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Capítulo 4

Todo prosiguió con Nifriz.

La naturaleza del destino es inconcebible. Iraíla salía de la universidad y se dirigía a su casa cuando fue interceptada.

—No creo que me recuerdes —dijo la extraña que le cerró el paso. Iraíla la miró con recelo.

—Alguna vez nos cruzamos en la villa gerontológica del último sueño. Tu abuelo y mi abuelo eran muy buenos amigos —aclaró.

—No lo recuerdo, pero me agrada saberlo. ¿Y... cómo está tu abuelo?

—Falleció... Ya hace poco más de cuatro meses.

—Lo siento.

—Está bien. Las dos sabemos lo que se siente.

—Me llamo Marile —extendió su mano.

—Un placer —correspondió Iraíla—. Creo... que ya conoces el mío.

—Si.

Hizo una breve pausa antes de atreverse.

—El abuelo me contó cosas que le dijo tu abuelo relacionadas con el canto. No podía creerlo. A la familia le extrañó... que las enfermedades desaparecieran de forma inexplicable. Tuvo cáncer de hígado, diabetes, presión alta... y de pronto, no había nada en su cuerpo. Dijo que se trataba de ti. Que cuando te conoció en la villa... tuvo una fe plena que le inspiró tu abuelo, y que desde el primer canto se sintió sanar. Fue cuando me interesé en investigar. Por eso recuerdo tu nombre —silenció un momento—. Hay algunos comentarios en la web sobre los misterios que se vivían en la villa cuando ibas de visita. También hay comentarios de lo que pasó en un concurso de canto cuando tenías nueve años... Y de un extraño suceso que ocurre todas las tardes, cuando le cantas a una anciana... Creo que se llama... Lionora.

«No puedo creer que Saray lo haya publicado en la web sin mi aprobación —pensó para sí—. Es la única que está enterada».

—Alguien debió estar al tanto para publicarlos —aclaró Marile—. Como infortunio, todas las enfermedades regresaron el último mes. Antes de morir, el abuelo me dijo que le habría gustado partir en medio de un concierto tuyo.

—Que loco —exclamó Iraíla—. Disculpa.

Las dos sonrieron.

—Esto es idea de él. Me pidió que te buscara.

—¿Y... para qué?

—Se trata de mi hermana... Nifriz. Hace un año le diagnosticaron hipertensión pulmonar. La llaman la enfermedad de los labios azules. Ya sabrás porqué. Siempre la relacionaron con el estrés, por lo que el diagnóstico fue algo tarde, cuando el pronóstico de vida es de dos a tres años. Está en la fase final de su enfermedad postrada en una cama del hospital, y conectada a un tubo de oxígeno. Tan solo tiene doce años...

—¡Oh, por Dios! Me hace recordar a Alix... —exclamó.

—Es la menor de tres hijas —continuó—, y... eso fue lo que hizo que el abuelo resucitara las enfermedades. Fue cuando se enteró, que le quedaba poco tiempo de vida. «No puedo soportar que ella se vaya primero que yo cuando le llevo más de cincuenta años...». Fue lo que dijo.

—Ya falleció el abuelo. Mamá y papá están atormentados, y ya podrás imaginar lo que ocurra con sus emociones cuando llegue el momento... Estoy por creer que la felicidad es imaginaria.

Secó un par de lágrimas que parecían dos gotas de rocío robadas del invierno.

Mientras hablaba, Iraíla la miraba a los ojos y observaba su rostro con detenimiento. Era igual de joven a ella. Se había conmovido con su historia, y presentía que había sido sincera. Silenció por un instante antes de opinar.

Marile era un año mayor que Iraíla. Por la noche agazapada en su cuerpo, se veía lustroso. Era idéntica a su padre en el color de la piel. Siendo su madre de piel blanca, fue en su hermana Nifriz, que armonizó la perfecta combinación de tonos. La enfermedad de su hermana le arrebató la alegría, y al parecer, su cuerpo brillaba de nostalgia. A sus padres les arrebató las ganas de vivir, igual que al abuelo. Haber hallado a Iraíla le produjo una sensación de calma y seguridad que no sentía hacía rato. Faltaba convencerla...

—No sé si pueda ayudarte... Verás... Las cosas... simplemente ocurren. No pude salvar a mi hermana que le cantaba a diario. Tenía síndrome de Down. Y luego, una insuficiencia cardíaca se la llevó...

—No creo que puedas remediarlo todo. Es un atrevimiento imperdonable intentar jugar a ser Dios. Para eso está Él. Pero sí creo que tienes un don especial, y que obra en ciertas situaciones. Podrías intentarlo con mi hermana. ¡Por favor!

—Lo siento. No sé qué decir... ¿Y..., si no pasa nada en lo absoluto?

—Al menos... tendré la satisfacción de que le cumplí al abuelo al prometerle que te encontraría, y que hablaría contigo.

Iraíla tragó un sorbo de aire. La historia de la extraña, la conmovió. Acordaron que hablarían antes del sábado. Al llegar a la casa fue directo a su habitación con un aire de reclamo diseminado en el rostro.

—No sé qué ocurre contigo —le dijo al crucifijo en la pared arriba de la cabecera de su cama—. Y no sé qué ocurre conmigo. Creo que me estas poniendo en graves apuros. Desde la muerte del abuelo sólo le canto a la señora Lionora. Eso lo sabes bien.

Se recostó en la cama con los auriculares del celular. Escuchó sus temas favoritos de música clásica. Esperaba que la ayudara a tomar la decisión con la solicitud de Marile.

El viernes en la noche conversaron por teléfono, y al día siguiente, Iraíla se encontraba en el hospital. La visitaría en su primera vez. Fue lo que acordaron. Al llegar a la sala de cuidados intensivos Marile la esperaba a la entrada. Se acercó inquieta, que apenas simulaba el garabato de una sonrisa. Ingresaron... Al ver a Nifriz, una sensación de apego emocional se sintió en su cerebro. Tenía la edad de su hermana al momento de morir. La contempló sin decir una palabra. Tan solo la apreció. Al cabo de unos minutos y un desasosiego interior, se retiraron.

Una mirada de ansiedad fluyó de Marile que se cruzó con la mirada atribulada de Iraíla. Llevaba fresca la imagen dolida de Nifriz. Cuando se dirigían hacia el ascensor, se detuvieron al frente de una habitación de la que salía una camilla guiada por un enfermero. Su mirada reparó el rostro inmóvil y la mirada del paciente. Estaba cristalizada en el último recuerdo de su vida. Iraíla levantó la mirada hacia la puerta. Era la 418.

Reanudaron el recorrido.

—Acostumbro tomar este pasillo. Y sé que lleva tiempo lidiando con su enfermedad —explicó Marile—. En una ocasión sentí curiosidad, y le pregunté a una religiosa que lo acompañaba. Me explicó que llevaba algunos meses en estado vegetativo debido a un accidente de tránsito. Y que su padre no concebía la muerte digna. Lo recuerdo al pensar en mi hermana.

Iraíla no opinó nada al respecto.

Durante la siguiente semana meditó sobre la situación de Nifriz, la hermana de Marile. Y no pudo evitar pensar en la situación del extraño de la habitación 418.

Cada noche al llegar de la universidad, comía algo ligero y se metía a la cama para escuchar ópera. Al cerrar sus ojos pensaba en Alix, y luego de un buen rato los abría cuando la música invadía su organismo, con la esperanza de ver los ángeles de su hermana. ¿Y Porque no? Verla a ella convertida en ángel. Desde hacía días, venía teniendo esa extraña sensación que sintió cuando le cantaba a su abuelo en la villa.

El viernes en la tarde, luego de la salida de clase, se dirigió al hospital. Nadie visitaba a Nifriz. Se hizo pasar por uno de los familiares. La observó con celo y le pareció ver en ella el rostro infantil de su hermana. Sin el síndrome de Down. Solamente la inocencia facial de una adolescente. «Tendrían la misma edad si Alix viviera», susurró. Quiso contemplarla un instante más.

Se parecía a su hermana Marile con algunos años menos y menos pigmentada. Tenía el cabello recogido. Su última sonrisa se quedó atrapada en la boca antes de tiempo, sentenciada a morir. Su rostro acanelado, disimulaba la expresión de congoja de quien se rehúsa a aceptar lo que no quiere. Los pensamientos, las emociones, las palabras, el aliento y los latidos de su corazón estaban frescos, plácidos y dispuestos para el primer aprendizaje. Recién horneados para ir gastando con mesura. La cortedad refulgía tímida soportando los caprichos del destino, y el óleo de la ingenuidad reposaba en su piel, todavía púber, ofrendada para recorrer un largo camino sin penurias. Cosa que no sabía su enfermedad. Era el espejo de su hermana Alix con algunas características diferentes. Pero allí estaba: sosegada y pura, a la espera del más generoso acto de caridad que exista.

Le acarició el rostro con la sutileza de un beso imaginario. «Sabes que te amo, Alix». Dijo desorientada. Cerró sus ojos cuando la música ya sonaba en sus adentros. Lágrimas que parecían azules corrían por su rostro y desembocaban en el frágil semblante de Nifriz. Acercó sus labios con delicadeza a sus oídos, y a pesar de su estado emocional, la tonada se escuchó con la sutileza con que un violín llora. Y luego dos. Y luego tres. Y luego diez violines imaginando una agonía, para rescatarla de la misma sensación.

Marile recién había llegado. Su madre la acompañaba. Evitó que ella y las enfermeras importunaran en la sala durante aquel trance de dolor. Jamás había visto a alguien suspirar el dolor ajeno con la perfección con que se ama. Todos lloraban. El tono de la voz fue en aumento, cuando el sonido instrumental escapó de sus adentros y todos lo escuchaban.

—¡Dios santo! ¡Es un milagro! —dijo una de las enfermeras que aún no había visto nada.

Cuando el final de la canción arrulló el último suspiro de la voz y en sus adentros despidió a su hermana Alix, Nifriz despertó en medio del ahogo. El médico de turno que llegó a la mitad de la canción, atraído por el cúmulo de emociones inesperadas, corrió a retirarle el tubo que le atravesaba la garganta. La miró consternado con el grande deseo de hacerle reverencia. Iraíla sentía náuseas. Salió de la UVI y debió correr por el pasillo en busca de un baño. Iba mareada.

La madre de Nifriz corrió a abrazarla, y Marile corrió en la dirección de Iraíla.

Ingresó al baño de donde escuchó la náusea. El vómito fue inevitable. Luego de erguir la cabeza azogada por la fatiga, y ver a su amiga a través del espejo en la pared, le dijo:

—Hice lo que pude.

La voz se le escuchó ahogada entre un tarro de metal.

Marile se abalanzó hacia ella y la abrazó desde el cuello mientras se desaguaba en llanto. Por sus pieles, eran la noche y el día en un encuentro. Un perfecto eclipse de dolor y de alegría.

—Gracias —dijo—. Ahora el abuelo descansará en paz por lo que has hecho.

Los médicos no daban crédito a lo que había ocurrido. Un nuevo diagnóstico indicó, que la enfermedad existía en sus primeros pasos. El tratamiento se reanudó a tiempo con la esperanza de mejorar su calidad de vida y el pronóstico de más años para compartir con su familia.

Un nuevo suceso se sumaba a la lista de la web.

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