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✨ Capítulo 2 - Una Cárcel Imperial.


Créditos de 1era Portada - Banner para @AkiiJazz - Créditos de Historia Original - Idea - Comisión para @CherrHunter - Escrito, Redactado y Editado por @MollyMhollyy y su maravillosa beta detrás de bambalinas que es muy tímida para aceptar su gran trabajo xd















Ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos

llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba.


Heródoto de Halicarnaso (484 AC-425 AC) Historiador y geógrafo griego.





Con el tiempo los años, el mes y las horas pasan, con el tiempo el reino, el imperio y la riqueza se vuelve fecundo*, con el tiempo la fama, el ingenio, la fortaleza escasean, volviendo la tierra gris y el fruto del vientre en océanos desvelados de arena y desiertos, con el tiempo lo hermoso se desdirá y terminará en arrugas tallada en años y sabiduría, con el tiempo el prado verde de jazmines se desflora y los animales silvestres agonizan llamando a la muerte joven y experimentada, con el tiempo el mundo se vuelve mudo y crea una corteza tal árbol en crecimiento para proteger su carne blanda de la lengua social y las armas que destruyen supremacías, con el tiempo las guerras pasan y crean ríos olvidados de cuerpos y almas perdidas, con el tiempo la verdad se oscurece y llega a un final estancado, el mar brama y la nieve blanca vuelve a su lecho de donde nunca tuvo que partir, con el tiempo los eclipses ocurren cada mil años dejando atrás un camino de fugaces estrellas que vuelven al lugar donde alguna vez nacieron y dejaron las marcas de su ombligo y la placenta de su estirpe, el tiempo se vuelve relativo, la forma de vida y el cómo sea usada cambia, transforma y evoluciona, aquella noche viperina donde la llegada del Daegam a Busan marcó un antes y un después, inclinando así la balanza de la vida en todos; lo cambió todo, el hombre blanco de sangre roja y gritos como camino generó huellas que enredaban sus hilos rojos en los hilos de los demás, tomando el puesto de un Dios maligno que marca el destino a su imagen y semejanza, donde él, desde las alturas da forma expectante que vaga entre las tinieblas y el deshielo, libre como los pájaros dorados del solsticio veranear e irrompibles como las palabras saltantes de bocas ardientes que vienen directo del infierno.

La primavera resurgente después de un invierno agresivo y calculador, volviéndose en testigo ejemplar para los eventos ocurrentes en aquel solsticio primaveral, volviéndose el único medio para medir el tiempo que pasaba en Corea. Los años son cortos cuando los buenos tiempo llegan, se vuelven veloces y no miden la forma en que pasan, a veces traen buenas nuevas que favorecen a sus mejores creyentes, la luna llena Diosa de la noche y oscuridad siempre da regalos a quienes son sus mejores devotos.

Por otra parte, cuando los tiempos son lentos, lejanos y precarios, la agonía de vivir un día a la vez es un sufrimiento que no trae recompensas ni buenos deseos, está alejada de ser fructífera y amable con los que día a día esperan que las horas pasen para que el tiempo termine más rápido y puedan pasar a esas rachas ambles.

El Daegam Jeon, dueño de la casa Minka del norte, gobernante y dirigente de las tropas reales, padre del único omega nacido en invierno y bendecido por la luna, Jeon Jungkook un alfa bastante acto y visto para el segundo puesto como un Yangban* estuvo cumpliendo su deber como general principal de Busan en sus tiempos libres, en muchas ocasiones fue llamado para asistir a las reuniones del consejo burdes de la cámara principal teniendo un objetivo principal, exponer indicaciones exactas de los parámetros, ejecuciones y decisiones tomadas en su estadía en Japón, la mayoría de Alfas en la corte del rey Kim dudaban de las capacidades del joven Alfa, los movimientos de combates en los últimos tiempos se habían vueltos cuestionables y demasiados arcaicos, la crueldad en sus ataques hacían dudar de la nobleza de su emperador Taewang*, las colonias que habían sido arrasadas por los Alfas del ejército de Corea habían masacrado todo a su paso, trayendo y mandando constantemente objetos, personas o prisioneros del país enemigo al reino de Busan.

A su vez el Alfa Jeon empezaba a tomar su posición en el primer rango superior del gabinete imperial y el primer rango inferior en la corte real, fuera de combate y del campo principal de guerra no era más que un hombre joven con un deber que cumplir con su majestad y su considerable bondad, tenía más por dar que solo luchar y derramar sangre cortando cabezas y desgarrando cuerpos enemigos que cruzaban su camino.

Con cilindros largos de oro y piedras preciosas incrustadas en su cuerpo donde el humo del tabaco bailaba, los hombres de gran palacio se pavoneaban como si solo ellos tuvieran la potestad de mandar y dar las órdenes y no su real majestad, la mayoría en el círculo cercano del rey esperaban ver a Jungkook en su mejor Hanbo, listo para caer y dejar en evidencia que era un jovencito con demasiado poder en mano, pero para disgusto de algunos el Alfa se presentaba siempre dando a los superiores la información verídica y exacta de cómo afrontaba la guerra, ellos buscaban con desesperos los secretos de su cabeza, adquirir cada palabra que salía de su boca y hacer suyos las adquisiciones extranjeras y métodos exactos de su trabajo ejecutado y organizado en el país enemigo, necesitaban la astucia y templanza de su carácter en una mesa donde los mapas de papel de arroz, tinta y pergamino de Sapporo se mostraban, necesitaban ver con sus propios ojos y escucharle con sus propios sentidos o sino ellos mismo serían los principales causantes de hacerle perder la cabeza alegando incapacidad de su parte, nunca aceptarían que un alfa tan joven fuera mejor que ellos, viejos decrépitos en la última etapas de sus vidas añorando más tiempo, más poder, más para gastar.

Más lo que no veían y siempre obviaban era que Jungkook era más que un simple trabajador del rey o de elite, Jeon era un Daegam, un hombre que dedicaba toda su vitalidad e ingenio en la orientación a otros con la idea de mejorar las tropas, era la cabeza, el cuerpo, el furor de cada alfa, sin él solo tenían hombres ineptos que no sabían usar un arma y controlar su lobo, con él, lo eran todo, era Dioses, guerreros, fuego, alma, lobos y sin él... eran nada.

Las incriminaciones de no hacer su trabajo no disminuían, en algunas contadas ocasiones el segundo en el gabinete real soltaba pequeños relatos irónicos puntualizando como tenía que ser el verdadero trabajo de "informar" la corte no estaba para ser sobrepasada, primero estaban ellos antes que el rey, por lo tanto siempre era primero informar a sus representantes que verían si tal declaración tenía el peso de ser expuesta a su majestad, eran puras irreverencias hacia el joven Alfa, cada una de aquellas cabezas - que parecían asfixiarse y perder su oxígeno por sus pesados adornos, impidiendoles el razonamiento claro - tenían la clara capacidad de discernir que una acusación tal de "incapacidad" sería intencionalmente ignorada por parte del monarca Kim, inclusive podría ser tomado como un desdén hacia él mismo al haber dejado en las palmas de tal alfa el camino de una nación, por ello siempre hablaban cuando el rey no estaba o Jungkook no tenía mucho con lo que defenderse, dejaban de lado que el Alfa representaba el pilar de un país, era el mármol irrompible.

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El hermoso omega de la casa Jeon, del castillo Minka del Norte corrió gustoso cuando el beta Hoseok, perteneciente a la casa de la familia Jung y erudito de la casa Kim le dio permiso para retirarse de su clase, su hanbok de colores claros como el verbena, azul y rojo eran sujetados en las pequeñas piernas con sus manos diminutas y frágiles para evitar tropezones o dañar el traje, sabía que tenía estrictamente prohibido correr o siquiera tener esa actitud tan poca acta para un omega de clases como él, desde que tenía memoria le habían estado enseñando modales acordes para su casta, su Imilla siempre estaba al tanto de sus necesidades y de lo que fuera a necesitar en su día a día, pasaba la mayor parte del tiempo estudiando o practicando sus modales sin descanso, siempre estaba solo, su única compañera era la soledad y su beta a cargo. Un omega nunca debía de exceder la cantidad de personas con las que se rodeaba, los chismes siempre podían ser tomados como una fuente para volver al casto niño en un descarriado jovencito de las lenguas.

Por normas estrictas del señor de la casa, nadie podía estar cerca de él o si quiera invadir su espacio, él recordaba estando más pequeño como una vez una concubina del señor principal había infringido la norma de invadir el tercer castillo solo para ver con sus propios ojos cómo lucía el omega del que tanto hablaban los pueblerinos y mercaderes de Busan.

Quería ver con la capacidad de juzgar si era cierto que su señor ocultaba al niño porque era el único "recuerdo" palpable que había dejado su esposa, ignorando en primera parte que el Alfa Jeon no ocultaba al omega por aprecio o miedo a su muerte sino por vergüenza, por odio, por las ganas crecientes que su lobo mantenía en despellejar aquella tierna carne de cordero.

Nadie más allá de la mujer que había asistido el parto de la difunta omega del castillo Jeon, compraba joyas para el pequeño omega o telas preciosas que cubrieran su piel del sol y el frío, solo ella y nadie más que ella, por ende fue muy extraño e inevitable que se propagara el rumor que hablaba del hijo del gran Daegam del Norte, un omega que solo tocaba lo que fuera digno de ser tocado, un omega con la belleza comparable del Dios Gwangmok Cheonwang, aquel que lo ve todo, un dragón con el poder de someter a quien esté en su contra y la religión, debido a ello, la belleza fue expuesta como un relato que daba buena suerte, el pueblo no dejaba de exclamar y agradecer a los dioses por su nacimiento, y aunque el pequeño nunca había sido visto desde su llegada al mundo, nadie estaba absuelto de mentir o decir verdades, los pocos mercaderes que tenían acceso al palacio que siempre proporcionaban la mejor mercancía; hablaban por una monedas extras en cómo un guardia había anticipado con sus ojos lo que las paredes y el mármol ocultaba, el sol naciente en una criatura de tan solo 2 años de edad, el cual había maravillado su existencia que le era casi inconcebible que fuera encerrado en aquellos muros, su boca había sido propulsora de contar los mejores poemas y cuentos en su nombre.

Haciendo semejanzas actas con los lirios de invierno y cerezos de primavera, sus ojos grises como el hielo eran un manantial de vida que mostraba la pureza de la blanca y pura escarcha invernal, su piel pálida, brillante, suave y virginal desprendía el más exquisito olor como si el rocío mismo de una mañana estuviera presente siempre.

Era tal su presencia que sea sentía un don nadie ante tal ángel, era justo un castigo por si quiera respirar el mismo aire que tan delicada criatura aspiraba, debido a ello no fue extraño ni de esperarse que la concubina del señor Jeon usara aquel mal llamado curiosidad como una excusa perfecta para ver con sus propios ojos aquel mito de una belleza enviada desde el cielo.

Ella no creía en los rumores de pueblo, eran pueblerinos, gente de baja escala social que nunca estarían al margen de una persona con poder, en las calles siempre se contaba cualquier cosa con tal de saciar sus irrespetuosos deseos sociales o mantener activa sus aburridas vidas de pobres, un poema más o uno menos del gran omega Jeon no hacían la diferencia de nada.

Por eso, la mujer había ignorado toda advertencia dada, llevaba poco tiempo viviendo en el palacio, su señoría de la casa Choi había dado su presencia como ofrenda al Alfa, una beta esbelta y de terciopelada belleza, creando el vínculo y los deseos de que si aquella mujer vivía y pertenecía a la casa Jeon, con el tiempo su lugar en el harem del Daegam sería recompensado y por lo tanto tendría algún beneficio de dicho alfa donde siempre existiría el agradecimiento.

Claro está el hombre obviaba la idea de que el alfa pocas veces usaba a sus concubinas y que prácticamente las pocas veces que había tenido contacto sexual con algún cuerpo habían sido puras mujeres japonesas que jamás habían sido usadas para repetir o si quiera se había sabido de su presencia, prefería almas desechables que nunca cruzaran su vida de nuevo.

La mujer desde su primer día en el segundo palacio Minka había puesto el lugar de cabeza, las demás betas no estaban muy felices de que estuviera ahí, y lo habían dejado claro quejándose constantemente con la segunda cabecilla del castillo, un general de tercer cargo que era la mano derecha del Daegam, aquella desagradable mujer se creía especial usando aquellos atuendos más ostentosos que los que ellas mismas usaban, los hanfus por lo general no eran usados por ellas, sus trajes tenían que ser sencillos, no podían opacar a Jungkook ni mucho menos al omega del tercer castillo así esté no mostrara su presencia, aunque este no tuviera el favoritismo de Jeon a su favor los roles se respetaban con bastante ferocidad, su vestimenta eran sutiles, no vulgares, fáciles de armar mostrando la hermosura en lo simple y hasta en lo fácil de quitar, pero la mujer sin dudar en ningún momento, actuaba como si fuera la ama y señora de la casa, como si su puesto fuera ser la siguiente omega Jeon del castillo Minka, el Daegam Jeon no sabía de esto porque sus deberes en la capital consumían su mayor tiempo libre, siendo solo la hora de la tarde y los fines de semanas los únicos días donde podía disfrutar su hogar, la mujer a veces tomaba paseos largos por los alrededores, caminando entre los altos árboles frondosos mientras los sirvientes acompañaban su presencia a varios pasos de distancias, la idea principal de la beta había sido primero pasear por los lugares que ella creía y le habían dicho que el alfa Jeon transitaba, después hundida por la idea de lo que escuchaba y creyendo que no era tan importante la presencia de dicho omega en la casa se sumergió en los caminos prohibidos y que nadie además de la servidumbre usaban, la idea de verle rondaba como la serpiente venenosa en un árbol.

Necesitaba estar segura de aquello que iba más allá de su conocimiento, la concubina sabía que la encargada de aquella majestuosa estructura siempre estaba al lado del pequeño, eso era lo más difícil, evitar toda persona que le impidiera llegar hasta el omega de invierno.

Sabía que todo los días un beta erudito de la casa Jung llegaba al castillo por órdenes del Daegam en instruir al omega, así que fingía de buena forma siempre pasear entre el estanque y el gran patio mientras su cuerpo era protegido por una sombrilla de papel, los guardias de Jeon y del mismo Beta acompañaban a su magnificencia hasta llegar al tercer castillo, los alimentos eran dejados en la puerta de esta evitando cualquier interrupción, las damas de compañía e incluso la imilla no interrumpían en ningún momento las horas de clases por temor a ser castigadas por el amo Jeon si se enteraba de que el omega o el beta habían sido alejados de sus obligaciones.

Pero aquella mujer no sabía de reglas o disgustos, su idea errónea de creerse intocable le llevó a romper cada ley impuesta en el gran castillo, con su vestimenta ostentosa y un abanico de terciopelo y joyas la joven dama cruzó aquel puente que separaba un campo del otro, el olor a flores invadió su fosas nasales, haciendo de su sentidos un revoltijo de emociones que no entendía a qué venían, sus ojos curiosos miraron a los lados de cada pasillo donde la madera del suelo se veían infinita, pegó su oreja a la puerta en curiosidad perpetua mientras el corazón le latía rápidamente al saber que estaba haciendo algo prohibido y que podía ser castigado con la muerte, podía escuchar el tintineo lejano de algún instrumento, miró por última vez a su alrededor antes de tomar la descabellada idea de adentrarse por completo al castillo, empujo la puerta cuidadosamente apretando los labios al primer indicio de un ruido rechinoso, dejo las sandalias a un costado, las medias blancas protegían sus delicados tobillos conforme daba pasos que le acercaban más y más a aquel ruido hermoso y donde el olor a omega se volvía más intenso, la voz extra de aquel beta Jung acompañaba cada nota

Guiando poco a poco cada partidura evitando así la equivocación de la misma, había escuchado que aquel pequeño no pasaba más de los tres años o más, pero parecía como si la edad no importara en aquella casa para ser forzado a estudiar y a aprender, lo estaban convirtiendo en lo que debería ser, un hermoso omega de clase.

Con cautela de no ser descubierta dio dos pasos más creyendo estar tan cerca que podía oír la respiración del pequeño y el cómo el beta hablaba de forma suave y comprensible para que el niño entendiera, dándole halagos cada que tocaba una nota bien y dándole apoyo cuando se equivocaba y el instrumento por defecto se estrangulaba en notas mal tocadas, ajustó su hanbok y con sus manos presionó la tela hasta quedar de rodillas.

La puerta de papiro era delgada y fácil de abrir, sus dedos finos y claros entreabrieron el material dejando solo una ranura pequeño donde el costado de los personajes se podían admirar, el hombre sentado en sus rodillas asentía mientras en sus manos descasaba un gayageum* el cual hacia el mismo sonido que el que tenía su pequeño discípulos en sus diminutas manitas blancas, el niño intentaba de la mejor forma posible imitar las acciones de su profesor aun siendo la voz del beta quien guiara el cómo tocar las cuerdas y que tan fuerte presionar.

