciente —susurra—. Y, ahora, quiero volverlo a hacer, por favor, vete.
—Tu mayor preocupación debe ser que me des el aguante —mi estúpido omega me hace decir cosas que no deseo que sepa.
—Ninfa del río, por favor.
Me gusta su apodo. Mi corazón se agita. No lo amo, es mi omega quien pide que me quede, quizá. Mis brazos terminan alrededor de su cuerpo y mis labios vuelven a hacer contacto con los suyos. Vuelve a hacérmelo, pero esta vez lento sobre la cama, un par de veces en el suelo e incluso me deja penetrarle de lo tan perdidos que estamos, lo cual estuvo de puta madre.
Probamos tantas poses que temí desnucarme en varias. Nunca había compartido el celo con alguien, lo cual me hacía sentir en un romance prohibido. Comíamos un poco cuando alguien abría la puerta y volvíamos a revolcarnos. Nunca supe de quién se trataba. Hacíamos nuestras necesidades en el baño y regresábamos a continuar con lo que dejábamos pendiente.
Entonces, después de medio mes sin saber de mi familia, me descubrí en el monte, desnudo, marcado y repleto de semen.
¿Qué había pasado?
Mi alfa no me responde a pesar de mis intentos de llamados, simplemente se había marchado del pueblo tan pronto mojó conmigo y yo, como la más fácil de las putas, le he dejado.
Impropio.
Los llamados sólo funcionan ante una marca y que no funcione simplemente puede significar una cosa: me ha abandonado.
Te recuerdo perfectamente, mí alfa.
Te encontraré.
Y te haré sufrir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro