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odio y asco


Hoy ha sido uno de esos días en los que el peso de todo se siente insoportable. Salí a caminar sin rumbo fijo, simplemente buscando algo, cualquier cosa, para llenar el vacío que parece haber crecido dentro de mí. Las calles estaban tranquilas, casi desiertas, y el aire frío me hacía temblar, pero seguí caminando. A veces, el simple hecho de moverme me distrae de los pensamientos que me atormentan, aunque sea por un momento.

No sé cuánto tiempo llevé caminando, pero entonces los vi. A Sol y a Eclipse. Estaban juntos, riendo como si fueran los únicos en el mundo. Me quedé paralizada por un segundo, pero decidí darme la vuelta. No quería que me vieran, no quería escuchar nada de lo que tuvieran que decir. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de irme, las palabras de Eclipse me detuvieron en seco.

—Sol... quiero decirte algo importante. Me gustas. Siempre me has gustado.

Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos al escuchar esas palabras. No podía moverme, no podía respirar. Todo lo que había sentido durante años por Eclipse se desmoronó en ese instante. Lo único que podía hacer era mirar mis manos, las mismas manos que habían intentado tanto acercarse a él, y sentí asco. Asco por él, por Sol, y por mí misma. Pero lo que más me dolió fue que, en ese momento, me di cuenta de que no me quedaba nada. Nada por lo que luchar, nada por lo que seguir intentando.

Sonreí. Fue una sonrisa amarga, llena de dolor y vacío. Sin decir nada, me di la vuelta y empecé a correr. Corrí sin detenerme, sin mirar atrás, hasta llegar a casa. Cerré la puerta detrás de mí y me dirigí al sótano. Todo dentro de mí estaba apagado, como si hubiera dejado de sentir. Encontré una cuerda y la miré durante un largo rato. Era como si esa cuerda tuviera todas las respuestas que había estado buscando.

Subí al primer piso y escribí una nota rápida. "Adiós." Esa fue la única palabra que pude escribir. La dejé en la mesa de la cocina, pero mientras lo hacía, una pequeña voz dentro de mí me susurró: "¿Para qué? Nadie se dará cuenta. Nadie llorará por ti." Esa idea me acompañó mientras volvía al sótano con una silla en la mano.

Puse la silla debajo de la cuerda y me subí a ella. Mis manos temblaban mientras ataba la cuerda alrededor de mi cuello. Cerré los ojos por un momento y, por primera vez en mucho tiempo, sonreí. Una sonrisa sincera. Estaba lista para dejar todo atrás. Estaba lista para acabar con el dolor. Y entonces di un paso hacia adelante.

No sé cómo pasó, pero mi madre apareció de repente. Me abofeteó con tanta fuerza que caí al suelo, lejos de la cuerda. Me quedé ahí, aturdida, mientras ella me gritaba con una furia que nunca antes había visto en ella.

—¡No te atrevas a morir aquí! ¿Me oíste? Si quieres matarte, hazlo fuera de esta casa. ¡No quiero que ensucies este lugar con tu miseria!

Me quedé en el suelo, mirando a mi madre sin comprender. Sus palabras eran como dagas que se clavaban en lo poco que quedaba de mi corazón. ¿Realmente le importaba tan poco? ¿Era yo tan insignificante para ella? Pero, al mismo tiempo, algo en su voz parecía contener... ¿miedo? No lo sé. No puedo entenderlo.

Sin decir nada más, me agarró del brazo y me llevó a mi habitación. Buscó unas cadenas que nunca antes había visto y me encadenó al lado de mi cama. Me sentí como un animal, atrapada, sin poder hacer nada. Me miró con una mezcla de ira y algo más que no pude identificar.

—No quiero que te mates, pero si lo intentas de nuevo, esta será tu vida. Encadenada. No pienso dejar que destruyas todo lo que he hecho por ti.

Se fue, dejando la puerta cerrada detrás de ella. Me quedé sentada en el suelo, mirando las cadenas que ahora me ataban. Me reí. Fue una risa amarga, desesperada, que pronto se convirtió en sollozos. Lloré hasta que mis ojos no pudieron derramar más lágrimas. Y entonces me tumbé en el suelo frío, aún encadenada, y cerré los ojos. Me reí de nuevo, esta vez en voz baja, hasta que finalmente me quedé dormida.

Querido diario, ¿por qué sigo aquí? ¿Por qué sigo respirando? No sé si quiero seguir viviendo. Todo duele demasiado, y cada día es más difícil encontrar una razón para levantarme de la cama. Estoy cansada, cansada de todo. Pero, por ahora, no tengo otra opción. Estoy atrapada aquí, encadenada en todos los sentidos posibles. ¿Valdrá la pena seguir intentándolo? No lo sé.

Buenas noches, diario. Tal vez mañana encuentre una respuesta. Tal vez no.

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