Capítulo 28
El obispo Godewyn recibió instrucciones desde la Santa Sede en Roma. Iraíla no fue difícil de ubicar cuando su casa ya la distinguían mejor que cualquier museo en la ciudad.
El buzón de cartas había colapsado, y se podía llenar un costal con todas las que estaban arrumadas a la puerta. Muchas otras fueron lanzadas por debajo. Fue como si se hubiera puesto de acuerdo la comunidad entera para escribirle en el mismo día. También las había de otras ciudades, y habrían de llegar de otros países. Apenas habían pasado ocho días del acontecimiento milagroso en las afueras de su casa, y seis días desde la salida del hospital.
Al sentir su estado de ánimo renovado, Antoon fue a visitarla, y la convenció de que pasaran un sábado en su casa en el espacio del jardín, leyendo algunas de ellas que, sin duda, serían muchas de ellas. Sentía viva la curiosidad de saber lo que le escribía la gente. Le hizo saber, que de no conocerla, pero sabiendo de su virtud y agobiado por una enorme necesidad, era probable, que también le hubiera escrito muchas cartas. Y que de haberla conocido sin que fueran amigos, su belleza sinigual, ya era un motivo para haberlas llevado en persona, con la intención de enamorarla.
Se había hecho merecedor a un beso furtivo que le llegó de improviso.
El día sábado no se hizo esperar. Antoon fue a recogerla a su casa en la camioneta de su padre, que contaba con volco para la carga pesada. Porque es sabido, que una sola palabra, puede llegar a pesar más que un cuerpo humano.
Por más que la palabra pueda ser flexible, amorosa, emprendedora o fecunda, igual, puede ser perversa, bizantina, pesada o dominante. Una palabra puede conquistar el cosmos, perturbar el sonido o apaciguar los miedos. Una sola palabra puede significar la gloria o la derrota. Puede crear una hecatombe o silenciar al universo. Puede significar la caída de un imperio o la salvación de una nación.
No hay duda de que el mundo está hecho de palabras, retazos de pensamientos, sabias ocurrencias, y desde luego, grandes ignorancias.
Definitivamente, el mundo está hecho de algo.
Iraíla había llenado una bolsa de reciclaje plástica, verde, con las cuatrocientos setenta y seis cartas que contenían miles de ellas. Lo tenía escrito con resaltador negro.
—¡Oh, por Dios! No eran tantas hace un par de días —comentó—. ¿Sabes qué me recuerda ese número?
—¿Qué?
—La caída del imperio romano de occidente, que sucumbió bajo la presión de los germanos. Fue en el año 476 después de Cristo, cuando el último emperador: Rómulo Augústulo, fue depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los antiguos césares. Lo aprendí en historia, y repetí el aprendizaje con el tío Cleonzio, que era un estudioso de la historia de Roma. Es bueno que la leas. Tal vez algún día vayas a Roma.
—Tal vez, pero por ahora... no creo —señaló con la mirada la bolsa repleta—. Hay mucho por leer.
Sonrieron con los gestos. Antoon trepó la bolsa en sus hombros y la llevó a la camioneta.
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