Capítulo 57
«Templo Iraíla Khaes Willevark».
Así quedó escrito.
Sucedió dos semanas después de que Iraíla fuera santificada. El humilde templo católico del barrio Alexanderpolder donde presidía las misas cotidianas el padre Ceferino, cambió su nombre por el de la nueva santa. Así lo anunció el párroco a la comunidad luego de que fuera aprobado por el vicario de Cristo desde El Vaticano. Pues fue en aquel humilde recinto, donde los devotos y el eclesiástico, fueron testigos de su primer milagro.
La ceremonia fue precedida por el obispo Godewyn. Y para aquel día, la escultura religiosa de la santa, fabricada de pasta de caña de maíz, que tanto martirio le provocaba a su padre, fue ubicada a un lado del altar, y ovacionada por todos los feligreses. Era la réplica exacta de la imagen presentada el día de su canonización. Las estampas religiosas se repartieron con una oración en forma de mensaje aprobada por la diócesis, que decía:
«La música en el espíritu es libertad y sanación; cuando estés agobiado, rescata la música extraviada que ha despertado los clamores y desviado el curso de tu vida. Para lograrlo, tienes que creer, porque la música, es Dios».
La noticia fue una oportunidad virtual para Saray de mantener viva la amistad, cuando no se conformaba con su pérdida. Se dio a la tarea de crear un blog de la santa, que en poco tiempo se convirtió en una robusta y favorita página web con millones de visitantes de todo el mundo, y una estación virtual de paso hacia las redes sociales. En ella, se registraban todos aquellos que habían recibido alguna bendición de su parte. Una lista interminable de historias, relatos y milagros, surgieron a la luz pública...
Su amiga Saray no desaprovechó para contar el propio, que se convirtió en el primer milagro en vida, al desplazar el concurso de canto donde los niños avistaron ángeles mientras cantaba ópera. Con el tiempo, la gente se enteraría del nombre de su mejor amiga. Bastaría con las fotografías para testificarlo.
Antoon, al enterarse de los pormenores que rondaban en el recuerdo de su amiga, se debió conformar cada día de cada semana, con saberla convertida en una santa.
Pero no sería por mucho tiempo. Sobre la mesa de noche de su dormitorio, tenía dos portarretratos con su fotografía. Uno de ellos, era Iraíla, la joven llena de vida y de alegría; la simpática, sencilla y sensual mujer que lo enamoró con su belleza y su voz. Y el otro, era la santa Iraíla, la joven que no habría querido conocer, aquella de un gran corazón que dio su vida para salvar a muchos. Esta última fotografía, era la estampa con el mensaje religioso que le fue obsequiada por el padre Ceferino, un día cualquiera. Su tía se la entregó.
Había cumplido su promesa... estaría con él, sólo que convertida en una estampa que cargaría en el bolsillo. O dispuesta en la iglesia sobre un atril de cemento, para escucharlo en un martirio silencioso, convertida en una escultura de pasta de maíz, de yeso o cualquier otra cosa. Menos de carne y hueso. Tal cual la reclamaba su padre.
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