LA BONDAD EN JIN PARK
Okinawa
Ahora...
Hubo un golpe en la puerta. Saito Watanabe dejó el periódico de la mañana y se levanto de mala gana del sillón reclinable para contestar.
-Supongo que es el de Amazon – murmuró para sí mismo –
Finalmente tenía la casa para él solo por unas horas, pero ahora alguien tenía que venir a molestarlo. Su esposa no le había dicho que había pedido algo por Internet, pero tal vez sí. Se pasó la mano distraídamente por el pelo y abrió la puerta principal.
En el porche, había una mujer vestida con un traje negro. Era de estatura y complexión media, con cabello negro azabache por encima del cuello y unas facciones asiáticas muy hermosas. Su traje era simple, pero perfectamente ajustado y sin un solo hilo fuera de lugar. Las manos de la mujer estaban cruzadas frente a él.
Saito se quedó inmóvil, con la mano firmemente en el pomo de la puerta y la boca entreabierta con un saludo nervioso. Abrió los ojos y respiró hondo, como si hubiera olvidado cómo respirar.
-¿J-Jin? – logró tartamudear –
-Buenos días... Hiroki – dijo la mujer llamada Jin – Es bueno verte otra vez.
Hacía años que Saito no se llamaba Hiroki. Era el nombre con el que había nacido, pero ahora todos lo conocían como Saito, incluso su esposa. Escuchar su antiguo nombre fue como un cuchillo en su corazón.
Miró por encima del hombro hacia la casa.
-Mi... mi esposa esta...
-En el trabajo – dijo Jin – Y tu hija tuvo una fiesta de pijamas en casa de su amiga anoche y no volverá hasta en la tarde. Déjame entrar a la casa, Hiroki. Tengo que hablar contigo.
La mano de Saito tembló cuando abrió la puerta del todo y se hizo a un lado. Jin asintió brevemente y entró en la casa. Se acercó a la mesa de la cocina y sacó una silla. Saito la miró y luego respiró hondo antes de cerrar la puerta. Rezó para que nadie viera a Jin llegar a su casa, pero dudaba que Jin hubiera sido lo suficientemente descuidada como para permitir que eso sucediera. Si sabía de la esposa y de la hija de Saito, también tomó en cuenta a los vecinos.
Jin se sentó y se quitó los tacones, al igual que dejo su bolso de mano arriba de la mesa de la cocina. Apoyó una pierna sobre la otra y luego le hizo un gesto a Saito para que se sentara a su lado.
-¿Quieres... quieres te o algo así? – preguntó Saito, deteniéndose –
-No, gracias. No estaré aquí por mucho tiempo. Por favor, siéntate.
Saito hizo lo que le dijeron. Se sentó con las manos en el regazo y se obligó a mirar a Jin a los ojos, aunque cada músculo de su cuerpo le gritaba que corriera tan rápido y tan lejos como pudiera.
-Lo has hecho bien, Hiroki – dijo Jin – Estoy feliz por ti. Para ser honesta, estoy un poco celosa. No es frecuente que personas como nosotros logremos hacer una "salida limpia".
-Lo mío no fue una "salida limpia" – Saito le respondió – Ya lo sabes. Si Devlin descubre que estoy vivo...
-No lo hará – le aseguró Jin – Nadie sabe que estoy aquí. No creas que yo y Adrián nos tomamos todas las molestias para ayudarte sólo para arruinarte y llevarte de regreso.
-No – dijo Saito – Pero no entiendo cómo piensas, Jin. Nunca lo hice. No sé por qué me ayudaste en primer lugar. Así que si decidieras traicionarme ahora, tampoco lo entendería. Por lo que sé, viniste aquí para matarme.
-Si hubiera venido a eso, habrías muerto en el momento en que abriste la puerta principal – dijo Jin con total naturalidad – Es hora de que pagues la deuda que nos debes.
Saito la miró fijamente y contuvo un sollozo.
-Jin... Jin, no puedo... tengo una familia, no puedo ayudarte, simplemente no puedo...
-Sabes que es tu deber moral. Nos lo debes.
-Pensé que... pensé que nunca regresarías, ni tu ni Adrián – gimió Saito, sintiendo lágrimas en los ojos. Desvió la mirada de Jin y miró al suelo, sacudiendo la cabeza – Ya no soy un asesino, no puedo ayudarte...
-Sí, puedes – respondió Jin con calma – Y lo harás. No tienes que regresar a "nuestro mundo". Podrás quedarte aquí con tu familia y ser feliz por el resto de tus días.
Saito se obligó a mirar hacia arriba.
-Entonces... entonces ¿qué quieres?
-Te salvé la vida, te compre esta casa y te di esta nueva identidad para que nadie te encontrara. Vas a devolverme el favor.
***
Los Ángeles, California
Octubre de 2016
Antes...
Era una de las cosas que Jin esperaba con más ansias. Ese momento de la semana en el que el resto del mundo parecía desaparecer durante una hora. Cada poco de estrés, cada problema y cada preocupación simplemente desaparecían. Todo lo que había que tener en cuenta era su mente, cuerpo y las manos muy talentosas de Rony, el masajista. De todos los lugares en los que había estado, él era sin duda el mejor. No tenía que haber mejor masaje que una mujer pudiera comprar.
Se acostó boca abajo sobre un suave colchón blanco en la privacidad de su habitación de hotel con solo una pequeña toalla de mano sobre sus caderas para adecentarse. Rony estaba actualmente a mitad de camino con su espalda, amasando suavemente su piel y músculos. Eventualmente, él se movería a sus extremidades con su maravilloso toque. Un Jazz suave sonaba desde el estéreo, creando un ambiente perfecto para que Jin se perdiera.
Pero por mucho que lo disfrutara, el resto del mundo a veces tenía la grosera costumbre de intentar entrometerse. Su celular sonaba molesto en la bandeja junto a ella, al lado de su taza de té de hierbas. Jin suspiró suavemente, luego levantó la cabeza para poder mover uno de sus brazos y recuperarlo. Bajó la boquilla con un movimiento rápido de la muñeca y conectó la línea.
-¿Sí? – ella respondió con un suspiro –
-Llamada de negocios, señorita Park.
Era su empleador actual, un hombre que respondía al nombre de Itzak Kurzfeld. Jin nunca pensó que estaría trabajando para un agente del Mossad, pero al parecer los había de todas las formas y tamaños, y uno de ellos la necesitaba para resolver algunos problemas urgentes. Era tan corrupto como los demás, pero pagaba bien y sus trabajos solían ser fáciles.
-Agente Kurzfeld... tan amable como siempre – bromeó Jin muy perezosamente al teléfono, sin siquiera molestarse en abrir los ojos. Estaba más concentrada en lo que las manos de Rony estaban haciendo con su columna – Estoy en medio de mi masaje semanal, ¿por qué no te devuelvo la llamada cuando esté más alerta y no esté casi desnuda?
-Es un asunto importante. Prefiero que te ocupes de él lo antes posible.
-Entonces, ¿por qué no hablas y yo escucho? – sugirió Jin muy cuidadosamente, abriendo un ojo para mirar a Richard –
Preferiría no tener que echar al masajista por escuchar algo sensible sin darse cuenta. La música sería más que suficiente para cubrir el sonido de la voz de Kurzfeld desde el teléfono, y mientras ella no dejara escapar algo, no habría ningún problema.
-Tengo a un informante al que necesito que extraigas de forma segura.
-Mmm... eso no es bueno – bromeó Jin perezosamente – Si lo quieres de urgencia te costara un extra.
-Es de vital importancia que lo saques de peligro. Fue secuestrado por un mafioso ruso, y ya sabes que esos cerdos bolcheviques son peores que los animales.
-Ok... ¿Y tú argumento de venta? – ella ronroneó expectante –
-Estoy hablando de Adrián Aguilar... él es el informante al que quiero que saques a salvo.
Jin hizo una pausa en su extremo, pero luego supo que valía la pena.
Adrián Aguilar era un caballero español tan encantador como letal. Había sido su compañero cuando estuvieron a las órdenes de Devlin en La Organización, pero ambos ya habían congeniado tan bien que misión en donde actuaran como pareja, misión que salía al cien por ciento de rango de satisfacción en la escala de Devlin.
Se habían convertido en amigos, socios... y amantes.
Un año antes del encuentro de Jin con Mike Shepherd en Londres, Adrián Aguilar deserto misteriosamente de las garras de Devlin al sabotear un ataque con una bomba de pulso bajo la ciudad santa de Jerusalén. Aguilar mato a los agentes de La Organización que lo acompañaban y después desarmo la bomba parte por parte. Devlin le había puesto precio a su cabeza después de eso y lo único de lo que Jin estaba segura era que Adrián debía de estar moviéndose de país en país para escapar de las garras de su ex empleador, casi como ella.
No había tiempo para sacar más conclusiones. Jin tenía que salvar a Adrián antes de que esos mercenarios rusos lo vendieran a Devlin o algo peor.
-Trato.
-Nos vemos esta noche para tomar un vuelo hacia España.
-Mejor ahora mismo. Un trabajo es más eficiente cuando se hace rápido.
Jin cortó la línea y arrojó el teléfono de vuelta a la bandeja; el sonido de su impacto fue el último ruido del mundo real para distraerla hasta que su pequeño masaje terminó. Hubiera tenido a Rony durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, pero ella tenía una misión que cumplir y un amigo al que rescatar. Esa fue la mejor parte.
***
Cataluña
El comienzo de la misión de recuperación de Adrián comenzó donde Jin lo había dejado el final de su última visita: el fondo de una botella de Martini. El vuelo de pasajeros a Cataluña estuvo lleno de humo y ojos asombrados, especialmente hacia una joven atractiva de ojos rasgados vestida toda de rojo.
Debajo de sus telas caras, los moretones de Jin ardían tan vívidamente como su garganta mientras daba otro sorbo de su bebida. El viaje en avión iba a ser corto de todos modos, pero cada momento que se acumulaba la llenaba de nervios y preocupación que eran bastante impropios de ella.
Bastante impropio.
A pesar de su apariencia, Jin realmente no tenía intención de llamar la atención. Todo lo contrario, pues no se tomó la molestia de ponerse un disfraz completamente nuevo en vano. Pero cuando se reclinó en su asiento y miró hacia el oscuro cielo nocturno, comenzó a cuestionar sus decisiones.
¿Cómo era que Adrián Aguilar aun le importaba? ¿Estaba realmente caminando hacia una trampa o hacia el rescate de su ex "amigo"? Ella no tenía forma de saberlo.
Lo cual, en sí mismo, no era del todo cierto. Había recibido el mensaje de "Dulcinea" (su contacto en la ciudad) antes de atreverse a salir de su hotel y seguir con los planes. Y confiaba más en Dulcinea que en Kurzfeld.
Pero un espía sabio había dicho una vez que decir la verdad haría que mataran a alguien. Y Jin creía eso con todo su corazón y mente. Era una certeza que no podía negar. Sin embargo, dadas las circunstancias por precarias que fueran, Jin tuvo que tener fe en la verdad para sobrevivir.