La joven dama no posó mucho su mirar en el pequeño, no podía verle bien, el hombre llenaba el espacio con su porte y belleza, el cabello claro como si el sol mismo se hubiera bendecido en su ornamenta era sujetado con una hermosa peineta que ondeaba una serpiente real en joyas rojas como el rubí y las cuencas de fuego del diamante de japón, la manta de cabello caía libre sobre su pecho mientras el hanfu verde acentuaba su piel y la sonrisa amable de sus labios, la concubina estaba extasiada ante la imagen del caballero.

La realeza concebía cierta belleza a sus principales representantes, no era de extrañar que un erudito se confundiera con alguien cercano al rey o al príncipe, porque de igual forma aquellos majestuosos hombres de sabiduría también eran vistos como una corona de poder, suspiro quizás enamorada pero aquello solo fue algo ligero cuando por fin decidido aceptar por lo que iba y estaba irrumpiendo las leyes de su señor, la imagen del pequeño omega la aturdió cuando reparó en su error al no prestar la debida atención desde un principio, nunca había visto piel tan clara e inmaculada, los rumores no hacían justicia para lo que el gran Daegam de Busan ocultaba en su castillo, el hijo principal de la familia Jeon era por mucho un omega nacido en la gracia divina de los 4 dioses cardenales y de las siete constelaciones del sur de las veintiocho constelaciones universales y que protegían a toda, china, corea, japón.

Su belleza superaba cualquiera que hubiera nacido en los siguientes mil año, su cabello plateado bendecido por la luna madre caía en cascadas, jamás le habían cortado tan majestuosa prenda natural, solo los lazos y la pequeña coronilla de un noble sostenían la mitad de ello en una cola alta de un moño que era atravesado con una alabarda de oro y zafiros con un hermoso lirio tallado en oro y un rosa pálido que resaltaba el color del cabello, sus ojos eran el reflejo del océano atlántico, aquel gris pulido y traslúcido que danzaba con la libertad de un cisne blanco surcando casi en igualdad los azules marinos de su padre, quien aun no sabia que la herencia de su mirada habían nacido en lo que más odiaba, la única diferencia era su forma clara y casi ambigua que daba una inclinación evidente al gris pulido del yeso, como si aquello solo fuera herencia segura de su madre omega difunta.

No sabía qué hacer, aquella imagen era tanta que se sintió sofocada, ninguna mujer por más hermosa que fuera jamás superaría la belleza infantil y virginal del pequeño omega, podía sentir como todo él opacaba su existencia y le hacían tener emociones negativas que poca veces en su vida había experimentado en carne y alma, ese niño tenía que perecer y marchitar en algún momento, ningún hijo nacido en otra mujer superaría al primero y si Jungkook mostraba preferencias estaba segura que sus hijos bastardos no tendrían el reconocimiento adecuado, pero ese no era el mayor de sus problemas, se había concentrado tanto en observar a escondidas que no había notado la presencia de Jungkook a tan solo unos pasos de distancia.

El alfa respiraba tan apresuradamente y fuerte que simplemente era inaudito que aún no hubiera sido notado, sus ojos manchados en el rojo vivo de la sangre hacían de su belleza un arma mortal que estaba a punto de cometer el acto más nefasto por ser desobedecido.

Desenvainando su espada en un movimiento veloz Jungkook no dejó que la mujer asimilara la idea de que estuviera ahí en el tercer castillo, cuando está volteo a ver en su dirección siendo por fin testigo del fuerte olor a iría incontrolable y deseo de sangre, quiso gritar pero ya era demasiado tarde.

El ruido desafinado como si un arma estuviera siendo estrangulada por el rasgueo insensato de la pajuela acompañó al grito agónico de la mujer al ser cortada de tajo su cabeza, la sangre chorreo en la puerta manchando la misma en un atroz contorno que traspasó el papel, dañandolo hasta caerse en pedazos y bultos de material y glutinoso líquido, dejando ver al Beta y al omega; aquello no era una mancha cualquiera, era sangre, era la sangre que se derramaría por aquel omega que no sabía que estaba bañado en desgracia.

Tanto el hombre adulto como el pequeño interrumpieron su quehacer en el momento mismo que el grito resonó.

Por más que Hoseok hizo su mayor intento por ocultar tan aberrante imagen del pequeño de tres años, abrazando su cuerpo a su pecho;ya era tarde sus ojos no dejaban ir el cómo el papel caía en pedazos manchando la madera del suelo y la telas finas que protegían su piel de ser lastimada o rozada al estar tanto tiempo de rodillas practicando, aquel hombre, el que poseía su rostro manchado en sangre con sus cabellos, negros y largos como un río de oscuridad cayendo hasta cubrir su pecho, con sus ojos manchados en el color del líquido espeso que goteaba de la puerta, las paredes y venía a su encuentro como una laguna de jacintos regándose por todo el suelo, era su padre, el alfa que le había engendrado y le mantenía oculto del mundo exterior.

Sus ojitos expandidos en sorpresa, terror y un reciente amor paternal no se apartaron del alfa que miraba el cuerpo inerte, la cabeza de la concubina había rodado unos cuantos metros siendo la imagen de terror la última expresión en ser plasmada.

Su hanfu rojo con bordados de oros y figuras de fenix, los cuales alababan a los dioses, se habían manchado del líquido, sus mangas y pecho contaban con una gran cantidad de líquido viscoso que goteaban y dejaban manchas pequeñas en el tatami, sus pies descalzos pisaban la sangre dejando huellas de su presencia.

El alfa no miró en ningún momento al omega a pesar de que el único muro que les dividía había sido destruido por la sangre y ahora dejaba un hueco, limpió la espada con el mango usando su mano como apoyo en un ágil movimiento que pareció hecho con demasiada facilidad, dando así la vuelta para regresar por la gran puerta del tercer castillo Minka mientras la Imilla y algunos guardias veían todo desde la entrada con sumo terror y la respiración estancada en sus faríngeas.

Eso había sido una lección clara, nadie podía desobedecer a Jungkook sin perder la cabeza y por ello habría un castigo para cada uno al no ser responsable de controlar aquella mujer que había sobrepasado su palabra como si esta fuera un papel de escritura del mercado que podía ser fácilmente pisoteado.

Aun con esta imagen grabada en su memoria y perdiendo en borrones por los años, el jovencito de cantarina presencia corría como los colibríes libres en el campo, el sol radiante alumbraba su camino haciendo de su preciosa imagen un muñeco de porcelana cara y de una sola edición, eran las 12 del mediodía, el omega calculaba que su padre aun no llegaba al castillo por lo tanto su libertad y horas de juegos seguían a disponibilidad y su secreto.

En su cara se plasmaba la sonrisa traviesa al escuchar como unos pasos muchos más rápidos venían hacia él, su Imilla se había dado cuenta que había huido apenas las horas de clases llegaron a su final, tapó con su mano delicada su carcajada cuando los gritos de la mujer de que se detuviera llegaron a él.

No quería parar, quería seguir jugando y esta vez en la libertad del patio, con el sol calentando su piel, el aire puro llenando sus pulmones y la naturaleza ampliando su dulce y virginal olor, quería ver los peces del estanque, los Correlimos Zarapitín en el agua y hasta las libélulas en los nenufares.

- ¡¡Jove amo, por favor deténgase!! - la mujer apenas y podía sostener su yukata y caminar con las geta* sin sufrir un accidente, el pequeñito no miraba por donde corría, solo iba libre, vivaz, los guardias se esparcían alrededor en una forma estructurada como la de las estrellas diagonales, cada 6 metros un hombre uniformado esperaba cerca de las columnas o en el sendero que protegía la estructura del pequeño y personal bosque. Por mucho que estuviera cuidado el omega Jeon, su señoría no permitía que el chiquillo saliera de su propio castillo, construido para su exilio interno hasta que la edad fuera adecuada para su presentación.

El niño era alegre a pesar de los impedimentos que se le habían presentado en su crecimiento, para él no había otra cosa diferente, todo se regía y seguía una línea transparente que aunque no veía, las mujeres a su alrededor le enseñaban y le obligaban a seguir, nunca le habían regañado demasiado fuerte o si quiera le habían lastimado, sus betas y guardias eran tan amables que le era extraño escuchar cuando su imilla le decía que más allá de la puerta de su propio castillo solo la tristeza sería su único pesar.

No había conocido a su madre, pero siempre se alegraba al escuchar que había sido la mujer más hermosa en todo corea, sus cabellos claros de un rubio platinado casi semejante a los suyos, su belleza era una herencia que le gustaba ver en los espejos imaginando despierto que tanta diferencia abría de ella en él, quería hacerse una idea de lo mucho que podían parecerse.

En ocasiones preguntaba cómo era su padre, pero cuando hacía ese tipo de preguntas todos callaban, el trago era grueso y amargo hasta el punto de darles sonrisas tensionadas que le daban una sensación horrible en el estómago.

Tenía aquella imagen borrosa que con el pasar del tiempo se volvía cada vez más lejana como un recuerdo de lo que él creía sería un padre, nadie hablaba del hombre que le había engendrado y de hacerlo lo hacían en murmullos que él mismo se encargaba de escuchar pegando su cuerpecito a las paredes o columnas intentado mantener su presencia al mínimo.

- ¡¡Señora Himari, señora Himari!!, ¡míreme! - Yoongi giro en su propio eje intentado imitar los pequeños pasos que poco a poco estaba aprendiendo en las clases que realizaba todo los días en la mañana y eran específicas para su enseñanza no hace menos de una semana, sus manos juntas en su pecho para luego estas subir e ir a su cintura mientras inclinaba de un lado al otro mostrando su agraciado perfil, la Imilla no se había sorprendido cuando el Daegam Jeon le había citado una vez a su oficina apenas su visita a palacio había terminado, las betas en ese momento le ayudaban a quitar parte del gran yukata que llevaba para solo quedar en paños menores de un solo corte el cual estaba hecho en ricas telas de algodón, su único fin de llamar a la mujer en ese momento era para mostrarle a la única mujer omega que entraría a su casa y la cual estaría encargada de ahora en adelante en darle lecciones de baile y comportamiento en público al omega de 6 años, Yoongi por mucho que fuera parte de un gran linaje, su estatus le obligaba a seguir los reglamentos de su apellido familiar y el de su padre, estaba en la edad exacta para ser enseñado y por ello no podía negarse a nada, aun estando su madre viva si el caso se hubiera dado, Jungkook claramente habría extinguido toda responsabilidad a la omega, arrebatándole la potestad como madre para él ejercer como el único responsable de la educación de un hijo bastardo en su sexo.

El omega tenía un deber con su familia y ese era el honrar la casa hasta que tuviera que partir de esta, para la señora Himari aquella sensación de nudo, el cual atravesaba su garganta y por lo tanto hacia la acción de tragar más difícil solo volvía su trabajo más complicado y sentimental, había visto a ese pequeño desde nacido, estaba bajo su cuidado hasta que el señor creyera fuera necesario, la idea de su pequeño niño de solo unos cuantos años más siendo mostrado a la sociedad como un ternero al carnicero le era escalofriante, no podía concebirlo ni en sus más remotos sentimientos.

La mujer sonrió por un momento cuando el giro salió a la perfección, pero aquella sonrisa no duró mucho tiempo, de repente la figura de su señor no estaba tan a la lejanía, sin darse cuentan el niño había cruzado el segundo terreno dejando atrás su Minka y la seguridad de esta, el joven amo no había visto aún al chiquillo correr en su dirección sin ser precedente de ello, y lo que más le preocupaba a la mujer era que el gran Daegam no estaba solo, sino, acompañado de más alfas que de seguro notarían por fin la presencia del pequeño omega Jeon.

Tomando más allá de lo que debía de su propia vestimenta la mujer corrió alarmada y con todo lo que su ornamenta le permitía, aguantando la necesidad de gritarle por segunda vez al niño que se detuviera porque sin duda eso sí alertaría a Jungkook de que Yoongi había salido de su tercer castillo para ingresar a zonas prohibidas.

Más la suerte estaba echada, Jungkook surcaba los pequeños arroyos del vasto patio en compañía importante mientras el Hanfu Rojo con adornos de oro y flores tejidas en hilos dorados que llevaba y se arrastraba en la grama, ondeaban gracias a la cálida y acogedora brisa, su cabello largo y suelto solo mostraba un pequeño moño suelto que era sujetado por un broche de oro bañado con pequeños fragmentos de jade y el cual representaba la imagen tallada del Dios Zhuniao*

El hombre traía en su mano un Kiseru* de oro que había sido enviado de las tierras lejanas de Kioto, con el único motivo de causar gracia a su persona, sus manos masculinas y claras hacían de la pose una forma de arte, sus dedos sostenían con fuerza el rau* de bambú mientras sus labios sorbía del kuchimoto* el humo saborizado de Latakia* un tabaco de sabor intensamente ahumado, curado con humo y originario de Siria, los hombres que mayormente visitaban al Daegam siempre traían presentes extraordinarios que pudieran agradar a su eminencia hasta el punto de permitirles tener el conocimiento estratega que había desarrollado en su travesía en japón.

Su mano sostenía de una forma justa el Kiseru que le hacía ver casi como un Bushi* de alto rango que solo estaba de descanso.

Yoongi no noto la presencia de los alfas ni estos notaron la misma hasta que la desgracia misma baño su lugar con amargas miradas, el omega jamás olvidaría aquella escena remarcada en su vida, su cuerpecito sin querer chocó con las piernas largas y resguardadas en telas de su padre, causando así que cayera en un estruendoso movimiento que removió las flores en el pequeño jardín y que el arroyo empapara el hanbok de telas caras y colores suaves, los peces kois huyeron ante el repentino golpe que movió las olas miniatura de su mundo submarino. El sonido fue tanto que las voces dejaron su charla para voltear a ver que había sido todo aquello y que había sucedido en cuestión de segundos.

Jungkook había dejado de hablar para mirar por sobre su hombro a su pequeño y desgraciado hijo tirado en las aguas del estanque del segundo palacio, su ropa empapada ondeaba y se ha clareaba mostrando el tono pálido y puro de la nieve en su dermis, mientras que sus largos cabellos grises poco a poco absorbían la humedad en las puntas dejando una tira de espeso manto gris humo y desordenado, el sabor del Latakia ya no tenía sentido en su boca y el humo que se desperdiciaba por la boquilla del Hizara* no era suficiente para calmar la ira fulminante que nacía desde su pecho y que estaba alterando al pequeño niño que miraba con lágrimas atoradas en sus ojos grises con manchitas azules desde su posición a aquel hombre que aún no giraba por completo y solo daba la imagen de él, una espalda esbelta y cuidada entre telas rojas.

Yoongi abrió su boquita para disculparse, pero su Imilla llegó inmediatamente tirándose al piso en una reverencia dogeza* ante tal descuido de su parte, los hombres que observaban aquello a unos cuantos pasos de distancia de Jungkook no entendían en su totalidad que estaba pasando, para ellos era normal la presencia de niños y omegas en su entorno, ignoraban la idea machista e idealista del hombre y su creciente aberración ante los omegas y su debilidad ante la sociedad.

La mujer adulta tenía sus dos manos por delante de su cabeza mientras sus rodillas se apegaban a su pecho ensuciando el yukata negro con la poca agua que se había salido del estanque y que aún se movía turbulenta por los movimientos del niño que salía tembloroso del agua fría para colocarse en la misma posición que su cuidadora.

- Llévale ahora mismo para que se cambie - dijo uno de los Hyeonhu* detrás de Jungkook, quien simplemente no pudo retener más sus palabras al notar que Jeon no estaba haciendo o diciendo algo más para que el pequeño fuera atendido - Enfermara si se queda con el hanbok en ese estado.

- Y-yo...- quiso reparar la mujer, pero Jungkook tosió falsamente por fin dejando ir el humo en sus labios antes de girar por completo su cuerpo e ir a donde Yoongi y la Imilla esperaban inclinados en el suelo haciendo la reverencia justa para aquella situación.

El silencio era aterrador, el único sonido además de las respiraciones alteradas, era el del arroyo que cruzaba por el puente de arco y el bambú al sacudirse por el radiante sol.

Jungkook inclinó su cuerpo solo un poco, usando sus manos como soporte para suavizar la tela de su hanfu y así poder mirar de frente a aquellos dos, primero miró a Himari, la mujer seguía enterrada de cabeza rogando no ser asesinada esa noche, mientras Yoongi hipaba bajito intentado tragar aquel mar de lágrimas que resbalaban precarias por sus mejillas rojas y sucias.

El Daegam no se perturbó ante la imagen ni mucho menos se molestó cuando sus dedos largos y masculinos tomaron desde el mentón el cincelado rostro de su hijo para hacer de su vista una mejor, moviendo de un lado a otro para que su perfil fuera apreciado con mayor dedicación y esplendidez. El pelinegro no había visto el pequeño desde que este aún estaba de brazos y caliente al salir del vientre de su difunta omega, así que ese fortuito momento era y sería la primera vez en tantos años que admiraba el rostro de Park Roseanne en el cuerpo de su hijo, su maldito hijo omega, su joven estructura aún no maduraba lo suficiente, tenía la estatura y medida exacta de un pequeño de 4 o 5 años, por no hablar del atenuante parecido con él, el cual escaseaba como la cebada en la primera nevada, sólo sus ojos, aquellos vidriosos y rojos iris por las lágrimas podían ser tachados como suyos y únicamente suyos, la herencia que su lobo había entregado, pero en ese detalle tan pequeño había nivel, por que él a diferencia de su hijo, poseía la imagen impenetrable de un fuerte alfa que reflejaba un poder singular en la pupila carmesí y que no flaqueaba ante el azul interno de un animal débil.

Su humano podía tener ojos océano, oscuros como la profundidades infinitas y aterradoras, pero Yoongi, el pálido solo era un mar en calma que mostraba la marea baja ante una tempestad.

Como seña, Jungkook dejó ver por instante segundos su color interno, la presencia de su lobo, recibiendo como respuesta instintiva el deslumbrar agua marino de un omega apenas perceptible en su envase. Eso sin duda enervó a Jungkook.

¡plas! Fue el sonido que causó su palma al chocar con aquellos sonrojados pómulos que soltaron sangre, la exclamación de sorpresa fue tanta que los hombres presentes se abalanzaron contra Jungkook en una queja por tan aberrante acto de golpear a un niño frente a sus ojos, no estaba prohibido el castigar y corregir pero les parecía inaudito que por solo caer y ensuciar sus hanbok el joven alfa estuviera corrigiendo y castigando a su propia criatura, era un niño, todo los niños podían ensuciarse y caer cuanto quisieran.

- ¡Pero qué crees que haces...!

- ¡A callar! - exclamó el Daegam mirado por sobre su hombro a sus invitados gruñendo y mostrando sus ojos color escarlata, aquello sin duda frenó cualquier acto y además dio un escalofrío a todos, los latidos de los alfan iban como los aleteos desesperados de las golondrinas sin descansos, sus orbes estaban por salir de sus cuencas mientras Yoongi sostenía su mejilla golpeada y la sorpresa de aquel golpe aun no abandona su expresión infantil y lastimada, girando su cara de nuevo Jungkook esculpió en la cara de Yoongi, mientras que la mujer que había permanecido en silencio alzaba su rostro ante el sonido del golpe - Que sea la última vez que salgas de tu Minka y ensucias nuestro apellido a tu antojo frente a desconocidos, tu madre no murió en vano solo para dar a luz a un omega torpe - replicó el alfa alzándose por fin de aquella posición gacha para cruzar sus brazos entre la tela roja de su Hanfu y que este le diera una imagen contrapicada superior al pequeño que le miraba desde el suelo con sus mejillas manchadas, los ojos expandidos y los labios temblando aguantando el llanto que quería florecer de lo más profundo de su ser - Has manchado cada pared de esta casa con tu sangre desde el día en que naciste, evita más amargura a tu linaje y se un omega digno del apellido Jeon, ahora vete y cumple tu castigo por desobedecer las palabras de tu señor.





El Rey Kim era por mucho un monarca bondadoso y respetado, no buscaba la abundancia de su porvenir o mantener un poder que no era suyo, para muchos una corona era el significado diligente de grandeza y un escalón de poder ante todos, para el hombre significaba un peso mayor donde la vida de su gente y alrededores estaban bajo su cuidado, un descuido o equivocación mínima y todo se volvería una tragedia fatal donde las preciadas vidas de sus súbditos estarían arrojadas a un juego de damas chinas, las tierras, aquellas por las que había luchado y la sangre de sus enemigos se habían derramado estarían condenadas a las desgracias de los dioses olvidando la libertad, las riquezas, la grandeza y la idea de un reinado largo y próspero, la muerte de su hermano en el pasado y con ello el deber de seguir en la corona y proteger al siguiente heredero era un peso que había aceptado como deber y compromiso sin objeciones ni yendo contra la voluntad de los Dioses, a pesar de que tenía que cargar con la entidad* de criar y llevar hasta la corona al príncipe legítimo Kim Taehyung y que este no fuera carne de su carne y sus únicos lazos familiares fueran solo filiares de sangre lejana, la idea de que el pequeño alfa sufriera o se lastimara le era inconcebible y no cabía en su cabeza la idea donde él no existiera.

Taehyung al igual que cualquier persona con sangre real había nacido con un fin, principios, obligaciones y un trono que tomar a pesar de que su edad fuera una limitación bastante evidente para muchos que ansiaban poner sus manos en el cuerpo moldeable del jovencito. La ley exigía una temprana coronación y un temprano acto matrimonial para que la vida del rey fuera larga y su gobierno fuera fructífero pero el pequeño príncipe sólo tenía 8 años, para el rey Kim era algo que no veía pasar por mucho que los consejeros reales le pidieran ir haciendo la primera búsqueda de la futura pareja real del principito, sus pensamientos aun no giraban en torno a aquella idea.

- Su majestad hemos llegado - el hombre dejo de pensar cuando el guardia llegó a la puerta de su carruaje haciendo una reverencia para abrirla, las damas que acompañaban su presencia bajaron primero formando una corta cobertura de personas que esperaban a que el hombre por fin se mostrara, el negro carbón en los algodones formados tela y el blanco en el tejido de lino, hacía de la presencia del rey un hombre nacido en la gracia de los dioses, su cabello era sujetado por una corona pequeña de aro atravesada con una ligera y fina horquillas de oro la cual estaba grabada con la imágenes de los dragones de fuego, teniendo en la punta de esta la cabeza del animal y en sus ojos dos esferas incrustadas de jade.

Su porte elegante surgido del tan meticuloso arquetipo de procedentes monarcas coordinaba de manera armoniosa con el selecto y galano estanque que mostraba su belleza natural en frente de sus ojos, teniendo en sus partes internas preciosas herbáceas acuáticas que le daban la bienvenida desde la lejanía del jardín que aun el rey no recorría, las agraciadas flores silvestres lucian sin pudor alguno sus pétalos emergentes tintados en colores extravagantes y brillosos, los cuales pocos descansaban en los nenúfares acuáticos - aquella nueva forma de vida y apolíneo era más valorado y visto como criaturas acendradas e impolutas que bajaban al mundo terrenal para tener muchas vidas.

Era así como su figura real parecía equilibrar su grandeza y potestad absolutista a través de su calzado de goma -diseñado meticulosamente por uno de los más renombrado y prestigioso hwahyejang*- en lo que las suelas de los mismos chocaban sin hacer escándalo contra el suelo, abriéndose el paso entre todas aquellas féminas que, con el sumo respeto ante el apogeo de su llegada dejaban sus cabezas gachas sin que ninguna de sus hebras se saliera de sus papeles de prolijidad gracias a los binyeo* que mantenían todo en su lugar.

Aquella parsimoniosa aura que rodeaba su ser dotado de grandioso poderío seguía siendo turbada internamente al intentar darle una estructura y disposición a su próxima decisión de una manera casi similar al mundo del intelecto y de una epistemología plasmada de lo que décadas más tardías sería Kyujanggak*, la biblioteca real de la dinastía Joseon, en lo que continuaba su recorrido en dirección al espacio rigurosamente resguardado con una gran opulencia en donde un futuro heredero legítimo de todo el imperio se hallaba, el rey meditó que tanto se podía retrasar tales obligaciones, era el rey y como tal podía retrasar o adelantar algunas eventualidades. En aquellos instantes no tenía la noción intacta que le hicieran percatarse de los subordinados que seguía fervientemente su paso firme o de las pinturas abstractas de centelleantes colores que adornaban las paredes del palacio mientras avanzaba, puesto que era el momento de concebir y acunar en su cabeza la idea de comenzar a inculcarle al joven heredero todos aquellos fundamentos y doctrinas que hacían de cualquier portador de una pura sangre real digna de un linaje de alto rango un gobernante regente como era su caso, un dirigente altamente capaz y perspicaz que llevará el legado de su nación más allá del atisbo de la gloria.

Luego de su travesía por aquella amplia variedad de pasillos de madera fornida finalmente dio con la resguardada puerta corrediza compuerta del distinguido changhoji* que era opacado por los ornamentos de madera que funcionaban como un distinguido y prolijo decorativo en representación de la ideología que adoptaba su gobierno. Ni siquiera en aquel momento la guardia real que escoltaba la puerta se había atrevido a elevar la mirada hacia su señor al haber reclinado sus cabezas en cuanto lo oyeron aproximarse con su característico andar y sus tintineantes joyas tan centelleantes de oro que producían un armonioso sonido al chocarse entre sí; la cual corrió de inmediato los bordes pulidos de la entrada para abrirle el paso. Y así, dejando a sus persistentes percusores detrás de sus espadas, se adentro en el cálido espacio perfectamente organizado según los patrones que se requerían para un placentero consumo de té, reflejando en esta pequeña reunión la ya reiterada ideología fuertemente incorporada del confucianismo al mantener un concepto de ritual sagrado a costas de una ceremonia.

