XXII: Tic tac, Sammy Arden.
Cuando cae la tarde, los pavos reales trepan a las ramas de los árboles para dormir.
El repiqueteo de los tacones de Laetitia sobre el suelo de concreto en el laboratorio de videojuegos de la Universidad de Copper Grace hacía eco en las paredes lisas y grises de la estancia. Le tomó un par de días averiguar los horarios de Sam, y por una feliz coincidencia, dio con él al enterarse por medio de la misma Aiko Watanabe que el chico tatuado planeaba pasar seis meses más en Estados Unidos dictando una serie de conferencias a varios estudiantes interesados en el mundo de los videojuegos.
Aiko le explicó a Laetitia que ella era la jefa de Sam, y que él quería enseñar unas cuantas técnicas de motion capture en la universidad que lo formó a manera de agradecimiento por todas las buenas experiencias que tuvo mientras estudió allí.
Cuando Laetitia entró al laboratorio no había nadie, así que se recostó contra la puerta, cruzó los brazos y suspiró. No tuvo que esperar mucho para ver al chico de rojo, pues unos minutos después él entraba al lugar, casi corriendo, con una carpeta llena de documentos que debía analizar, una taza de café en la mano y una rosquilla en la boca, y no se percató de la presencia de la chica de cabello violeta hasta que ella se hizo notar.
—Samuel William Arden. Ha pasado un buen tiempo —cuando el muchacho se volvió hacia Laetitia no pudo evitar mirarla de arriba a abajo, pues su imponente presencia, sus tacones negros y su vestido de fondo verde con lunares blancos hacían que las personas cercanas a ella perdieran el aliento—. Todos aquí tienen esa misma mirada. Nunca habían visto a alguien como yo, ¿o qué?
Sam respiró hondo y masticó la rosquilla antes de responder.
—Lety, es que... no te ves como alguien normal. —él, nervioso, dejó la carpeta sobre el escritorio y le dio un sorbo a su café.
—No soy alguien normal, Sam. Lo sabes.
—Sí, es cierto. Oye, hace ocho años no nos veíamos.
—Siete —la joven puso su mano en la cadera—. Sé que estuviste en la World Tour Masquerade. ¿Qué tal te fue esa noche, Canadá?
—Cómo te...
—Eso no importa, niño —lo interrumpió ella—. No te preocupes, nadie más lo sabe aparte de Lyle y yo.
—Lety...
—No tienes que justificarte conmigo. Eso fue hace mucho tiempo.
Sam le ofreció una silla a su visitante. Ella se sentó y cruzó sus largas piernas mientras, por encima de sus anteojos de marco negro, reparaba en el enorme salón.
—Entonces, técnicas de motion capture... bastante por enseñar aquí, ¿no crees?
—Eh, sí. Los estudiantes de ahora me han dejado bastante por hacer. Son mucho más dispersos de lo que éramos nosotros en nuestra época.
—Puedo imaginarlo. —dijo la joven.
—Afortunadamente tenemos la ayuda de la universidad, sería imposible sacar esto adelante sin las instalaciones que nos prestaron.
—Es lo mínimo que pueden hacer con el dinero que les dábamos cada año. Yo misma estoy recuperando parte de lo que invertí a pesar de haber estado parcialmente becada durante toda la carrera.
—Sí... escuché que ahora eres profesora —Sam sonrió con sutileza—. Fuimos afortunados de lograrlo, enseñar es difícil. Lidiar con alumnos universitarios sin perder la cabeza es un gran reto.
—Bastante —Laetitia asintió—, algunos de nuestros colegas cambian cuando se les otorga un poco de ventaja sobre los demás... es normal, conozco más de una persona que se convertiría en un tirano si tuviera algún tipo de poder sobre un grupo reducido de gente, es que...
—Oye...
—Qué tienes, ¿Sam? —la joven lo miró extrañada.
—Lo siento, Lety —el chico tatuado suspiró-. De verdad lo siento mucho.
—¿Te pasa algo? Estás sudando.
Sam respiró hondo y terminó de beberse el café con rapidez. En su garganta se agolpaban las palabras, la curiosidad lo estaba torturando, y le costaba un poco de trabajo mantener la calma, así que decidió desahogarse.
—Lety, no puedo aguantarlo. Lo siento, no puedo hacerlo más.
—¿De qué hablas?
—¿Dónde está Emeraude?
Laetitia miró su reloj y cerró su puño, decepcionada.
—Tres minutos con veinte. Demonios, le debo doscientos a Arne —Sam tomó la rosquilla y se comió los últimos bocados, esperando que su visitante se explicara—. Aposté con Arne a que te tomarías menos de dos minutos en preguntar por Ems. Él dijo que serían más de tres. —el muchacho tragó y se limpió la boca con una servilleta.
—Puedo preguntar por ella, ¿no? Nunca respondió mis mensajes cuando iba a viajar por primera vez y no entiendo por qué.
—Claro que puedes. Pero tengo entendido que tienes cierto rollo con Aiko Watanabe...
—¿La conoces?
—Pregunté quién era cuando te vi traduciendo para ella en el paraninfo. Tendría que encontrarme con ella algún día si ustedes dos tenían clases programadas aquí. Están saliendo, ¿verdad?
—Oh, no —Sam sacudió la cabeza—. Esa es la impresión que damos, pero no somos pareja. Solamente compañeros de trabajo.
—Ya veo —la chica de cabello violeta acomodó sus gafas—. Así que estás soltero, y quieres saber sobre Ems...
—¿Sucede algo malo con ella?
—Vine a darte un poco de información importante.
—Habla, Schlagzeuger-Seward.
—No voy a hablar, Arden.
—Vamos...
—No te diré nada. Traje una carta con todo lo que necesitas saber.
Laetitia se levantó de la silla y sacó un sobre de su bolso. Luego lo colocó encima del escritorio y le guiñó el ojo al chico tatuado.
—Tic tac, Sammy Arden. Que tengas un buen día. —la joven salió del laboratorio mientras su taconeo retumbaba en los muros del lugar hasta perderse en el aire.
Sam trató de no prestarle mucha atención a la carta que Laetitia le había dejado, pero no podía controlar su curiosidad. A pesar de tener tanto trabajo acumulado, prefirió dejarlo para después, y sin aplazar más las cosas, abrió el sobre.
Apenas terminó de leer la carta, Sam salió del campus de la Universidad de Copper Grace y comenzó a caminar sin rumbo, se adentró en un bosque oscuro y frío, y sin que nadie pudiera oírlo, gritó con todas sus fuerzas, dejando salir de su pecho toda la frustración que sentía. No podía creer lo que había leído, y le entristecía saber que Emeraude vivía en unas circunstancias tan complicadas. Pero lo que más le impactó fue saber que tenía un hijo. Un hijo engendrado en medio de una fiesta temática de superhéroes sin ser planeado ni imaginado, y que en cuestión de unos minutos le había cambiado la vida.
La existencia de Sonny llenó de incertidumbre el corazón del chico tatuado, pues le mortificaba darse cuenta de todos los años que él estuvo preocupándose por sí mismo, sin notar las señales que Emeraude sutilmente le había enviado: aquel brillo radiante que vio en sus ojos en la ZKM, el llanto silencioso en la fiesta privada del gimnasio en "The Stockpile", verla cubierta con el saco de Braulio el día de la boda de Laetitia, la imponente territorialidad que exhibió frente a Irina en la World Tour Masquerade, aquella extraña aura de tranquilidad cuando la vio con su madre...
Estuvo muy cerca de descubrir que era padre, pero algo en el destino se lo había impedido, no podía explicar con exactitud qué era, y eso le molestaba mucho.
Sam estaba tan contrariado que empezó a llorar y le dio un puñetazo a un árbol que tenía cerca. Las lágrimas le inundaron los ojos como un río impetuoso e imparable, y de sus nudillos brotaba sangre que teñía de rojo las hojas secas en el suelo. Se recostó contra uno de los húmedos troncos y siguió llorando, pues sin darse cuenta, había hecho que el pequeño pelirrojo creciera sin su padre. No podía soportar que ese destino se diera con alguien cercano a él. Pero en sus manos estaba cambiar eso, y lo haría sin pensarlo dos veces.
Tuvieron que pasar varias horas para que el chico tatuado dejara de llorar y regresara a la ciudad. Cuando lo hizo, ya era muy tarde en la noche. Después de reflexionarlo mucho, entendió que la cantante habría tenido sus razones para ocultar a Sonny, pero sin importar que ella estuviera enferma, él necesitaba confrontarla. Tenía muchísimas preguntas por hacerle y no quería dar largas a ese asunto, por lo que decidió ir a la dirección que estaba incluida en la carta y que resultó ser la ubicación de la casa de Arne.
Antes de tocar la puerta, Sam respiró hondo y trató de calmarse. Después de unos minutos se decidió a golpear, y cuando lo hizo, su estómago se retorció de nervios. No sabía qué decir, cómo actuar o qué hacer, y mientras oía unos pasos que se acercaban a la entrada, sintió que el sudor se apoderaba de sus manos sin poder controlarlo. La puerta se abrió, y al otro lado de ésta apareció Arne en pijama, bostezando y con el celular al oído.
—Guten nacht, Arne. —asombrado, el alemán se quedó callado hasta que reaccionó, gracias a quien lo había llamado al celular.
—No puede ser. Te llamo luego —colgando, Arne respiró hondo y sonrió—. Buenas noches, chico de rojo. Hace años no nos veíamos. —Sam, tratando de no sonar maleducado, trató ocultar sin éxito su impaciencia.
—¿Dónde está, Arne? —preguntó el muchacho.
—Son las once de la noche —replicó el baterista—. Debiste esperar a mañana.
—No pude, lo siento. ¿Dónde está?
—Oye, cálmate. Vamos, respira hondo...
—Arne, no tengo tiempo para jugar. ¡Necesito hablar con Emeraude!
Laetitia salió de su habitación al escuchar la voz que perturbaba la silenciosa vivienda, y cuando vio a Sam lo saludó con la mano. Él no esperó a que ella dijera alguna cosa, y de inmediato entró a la casa.
—Lety, dime dónde está. Necesito hablar con ella. —la chica de cabello violeta movió el dedo en señal de negación.
—No, señor. Ya nos vamos a dormir, mañana tenemos cosas por hacer y está tarde. Lo único que vas a conseguir a esta hora de la noche es un resfriado. Vete a casa y vuelve mañana. —el muchacho estaba a punto de perder la poca calma que le quedaba, y aunque aun tenía ganas de gritar, se contuvo y se acercó a Laetitia.
—No tienes idea de lo que hiciste al entregarme esa carta.
—Y según tú, ¿qué hice?
—Acabas de lanzarme una roca enorme a la espalda. Ya es suficiente con tener el mundo en mis hombros, ¡y solo se te ocurre agregar más carga!
—Solo hice lo correcto, Sam. Necesitabas saber lo que está pasando.
—Lety, déjame ver a Ems. Nada más necesito un momento.
—Ya debe estar dormida. Por favor... ¡regresa mañana!
—No voy a volver mañana, quiero hablar de esto ya.
—Tengo que explicarte algo primero. Yo...
—No —el chico tatuado la interrumpió—. ¡Necesito hablar con Emeraude y tengo que hacerlo ahora!
Sam trataba de no levantar la voz, pero se le hacía muy difícil. Sabía que era de muy mala educación aparecerse en la casa de alguien después de las diez de la noche, pero su juicio estaba tan nublado que no le importó. Quería respuestas y no se iría sin obtenerlas.
Unos pasos se oyeron en la escalera que llevaba al ático, débiles y casi imperceptibles. Sam y Laetitia se quedaron en silencio repentinamente, pues sin darse cuenta habían empezado a hablar más fuerte de lo usual, y un par de oídos sumamente sensibles no pudieron resistirse al zumbido que producía el alegato en voz baja de ellos. Unos cuantos escalones antes de bajar del todo, la vista de Emeraude se posó en su visitante nocturno mientras trataba de ocultar las lágrimas. Él, al ver que la razón de su irrupción tardía aparecía ante sus ojos, se quedó sin habla.
Durante una fracción de segundo el tiempo detuvo su curso. La mágica mezcla de marrón y verde que envolvía sus miradas cada vez que se encontraban seguía intacta, y en una suerte de telepatía, los dos suspiraron al tiempo. Más de siete años habían pasado, pero aquella pequeña llama que varias veces amenazó con extinguirse había logrado mantenerse encendida en la oscuridad.
—¿Zorro rojo? —dijo Emeraude con la voz entrecortada.
—Pavo real...
Emeraude, sin dejar que Laetitia, Arne o Sam dijeran algo más, caminó hacia la cocina, tomó un bote de helado de arándano con una cuchara y se aferró al brazo del chico de rojo, haciendo que él caminara junto a ella, siguiéndola escaleras arriba.
—Lety, Arne... voy a estar en el ático con Sammy. Hasta la hora que sea.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro