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Capítulo 5

Por alguna sabia razón el destino la encaminó a Antoon De Brouwerinn. Tendría una decorosa amistad con él, a quien conoció en extrañas circunstancias.

Iraíla continuó visitando el hospital. Sus padres desconocían lo que estaba ocurriendo con ella. Tuvo la oportunidad de conversar con Nifriz que, llena de vida, le agradeció personalmente el gesto humanitario. Pero no le prestó total atención a sus palabras cuando estaba interesada en el extraño. Sediría que, sin conocerlo, fue el responsable de hacerle olvidar por un instanteel recuerdo de su pequeña hermana ausente que lo avivaba la presencia de Nifriz. 

Con cada visita al hospital, su mirada se encaminaba solitaria recorriendo el pasillo hacia la puerta de la habitación 418. Ignoraba el motivo. ¿Curiosidad?

Llegada la ocasión una mujer de aspecto místico lo acompañaba... Se podía apreciar desde el pasillo cuando la cama del paciente y el sofá donde estaba sentada la mujer no estaban tan distantes de la puerta de entrada. Recordó el comentario de su nueva amiga Marile. Se le acercó con timidez y la saludó con la mirada antes de la voz a la espera de entablar una conversación.

Por más de dos horas la mujer estuvo enclaustrada en sus oraciones. Aún sin hábito, en su decorosa mirada se vislumbra el voto de obediencia y la misión de evangelizar a la humanidad. Parece apaciguarse en su espacio con cautela aferrada a la biblia, antes que debilitarse en la fe por una situación hipotética, como el hecho de pensar que aquella enfermedad se eternice... No puede permitir la presencia del demonio haciendo daño cuando siente el peligro demasiado cerca con la situación de su sobrino que obliga a volar la imaginación a un posible y trágico desenlace. Bajita, frágil y con la apariencia de tener el monasterio atrapado en sus facciones parece todo un monólogo de sabiduría; sentada, pulcra, íntegra, decente y con ese pequeño libro de instrucciones celestiales en sus manos parece rezar, leer, suplicar, implorar o algo por el estilo con tan santa devoción, que nada externo la desviaría de su tarea. Era el supuesto, pero ocurrió...

La mujer mística la reparó con suma delicadeza antes de emitir una palabra.

—Entra —y así lo hizo—. Te he visto en el hospital en varias ocasiones. —señaló con un ligero tono espiritual y voz senil de alta calidad sonora—. ¿Algún familiar enfermo?

—No. Se trata de una amiga —aclaró.

—¿Lleva tiempo en ese estado? —preguntó Iraíla señalando la cama con la mirada.

—Va a cumplir doce meses —respondió.

—Es joven —afirmó.

—Demasiado joven. No ha comenzado a vivir. Tiene diecisiete años.

—No es justo —reclamó a alguien.

—¿Qué no es justo? —preguntó la mujer mística.

—Su estado. Mi amiga me comentó que fue debido a un accidente de tránsito.

—Si. Así fue. ¿Y tu amiga... lo conoce? —preguntó.

—Me contó que conversó con usted en alguna ocasión. Es la hermana de Nifriz. Del 432.

La mujer cerró el libro que tenía entre sus manos, y la miró con asombro. Por las características físicas coincidía con la joven milagrosa. Una de las enfermeras le había contado el prodigioso suceso. ¿Quién no lo sabía en el cuarto piso del hospital? Animosa, la invitó a sentarse y conversaron plácidas un buen rato de la tarde. La mujer mística actuó con prudencia al no revelar su sospecha. Iraíla, por su parte, no estaba interesada en la publicidad de sus milagros.

—Tiene un gran parecido con usted.

—Eso dicen. Soy su tía...

—Disculpe la pregunta: ¿Es usted religiosa?

Era la segunda vez que la miraba a los ojos desde el inicio de la conversación. Y de nuevo orientó la mirada hacia la cama.

—Lo fui. Me retiré. Es una larga historia... Tal vez algún día la conozcas. Imagino que lo dices porque aún conservo ese aire místico en mi apariencia física.

—¿Jamás se enamoró?

—Claro que sí. Me enamoré de Dios y le dediqué mi vida a Él, a través del servicio a la comunidad. Realmente, fue hasta cuando decidí apoyar a mi hermano con el cuidado de mi sobrino. Dije que algún día te enterarías... Fue a la edad de dieciocho años que sobrevino. Mis amigas estaban enamoradas de los jóvenes encantadores, que las seducían con sus piropos. También recibí algunos, junto con frases románticas, dulces y hasta flores. Detalles que no todos los hombres tienen y que no a todas las mujeres les gustan. De seguro que algún chico me gustaba, pero no lo suficiente para enamorarme. Así que, me dejé seducir por la vida religiosa.

Iraíla hizo una mueca simulando una leve sonrisa. Esta vez observó a la mujer con tal pasión que el azul celeste de sus ojos agrandados se hizo intenso.

—Tienes una mirada angelical en la que se oculta un don... Lo sabrás cuando sea el momento —manifestó Abigaíl que no pudo resistirse al fulgor de sus ojos.

—¿Puedo acercarme a él? —preguntó Iraíla para evadir el tema.

—Claro, hija, hazlo.

Llegó lo más cerca que pudo. Estaba de lado; arqueó el cuerpo para quedar en frente de su rostro.

—¿Cómo se llama?

—Antoon... Antoon De Brouwerinn.

—Antoon De Brouwerinn, es un placer conocerte. Me llamo: Iraíla Khaes Willevark —dijo observando el iris de sus ojos.

Abigaíl sonrió con la ocurrencia.

Lo contempló por un breve instante que pareció alargarse mágicamente. La mirada continuaba congelada. Su cuerpo, era como un vegetal en el refrigerador del tiempo. Acarició el brillo estático de su mirada con el pensamiento, imaginando lo que podría decir de él.

—Dicen que el color de los ojos predice las enfermedades —comentó.

—Bueno... me asustaría saber qué está escrito en los míos. Prefiero que simplemente ocurra, que anticiparme al sufrimiento.

—También dicen que el estado de coma es una experiencia cercana a la muerte —agregó.

Wakeful unawareness —pronunció la mujer mística.

—¿Cómo dijo? —preguntó Iraíla volviendo el rostro hacia ella.

Wakeful unawareness. Así lo llama el médico. Significa una falta de conciencia de vigilia. Es un síntoma propio del estado vegetativo... como tener los ojos abiertos, sin que eso signifique que esté despierto o consciente de lo que pasa a su alrededor. Nos ha dicho que es distinto al coma, aunque para mí, todos esos estados son iguales, incluyendo la agonía. Así que, si te refieres con lo de la experiencia cercana a la muerte, que puede escuchar lo que ocurre a su alrededor..., no es posible. Pero por mi fe, estoy segura que ha tenido contacto con seres de luz. Hasta es probable que se haya visto con su madre. Falleció al momento del parto.

—¿Y cómo fue el accidente?

—¿En verdad quieres saberlo?

Asintió con la cabeza.

La mujer la examinó curiosa con el pensamiento intentando comprender su repentino interés, y luego suspiró profundo antes de iniciar la historia, que era como un martirio cada que la recordaba.

—Irían a visitar a un cuñado de Ezequiel. Así se llama su papá, mi hermano. Otro de sus cuñados conducía la camioneta. Salieron de la carretera y rodaron. En ella iban los dos hijos de su primer matrimonio y Antoon. La suerte lo bendijo... Si es que esto se llama bendición —señaló con la mirada la cama donde reposaba el cuerpo de su sobrino—. Los demás fallecieron. No es bueno hablar de esos temas... Por eso lo resumí.

—Entiendo.

—Lo que sí sé, es que Ezequiel ha tenido que soportar demasiadas pesadumbres, incluyendo la muerte de su segunda esposa: Amaia... Amaia Sorell. La mamá de Antoon. Todavía me pregunto... si pueden habitar tantas desdichas en una sola persona.

—¿Tiene novia? —preguntó en un giro de tema de ciento ochenta grados.

—Imagino que hablas de Antoon.

—Si.

—Es una extraña pregunta —expresó—. Una amiga vino a visitarlo los primeros días sagradamente, y luego... cada quince días, y después de eso... no la he vuelto a ver. No imagino a una jovencita enamorada de un cuerpo sin emociones. Para la mujer de hoy, si no existe pasión física... no hay vida —lo dijo convencida.

Iraíla no opinó al comentario. Tenía un año menos que aquel, o tal vez, algunos meses menos. Lo que realmente interesaba, es que contaba con la dicha de conocerlo. Si es que puede llamarse de ese modo cuando no hay un estímulo de respuesta.

Tenía el rostro alargado. Sus ojos eran de color marrón como la bebida que a diario le daba su madre en el desayuno. Eran prominentes, parecían cubiertos de una ligera y brillante capa de nostalgia; se habían estacionado en el tiempo al perder el enlace orbital con el universo. De pestañas largas, y cejas abundantes y arqueadas, que le daban una fina apariencia de ser un hombre interesante, cuando las facciones marcadas de su rostro, expresaban que tenía una personalidad emotiva. Así lo decían sus pómulos anchos y resaltados, que invitaban a imaginar una sonrisa persistente.

Su nariz respingada lo hacía ver adorable. Pero fue en su boca donde se convirtió en lector su corazón. Era ancha y melosa que insinuaba generosidad y apego. De labios carnosos y entreabiertos que invitaban a beber el aliento de sus ganas así no hubiera ganas. De cabello castaño y ondulado, abundante, anclado en el puerto de sus hombros y reseco por la quietud. El resto del cuerpo lechoso, con un suave toque de café que lo hacía lucir crema, lo ojeó por encima de la sábana y lo imaginó atractivo en su anatomía.

Luego de un par de horas se despidió de la mística mujer.

—Ya te conté parte de mi vida. Quizá, algún día me cuentes parte de la tuya —le dijo al despedirse.

Ella se marchó complacida y extraña sin volver la mirada atrás. Iba feliz, como si hubiera tenido éxito en su primera cita.

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