De inmediato al entrar a aquella amplia habitación pudo divisar al retoño de cabellos rubios como el sol con su vista fijada en la mesa de zelkoba poseedora de un perfecto acabado y un color oscuro, siendo protagonistas de un segundo plano aquellas siervas de cabellos notoriamente negruzcos y recogidos en un prolijo Ko Meori* que se situaban en los costados del espacio con una reverencia de prominente y acertada inclinación de unos exactos cuarenta y cinco grados para evitar la caída o balanceo de las pequeñas mesas hojokban* de cuatro patas curveadas en forma de "S" en la cara interna de la circunferencia, cuya función era sostener recipientes de latón y porcelana para proveer té y los alimentos adecuados para el acompañamiento del mismo. El joven, quien ni siquiera había llegado a recorrer una década de su vida, inmediatamente aplicó sus aprendizajes esenciales enseñados a temprana edad al reclinar su cuerpecito aún frágil hacia adelante casi al mismo grado que las féminas, siendo la única diferencia con las últimas la posición de sus piernas puesto a que se encontraba de rodillas sobre el suelo.

El monarca Kim, con ese corazón terso y apaciguado que llevaba incrustado en su pecho, se tomó el tiempo de observar al infante con el aire y porte de seriedad -misma que no era caprichosa por ruines tratos o algún reflejo de preponderancia negativo- que requería aquel momento tan crucial para el Wangseja*, la figura del regente imperial mismo volcado por el momento en su persona y todo el poder que la misma conllevaba ínterin tomaba asiento al frente del cuerpo de complexión pequeña resultante de su corta edad; marcando este acto un comienzo para que las sirvientas comenzarán a posicionar las redondas mesas de pequeño tamaño frente a los dos comensales dentro del terreno.

Es más, hasta se atrevía a llegar a la hipótesis de que las divinidades mismas podían infligir el papel formidable de un jurado ante su sentimiento de nostalgia al ver en las facciones de Taehyung florecer poco a poco a medida del paso del tiempo, y dejar plasmarse en su rostro aquella sangre real que circulaba de forma cerrada por sus venas, llegando inclusive a recordar cada rasgo minúsculo de su hermano, cuya imagen estaba tallada en la cara de su hijo y en su pequeña belleza que resguardaba en los ojos dorados del infante. Algo era factible, sí, y era el hecho de que su corazón irradiaba un aura protectora hacia su sobrino por su naturaleza de corazón abrasador y augurio de una pérdida, y justamente por aquello junto al afán de una población libre de carencias o más daño en la brecha de la injusticia y el irrefutable deber que su corona le otorgaba era que se necesitaba marcar con una tinta sagrada un punto sobre una delgada línea recta que funcionara como divisor de un tiempo pasado y otro futuro.

Fue el suave carraspeo naciente desde el interior de su garganta lo que causó dos respuestas: la primera y más esencial para el monarca fue la captura de la atención del pequeño alfa, quien aun siendo infante dejó de observar absorto el agua caliente y de un color verduzco que era depositado en su pequeño tazón, sacado le risitas bajas a las damas que vigilaban al pequeño niño desde la lejanía y pegadas a la pared, puerta y a dos metros detrás del niño, agh Tehyung-ah... ¿cuando dejarias de ser tan distraído?

Tras el pequeño llamado este mismo elevó su mentón sin ningún movimiento brusco para cruzarse con los ojos de su familiar y, sobre todo, su monarca y figura de autoridad por un tiempo presente. Sus mejillas se colorearon de rosa cuando notaron la diversión en aquellos ojos bañados de edad, el rey se reía de su loca distracción, y ya por segundo, fue el retiro de las sirvientas, quienes formaron dos filas por delante del rey Kim seguido de volver a reclinar obedientemente sus cuerpos pequeños envueltos de prácticas prendas para sus trabajos; retirándose a petición muda del hombre de forma organizada una tras otra para quedarse en ubicaciones cercanas al salón en caso de que su señor las solicitara nuevamente.

- He oído que has avanzado notoriamente en tus clases de escritura, incluso me dijeron que en poco tiempo terminarás de leer los "Caracteres de mil palabras". - Susurro el hombre mientras que sus manos se encargaron de tomar el pequeño tazón de porcelana imperial tintada y agraciada de tener en su material la viva imagen del dragón plasmada entre su lechosa blancura para llevarlo cuidadosamente hacia la naciente apertura de sus labios y así beber el contenido servido previamente. En respuesta, el alegre y enérgico niño estiró fervientemente sus comisuras hasta formar una peculiar sonrisa cuyos labios y estructura bucal externa dejaban relucir a una figura recta y, con ello, a un rectángulo perfecto al verse el pequeño cachorro de lobo puro complacido por las preguntas de sus deberes recién aprendidos.

El soberano deseaba usar aquello como una forma no agresiva para acercarse a su sobrino, sentía que si era muy directo en su prontas palabras el niño se asustaria y haría un rabieta que terminaría en llanto, y todos sabían lo poco que le gustaba al rey ver a su sobrino llorar, aquello simplemente le partía el amla, necesitaba que se viera como una homogénea tradición, la cual buscaba celebrar apropiadamente dándole un índole rutinario, acto familiar del cual se podía sacar ciertas ventajas,como por ejemplo, adaptarle como próximo deber como monarca. Como plano secundario, el benévolo Kim deseaba que estuviera presente el aroma conocido y sereno de la comodidad, esto debido a que necesitaba tener un ambiente previo para Taehyung no sintiera aquello como alguna emboscada.

Fue paciente el pequeño mutismo que se generó en cuanto el chico tomó con sus dedos índice y anular una galleta yakgwa*para llevarla a su boca y masticar ansiosamente, dejándole un corto período de tiempo a sus papilas gustativas para que degustaran la dulce delicia. Una vez que su ingesta breve acabó, habló nuevamente.

- ¿En serio, en serio? El señor Gong me dijo algo parecido...- Taehyung hizo una breve pausa de su animada charla para pasar la masa del dulce con un poco de té en lo que el alfa mayor subía y bajaba su cabeza con movimientos minúsculos a forma de asentimiento. - Dijo que prontamente leeré libros mucho más difíciles.

Gong Yoo se trataba de un beta que poseía entre sus manos el desarrollo y formación intelectual del pequeño Kim, siendo una de las elecciones más prestigiosas de toda Corea al ser su puesto nada menos que el de un Munmyo Bae-Hyang*, siendo integrante de un reducido y recontado grupo de dieciocho eruditos de alta gama que recibían el bien meritorio de "Los dieciocho sabios de Corea". Hasta el tiempo recurrente, Taehyung había sido un fiel aprendiz de la educación formal en relación a los cimientos de lo que un príncipe debe de integrar a su intelecto y comportamiento cotidiano.

Es así que, cuando el monarca imperial observó que el heredero al glorioso trono había llegado a una edad adecuada para aprender, pidió que uno de los 18 erudito fuera su mentor a su vez exigiendo que este le notifica de sus avances, Gong Yoo había aceptado las riendas de la pesada carga de instrucción de tal pieza importante para el país -tal y como en el Xiangqi*, cuya pieza más fundamental es el Rey/General. - para comenzar a moldear de manera correcta, ética y estratégica al joven heredero. Es así como el Alfa traga antes de ordenar sus palabras y recopilarlas en una para ser dirigidas al pequeño lobezno que le mira con ojos brilloso y la más atentas de las miradas, esperando y deseando ser involucrado o lo que fuera que hubiera permitido tener al Monarca Kim en sus aposento.

- Taehyung, quería hablarte de algo sumamente importante. - El susodicho atinó a parpadear un par de veces, mostrándose con un sentimiento de confusión que daba a relucir el atisbo de la inocencia tan impoluta que solo un niño podía portar consigo. - Debo aclararte y recordarte de dónde vienes y cuál es tu misión en este mundo. Solo de esa manera entenderás tu deber de ahora en adelante, cuya importancia es aquella por la que tus padres y nuestros dioses te han otorgado el don de la vida.

La espalda del rey permanecía tan rígida y erguida como el árbol de roble más duro crecido de la naturaleza, manteniendo sus ojos ligeramente cansados por la rutina aún firmes. Debía ser extremadamente meticuloso con sus palabras puesto al impacto de las mismas sobre un niño de ocho años: mismo que en un futuro no muy lejano tendría que fruncir su espalda con el resplandor de su juventud para cargar con el peso de ser el heredero, podría no entender o malinterpretar las oraciones.

- Tu padre fue un honorable hombre que luchó y lideró como le fue posible a nuestra República en los momentos más difíciles que podríamos atravesar. Fue el estallido de una guerra terrible contra Japón, un territorio no tan lejano que dejó a nuestro hogar, a nuestra patria en un estado realmente grave, Taehyung. - El niño aprieta sus labios asintiendo quedito, saber que su padre había muerto por este país le daba dolor, no había conocido al alfa más que sus gallardas hazañas. - Esa nación nos superó en número y armas, pero gracias a nuestro valiente Daegam y sus soldados, junto con otras ayudas de nuestra gente y refuerzos de otro país cercano, pudimos derrotar a los atacantes y luego ir recuperando poco a poco nuestra paz.

Fueron unos instantes en los que el monarca se detuvo para dejarle al niño de hebras de hilo de oro recogidas en un pulcro moño adornado de ligeras joyas seguirle el paso del relato, el cual intentaba asimilar y adaptar a su trabajada y a la vez limitada comprensión por temas tan carnales y naturales como lo es la edad. Él solamente utilizaba el recurso del asentimiento ralentizado como su única forma de darle a entender a su mayor con ademanes que las oraciones y relatos sumamente simplificados para el entendimiento de su persona eran captados y procesados por su consciente. Sus pestañas de un ligero tono más oscuro que el de todo su cabello se encontraron tanto las inferiores como las superiores un par de veces al entrelazarse en consecutivos parpadeos que escondían por una diminuta brecha de tiempo sus globos oculares, denotando aquella curiosidad pueril que el cachorro había decidido titular como la determinante de su contenta personalidad.

"Oh, vaya". Ese era el par de palabras que se flechaban de manera tajante en su mente. En esos instantes se indagaba desde su individualismo el por qué ninguno de los sabios eruditos letrados -que alguna vez le había inculcado sus renombrados y valederos modales y saberes- le habían otorgado una explanación concreta y paulatina en la que se integraran los pasos para explicarle a un infante sus porvenires y trágica llegada al mundo de oro que actualmente le acogía.

Era plenamente por inercia que el hombre volvía a organizar las sílabas en silencio para proceder con su sermón digno de un guión ante tantos rodeos y desviaciones que aquella tarea le estaba empleando internamente.

- Lamentablemente, mi querido niño, - Ejerció un especial uso del apelativo que endulzó su lengua y entonación con el mero objetivo de no turbar el ambiente. - la vida de tu padre fue arrebatada en manos de aquellos enemigos que te he mencionado antes, pero por obra y gracia de los dioses fue que tanto tu madre como tú han podido sobrevivir.

El entusiasta Kim podía hacerse la no tan lejana imagen de cómo aquel retoño bajo protección estaba proyectando el relato, tomando esencialmente en cuenta el semblante peculiarmente sereno del rubiecillo. Sin embargo, no deseaba o tenía las expectativas de que el niño se sintiera fuertemente conmovido, reiterando en aquel pensamiento que solía tener con relación al desarraigo paternal que había sufrido él. Después de todo, Taehyung jamás había sido dotado de un lazo emocional o sentimental con su progenitor de sangre directa, ese lazo fundamental había sido arrebatado si quiera antes de que conociera el mundo.

- Es así como lo que te acabo de contar -prosiguió luego de tomar un poco de aire- nos lleva a hablarte de tu deber en este mundo. El antiguo monarca que te dio la vida se trataba del legítimo heredero al trono de nuestra región, pero debido a su fallecimiento fui yo, su hermano, el que tuvo que tomar su puesto al seguir una... -hizo una breve pausa para encontrar las palabras más cándidas. - una línea en donde estamos conectados unos al otro, ¿entiendes? yo era la siguiente opción que tenia que tomar el puesto del rey ante el fallecimiento del anterior. ¿Lo entiendes?

- Sí, lo entiendo. - contestó luego de unos tres segundos con su vocecilla meliflua, acompañando sistemáticamente aquellas palabras con un asentimiento que deseaba plasmarlas en su lenguaje corporal, como si intentara incrementar la validez de la respuesta con aquello.

Prontamente, las paredes de la garganta del rey se resecaron con aquella introducción, por lo que tomó la porcelánica tacita con su mano derecha para incrustar el borde de la misma entre sus labios y consumir un poco del líquido contenido.

- Pero es necesario que entiendas que yo fui la única opción disponible para reemplazar al rey en ese momento porque tú, el gran príncipe heredero, aun le faltaban días para salir del del vientre de tu madre. Sin embargo, al ser el sucesor legítimo tienes la tarea de educarte con ayuda de eruditos como el señor Gong Yoo para convertirte en lo que estás destinado a ser: el rey de sangre pura que dirigirá todo el territorio que, por decreto y ley, te pertenece.

A pesar de sus lacónicos años de vivencia, el joven heredero tenía una comprensión carente de parcialidad a lo que acababa de oír debido a la pequeña noción de aquello que le rodeaba, siendo esto en contraparte a un mundo desconocido aquel que implicaba las pesadas y crudas tareas de un monarca. Y por supuesto, debido a su puericia que consigo arrastraba esa pizca de necesidad a las dudas menos fundamentales que se podrían pensar en aquel momento.

- ¿Y qué debo de hacer para ser un rey? - sus belfos se encargaron de encerrarse una sobre la otra para masticarles con el mismo entusiasmo que se irían derritiendo en su paladar al rumiar entre los restos aquella pregunta contenida en entusiasmo, permaneciendo impaciente en la espera por una respuesta.

El monarca mantuvo su expresión parsimoniosa y su campo visual totalmente centrado en la cabellera rubia cual oro pulido recogida en un moño de su familiar, imaginando al joven florecer en todas las actividades intelectuales, éticas y aquellas que conllevaban una serie de educación ardua y extensa.

- Tú, príncipe mío, has sido concebido con todo lo necesario para ser un rey. Como te lo he mencionado, deberás pulirte con eruditos en campos como la historia, la moralidad y, sobre todo, la etiqueta. En tus manos encomiendo tu deber real de formarte como un honorable gobernador que lleve el nombre de nuestras tierras y dinastía hasta el empíreo al que perteneces.

Era más que dado por hecho tanto para el rey como para su jurado de dioses, -quienes probablemente admiraban la situación por encima de la corona celestial- que el agraciado niño de hombros finos cubiertos del jeobori* estructurado por una tela poseedora de una gama azulada junto al emblema del dragón en la parte correspondiente al torso; tenía en su interior la centelleante y viva llama de benignidad y blandura que parecía ser una descendencia directa de sus predecesores, cuya abrasadora y flaqueante luz se situaba en el centro del corazón.

¿Era quizás esa la mayor virtud para gobernar un imperio tan extenso y rico? Por supuesto que un regente debía tener aquella sensibilidad hacia sus súbditos, quienes le servirían fervientemente si le apreciaban como a una divinidad capaz de sentir el mismo augurio que ellos; pero siempre ante todo iba a prevalecer la capacidad evaluada constantemente por los ministros o funcionarios de gran intelecto que rodeaban los cimientos del gran y elevado trono del fénix, cuyas espaldas eran llevadas a la vida gracias a la pintura que parecía retratar en un telón la grandeza de los cielos.





Se trataba de una proporción áurea aquella que se reflejaba en el brillante y pulido gyeongdae* color borgoña, que constaba de un rectangular cofre que jugaba un maravilloso papel de soporte para el cristal reluciente adherido al interior de su tapa, misma que incorporaba tres cajones de mangos auríferos en forma de arco. Aquellos ojos edénicos y lejanos del horizonte con matices de un cielo cayendo a pedazos unía sus párpados inferiores y superiores con una gracia tan divina que causaba que sus pestañas grisáceas se saludaran en revoloteos unas contra otras y llamando al vendabal más silencioso con destinos oscuros, tal portador de aquella imagen singular esperaba sentado y con espalda recta a que la fémina situada detrás de su espalda, cuya piel inferior a sus ojos se encontraba estirada y ahuecada en una línea ligeramente violácea que se perdía al final de la extensión del ojo y sus párpados por la edad, como si intentara disimular la llegada de su apariencia gastada y la edad, terminará con su acto. Las manos gastadas y de uñas cortas de la señora Himari se hundían entre los mechones de sus hebras sedosas divididos en tres secciones ante la constitución de una prolija trenza larga que aún estaba hasta la mitad.

¿Era aquella criatura frágil una flor destinada a ser una ninfa? Sí, eso debía ser. Esas eran las indagaciones retóricas que surgían en la Imilla al ver de cerca las facciones y percibir el aura del dulce omega. No podía explicarse ni a ella misma aquella gracia que bendecía al serafín mundano que se veía a sí mismo con las alas anudadas dentro de una jaula de cobre, cuyas tiras finas de material apegadas unas a otras cumplían el fin de dejar sin ningún escape al pobre y casto angelito. Aquella prisión revestida de todo tipo de lujos era la propiedad y dominio de una bestia feroz y errática que prevalecía en la boca de todos gracias a su ímpetu a la hora de actuar, un bárbaro bajo un título de preeminencia que era totalmente diferente a su pequeño hijo.

¿Cómo era siquiera posible que el suave muchachito fuera un engendro y descendiente de la misma sangre violenta que portaba su predecesor? Esa pregunta apuntaba como respuesta a la difunta y aclamada progenitora del impoluto y virginal omega, además de a alguna milagrosa y fructífera intervención divina que hacía que aquel gen angelical proveniente de Park fuera dotado de un mayor refinamiento directo de algún presunto capricho de una diosa.

Entre brumas preguntas el omega pregunta, sus dedos juegan unos con otros mientras alisa el traje delicado que lleva, cuyo color resaltan el olor y sabor de su piel.

- Señora Himari, ¿ya casi acabamos? - El jovial niño se mantenía risueño ante su triunfante y reciente clase de danza -en las cuales había sido introducido aproximadamente hace dos años-, en cuyo campo parecía un prodigio al moverse con una armonía totalmente conciliable a su venusta apariencia; empleando aquellas lecciones de artísticos movimientos en su andar al mover sus pies y acompañarlos con el cuerpo de una manera casi mecánica diariamente, haciéndole aquello verse como una preciosa muñeca danzante.

La mujer asintió primeramente antes de responder, terminando de intercalar los mechones platinados del niño hasta dejar una pequeña parte sin trenzar para poder anudar el prolijo peinado.

-Sí, joven amo, en un momento estará libre. - Prosiguió por tomar el daenggi* para aproximarlo hacia aquella libertaria cantidad de cabello y rodear el lazo rojizo alrededor de la circunferencia del grisáceo mechón, pudiendo finalmente atar el mismo con un nudo suave que dejaría fijado su cabello. El bello retoño cimbrea ante esto sus labios para formar una contenta sonrisa que dejaba relucir sus preciosas perlas blanquecinas abrazadas a las bases de sus rosadas encías, -las cuales juraba que podían ser más suavecitas que los mismísimos pétalos de una de las flores de loto que descansaban coquetamente en los lagos de los jardines del tercer palacio en el que residía. - rotando su pequeña cabecita de ángel suavemente hacia la derecha e izquierda para admirar su tocado, cuya prolijidad se conservaba de manera estética al poseer mechones más breves y revoltosos -pero eternamente maravillosos- adornando sus pómulos y frente lechosos y pálidos cual gélido invierno.

La luz del sol se escabullía de una manera muy cálida e impoluta a través del changhoji* tenue de las ventanas, dejando trazarse y dibujarse parcialmente en las paredes y suelo de madera caoba a pequeñas figuras geométricas debido a la madera que figuraba ornamentos como decoración al papel.

El alumbrado traía un elevado sosiego al corazón del joven Jeon, mezclando la estética luminosa de la tarde con los sonidos del agua corriente y, en un muy bajo volumen y casi indistinguible, las charlas lejanas del casi nulo gentío que rodeaba en distancia al palacio. ¿A qué se debía tanta palabrería? Era aquella cuestión muy fácil de responder; en aquella ocasión la encantadora residencia principal Minka de tonos vibrantes se había visto en la agraciada situación de recibir a su alteza imperial en su cálido y estructurado interior.

El señor de la casa, sin embargo, llevaba un semblante que irradiaba su característica irritabilidad; condensándose en su entrecejo ligeramente fruncido, arrastrando a sus cejas pobladas y negruzcas a intensificar su aura de superioridad mientras que sus comisuras se estiraban en sentido negativo sobre un imperceptible eje ante la idea de recibir huéspedes en su momento de ocio. Más específicamente el hecho de tener que demostrar subordinación, una obediencia regocijada entre las paredes de su absoluto dominio ante otro alfa, demostrando una vanidad y altanería que corría en sus crueles venas.

¡Por los dioses, eso era un eterno martirio! ¿Quién más que él, el Daegam Jeon, para sentirse sumamente disgustado? Reiteraba en su postura de soberbia puesto a que solía ser muy riguroso con la privacidad de su hogar, incluso se podría llegar a representar su autoridad en su terreno en una especie de ramificación en forma de mapa conceptual, uno que cada siervo, concubina y subordinado tenía sumamente esclarecido en su mente.

El inconmensurable poder en su morada se dividía en una tríada en donde distribuían categorías que él consideraba correcta ante un lazo semi interino entre una clase dominante. Era así como en el trío de su hogar poseía una estructura principal, la más reluciente ante la propia aristocracia, resaltando aquella arquitectura tradicional coreana en el arte que se trazaba por debajo de las tejas del color de la copa de un pino con el método de patrones llamado Dancheong* basado en un espectro de gamas (el azul, el rojo, el amarillo, blanco y negro) basado en las cinco orientaciones -puntos cardinales- y con asociación a los cinco elementos. Su estilo floral en honor a la flor de loto prevalecia en las estructuras de un sofisticado y meticuloso tipo de Dancheong, el privilegiado Geum Dancheong*, en donde las figuras geométricas casi no dejaban al resto de la viga de madera de los murales respirar.

Aquel castillo cardinal respondía totalmente a la residencia del amo, se ajustaba a sus meras necesidades y se encontraban sus siervos más destacados y con los que se palpaba más acomodado; atendiendo todas sus necesidades las escasas veces que su vigorosa presencia turbaba la residencia -pudiéndose citar aquí su cocinera principal, cuyos alimentos saciaban completamente su apetito-. Podía añadir que poseía el necesario calor y comodidad de su despacho y desde allí podía hacer uso de su intelecto centrado a las estrategias, planificaciones y recibía las peticiones escritas que generalmente respondían a la necesidad de su asistencia en algún asunto interno.

¿Podía tomar la burda definición de que aquella podría ser su cómoda caverna? Probablemente, Jungkook no tenía la necesidad de explicarlo, simplemente estaba cansado de una vida donde el mar era lo único que veía, ahora con todas sus necesidades cubiertas le era innecesario aquellas interrupciones monarcales que simplemente le traían sin cuidado.

Sucesivo al nido principal de lo que las personas llamaban la bestia, se localizaba el segundo castillo fuertemente fragante debido a sus moradoras: las meretrices y concubinas personales de Jeon. Aquellas féminas que alguna vez fueron entregadas a las manos del desinteresado Daegam tras el perecimiento de su bella y antigua cónyuge como una especie de cordal para sus ofrecedores con la intención de una alianza provisional con el alfa.

Quienes con suma gracia y delicadeza emanaban sus aromas y atestaban con ellos el material de madera del palacio; llegando a opacar el olor del edénico jardín llevado a la gloria del arte y el color gracias a su vibrante decoración vegetativa y pequeños manantiales cristalinos atravesados por nexos de leños que permitían el paso de cualquier visitante sobre las aguas celestiales.

A menudo se oían las melódicas armónicas musicales concebidas por las gruesas cuerdas de seda de los arcos que acompañaban constantemente el hogar de aquellas mujeres, el sonido poca veces resonaba fuerte por la madera hueca gracias al cabello del arco que las rozaba, dejando que el arrullo fuera para todas las omegas y betas del palacio, cuyos físico eran reconocidos por ser los más hermosos de toda la nación.















Por si se enredan, estoy subiendo la dos versiones del libro con el único fin de no trabajar doble, la versión original del omega del rey estará disponible en wattpad hasta mitad de enero (21) después de ese dia, los capitulos que no tenga (VRB) serán enviados a borrador y solo estará disponible la "Versión Rueditas de Bebé"

El único fin de esto es evitar denuncias, baneo y malos comentarios de las moralistas que vienen a joder, si desean leer el libro original, pueden ir a mi cuenta de patreon y solicitar el nivel 1: querubin (3$) donde esta el pdf del "Omega del Rey"

Estoy actualizando todo y subiendo ya por fin el contenido (POR FIN TERMINEEEE) así que nos espera tres días de puras actualizaciones :3 besooossss de molly

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