Así que Jin aterrizó en Cataluña, pasó por la aduana con el alias que había construido y ahora estaba completamente desconocida para nadie más que para ella en ese momento. Siguió su camino hacia el hotel acordado, dando al personal (bajo la atenta vigilancia de Dulcinea), el número de la habitación para la que necesitaba la llave, sin más explicaciones ni pago.
No la llevaron a la habitación, no le preguntaron por la falta de bolsas y Jin intentó seguir el plan. Creer (a pesar de su hastiado cinismo) que podía seguir adelante y que vivía en un mundo creado por poetas y estrellas de rock. Ninguna moldeada por la conducta gélida e inhumana en la que ella misma participó tantas veces.
Al llegar a la habitación, Jin vaciló tal vez por primera vez en mucho tiempo; sus dedos trazaron el toque del pomo de la puerta con una delicadeza muy diferente a ella.
Había varias opciones para lo que había detrás de la puerta. Sólo una de ellas era la que quería y era la menos probable.
Con la cabeza gacha, el cabello todavía tieso y antinatural por el tinte recién teñido de rojo, Jin se preparó para lo inevitable.
La poca humanidad que todavía captaba, la estaba poniendo en juego primero. Su último escudo se rompería si abría esa puerta y encontraba algo más que lo que Kurzfeld le prometió por teléfono.
Bueno, la verdad era el arma más letal para un espía.
Tomando aliento, Jin usó su llave, abrió la puerta y observó cómo se abría hacia la suite.
Era grande, una suite presidencial adecuada para la Reina de Inglaterra si así lo deseaba. Dorada, adornada, demasiado extravagante. Algo que se podía esperar de los españoles. Y esa visión fue la parte más difícil de asimilar.
Ni el paisaje urbano de la ciudad que seguía brillando y lleno de luces pasada la medianoche. Las ciudades ya no tenían tesoros para Jin. Los había visto a casi todos por todo el mundo.
La vista que realmente dejó a Jin sin aliento fue quién estaba sentado frente a la vista con los brazos atados en la silla, un camisón negro sobre un cuerpo demasiado suave pero tonificado para su línea de trabajo. Los cortes y los moretones aún decoloraban y abusaban de su piel de maneras que habrían enfurecido a Jin si no estuviera simplemente derribada en el momento que tenía ante ella. Resultó que la verdad era la posibilidad para la que Jin estaba menos preparada.
Incluso si Jin hubiera querido preservar ese momento eternamente, congelarlo como en una de sus fotografías, no lo logró. La realidad la alcanzó.
Adrián Aguilar, su antiguo amante de su tiempo en la organización de Devlin, dio la vuelta a su cabeza y la contemplo.
Sálvame... parecía que le gritaba en silencio a la mujer en la puerta. Sus cabellos negros y despeinados reflejaban el sudor que escurría de él, señal de que había sido torturado por días. La piel tostada de Adrián mostraba todo lo que había tenido que soportar, pero aun así, Jin sabía que era uno de los hombres más guapos que había visto en su vida.
Normalmente, Jin ya se habría enfrentado a los captores de Adrián con su propia pistola; lo habría hecho desde el momento en que tocó el pomo de la puerta.
Sin embargo, ya nada, ni siquiera para el mundo de los espías y los monstruos vestidos con pieles de hombres, era normal.
Estaban en el mundo del poema, una balada romántica. Y los ojos doloridos e inyectados en sangre de Jin se hincharon más con agua, cubriendo su visión, vagando arriba y abajo por el cuerpo de Adrián en busca de alguna señal de que la verdad no era lo que parecía después de todo.
Finalmente apareció su objetivo, un hombre ruso de mediana edad llamado Sergei Petrovski, se levantó del final de la mesa vacía. Ella reconoció esa expresión en su rostro de inmediato, la que quemaba la privacidad de una mujer. Un vistazo rápido a la información sobre él demostró que, entre otras cosas, era un poco mujeriego. No era el primer pervertido que conocía, y definitivamente no seria el último.
Saludó a Jin con la mano extendida.
-Un placer conocerla, señorita...
-DeVita. Katherine DeVita – respondió Jin con suavidad y profesionalidad, como si realmente fuera su nombre. Ella le estrechó la mano y luego añadió – Llámame Katie.
-Muy bien, Katie – dijo Petrovsky, sonriendo como si acabara de sumar puntos con ella – Por favor, toma asiento. ¿Quieres algo de beber?
-No, gracias – dijo Jin, y luego miró de reojo al guardia restante – ¿Crees que podríamos prescindir del par de orejas extra? – preguntó ella, haciendo todo lo posible para que pareciera que era lo mejor para él, pero aparentemente a Petrovsky le gustaba su trabajo un poco más que las mujeres –
-Pido disculpas, pero es una política estricta que debo hacer cumplir. Espero que lo entiendas.
-Muy bien – dijo Jin con un pequeño suspiro, admitiendo una falsa derrota. Su pulso se elevó ligeramente. Tener otra arma en la habitación haría las cosas un poco más difíciles –
Tuvo que dar suficiente tiempo para permitir que los guardias externos se alejaran de la habitación. Entonces dejó su maletín sobre la mesa de conferencias, teniendo cuidado de dejar el pestillo en su posición correcta. Si lo giraba en sentido contrario al abrirlo, la tapa falsa se abriría, dejando al descubierto el arma.
Jin no era estúpida, por lo que retrasar lo inevitable fue fácil. El trato era bastante simple y todo estaba perfectamente expuesto en las notas de DeVita. Básicamente, Petrovsky estaba pidiendo cien mil euros por Adrián. Todo lo que Jin tenía que hacer era sentarse y mostrarse un poco encantadora y bromista, incluso si no tenía una idea real detrás del negocio. Después de 20 minutos de dulce charla, ella hizo su movimiento.
-Solo eso, me gustaría entregarle este imbécil a Devlin yo misma – dijo Jin, sonriendo cortésmente – Esto está empezando a sonar cada vez mejor. ¿Me lo das, y cuando lo entregue a mi empleador nos vamos a un 40/60? Tú te llevas la mayor parte, claro.
Los ojos del hombre se iluminaron triunfalmente.
-¡Sí, claro!
Sólo necesito traer al guardia aquí...
Jin giró el pestillo de su maleta, pero la dejó cerrada, fingiendo dificultad para abrirla. Ella puso los ojos en blanco con exasperación y jugueteó con más fuerza.
-Honestamente, esta cosa... no sé por qué no consigo una nueva – Jin miró por encima del hombro al guardia y pestañeó avergonzada – Lo siento, ¿podrías echarme una mano? No creo que se abra esta vez.
El guardia se acercó a ella y empezó a abrir la caja. Jin atacó, golpeándole la nariz con el dorso del puño y luego volvió a doblar el brazo cuando él echó la cabeza hacia atrás. Ella volvió a golpearlo con un golpe rápido que le atravesó la garganta expuesta.
Él cayó al suelo jadeando y, tan rápido como ella golpeó, metió la mano dentro de su estuche y sacó la Sig liviana. Petrovsky tuvo un segundo para parecer sorprendido antes de que Jin apretara el gatillo y le enviara una bala al pecho. Su cuerpo sin vida se cayó de la silla de cuero en la que estaba sentado, rebotó una vez en la mesa antes de deslizarse al suelo.
El guardia comenzó a levantarse, buscando el arma que llevaba en el cinturón, pero Jin le dio una patada en la sien y lo derribó para siempre.
La puerta se abrió de golpe y el segundo guardia de antes se abalanzó hacia adentro, con el arma ya en la mano. Jin estaba en un mal ángulo, incapaz de apuntar su arma sin girar primero su cuerpo.
-¡No te muevas! – ladró el guardia. Qué suerte que él no disparara primero –
Jin se movió y se arrojó a un lado sobre la pulida mesa de conferencias. El guardia disparó mientras ella medio rodaba, deslizándose sobre la superficie lisa; la bala se clavó justo detrás de ella. Jin cayó al suelo de espaldas y apuntó con su arma debajo de la mesa a las piernas apenas visibles del hombre. Disparó tres veces; dos tiros se astillaron en las patas y sillas de madera, pero uno dio en el blanco y destruyó la espinilla del guardia, al que después remato con un disparo en la cien.
-Jin – susurró Adrián con voz áspera. Un sonido doloroso salió con el giro de su acento español. Y dados los moretones y laceraciones alrededor de su cuello, no era de extrañar. El hecho de que él estuviera respirando era nada menos que un milagro en sí mismo –
Y, sin embargo, incluso con la fealdad de su campo y sus últimos encuentros en Berlín expuestos tan claramente ante ellos, Jin sintió como si nunca hubiera escuchado una palabra dicha tan bellamente en su vida.
Lo desato con cautela, incrédula.
Jin caminaba con cuidado a través de un sueño febril, uno del que no volvería después de desprenderse de la navaja y dejar las sogas en el suelo.
Lo cual ella hizo.
Todavía no se formaban palabras en la boca de Jin mientras intentaba procesar lo que estaba sucediendo. Que las cosas eran reales.
Mecánicamente, comenzó a tragarse la emoción que estaba contaminando su pensamiento racional en ese momento. Luego volvió a mirar a Adrián, que vivía y respiraba. El mítico agente "Goya", como el pintor. Por que todo lo que Adrián Aguilar hacia era arte.
-Creí que nunca vendrías por mí – le dijo Adrián con su acento tan marcado – Sabia que mi "Irene Adler" no me fallaría.
-¿Quieres dejar el coqueteo para más adelante... "Sherlock"? – le contesto Jin con frialdad, aunque para ser sincera no le disgusto el comentario irónico de su "amigo" –
Algo llamo la atención de ambos, por lo que tuvieron que detener su momento y ponerse alertas. Eras pasos apresurados que se dirigían a la habitación del hotel desde el pasillo.
-Cúbrete – le ordeno Adrián al momento de que agarraba una pistola del suelo –
-Sabes que no lo hare – le respondió Jin, poniendo un nuevo cargador en su Sig –
-Entonces lo haremos juntos... señorita – finalizo Adrián –
¿Por qué su acento lo hacía verse más atractivo?
-Bueno, es ahora o nunca, ¿verdad?
Con eso y una última risa, se concentraron en su baile.
El hombre llamó delicadamente a la puerta del apartamento. Hubo pasos al otro lado, luego una pausa y la puerta se abrió, revelando a un hombre sin afeitar desconcertado pero interesado en la niña de ojos rasgados frente a él.
Jin guiñó un ojo, apretando el gatillo de su arma dos veces.
La Sig con silenciador estalló y el hombre cayó hacia adentro con un estrépito, con dos limpios agujeros rojos en el pecho. Varios matones más entraron al departamento.
Podía ser que Jin no lo notara, pero Adrián estaba haciendo un trabajo notable con sus movimientos; sus golpes rebotaban hacia los lados y hacia atrás cuando los de Jin iban a la par. Sus disparos se efectuaban como si se reflejaran entre sí, sus ojos nunca rompían el contacto sin importar a dónde apuntaban, luego se alejaron nuevamente de lado a lado mientras sus cuerpos se balanceaban contra sus atacantes.
