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navidad

Dicen que la Navidad es una época de magia, alegría y unión familiar. Pero para mí, siempre ha sido diferente, una festividad que solo aumenta mi sensación de estar fuera de lugar. Ahora que llegaron las vacaciones navideñas, pensé que tal vez las cosas podrían ser distintas... pero no podría estar más equivocada.

La casa estaba llena de movimiento desde la mañana. Mi madre y Sol corrían de un lado a otro, decorando cada rincón con luces, guirnaldas y adornos rojos y dorados. Sol tarareaba villancicos, disfrutando de su papel como el organizador principal de la fiesta. Observé todo desde la puerta de mi habitación, preguntándome si debería intentar participar, aunque algo en mí sabía que no sería bienvenida.

El aire olía a pavo al horno, a especias dulces y a algo más que no podía identificar. Las risas de mi madre y Sol resonaban por toda la casa, y por un momento deseé ser parte de ese ambiente. Pero cuando di un paso fuera de mi habitación, mi madre me lanzó una mirada rápida y despectiva.

—Si no vas a ayudar, al menos no estorbes —dijo fríamente, y su comentario me hizo retroceder. Cerré la puerta detrás de mí y me senté en mi cama, abrazándome las piernas.

Me quedé allí, escuchando el ruido del exterior mientras intentaba distraerme con un libro. Pero mi mente vagaba, pensando en lo que podría pasar esta noche.

Cuando llegó la noche, los invitados comenzaron a llegar. Podía escuchar el bullicio desde mi cuarto: risas, conversaciones y el sonido de las copas chocando. Mi corazón dio un pequeño vuelco cada vez que escuchaba la puerta abrirse. ¿Podría ser él? ¿Podría ser mi hermano? Me aferraba a la esperanza de que finalmente viniera y que, al menos por esta noche, no estuviera sola.

Finalmente, no pude resistir más. Salí de mi habitación y bajé las escaleras lentamente, mirando desde el último peldaño. Mi mirada recorrió la sala llena de gente, buscando su rostro entre la multitud. Pero no estaba. Mi pecho se apretó, y la decepción me golpeó con fuerza.

Miré a mi alrededor, observando los rostros de los invitados. Sus expresiones cambiaron en cuanto me vieron. Algunos se detuvieron en seco, mirándome con desdén, mientras otros murmuraban entre ellos. Pude sentir las palabras susurradas como cuchillos.

—¿Es ella? —Parece un despojo... —No sé por qué la dejaron quedarse aquí...

Quise desaparecer en ese momento, pero antes de que pudiera regresar a mi habitación, Sol me interceptó. Llevaba una sonrisa en el rostro, pero sus ojos brillaban con algo que no lograba descifrar.

—Ven, hermana —dijo, colocando un collar en mi cuello antes de que pudiera protestar.

Intenté quitarme el collar, pero él lo cerró con una llave antes de que pudiera hacer nada. Lo miré con desesperación, pero Sol solo me empujó hacia la puerta trasera de la casa. Antes de darme cuenta, estaba afuera, con el aire frío de la noche envolviendo mi cuerpo. Solo llevaba una camiseta de manga corta y mis bragas. Mis dientes comenzaron a castañear de inmediato, pero Sol no mostró compasión.

—Tal vez así aprendas a comportarte —dijo antes de cerrar la puerta detrás de él.

Intenté moverme, pero mis manos estaban atadas y el collar me mantenía limitada. Todo lo que podía hacer era mirar a través de la ventana, viendo cómo la fiesta continuaba sin mí. Todos estaban alegres, riendo y disfrutando mientras yo temblaba de frío. Mi piel estaba erizada, y podía sentir cómo el frío se infiltraba en mis huesos. Mi respiración era pesada, el collar parecía apretar más con cada segundo que pasaba. ¿Qué había hecho para merecer esto?

Mientras trataba de mantener el calor abrazándome a mí misma, una voz me sacó de mi miseria.

—¿Luna? ¿Qué haces aquí afuera? —preguntó alguien.

Levanté la mirada y vi a Blue parado frente a mí. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y sorpresa. Mi rostro se puso rojo de inmediato al darme cuenta de mi estado: casi desnuda frente a él. Intenté cubrirme con mis brazos, pero mi cuerpo temblaba demasiado.

—No... no mires... —logré decir antes de que mi visión comenzara a oscurecerse. La fiebre causada por el frío se apoderó de mí, y todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos, me encontré en una cama cálida. Estaba arropada con varias mantas, y había una toalla mojada en mi frente. Mi cabeza latía con un dolor sordo, pero al menos el frío había desaparecido. Al mirar alrededor, reconocí el cuarto: estaba en la casa de Blue.

—¿Estás despierta? —dijo una voz familiar. Blue estaba sentado en una silla junto a la cama, con una sonrisa de alivio.

—¿Qué pasó? —pregunté, aunque mi voz sonaba débil.

—Te encontré afuera. Estabas temblando, casi congelada. Rompí el collar y te traje aquí —explicó él.

Me quedé en silencio, mirando mis manos. No sabía qué decir. Finalmente, Blue rompió el silencio.

—Luna... ¿por qué estabas afuera de esa manera? ¿Qué pasa con tu familia? —preguntó con suavidad.

Sentí que mi pecho se apretaba. No quería hablar de eso, pero su mirada estaba llena de genuina preocupación. Bajé la cabeza y comencé a hablar, contándole todo: cómo mi familia me trataba, cómo siempre me habían hecho sentir como si no perteneciera, como si fuera un peso para ellos. Mientras hablaba, las lágrimas comenzaron a caer, pero no hice nada por detenerlas.

Cuando terminé, Blue estaba en silencio. Parecía procesar todo lo que le había dicho. Finalmente, habló.

—No mereces eso, Luna. Nadie debería pasar por algo así. —Sus palabras eran sinceras, y su tono era cálido. Luego, su expresión cambió a una sonrisa. —¿Sabes? Podríamos celebrar la Navidad juntos. ¿Qué dices?

Lo miré, sorprendida. No podía recordar la última vez que alguien me ofreció algo así. Después de un momento, asentí.

Blue preparó todo: una pequeña cena, algunas luces y música suave. No era una fiesta grandiosa, pero se sentía especial. Pasamos la noche hablando, riendo y compartiendo historias. Por primera vez en mucho tiempo, sentí algo parecido a la felicidad.

Mientras mirábamos por la ventana las luces de la ciudad, Blue dijo algo que nunca olvidaré:

—No importa cómo te traten los demás. Para mí, siempre serás alguien especial.

Esas palabras se quedaron grabadas en mi corazón. Tal vez esta Navidad no fue lo que esperaba, pero fue la primera en mucho tiempo en la que no me sentí completamente sola.

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