Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

virus mutados


Hoy, después de todo lo que ocurrió, la enfermera decidió hacerme preguntas. Fue inesperado, pero su curiosidad era evidente. Preguntó por qué tenía cada ojo de un color diferente, cómo me había caído por la ventana y si tenía amigos. Pero yo no quería hablar. No quería abrirme más de lo necesario. Así que sólo respondí lo de mis ojos.

Le conté que, cuando era pequeña, ambos eran amarillos, como el sol. Pero a los dos años, algo cambió. Uno de mis ojos se volvió rojo carmesí, como si el color hubiese sido drenado y reemplazado por algo ajeno. Nunca supe por qué. Ni los doctores ni nadie de mi familia quiso explicármelo. Asumí que era otro detalle más que me hacía diferente, algo que nadie podía entender ni aceptar.

La enfermera pareció intrigada con mi historia. Me preguntó si podía examinarme más a fondo, y, sinceramente, no vi razón para negarme. Qué más daba. Tal vez encontraría algo que ni yo sabía. Pero lo que descubrieron fue... perturbador.

Hicieron pruebas. Varias. Usaron máquinas y luces que zumbaban a mi alrededor. Al principio, no parecía haber nada anormal, pero luego lo vieron. Algo. Algo que describieron como una enfermedad, aunque no estaban seguros de qué tipo. Parecía un tumor, pero más peligroso, más vivo. Era algo que nunca habían visto antes. Se miraron entre ellos, susurrando preguntas que ninguno podía responder. ¿Un virus nuevo? ¿Qué era esto?

No se detuvieron. Querían más respuestas, y siguieron buscando. Con cada prueba, encontraban algo más inquietante. Muchos de mis huesos estaban negros, como si algo los estuviera pudriendo desde adentro. Pero no era podredumbre. Algo se movía dentro de ellos, como si estuvieran vivos de alguna forma retorcida. Vi el horror en sus rostros. La incredulidad. El miedo. ¿Cómo podía estar viva con esto dentro de mí?

"Parece un virus mutado", susurró uno de los doctores. Pero no estaban seguros. Nadie estaba seguro. Decidieron sacarme más sangre para analizarla. Y luego, me dieron la noticia. Por mi seguridad, y la de los demás, tendría que estar encerrada bajo observación. Pensaron que tal vez así podrían entender qué estaba pasando.

Acepté. No protesté. No lloré. No me importó. De hecho, sentí algo parecido a la paz. Por fin, después de catorce años, tenía algo que siempre había deseado: estar sola.

La enfermera, sin embargo, no me dejó tranquila de inmediato. "¿Te duele?", preguntó. Su voz temblaba un poco, como si temiera escuchar la respuesta. Negué con la cabeza. No era el dolor lo que me acompañaba. Era algo peor. Una sensación constante de estar fuera de lugar, de que mi cuerpo no me pertenecía por completo.

Mientras los doctores hablaban en voz baja al otro lado de la sala, decidí observarlos con más detalle. Sus gestos eran tensos, casi mecánicos. Algunos revisaban pantallas, otros escribían frenéticamente en cuadernos. Pero todos compartían la misma expresión: desconcierto absoluto. Era como si hubieran encontrado algo que desafiaba toda lógica, algo que ni siquiera querían admitir que existía.

Después de un rato, uno de ellos se me acercó. Llevaba una carpeta en la mano y su rostro reflejaba tanto cansancio como preocupación. "Luna, necesitamos que te quedes aquí por un tiempo. Sólo hasta que sepamos más. ¿Está bien para ti?"

Asentí. ¿Qué otra opción tenía? Si salía de allí, no tendría a dónde ir. Nadie me esperaba fuera de esas paredes. Además, había algo en su tono, en la forma en que evitaba mirarme directamente a los ojos, que me hizo comprender que esto no era negociable. Estaba atrapada.

El primer día de observación fue extraño. Me asignaron una habitación pequeña, blanca y fría. No había ventanas, sólo una cama estrecha y una mesa metálica. Una cámara en la esquina superior vigilaba cada uno de mis movimientos. Me sentí como un animal enjaulado, pero al mismo tiempo, esa sensación de aislamiento era reconfortante. Nadie podía molestarme aquí.

Pasaron horas antes de que alguien entrara. Era la enfermera de antes. Traía una bandeja con comida: un sándwich, una manzana y un vaso de agua. "¿Cómo te sientes?", preguntó, dejando la bandeja en la mesa.

"Bien", respondí, aunque no era del todo cierto. Había algo en mi interior, una presión constante, como si algo quisiera salir. Pero no iba a decírselo. No quería darles más razones para tratarme como a un experimento.

La enfermera sonrió débilmente y salió de la habitación. Cuando me quedé sola de nuevo, miré el sándwich. No tenía hambre, pero sabía que debía comer algo. Mientras masticaba, no pude evitar pensar en lo que los doctores habían dicho sobre mis huesos. ¿Negros? ¿Vivos? La idea era absurda, pero al mismo tiempo, encajaba con todo lo que había sentido durante años.

A medida que pasaron los días, comenzaron a realizar más pruebas. Me conectaron a máquinas que monitoreaban mis signos vitales, me hicieron radiografías, resonancias magnéticas y análisis de sangre interminables. Cada vez que encontraba mi reflejo en algún cristal, veía a alguien diferente. Mis ojos, ese contraste entre el amarillo y el rojo, parecían más brillantes, casi incandescentes. Mi piel, que siempre había sido pálida, ahora parecía tener un tono grisáceo bajo ciertas luces. Era como si mi cuerpo estuviera cambiando, adaptándose a algo que ni siquiera entendía.

Una noche, mientras intentaba dormir, escuché voces fuera de mi habitación. Era difícil distinguir lo que decían, pero capté algunas palabras: "Mutación...", "peligroso...", "no es humano...". Sentí un escalofrío recorrerme. Sabía que hablaban de mí. Sabía que no podía confiar en ellos.

A pesar de todo, algo dentro de mí comenzó a despertar. No era miedo, ni tristeza. Era rabia. Una rabia fría y contenida, dirigida a todos aquellos que me habían tratado como si no valiera nada. A mi familia, que nunca me aceptó. A los doctores, que me veían como un caso clínico en lugar de una persona. Y a mí misma, por haber permitido que me definieran durante tanto tiempo.

No sabía cuánto tiempo más estaría allí. Tal vez días, tal vez semanas. Pero algo era seguro: no iba a ser la misma cuando saliera. Podían encerrarme, analizarme, tratar de entender lo que era. Pero nunca podrían controlarme. Nunca podrían apagar lo que había empezado a arder dentro de mí.

No importa lo que descubran. No importa si esto que tengo es un virus, una maldición o simplemente el resultado de un destino cruel. Lo único que me importa es que, por fin, tengo el silencio que siempre quise.

El vacío. Mi vacío.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro