Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 22

Era sábado en la tarde, una semana después del sepelio del padre Cleonzio, y tres antes de que su casa fuera bordeada en los alrededores. Por los rumores, las evidencias y lo que su madre ya conocía, ella y su esposo estaban intranquilos. Si antes no tenían paz interior con la pérdida de Alix, ahora menos, cuando desconocían lo que pudiera sobrevenir de las personas que la llamaban «santa», si sus cotidianas necesidades no se cumplían.

No tenían la capacidad para anticipar que se avecinaba un triste y desapacible suceso que comprometía la vida de su hija. Un inimaginable suceso que la enaltecería en vida, cuando otros lo han logrado con la muerte. Apenas tenían amor para darle.

—¿Y... qué se supone que haga ahora? —les preguntó.

—No tenemos idea, hija —dijo su madre.

—Claro que sí se puede hacer algo —manifestó su padre. Las dos lo miraron.

—Lo primero será ir a la iglesia, hablar con el sacerdote que ofició la misa y hacerle entender que todo fue un malentendido. Que no tuviste ninguna responsabilidad, que el único error que cometiste, fue cantar... Él lo hará público en cada eucaristía. Si el padre lo anuncia... la gente creerá y entenderá que todo fue una casualidad.

—¿Y desde cuándo cantar es un pecado? —recriminó Iraíla.

—Desde ahora —respondió—. Eso será lo segundo que harás. Dejarás de cantar ópera, o cualquier tipo de música que te pueda poner en aprietos.

—No haré eso...—dijo sollozante.

—Claro que lo harás. No te seguirás exponiendo. Es una orden...

—Pues esta vez —interrumpió—, tu orden se irá a la papelera de desechos en mi cerebro, papá. Prefiero exponerme, pero no me cortarás la alegría. La música, y en especial la ópera, es mi mundo... Es... lo que soy. Es parte de mi felicidad y no voy a renunciar a ella por un capricho tuyo. ¿Puedes entenderlo?

—Te amo, hija, pero no para creer que eres una santa. ¿Sabes lo que te harán...? Están cegados y no van a cambiar de parecer. Y si continúas alimentado sus falsas creencias con lo del canto..., van a creer que es cierto.

—Jan, por favor...

Gisele trató de persuadirlo en su obstinación.

—Responde... ¿Sabes lo que te harán si eso ocurre? ¿No se te ha ocurrido pensar por qué motivo los hombres bíblicos de gran obediencia a Dios, no fueron considerados santos? Porque simple y ciertamente estaban vivos, hija. El vaticano canoniza a los que considera santos, muchos años después de su muerte.

—Debes entender que los santos están hechos de yeso, de madera de pino o que sé... Los que conozco ni siquiera tienen extremidades... Y ninguno está hecho de carne y hueso. NO DE CARNE Y HUESO —vociferó para hacerla entrar en razón.

Era la primera vez que Jan Willevark presionaba a su hija y la obligaba a obedecer sus órdenes. Y era la primera vez que Iraíla sentía el maltrato de su padre. Cada vez por cada día de su vida que se dirigió a ella, lo hizo con el entusiasmo paternal que siempre promulgó. Gisele, lo miró con indignación, porque también era la primera vez en su vida conyugal, que presenciaba esa conducta de su esposo. Ya le había advertido a su hija lo que podía ocurrir si se enteraba.

Iraíla se dirigió a su habitación al borde de un trauma emocional. Al cerrar la puerta con fuerza, recibió un mensaje de texto:

«¿Qué haces?».

«Quiero morirme» —respondió.

Lo escribió, tumbada boca abajo en la cama, con las lágrimas aceitando la pantalla. Antoon comprendió que no pasaba por un buen momento y de inmediato la llamó al celular. Debió intentarlo tres veces más que lo preocuparon, creyendo algún tipo de realización bajo una crisis de nervios. Iraíla, se esforzaba por secar sus lágrimas, y controlar sus emociones para aclarar la voz. Fue al cuarto intento que respondió la llamada...

—Hola...

—Hola... Ya estaba preocupado.

El teléfono fijo sonó.

—Contesta, soy yo.

Se deslizó sobre la cama y descolgó el teléfono que estaba a su derecha, sobre la mesa de noche. Colgó el celular.

—Hola de nuevo...

—Hola de nuevo, Iraíla. ¿Por qué te quieres morir?

—Discutí con papá. No quiere que vuelva a cantar. Desde ayer está de mal genio.

—Eso es grave.

—¿Qué? —preguntó.

—Las tres cosas —dijo Antoon—: discutir con tu padre, que esté de mal genio y que no cantes.

Un suspiro profundo se escuchó de Iraíla, que Antoon lo sintió como si estuviera recostado sobre su pecho.

—Estuve a punto de decirle: «Lo siento papá, pero los designios del Señor no te pertenecen... No sabes lo que siento cuando canto, ni qué es lo que me obliga a hacerlo. No lo sabes». Pero preferí callar. Tampoco lo sé. Tal vez... esté loca.

—No. No lo estas. Pudiste decirlo... pero lo ahorrarás con las acciones.

—¿A qué te refieres?

—Tampoco lo sé, pero... vi lo que pasó en la universidad, y vi lo que ocasionó tu voz en la iglesia. Y sólo cantabas. En la iglesia te atreviste porque mi tía te lo pidió. Pero... en la universidad... no sé porque lo hiciste.

—¿Te lo has preguntado?

—Sí. Igual que me pregunto por qué lo hice en el hospital. Todavía no encuentro la respuesta. Algo me indujo a hacerlo. Es lo que sé. Era obvio que quería cantar, y para mis oídos, una orquesta me acompañaba. La escuché en cada sitio. Sé que suena loco... pero la escuché. Cuando te canté... creí que iba a ser distinto porque lo deseaba. Pero igual sonó la música aprobando mi deseo. Ese fue un milagro personal.

—¿Y en la iglesia, en el sepelio del tío Cleonzio, también la escuchaste?

—No. Allí escuché el sonido del piano amplificado como si fueran tres o cuatro pianos al tiempo.

—Y yo estaba en todos, supongo.

Iraíla sonrió. Las notas de un piano se escucharon...

—¿Qué haces?

—Sólo escucha —dijo.

Iraíla se extendió sobre la cama con la cabeza recostada en la almohada, mientras las notas del piano volaban a su corazón, pero casi desmaya cuando escuchó la voz de Antoon mecerse entre ellas. Era una balada romántica: «Aunque no te pueda ver, de Alex Ubago».

Su rostro quedó diminuto para dibujar la alegría que sintió. Su boca entreabierta, sostuvo la nota de un suspiro que quedó congelado, para deshacerse por párrafos que canturreó silenciosa.

Sus ojos se agrandaron como dos planetas diminutos donde cabía perfectamente una historia de amor. Escuchó casi sin respirar para no interrumpir, pero no pudo evitar que un par de lágrimas escurridizas llegaran hasta la comisura de sus labios, de terminaciones delgadas y forma redondeada que parecían expresar lealtad e inteligencia. A sus escasos dieciséis años, revelaba una madurez que se leía en ellos.

Un tratamiento auditivo de poco más de cuatro minutos, fue el remedio perfecto para olvidar el disgusto con su padre. Antoon le acababa de regalar un instante emotivo, para suavizar la tempestad que estaba viviendo. Fue tal la placidez del paisaje emocional que imaginó con la canción, que se dejó llevar entre la brisa de un suspiro, de donde Antoon debió rescatarla.

—¿No dices nada? —indagó después de un silencio alargado. Debió sonar otro silencio.

—¿No que cantas horrible? —preguntó.

—Dudé que te gustaría —dijo.

La brisa de un nuevo suspiro se escuchó.

—Te amo —respondió ella.

—Ya lo sabía antes que tú —aseguró Antoon.

Ella decidió callar.

Él ya lo había hecho.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro