Capítulo 31
Iraíla creyó estar bien. Su amigo Antoon la acompañó a su casa. Fue directo a la cama para intentar descansar luego del trauma. Él se marchó dejando su aroma existencial con un beso en la frente. Pero no hubo forma de disfrutar de un descanso placentero. El sueño fue superficial y débil que no tenía el aliento para posarse en su cerebro, por lo que era fácil despertar sobresaltada con tensión muscular y sudoración. Ocurrió varias veces cuando no pudo armonizar su magia.
Como una tortura, la imagen de la reanimación cardiopulmonar de Lexnac se hizo presente en cada intento de conciliar el sueño. Los gritos de su madre, su cuerpo convulsionando con la cabeza apoyada en sus piernas, la sangre sobre la hoja de papel..., ella cantando y la acción despectiva del médico para decirle que había muerto, le llegaron como fragmentos desordenados de una película grotesca golpeteando en su cabeza.
Cuando por fin logró conciliar el sueño, despertó sobresaltada una hora después y sintió náusea tras un fuerte y repentino dolor estomacal. Era el vómito que retuvo en la habitación del hospital por su intervención frustrada. Respiraba con dificultad y no podía evitar sentir resentimiento por el desenlace. Estaba en desacuerdo con Dios, aunque no lo dijo.
Al llegar la noche, el episodio se hizo más trágico y el recuerdo de su pequeña amiga y de su hermana, reaparecieron en su miedo.
—No te vayas Lexnac. No te vayas Alix.
Lo gritó una y otra vez antes de despertar. Su madre la acompañó y le preparó aguas medicinales para tranquilizarla. Entonces se enteró de lo que había pasado. Al siguiente día había empeorado y se aguantó el martirio encerrada en su habitación. Antoon la acompañó durante la tarde y trató de reanimarla. Pero cuando se ausentó, al llegar la nueva noche, la escena se repitió y su madre debió llevarla al médico.
La causa de su impredecible enfermedad era desconocida para el médico general. Aunque presumió, que se trataba de una dolencia física generada por causa del estrés. Debió retornar a la casa con una crisis de nervios y una bolsa de fármacos. Y debió pasar una noche más en iguales circunstancias, para que su padre se decidiera a llevarla al sicólogo.
Fue este último suceso, el de Lexnac, lo que la marginó de su familia en una clínica de reposo por algunos días. El sicólogo Stilver, que la recibió como paciente, se enteró de los demás sucesos, aunque no de todos. Fue fácil, cuando los periodistas revoloteaban como palomas tras un grano de alimento en las afueras de la clínica.
Iraíla ya tenía algunos síntomas de malestar emocional en su cabeza que venían perdurando con el tiempo: la muerte de su hermana, la muerte de su abuelo, su comprometedor rol espiritual que hacía cuestionar los sentimientos hacia Antoon, y ahora esto.
Por los síntomas atribuidos, la preocupación constante, y el aporte del estrés que inició con la muerte de su hermana Alix, el cuadro patológico indicaba que se trataba de un trastorno de ansiedad generalizada. Una enfermedad común, que de dejarla evolucionar a un deterioro emocional mayor, podría convertirse en un trastorno mental serio. Así lo entrevieron Gisele y Jan cuando se enteraron.
—El bienestar emocional de Iraíla está entrando en una etapa de crisis...
Fue el principio de la explicación del sicólogo a sus padres. El día en que debió quedar internada en la clínica. La conversación amenizada de ademanes los asustó y concluyó con la interpretación forzada en sus molleras.
Ellos se marcharon con el desencanto de sentirse huérfanos.
Ella se quedó mirándolos como si no los viera.
De forma inesperada y por algunos días, quien sabe cuántos, habitaría en una mansión de patologías para enfrentar sus miedos.
Su semblante lucía como un manuscrito de preocupaciones que la mantendrían encadenada al suplicio. Este nuevo suceso era uno de ellos. Cuando esto ocurría, la incertidumbre se transformaba en su cárcel, y no tenía idea de cuando podía recuperar la libertad.
Conocer a Antoon en su estado pasivo, la mantuvo distraída. Conocerlo en su estado voluntarioso, la mantuvo con aliento. Conocerlo enamorado, la mantuvo con vida. Pero privarse de verlo, la mortificaba. Eso indicaba, que no era buena idea el mal llamado «reposo», a menos que estuviera dopada con calmantes.
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