Capítulo 20
El siguiente en la lista era su amigo. Decidió que lo visitaría después de ir a la universidad, siempre que no estuviera allí.
Cuando Iraíla hizo su aparición... fue rodeada por los estudiantes como si se tratara de un personaje de la farándula. Cientos de ellos aparecieron. Faltaban los micrófonos, pero no las fotografías. Algunos se tomaron fotos con ella sin pedirle permiso. Era de suponer que irían etiquetadas a las redes sociales. Esperaba encontrar a Antoon entre la muchedumbre, pero no se dio.
Su amiga Saray la advirtió, luego de que la masa de curiosos creciera en cuestión de segundos.
Corrió hacia ella apurada, que por las piernas largas y el cuerpo atlético, no demoró en llegar. Era más alta que Iraíla. También la aventajaba en su carácter extrovertido, y en su gigantesca simpatía. En lo que jamás la aventajaría sería en el canto. Tenía una voz atrevidamente desafinada por naturaleza, de la cual se enteraron en el aula de clase. Sin embargo, existía algo en lo que se asemejaban demasiado.
Eran igual de bellas las dos con sus cuerpos armoniosos y sus pieles claras.
Algunos profesores llegaron a tiempo para evitar el caos. Todos querían enterarse de los detalles sobre los milagros... Y hubo quienes se atrevieron a improvisar en una hoja de papel alguna solicitud particular.
Recuperada la calma, y luego de satisfacer la curiosidad de su amiga, se marchó de la universidad para dirigirse a donde hacía rato le imploraba el corazón.
Abigail, la hermana emérita, abrió la puerta tras el tímido llamado que revelaba una actitud de arrepentimiento. Prefirió golpear con suavidad la puerta que tocar el timbre.
—¡Qué sorpresa, Iraíla! Es bueno verte de nuevo.
La recibió con un caluroso abrazo que tenía la horma de la comprensión.
—Buenos días, hermana Abigaíl. —En ocasiones no dejaba de pronunciar el sor así se lo haya sugerido—. Opino igual... Esperaba venir antes, pero... no me he sentido bien últimamente...
El tono de su voz se escuchó tímido y pesaroso.
—¿Te pasa algo?
—No. Nada en especial. ¿Qué habría de pasarme? Fue un ligero malestar, y... ya pasó.
Sonó una nota de silencio en cada rostro cuando sus gestos hablaron imitando una sonrisa.
—Me llamó la hermana Naura del hospital infantil —mencionó—. Supe lo que pasó hace dos semanas. Lo que haces te enaltece, Iraíla. No puedes imaginar la alegría que siento por los demás, cuando también fuimos bendecidos por Dios, a través de ti. Eres el vehículo para sus proezas de amor terrenal. No desfallezcas en tu tarea...
En aquel momento, su rostro, que había adquirido una coloración pálida con la sola presencia, experimentó la forma de un lienzo blanco con un orificio ovalado y entreabierto que parecía roto, cuando no fue posible ocultar la boca.
Esta vez, un silencio póstumo nevó en su cara. Se podría jurar que no conocía la alegría.
—No debes temer, Iraíla. Dios te ha escogido —complementó, extendiendo la mano derecha para tomarla del antebrazo izquierdo—. La familia es muy afortunada por conocerte, y en especial, Antoon. Ezequiel tomó la decisión correcta con mi sobrino al no autorizar la muerte digna. Era cuestión de saber esperar el nuevo comienzo. Y eso fuiste tú, Iraíla. El nuevo comienzo...
Permaneció callada, sin mirarla.
—Sube. Antoon está en su habitación. Es bueno que te dejes ver para que calme la ansiedad. No sea que se quede dormido otro largo tiempo.
Iraíla dio media vuelta con la plenitud del silencio tatuado en su boca. La cabeza parecía halada por una culpa enorme que la obligaba a mirar al piso. Se dirigió al dormitorio de Antoon sin vacilar.
Abigail comprendió su reacción, cruzó las manos y la vio subir las escalas al segundo piso, sin protestar.
Al verla, corrió a abrazarla. Bastaron menos palabras que un pequeño idilio entre sus bocas, y la ventura de tenerla y sentirla como parte de su vida, para dejar de extrañarla.
—Pensé que me olvidarías, Iraíla Willevark.
—También lo pensé... y tuve miedo de que ocurriera.
—¿Por qué querías hacerlo?
—No lo sé. Sólo buscaba respuestas.
Observó embelesado la mirada que creyó perdida. Rozó su rostro primero con el pensamiento y luego con su mano derecha.
—No quiero estar siempre acá contigo. Quiero que salgamos ahora, como dos jóvenes normales. Sin música clásica. Sin piano. Sin milagros especiales. La magia de compartir gratos momentos en compañía de la mujer que amo, será suficiente.
—Dime qué tienes en mente.
—Ya verás...
Antoon tomó el celular y buscó...
—¿Qué haces?
—Te envío algunas líneas de un plan que escribí mientras me olvidabas. Era un ejercicio para mantener viva la esperanza de tu regreso. Quiero que lo recibas en tu celular. Que lo leas, y lo respondas o rechaces. Quiero que quede la evidencia.
—Que romántico... como siempre.
—Listo. Ya lo envié.
—Veamos de qué se trata tu plan esta vez, Antoon.
Buscó el mensaje en el celular.
«Plan de motivación para este fin de semana —suena alucinante—. Comercio, museos al aire libre y cine, aventura y safari por la ciudad, visita a la torre Euromast, diversión en la feria de primavera, concierto de rock en Zuiderparkweg, bebidas y comida, y mucho amor...». ¡Dios! ¡Qué loco! No puedo creerlo...
—Tal vez, no sea lo tuyo, Iraíla, pero... ¿Qué dices?
—Suena sensacional —expresó.
Sin dudarlo dio respuesta al mensaje.
—Creo que tienes un mensaje por ver, Antoon.
Lo leyó:
«Es viernes. ¿Podemos iniciar ahora?».
Antoon dibujó una sonrisa rabiosamente alegre en su rostro, que fue suficiente, para olvidar la traumática semana que padeció su corazón.
Tomó las llaves del automóvil, y se despidieron de Abigaíl. La tarde y parte de la noche, les alcanzó para comprar un par de aretes y un collar de plata, que Antoon supuso, se verían hermosos al lucirlos. Ver una película de drama con la que gimoteó Iraíla noventa minutos en la terraza del cine. Y visitar el Museumpark al aire libre, para deleitarse entre esculturas y fotografías.
Iraíla se la pasó posando como una escultura emocional de carne y hueso que sedujo el interés de su amigo. Los besos fluyeron furtivos entre las emociones cultivadas y el atractivo de la ciudad.
Al siguiente día, que incluía el desayuno, Antoon la recogió en su casa para visitar la torre Euromast, que luego del ascenso, con la intención de acariciar el cielo con la mirada, la sensación de vértigo los retó, para que se arriesgaran a bajar a rapel. Tenían la edad para hacerlo y las ganas a medias. La emoción extrema, hizo que a Iraíla le palpitara todo el cuerpo, además del corazón.
Cualquier intención de canto habría sido imposible cuando la lírica explotó en su cerebro, y las esquirlas de las notas musicales, quedaron esparcidas en el espacio recorrido.
La ópera se borró de su memoria por un instante. Y los panqueques del desayuno, revolotearon en su estómago como si fueran mariposas. El temblor y la risa esparcieron los besos al aire, que intentó darle a su amigo Antoon después del suceso.
Fue demasiada adrenalina para la mañana, así que, en la tarde, se dejaron envolver en el ambiente cultural del teatro Luxor, con un sensacional espectáculo de danza, y un recital de poesía en el Rotterdamse Schouwburg, que flechó sus emociones ocultas, para culminar apreciando la panorámica de una noche espléndida, esparcida como margarina sobre las aguas del río Mosa, avistado desde el puente Erasmusbrug.
Estaban recostados sobre la verja a la mitad del puente. Antoon la tenía prisionera entre sus brazos, cuando antes, la mantuvo prisionera en su mirada yerta. La brisa relajante del paisaje acariciaba sus cuerpos, y refrescaba las intenciones de sus pensamientos.
—¿Sabes que admiro del río Mosa? —dijo Antoon.
—No lo sé.
—Su persistencia para ir a besar al mar que se haya a unos treinta kilómetros de distancia.
—Entonces... nos parecemos al río Mosa. Yo fui obstinada para traerte de regreso. Y tú, mi querido Antoon De Brouwerinn, fuiste porfiado para conquistarme. Aunque ya lo habías hecho...
—Tienes razón, Iraíla. Un motivo más para estar enamorados.
Sus bocas se buscaron para saciar la sed de aquel momento.
Para el domingo en la mañana, la feria de otoño con sus atracciones mecánicas, le recordó a Iraíla, el malestar orgánico causado por la torre Euromast, que fue insignificante para la satisfacción de sentirse enamorada, y compartir hasta los malestares con su amigo del alma.
Después de atormentar los nervios por un buen rato, una nueva opción dentro del programa indicaba el zoológico de Blijdor. Era la primera vez que lo visitaba, y quedó perpleja al imaginarse entre la selva, y luego, sumergida en el fascinante mundo del oceanario, donde una gigantesca raya le robó la atención. Estaban al límite de agotar la capacidad de sus celulares con los videos y las fotografías.
Alternaron con el concierto de rock en Zuiderparkweg, donde una banda local les hizo sentir un hormigueo por el cuerpo, que Iraíla interpretó como un suceso de pánico, al imaginar que la voz del cantante, debía abrirse paso entre cuerdas vocales de metal oxidado para que tuviera esa increíble textura.
—¿Qué queda por hacer del programa, Antoon? —preguntó ansiosa.
—Mucho amor... —respondió, sin quitarle la mirada.
Iraíla desplegó la suya, como un pensamiento que aleteó suspendido al frente de sus ojos para confirmar que estaba de acuerdo. Finalmente, había espacio sólo para el amor. Pero el destino no opinó lo mismo. El ring tone del celular hizo su apreciación al respecto.
Abigaíl llamó a su sobrino para comentarle, que el tío Cleonzio, había sido conducido al hospital en estado de gravedad.
La última tarea por hacer de la emotiva lista, debió quedar pendiente. Sus intenciones quedaron traumatizadas con la noticia. El retorno al barrio Alexanderpolder fue en un silencio póstumo y anticipado.
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