Capítulo único
La habitación es fría, vacía y oscura; es como estar encerrado en un cubo de hielo, tan al centro que es imposible ver lo que te rodea. Lo único que te queda es tu propio ser; pero el silencio es tan áspero que cada pensamiento resuena en la sala como un grito, como un chillido de uñas contra un cáustico pizarrón.
—Buenas tardes —saluda un hombre pálido antes de sentarse frente a mí—. Soy el detective Lee TaeMin —me informa con fingida calma.
Sonrío.
—Hola.
—¿Debo decirte: "Recluso Do", como el resto de guardias; o prefieres que te llame por tu nombre; KyungSoo?
Me encojo de hombros sin darle importancia. Él asiente y suspira.
—Empecemos entonces —cruza sus manos sobre la mesa—. Háblame de él.
—No tengo nada que decir —declaro sin inmutarme.
El hombre sonríe y unas arrugas se marcan en sus ojos color oscuro. Sacude su cabello, apartándolo de su frente, y acaricia ligeramente uno de sus bien definidos pómulos, los cuales perfilan su rostro de manera preciosa.
Casi puedo apostar que ha contado hasta diez para mantenerse calmado. No quiere gritar ni golpearme, diferenciándose de todas las demás personas que habitan este edificio; quiere hacerme sentir cómodo para que le diga todo lo que sé.
—No va a funcionar —digo directamente.
Él sonríe divertido con mi hábil deducción.
—¿Por qué no? Me han dicho que puedo ser muy persuasivo.
Sonrío.
—Exacto —respondo volviendo a centrar la mirada en mi reflejo, sonriéndole al resto de policías que seguro me observan desde el otro lado de aquel falso espejo.
—¿Por qué lo hiciste? —Cuestiona casi con inocencia.
—Porque soy un psicópata, un enfermo y un degenerado; un sujeto sin una pizca de conciencia.
—Háblame de él —insiste.
—No tengo nada que decir.
—Tenía veintidós, tú veinticuatro; ¿dónde se conocieron?
—Veintitrés —corrijo—, su cumpleaños fue hace cuatro días.
—¿Dónde se conocieron? —Insiste. Bufo.
—¿Qué busca, detective? ¿Que le cuente nuestra historia de amor?
Él levanta una ceja.
—Entonces sí estaban enamorados —conjetura de inmediato. Ruedo los ojos.
—Yo lo maté, soy culpable, mis huellas están en su cuerpo y no estoy dando ninguna pelea. ¿Qué demonios quiere? ¡Solo condéneme y ya!
Sonríe levemente por mi arranque de furia. Él quería llevarme a ese límite y lo ha logrado, ha demostrado que poseo las emociones que me niego a exteriorizar.
—¿Por qué lo mataste? —Su tono es suave y lo detesto.
—Porque soy un psicópata, un-
—Sí, nos lo sabemos de memoria —me corta—, un bastardo sin pizca de conciencia —se inclina hacia mí—. Ahora dime la verdad.
—Es la verdad —respondo entre dientes.
—No te creo.
Sonrío burlón.
—No tiene que hacerlo, todas las pruebas están a mi favor.
—¿A tu favor? Se diría que están en tu contra al ser declarado culpable. A menos que busques ser ahorcado y todo esto sea una farsa —sus ojos brillan.
—No ponga en mi boca palabras que no he pronunciado, detective.
Vuelve a sonreír.
—¿Sabes por qué me eligieron para interrogarte? —Pregunta reclinándose sobre el respaldar de su silla.
Oculto una sonrisa. Claro que lo sé, habría que ser ciego para no notarlo; el detective Lee no fue elegido por ser astuto, valiente o cualquier otro aspecto admirable de su carrera, fue seleccionado porque se parece a él.
A JongIn.
Los mismos labios gruesos y la nariz pequeña y ovalada; el mismo peinado desordenado y cuerpo atlético; se parecen tanto que bien podría creer que es a propósito, que es una visión creada por mis demonios para atormentarme o una clonación designada a vengarse.
Pero no; en realidad, son muy distintos.
Él tenía un tono de piel canela que lo convertía en el hombre más hermoso que vi jamás, una manera de moverse que parecía divina y una ternura que bien podía derretir el más frío corazón. Él tenía una sonrisa hermosa, un brillo singular y cariño infinito para los niños a los que solía cuidar. Él exudaba sinceridad en su forma de disfrutar la vida.