Justo cuando la pelea se calmó, Adrián agarro instintivamente la pierna de Jin mientras se doblaba hacia su cintura y le disparaba a un agresor que estaba detrás de ella, matándolo al instante de un disparo perfecto. Luego se giró y la sostuvo en un ángulo sobre el suelo, sintiendo sus brazos alrededor de su cuello.
-Te tengo – susurró el con una sonrisa, sabiendo que el momento no podía durar –
De repente, Jin apartó la pierna y se movió rápidamente alrededor y detrás de Adrián, tomándolo del brazo y girando antes de tirar de él hacia atrás para asestarle un golpe perfecto con el cuchillo al tipo que les apuntaba a ambos, mientras que con la otra mano le acariciaba suavemente la mejilla –
-No, Adrián... yo te tengo a ti – respondió ella con un guiño astuto, sintiendo su corazón latir contra el suyo –
Adrián pasó por encima de su cuerpo inmóvil, apuntando sin esfuerzo al siguiente hombre tratando de recargar su arma, apretando el gatillo dos veces más y enviando letales puntas huecas a su torso.
El último hombre salió disparado de la entrada con un arma en la mano y Jin encontró la perla de su mira láser en el pecho. Jin lo envió al suelo con un solo tiro, y al verlo retorciéndose de dolor, se acercó y lo remató con un disparo en la cabeza.
Adrián lanzo un pie frente al otro en un tango perfecto mientras que tomo a Jin por la cintura. La acerco tanto a él que parecía que sus labios se iban a besar.
-Recuerdo que así es como se termina una danza – le susurro ella al momento de apartar su rostro del hombre frente a ella –
-¿Terminamos esto en otro lugar? – le sugirió Adrián, indicándole a Jin que debían de salir de ahí – Tengo algo muy importante que contarte. Es muy importante...
-Me lo dices en el coche. Tenemos que salir de aquí – lo interrumpió ella y luego lo tomo de la mano para que la siguiera –
Cuando ya estaban por salir del cuarto, Jin la vio. La puerta de la sala de estar daba directamente a la cocina, donde unos suaves chillidos de niña eran apenas audibles. De seguro el tiroteo fue lo que la altero.
-Se llama Lucia Paredes – le dijo Adrián al oído – Es hija de unos adinerados de Málaga. Petrovsky y su pandilla estaban pidiendo dinero por ella.
La pequeña Lucia Paredes estaba atada a una silla en el centro de la habitación con cinta adhesiva y los ojos vendados con un trapo. Sería tan fácil apiadarse de la chica y ahorrarle a la ciudad un montón de problemas, pero Jin y Adrián siguieron caminando. Ya tenían suficientes problemas, pero a diferencia de los problemas de la vida real, este no era uno con el que tuvieran que lidiar.
Jin se detuvo en seco. De repente se vio a sí misma, acurrucada en el suelo frente a Sean Devlin rogándole por clemencia. Eso sucedió hace años, pero ella tenía miedo de convertirse en él. Era la misma situación: un adulto con capacidad y poder enfrentado a la elección de ayudar a una joven que no conocía. No, Jin no iba a ser lo mismo. Así eran las cosas. Ella era diferente. Iba a demostrarlo allí mismo.
Jin le indico a Adrián que vigilara el pasillo, luego se dio la vuelta y pasó por encima de uno de los cuerpos de los matones. Trató de caminar suavemente, pero sus tacones protestaron ruidosamente en el piso de madera. La pequeña ya era consciente de su presencia en la habitación y gemía temerosa, ya asustada por los ruidos de cuerpos golpeando el suelo. Jin se agachó frente a ella; el roce de su vestido era apenas audible sobre los sonidos de la niña y entonces la miró, casi fascinada. La niña estaba indefensa y ciega, tal como la propia Jin que también había estado indefensa en su vida y ciega a su potencial. La única característica notable que Jin pudo hacer sin ver claramente su rostro fue su lindo cabello rubio, que incluso estaba peinado como lo había estado en ese entonces. Ahora, Jin lo mantenía corto muy al ras del cuello.
Sin siquiera pensarlo, Jin se acercó y acarició suavemente la mejilla húmeda y surcada por lágrimas de la niña con el dorso de su mano. Lucia dejó escapar un chillido y se apartó. Jin saltó ante el ruido, avergonzada por la falta de pensamiento en sus acciones. ¿Quién no se asustaría si alguien hiciera eso de repente? Jin trabajó para corregir su error.
-Oye... shhhh... – Jin la tranquilizó en español, luego acarició la cara de la chica otra vez – Está bien, no voy a lastimarte.
-¿Qué está sucediendo...? – Lucia se estremeció – ¿Quién eres?
-Soy una... amiga – dijo Jin con torpeza, contenta de que la chica no pudiera ver la vacilación en su rostro –
-¿Viniste a salvarme? – preguntó ella, casi esperanzada. Fue lindo y triste al mismo tiempo la forma en que hizo la pregunta, así como la respuesta que Jin tuvo que darle –
-Lo siento, pero no realmente – admitió Jin – Vine por otra cosa y bueno, supongo que simplemente sucedió. ¿Esos hombres te lastimaron?
Lucia negó con la cabeza.
-No.
Por alguna razón, Jin respiró aliviada. ¿Por qué le importaba tanto?
-Eso es bueno, eso es bueno.
-¿Puedes dejarme ir? – la chica pregunto de nuevo, como si estuviera nerviosa por hablar – Quiero ir a casa.
Jin vaciló. Eso era algo que ella no podía hacer. La niña era un riesgo para su seguridad y para la de Adrián, más aún si regresaba con la policía. Incluso si fuera solo una niña, probablemente podría identificarla, y Jin podía pensar en una docena de personas que pensaban que ella no existía. Además, lo último que Jin necesitaba era que las fuerzas del orden supieran que una mercenaria altamente buscada en todo el mundo hubiera entrado en Cataluña sin ser detectada. Pero, ¿cómo diablos se suponía que iba a decirle eso a una niña?
-Umm... yo... realmente no puedo hacer eso – dijo Jin lentamente. Quiso irse de repente, como si estar allí sacara algo de ella que no quería – Me tengo que ir cariño, realmente no debería estar aquí.
-¡No, espera! – la niña rogó, girando en su silla – ¡No me dejes! ¡No quiero quedarme aquí!
-Está bien, está bien – dijo Jin rápidamente, colocando su mano sobre la rodilla de la niña, tratando de consolarla – Me quedaré un poco más.
¿Pero cuánto tiempo más? Adrián estaba a salvo, así que... ¿por qué se estaba quedando? Su "amigo" la estaba esperando, sin mencionar su cama y su ducha. Cuanto más tiempo se quedaba allí, más ganas tenía de dejar ir a la chica. No quería estar sentada en ese apartamento destartalado mucho más tiempo.
-¿Puedo ver tu cara? – Lucia preguntó de repente –
Jin sonrió tristemente para sí misma.
-Lo siento cariño, pero no puedo dejarte hacer eso.
-¿Por qué no? – la niña bufo –
-Porque... – ¿Porque Jin no quería que la niña la identificara? ¿Para que no tuviera que chantajearla para que se callara, o algo peor? – Porque no quiero que la policía te moleste. Cuando lleguen aquí, querrán saber quién detuvo a estos hombres, y te preguntarán a ti primero. Pero si les dices que te vendaron los ojos todo el tiempo, no te molestarán, porque no lo sabrás. Te ahorrará muchos problemas.
-Pero, ¿qué debo decir entonces?
-Solo diles que... era una muy buena amiga la que te salvo. ¿Sabes que tener un amigo trae felicidad? – Adrián no pudo evitar reír de felicidad ante la declaración de Jin. Por eso le agradaba tanto –
-¿Lo hacen? – pregunto la niña, un poco más tranquila – No tengo muchos amigos...
-Pues ya tienes una. Eso es algo por lo que debes de estar feliz, ¿no? – Jin le hizo cosquillas en la barbilla a la niña con su uña arreglada, sonriendo juguetonamente. Cualquier cosa para tratar de animar a la niña –
Funcionó. Lucia se rió y se retorció, sonriendo con un destello de felicidad. Adrián tampoco pudo evitar sonreír. Esa era la Jin Park que había conocido.
-Sí... lo es – respondió el hombre con una labia nostálgica –
-Lo siento mucho, cariño, pero tengo que irme. Pero te diré algo: ¿qué tal si llamo a la policía al salir? Estarán aquí de inmediato.
-Está bien – dijo la niña, sonando cabizbaja, pero luego agregó – Gracias...
-No hay problema – dijo Jin con una sonrisa. Cuando se puso de pie, se inclinó hacia adelante y le dio un beso en la frente con sus labios rosados y brillantes – Mantente fuerte – susurró ella, y luego salió de la habitación junto con Adrián –
El teléfono estaba en la habitación principal por donde ella entró. Llamó a la policía.
-Algo ha pasado aquí – dijo Jin con una falsa preocupación en su voz. Ella les dio la dirección y el número de la habitación del hotel – Creo que alguien podría haber muerto. Escuché disparos y, y... – Jin dejó que la pieza de plástico colgara de la pared mientras que la voz del despachador aún se escuchaba –
-¿Señora? ¿Está todo bien? ¿Señora?
Jin recogió su arma y tomo a Adrián de la mano. Eso tendría que ser suficiente. La policía llegaría allí, vería los cadáveres y encontraría a Lucia. Todo lo que podría decirles era que era una mujer, afirmando ser una amiga, fue quien la había salvado.
Ella hizo las cosas mejor y llamó a la policía por Lucia. Sin rostro, sin nombre, y sin evidencia suficiente en la escena. La niña consiguió su libertad y Jin consiguió a su amigo
Todos salieron ganando.
Petrovsky estaba muerto y los guardias le siguieron en su camino hacia la muerte. Jin y Adrián se dirigieron rápidamente hacia la puerta
Después de esto, ambos salieron disparados hacia las escaleras y comenzaron a descender los pisos lo más rápido que pudieron. Por un golpe de suerte, no se encontraron con nadie más en la escalera.
Después de guardar el arma en la pistolera debajo de su chaqueta, Jin pudo darse un respiro. El resto del lugar estaba en evidente angustia, y nadie estaba exactamente seguro de cuáles eran los ruidos fuertes. Varios vecinos pasaron corriendo junto a ellos dirigiéndose al lugar del tiroteo.
Sólo cuando salieron por la parte de atrás, Jin y Adrián dieron un suspiro de alivio. Inmediatamente, Jin vio su vehículo: un simple automóvil blanco con placas que probablemente eran falsas esperándola en una de las calles laterales en la parte trasera del edificio, su ruta de escape.
***
Los "amigos" pasaron horas juntos, pero no las suficientes para compensar el dolor de los años que pasaron separados durante el caos de la última misión en Jerusalén y la destrucción de aquella bomba de pulso que Adrián había saboteado. Sin palabras. Sólo una promesa de un hombre que se suponía que haría que todo saliera bien al final.
Por un precio.
Por el honor de Adrián. Por sus ideales. Por su única oportunidad de redención.
-Aún tengo miedo de que el Mossad no respete el trato que tiene contigo – le dijo Jin, tomando su rostro entre sus manos enguantadas –
-Tengo más vidas que un gato, ¿recuerdas?
Solo había una sonrisa tranquila en el rostro de él. Tenía paz, pero también había dolor por lo que le sucedió en las últimas semanas... por la forma en que lo habían capturado.
Todavía recordaba la noche en que Petrosky y su pandilla irrumpieron en el departamento que compartía con Sofia y con... recordaba haber matado a todos los rusos que pudo, pero no fue suficiente, pues de todas formas, Sofia había fallecido en el tiroteo.
Nadie noto a Jin y a Adrián mientras caminaban, tomados del brazo por las calles de Cataluña hasta llegar al aeropuerto y en donde un vuelo privado esperaría al hombre español. En él estaba marcado un avión solitario de los servicios de inteligencia israelíes, impecable y bien vigilado.
Adrián se preguntó un poco distraídamente cómo sería la presión del agua en Israel.
Adrián lucía muy deteriorado con una ropa bastante agrandada y un gran bolso azul colgando de su hombro. Todavía estaba dolorido y débil desde su rescate, pero no había habido complicaciones reales. Según el médico, se encontraba en buen estado de salud. Parecía enfermo, pero Jin sabía que la enfermedad no era física. En todo el tiempo desde que salieron de la "casa segura", él no le había quitado los ojos de encima a la bebé.
Era una niña. El certificado de nacimiento la nombraba Sofia Sánchez, justo como se llamaba su madre. Jin y Adrián la habían sacado de la casa de cuna a la mitad de la noche. Pesaba dos kilos, tenía mechones de fino cabello negro y piel del mismo color que la de su madre, y parecía tan linda como podría verse un bebé recién nacido. Actualmente, estaba envuelta en una manta blanca y descansando cómodamente en el brazo de Jin, con un pequeño chupete rosa en la boca.
Adrián se limitó a mirarla. Se pararon juntos en medio del pasillo de la terminal del aeropuerto, con enormes multitudes de personas que se movían en ambas direcciones, cargando maletas, hablando por teléfonos celulares y mirando a su alrededor en busca de las pantallas del aeropuerto para ver qué puerta necesitaban. Jin y Adrián pasaron desapercibidos mientras la multitud fluía suavemente a su alrededor, como si estuvieran protegidos por un campo de fuerza.
-Jin – dijo Adrián en voz baja – ¿Sabes que todos te tienen en concepto de "una perra sin corazón ni emociones"?
-Sí – asintió ella –
-Quien iba a imaginar qué harías esto por mí – Adrián le sonrió, irónico ante su comentario –
-Dejémoslo entre nosotros – respondió ella asintiendo – Tengo una reputación que mantener.
Adrián respiró hondo y miró hacia otro lado. Parecía cansado y triste, pero no iba a llorar ni a derrumbarse. Ya era demasiado tarde para eso. Había llorado ante el cadáver de Sofia por un tiempo y luego por la incertidumbre por saber dónde estaba su hija, pero ya era hora de recuperarse. Su vuelo debería de partir en menos de una hora.
Jin no podía mirarlo a los ojos.
-¿Cuándo sale tu vuelo? – le pregunto Adrián a Jin –
-En unas pocas horas.
-¿A dónde iras?
-No te diré. Lo único que debes de saber es que ella estará a salvo.
-Confío en ti.
-Sofia será criada por una buena familia. Tendrá una buena vida. Lo prometo.
Adrián no dijo nada durante unos momentos, se quedó mirando la nada y luego dijo:
-Algún día te odiaré por esto, ¿sabes?
-Lo sé – dijo Jin –
-No te odio ahora, pero dentro de unos años me arrepentiré de haber hecho esto. Me arrepentiré de haberla abandonado. Me odiaré a mí mismo por ello. Y eventualmente, te odiaré por llevártela lejos de mí.
-Tendré que vivir con eso. Sabes que es lo mejor para Sofia, ella no pertenece a nuestro mundo – concluyo Jin –
Adrián miró a su hija y extendió suavemente la mano para tocarle la cara. La bebé se retorció en los brazos de Jin y arrugó la cara ante el toque. Una manita emergió de debajo de la manta y agarró el dedo de Adrián.
-Solo espero que Kurzfeld cumpla su parte del trato. Es hora de hacer lo correcto.
-Sabes que podrías irte conmigo – le dijo Jin muy solemne, tomando con la mano a Adrián por su hombro. ¿Por qué le había dicho eso? ¿Acaso este momento la había suavizado? ¿Quería revivir lo suyo con Adrián o quizás había tenido compasión con la niña, como si fuera un reflejo de ella? – Deja esto de "hacer lo correcto" y vámonos. Aun tienes una oportunidad.
-Ya me canse de correr, Jin. Matar es lo que sabemos hacer mejor, y eso definitivamente no está bien. Lo malo es que tampoco podemos ser normales... tan solo le traemos desgracias a la vida de los demás – le contesto el, recordando a la mujer que había amado y había muerto por su culpa, al igual que a la niña que no podría ser su hija – Tengo una deuda con los israelíes, y debo de pagarla.
Jin apartó la mano de su hombro y dio un paso atrás.
-¿Sabes Jin? Me alegro que nunca llegaras tan lejos y que Devlin nunca te obligo a hacer algo de lo que tengas que arrepentirte.
-Devlin me obligo a hacer muchas cosas – le respondió ella, cabizbaja –
-Pero tú nunca le respondiste como él quiso. Me demostraste hace rato que realmente tienes conciencia... pensaste en mí y en esa niña.
-Tuve mis cinco minutos – respondió ella con una sonrisa sarcástica – Solo respóndeme... ¿Por qué traicionaste a Devlin? Te he visto en acción... tu nunca dudaste en apretar el gatillo.
-Tú lo has dicho, señorita... un gatillo, no un detonador remoto. Tú me inspiraste a rebelarme contra Devlin, siempre tuviste corazón – dijo Adrián con toda la seguridad del mundo. Definitivamente que eso la tomó por sorpresa – Tenía razón, Jin. La gente cambia... y creo que nunca es tarde para hacer lo correcto. Una cosa es asesinar a una perra vieja como la reina de Inglaterra, pero matar a miles de personas con un terremoto provocado por una bomba de pulso... eso si es enfermo.
Y por primera vez en su vida, lo creíble era lo único que le importaba a Jin.
El agente Goya, Adrián Aguilar quería un cambio en su vida. Había hecho lo correcto al detener a esos terroristas y ahora estaba a nada de volver a tener una segunda oportunidad gracias a sus acciones.
Jin no podía hacer nada frente a eso.
Y si Adrián pudo redimirse... ¿ella igual podría hacerlo algún día?
-Adiós, Adrián.
-Adiós Jin. Eres buena persona... realmente eres buena. Gracias.
Al momento siguiente, el desapareció; se fusionó con la multitud y fue arrastrado por el flujo de cuerpos, con suerte fuera de la vida de Jin para siempre. Ella permaneció allí uno o dos minutos más, ajustando la manta de la bebé y acunándola ligeramente en sus brazos.
Luego se alejó en la otra dirección hacia una puerta diferente. Tuvo que esperar algunas horas antes de tomar su vuelo a hacia Estados Unidos y luego a Japón.
***
Okinawa
Ahora...
Saito estaba sentado a la mesa de la cocina con las manos en el regazo. Todo esto fue demasiado para él. Cuando vio por primera vez a Jin parada en su porche, se asustó muchísimo y ahora no sabía exactamente lo que sentía. Todo parecía una locura.
Jin colocó la palma de su mano frente a él y esperó expectante, lista para cerrar su deuda.
-¿Eso es todo? – Saito preguntó con asombro. Jin asintió – ¿Qué pasa entonces?
-Lo que va a pasar es que me iré de aquí y en cinco minutos saldrás y encontrarás un portabebés con una niña pequeña en el camino de entrada. Llamarás a la policía y les dirás que alguien golpeó a tu puerta y se fue en un auto negro. La policía no podrá identificar a la niña ni a los padres, por lo que les pedirás que te permitan tener la custodia hasta que se encuentren a su familia. Al final, la adoptarás legalmente. Le darás un nuevo nombre y una nueva vida. La cuidarás como si fuera tu propia sangre.
-¿La bebé es de Adrián?
Jin sólo sonrió, pero había poco humor en ello.
-Así es como vas a pagar tu deuda. Yo y Adrián te salvamos de esa vida y ahora vas a hacer lo mismo por su niña.
-¿Qué pasaría si...? – Saito intentó pensar con claridad – Quiero decir, ¿qué pasa si no podemos adoptarla? ¿Qué pasa si alguien más...?
-Has todo lo que puedas para convencer a los tribunales de que te permitan conservarla – dijo Jin – Dadas las circunstancias, creo que los tribunales te complacerán.
-¿Pero mi esposa...?
-Convéncela.
La cabeza de Saito daba vueltas, pero sabía que cualquier inquietud o algo malo que pudiera tener se resolverían por sí sola. El primo de su esposa era abogado. Seguramente podría ayudarlos a postularse para ser padres adoptivos. Y una vez que las autoridades locales se enteraran de la historia, seguramente apoyarían su intento de obtener la custodia. Y su esposa, una vez que se enterara de todo esto, aprovecharía la oportunidad de criar a otra niña...
-Está bien – dijo Saito – Sí, está bien. Lo haré. Haré lo que quieras, Jin. Por ti y Adrián... por la amistad que alguna vez tuvimos.
-Sabía que lo harías – Jin asintió y le dio la mano a Saito, o Hiroki –
Jin Park era una persona de cuidado, y más si se le debía algún favor. Por eso es que Saito estaba feliz de que ella hubiera cerrado ese compromiso ahí mismo.
-Hemos terminado aquí – dijo Jin – Estaré afuera en cinco minutos.
Ella estaba a medio camino de la puerta cuando Saito se dio cuenta y saltó de su silla para perseguirla.
-¡Jin! Jin, solo quiero decir...
-¿Sí? – preguntó Jin –
Saito tartamudeó y se aclaró la garganta.
-Um, gracias. Gracias por esto.
-No eres tú quien debería agradecerme.
-Pero te lo estoy diciendo – dijo Saito. Ahora que había encontrado un poco de coraje, siguió adelante – No sé muy bien el motivo de Adrián de haber renunciado a su hija, ni por qué estás haciendo esto por ellos, pero sea cual sea el motivo... quiero que sepas que es lo correcto. Una vez me salvaste la vida, Jin, y mi vida no significó nada. Salvar la vida de un niño, eso es... eso es importante, Jin.
Jin volvió a sonreír, y esta vez había un atisbo de verdadera felicidad allí. Era una sonrisa genuina que no aparecía frecuentemente en el rostro de Jin Park.
-Sé que es posible que no lo entiendas – dijo Saito – Todavía eres parte de ese mundo. Pero me gustaría poder explicar lo que significa criar a un niño, lo que significa tener algo así en tu vida. Tener a mi hija fue lo mejor que me ha pasado. Quizás algún día puedas experimentar eso.
-No lo creo – dijo Jin mientras salía por la puerta – Pero tal vez algún día tenga un novio.
Si claro, ¿Cómo no? Michael jamás se prestaría para eso, pensó Jin para sí misma, muy irónicamente por supuesto.
Ya saben, para variar.
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