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Capítulo 26

Lo que sentía por ella estaba por encima de cualquier prohibición. Al volver en sí, se hallaba sobre una camilla en la sala de urgencias. Antoon sostenía la cubeta para vómito que la náusea anunció a tiempo. Se trató de un episodio de vómito hemático, al incluir sangre fresca proveniente del aparato digestivo. Era el diagnóstico médico en teoría. La hemorragia digestiva obligó a un chequeo médico que la mantendría toda la noche en el hospital.

Los comentarios que suelen tener su propia red y viajan a la velocidad de la luz, ya los había puesto sobre aviso... La pequeña habitación donde se hallaba recluida, era continuamente vigilada por el personal médico, que susurraba palabras entre oídos.

—Sí. Es ella —dijo una enfermera—. Es la misma que sanó a Nifriz. Y lo sanó a él.

Los dos se miraron: El azul del cielo y el café del campo. Ya tenía ánimo para conversar y libertad para hacerlo.

—Llegaste a tiempo —dijo.

—Siempre estuve allí. Entre la multitud...

Hubo otro momento en que sus manos hablaron entrelazadas, y sus ojos escucharon lo que decían.

Antoon estaba preocupado por su estado, y su boca no calló lo que el cerebro le había dicho:

—¿No te parece extraño? —preguntó.

—¿Qué cosa?

—La náusea. Dijiste que te dio arcada en la universidad luego de que brotó el veneno de la culebra, del brazo de la joven. Igual pasó en el hospital con los niños. Cuando ayudaste a Nifriz. Cuando me retornaste del estado vegetativo. También pasó en la iglesia donde además, te desmayaste. Y ahora se repite el mismo síntoma en tu casa.

—Sí. Es extraño. También lo pensé.

—No lo entiendo. Sanas al cantar... pero tú enfermas. Te estás convirtiendo en un imán de enfermedades, Iraíla. ¿Cómo comprenderlo?

—No hay nada qué comprender, Antoon De Brouwerinn. Tal vez, sea el precio a la misión.

—¿Qué enfermes? No creo que sea la voluntad de Dios si le ayudas a su causa.

—No creo que sea la voluntad del demonio ayudar a los fieles —recriminó.

Antoon sonrió.

—Tampoco creo que tu tío Cleonzio, si estuviera vivo, aprobara el comentario —añadió—. Imagino lo que diría: «No es bueno cuestionar los designios de Dios cuando estamos atestados de pecados».

La sonrisa de Antoon se convirtió en carcajada. Iraíla enrojeció de la pena y quiso disculparse. Lo había imitado con el tono de la voz ronca, y el tembleque en la mandíbula y las manos.

—Debes aprender a aceptarme tal y como soy... —le dijo.

—El problema es... que todavía no sé cómo eres —opinó—. Lo que sí sé, es que si continúas así con tu vida, seremos un par de enamorados habitando en una dimensión sin tiempo.

Sus padres no demoraron en aparecer. Cada uno llevaba el corazón en la mano cuando sentían sus latidos al unir las palmas. Eran los efectos del miedo. Se adueñaron de la situación, y Antoon debió retirarse a la sala de espera. Mientras esperaba, vio la televisión que pasaba el último boletín del momento. Los periodistas estaban afuera de la sala de urgencias del hospital, donde se les prohibió el ingreso.

—Aún se desconoce la suerte de Iraíla Willevark —dijo la periodista—, que fue internada en este hospital luego del reciente acontecimiento milagroso y colectivo en las afueras de su casa, en el barrio Alexanderpolder. Según la información que la agencia ha logrado recopilar de los sucesos anteriores, al parecer, el «don del milagro», ese poder para sanar con el canto, que Dios le ha obsequiado como lo afirma la gente, se presume que es contraproducente, cuando le está generando algún tipo de enfermedad desconocida...

El noticiero mostró las opiniones de los entrevistados.

—Desconozco a Dios... Es un Dios castigador —comentó uno de los favorecidos con el milagro.

—Los designios del señor nadie los sabe... puede ser una prueba —opinó un creyente.

—Si eso en verdad está ocurriendo, ha de ser porque le tiene un don mayor en el cielo —manifestó una anciana.

—¿Y ustedes, qué opinan? —dijo la periodista dirigiéndose a la audiencia.

El noticiero concluyó con la invitación a votar en el opinómetro de las redes sociales, en su cuenta corporativa, con la siguiente encuesta:

a) ¿Por lo ocurrido con Iraíla, cree usted que el Dios que añoramos en el siglo XXI sea el mismo Dios condescendiente de hace más de dos mil años?

b) ¿Cuántos años cree usted que habrán de pasar para la segunda venida de Cristo?

c) ¿Alcanza a imaginar que el cielo existe cuando existen los milagros por montones?

d) ¿Cree usted que Iraíla fue parte de un plan celestial que la usó como una advertencia para que la humanidad recapacite?

Luego del difícil cuestionario, la periodista complementó con un razonamiento personal que serviría de ayuda (F1):

—A pesar de las intenciones milagrosas y los buenos ratos, no debemos olvidar que en un mundo de alevosía e incomprensión como el nuestro, cien Iraílas o un destello de la presencia de Dios, es insuficiente, cuando después de las emociones vividas y el olvido, la existencia de la indiferencia, los pecados capitales y el canturrear de la lengua, continúan haciendo de las suyas.

Se despidió con la satisfacción del deber cumplido, luego de poner a rumiar los pensamientos con los dientes del cerebro. Quedaba por ver, la tabulación de las respuestas ceñidas a un modelo experimental de la conducta, para que el análisis sicológico revelara a través del histograma, que los seres humanos somos tan imprevisibles, que hasta negociamos los pecados cuando hay tiempo suficiente para las fechorías.

Enterado de la presencia de los periodistas, Antoon se dirigió con cautela a la salida, pero la prudencia no le sirvió de mucho. Debió retornar a la sala, cuando fue acosado por los ramales de micrófonos que se colaron entre los espacios de la puerta de hierro forjado.

En los alrededores de su casa, la policía finalmente tuvo motivo para deshacer la peregrinación. Algunos periodistas se rehusaron a marcharse. Hubo quienes se fueron conformes con su fe y los favores recibidos. Otros, se marcharon inconformes con el alma y el corazón vacíos, sin comprender su suerte.

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