El detective, en cambio, solo pretende ser él; solo busca jugar con mi mente.
—No —miento.
El pelinegro vuelve a sonreír como si mi respuesta le diera la solución a todos los problemas de la humanidad.
—Háblame de él —repite.
—No quiero hacerlo.
Vuelve a inclinarse.
—¿Por qué no? ¿Te resulta muy doloroso?
Encajo la mandíbula, comienzo a exasperarme.
—No tengo conciencia, menos emociones; no logrará sacar nada de mí. —Asiente.
—O sea que sí hay información que sacar.
—¡DÉJEME EN PAZ! —Exploto golpeando la mesa.
—Creía que no tenías emociones.
Uno. Dos. Tres. Respira.
Caperucita entra al bosque con su capa roja.
Cuatro. Cinco. Seis. Respira.
El lobo lo encuentra a mitad del camino a la casa de su abuelito.
Siete. Ocho. Nueve. Respira.
El lobo acaba con él.
Diez.
—Si tanto quiere saber, haré una demostración con su precioso cuerpo —ofrezco—; aquí, sobre esta mesa, para que todos sus amigos allá afuera disfruten de la función.
Él sigue sonriendo como si yo no acabara de amenazarlo.
—No hay nadie allá afuera —me dice calmado—. Estamos solos.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño.
—Porque confío en ti.
Me mantiene la mirada permitiéndome corroborar que no miente.
—¿Qué quiere de mí...? —Pregunto en un susurro.
—Quiero que me hables de él.
Cierro los ojos e intento callar mis atormentados pensamientos arremolinándose al rededor de su recuerdo.
—Yo... no tengo nada que decir —bajo la mirada.
—¿Cómo se conocieron?
Suspiro.
—En la universidad, compartíamos un curso juntos.
—Cuéntame qué sucedió esa noche —niego—. Bien, entonces descríbeme cómo era él.
—Nada de lo que pueda decir ayudará a su caso —aseguro. El detective se encoge de hombros.
—No me importa el caso, solo quiero saber de él. —Asiento.
—Él... JongIn... era alegre —sonrío—; aunque tenía una personalidad algo cambiante. Las personas solían decir que él era "peculiar" —hago con mis dedos la señal de las comillas—. Él odiaba esa palabra.
‹‹Amaba bailar y ver películas; me hacía ver una cada noche mientras comíamos pollo frito. Él adoraba el pollo frito; sobre todo acompañado de cerveza. —En mi mente casi puedo verlo sonreír nuevamente››
‹‹Su cuento favorito era el de Caperucita Roja —muerdo mi labio—, le ilusionaba la idea de andar libremente cubierto por una capa escarlata; era su color favorito...››
—¿Por ello te pidió que lo mataras?
Frunzo el ceño y noto lo estúpido que he sido.
—Sigue buscando pistas; mintió. —El detective suspira.
—Estamos en un cuarto de interrogación dentro de una comisaría, era obvio. —Lo era.
Aparto la mirada, enfurecido por el giro de nuestra historia. El abuelo intenta salvar a Caperucita de las garras del lobo; pero el abuelo no es un héroe, solo es un anciano mentiroso dispuesto a todo por obtener la verdad que le conviene.
—Háblame de él. —Niego con la cabeza.
—No tiene sentido hacerlo.
Es él quien frunce el ceño ahora.
—¿Por qué no?
—Cualquier conjetura que tenga sobre el caso, olvídela —espeto—. Yo lo maté, detective, soy un psicópata y merezco la pena máxima.
—¿Te refieres a la "conjetura" que tomé de su historial clínico, donde está escrito que él tenía una enfermedad sumamente dolorosa que lo llevó a solicitar la Eutanasia para acabar con su agonía, pero que le fue denegada varias veces; razón por la que te rogó por meses para que lo ayudaras a morir? ¿O la que me asegura que el día de su cumpleaños, cuando lo viste retorcerse y prácticamente desmayarse por el dolor, decidiste finalmente ayudarlo?
—No.
—Qué hay entonces sobre la planeación que realizaron para el día siguiente, cuando procediste a asesinarlo con las instrucciones que él mismo te dio —niego—. Acéptalo, le diste sedantes esperando que lo adormecieran lo suficiente para no oírlo gritar mientras cortabas su garganta con el frasco de vidrio que él mismo fue a comprar esa mañana.
—¡NO!
—Y cubriste todo su cuerpo con su propia sangre, como él te pidió, para sentir que llevaba el manto escarlata del que solía hablar.
—¡BASTA!
—Ayudaste a tu novio; lo entiendo. Ahora ayúdame a mí a sacarte de aquí. Confiesa, dime lo que realmente sucedió esa noche.
Lo miro fijamente, escuchando sus súplicas internas y su fuerte sentido de justicia, y me siento identificado: comparto su interpretación de lealtad.
—Él era el hombre más hermoso que he conocido en toda mi vida; tenía una figura ridículamente perfecta y un alma sumamente brillante. Era todo lo que cualquier demonio anhela; por eso necesitaba consumirlo.
—¿Qué?
—Cuando lo besé esa noche, cuando lo estrujé entre mis brazos, él seguía pidiendo por más, como si quisiera que mi toque llegara a su alma...
—Espera...
—Rompí su labio mientras lo besaba, disfruté del sabor de la sangre y su piel en mi boca, corroyendo mi alma, llenándome de él, ocupando todo mi ser con su cuerpo... Pero no era suficiente, necesitaba más...
—No hagas esto.
—Mis uñas, mis dientes no eran lo suficientemente filosos como para atravesar su armadura y moría por descubrir su ser interior. Tomé lo primero que encontré, un frasco sobre la mesa de noche, y lo rompí contra la pared...
—¡Para! ¡Detente! —Me toma del cuello.
—Tenía la espada en mano, era mágica, podría destrozar la piel de un dragón, ¿por qué no usarla? Abrí su piel despojándolo de la suciedad humana y me empapé de lo más sagrado de su cuerpo, de su color favorito... Era delicioso, tan sensual; un dios vestido con seda escarlata.
—¡CÁLLATE DE UNA MALDITA VEZ! —Lanza un puñetazo tan fuerte contra mi mandíbula que me hace caer al suelo.
—¡Quería saber qué sucedió, ¿o no?! ¡Yo lo maté! ¡Lo degollé porque soy un maldito enfermo!
La puerta se abre de golpe y cuatro policías entran en el ahora estrecho cuarto; dos de ellos se colocan a mi lado y me fuerzan a ponerme de pie para colocarme las esposas e indicarme el camino hacia mi final.
El detective permanece sentado con aspecto derrotado y la mirada perdida, decepcionado; mostrando un puchero involuntario que me recuerda de manera dulce a los labios que me acompañaron por años.
—Al final, el lobo se comió también al abuelo —menciono con una sonrisa de disculpa.
Él se niega a mirarme, pero noto su furia en los vellos crispados de su nuca; río y doy un paso hacia él, esperando a que levante la vista. El detective se pone de pie y me enfrenta la mirada con la intensidad que lo ha caracterizado desde que ingresó.
—Usted es muy astuto, detective; pero absurdo, igual al niño de esa película... el que decía ver gente muerta —me burlo.
—El niño decía la verdad —comenta frunciendo el ceño.
—Exacto.
Le guiño y lo último que veo antes de marcharme, son los ojos oscuros expandiéndose y la mandíbula del detective cayendo lentamente ante la confirmación de todo lo que había buscado. Pero es demasiado tarde.
Mientras camino por el helado pasadizo, rodeado de paredes oscuras y sumamente antiguas, hacia la horca que anhela sellar mi destino, casi puedo ver el reflejo de mi amado bailando a mi alrededor.
Él está usando un traje rojo perfectamente entallado que le da un aspecto sensual y precioso. Sonrío ante sus manos acariciando la soga que viste mi cuello, ante sus labios limpiando las lágrimas que brotan de mis ojos y, con el último soplo de aire en mi pecho, lo oigo susurrar: "Gracias, mi amor".
Hola ^^,
Esta fue una idea que se me ocurrió y que luego creí que sería perfecta para el KaiSoo, así que comencé a escribirla y terminó encantándome. ¿Qué te pareció?
Gracias infinitas por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro