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Capítulo 13

Compartían el mismo campus universitario en diferente programa académico. Antoon había hecho el reingreso hacía dos meses. Era cuestión de planearlo. Posiblemente la miró algunas veces durante ese tiempo, pero jamás la vio. Fue necesario escucharla para verla.

Iraíla no sospechó que durante tres largos días, fue detallada y aprendida de memoria, hasta que lo mencionó su amiga Saray. Fue antes de ir al aula de clase. Se abstuvo de mirarlo... No estaba interesada en el sexo opuesto, o por lo menos, en escuchar una propuesta indecente o un piropo de mal gusto que, por aquellos días, estaban de moda, luego de salir del anonimato tras la escena de la culebra.

La abstención le duró poco. Su mirada lo buscó para saciar su curiosidad, cuando la sonrisa cauta que florecía en sus labios, fue arrasada por un frío helado, que la hizo temblar y vivir de nuevo al reconocerlo.

Esta emotiva señal era la oportunidad buscada. Faltaba el momento. No pasaría un día para que se diera.

Ese mismo día en la noche, plácida en su dormitorio, rememoró al extraño frente al espejo.

Recordó cada detalle de su rostro estacionado en el tiempo, el enigmático vacío en su mirada cristalizada, y hasta el beso robado. Fue inevitable recordar, que aquel médico del que no volvió a saber nada, la descubrió en su delito emocional. Un delito menor delatado a tiempo, que pudo convertirse en uno desproporcionado y trágico.

Una risa extraña se sintió como una punzada en su estómago. Y el tiempo de ausencia, se desvaneció en un segundo con el resurgir de la esperanza.

—El mundo sí que es un pañuelo. No puedo creer que estudie en la misma universidad —le conversó a la imagen del espejo—. ¿Qué crees que pueda pasar ahora?

Se fue a la cama sin una respuesta.

Era mediodía del siguiente día. Antoon no conocía a la joven atacada por el ofidio, pero recordaba cómo era. Por ventura, estaban los dos en la biblioteca a la hora que Iraíla la frecuentaba.

—¿No es esa la joven que te salvó la vida? —preguntó a la desconocida, tan pronto vio llegar a quien durante cuatro meses de ausencia, le había robado la respiración.

La joven no respondió al extraño, pero a cambio, se quedó mirando a la cantante de ópera. Después de vencer el miedo, la joven agredida por el ofidio se paró en frente de Iraíla para cortarle el paso.

—¿Cómo lo hiciste?

—¿Disculpa? —cuestionó Iraíla.

—Dime. ¿Cómo lo hiciste? —insistió.

—Sólo cantaba... —respondió al reconocerla, intuyendo que a eso se refería.

—No te hagas la tonta. Todos lo vieron...

—En vez de cuestionarlo... ¿No piensas que es más amigable si lo agradeces? —criticó Iraíla.

—Disculpa —intervino Antoon a tiempo— si eres quien imagino... creo que te busca el Decano de Comunicaciones. ¿Te acompaño?

Dedujo con sagacidad, que su intervención, era la oportunidad que estaba buscando.

Iraíla lo miró fascinada. El desconocido del hospital de quien no se pudo despedir la salvaría de la víbora. En eso se había convertido la víctima a la que salvó. Antoon reveló una mirada suplicante, que como palabras mágicas, la sonrisa cauta se dibujó en los labios de la desconocida que todos conocían. Sin saberlo, la había reservado para él desde el día anterior.

Dio vuelta y se dirigió en compañía de Antoon hacia cualquier parte del campus...

Llevaba puesta una blusa azul marino, ceñida, que manifestaba la sensación de olas al moverse, y con escote moderado que resaltaba la figura y dejaba al descubierto, la sensualidad de su cuerpo que le quitó el aliento. Reposaba sobre un pantalón blanco que delineaba la otra parte de su cuerpo con suspiros. Por el efecto de la blusa, el iris de sus ojos resaltaba el color celeste.

Por lo visto, Antoon ya tenía dos problemas: se había quedado sin respiración, y ahora sin aliento.

La inoportuna víctima se quedó con los crespos hechos. Al parecer, salvarla no fue tan apoteósico como frustrante.

—No eres bueno para mentir... —expresó Iraíla—. Hasta donde sé, el decano de comunicaciones no tiene nada que ver conmigo. O yo, no tengo nada que ver con él.

—Bueno... es probable que me haya equivocado de cargo.

—Sí. Es posible... —respondió para seguir el juego.

—Ya que al parecer no hay un decano que te necesite, qué dices si vamos a cazar culebras —sentenció Antoon.

Rieron con la ocurrencia.

—Por cierto... no parecía agradecida con el favor...

—¿Quién? —preguntó Iraíla ayudada con los gestos del rostro.

—La joven de la biblioteca —aclaró—. Si te clava los dientes... no creo que pueda salvarte. Canto horrible.

Iraíla soltó una carcajada apacible.

—Tal vez... si tú cantas —complementó Antoon—, le sirva de terapia a mis cuerdas vocales. Esperaba que lo hicieras una vez más después de conocerte.

—Es posible que lo haga ahora —expresó todavía sonriente.

—No regresaste... aquel día.

—No pude. Enfermé.

—Fueron los siete días más largos de mi vida. Llegué a pensar que luego de conocerme, te bastaron algunos minutos para arrepentirte.

—Estuve tres meses en el hospital intentando conocerte. ¿Por qué renunciaría luego de que despertaras?

—Es una buena pregunta que ya echó raíces en mi cerebro. No lo sé. Dímelo tú.

Lo observó fijamente sin pronunciar una palabra. Estaba siendo seducida por su aspecto, por su mirada, por su voz... por el recuerdo.

—En realidad... no intentabas conocerme —comentó—. Me observaste... como un ratón blanco de laboratorio que ha perdido la conciencia después del último experimento.

Ella silenció ante la respuesta con una leve sonrisa húmeda en sus labios.

—¿Estás seguro? —Se atrevió a preguntar.

El ringtone del celular repicó hasta perder la cordura electrónica. Y luego, fue el tintineo avisando el ingreso de un mensaje. Y casi que al instante, la alarma le recordó que tenía un compromiso con su amiga Saray.

—Es increíble. Nunca antes había ocurrido —se excusó revisando el teléfono.

Antoon ya había perdido el hilo de la conversación.

El espacio fue suficiente para la iniciativa del reencuentro, pero fue demasiado corto para enamorarla. Era cuestión de crear una rutina que sería fácil. Al parecer, el destino no estaba de acuerdo por ahora. Se regocijó con haber roto el hielo que le congeló el alma por cuatro meses, fantaseando con la ansiedad de encontrarla. En la iglesia pudo escucharla, pero ahora podía sentirla.

Se despidieron sin querer hacerlo.

Con el pasar de los días como suele ocurrir, el olvido fue más perseverante que el milagro.

Pocos son los que sobreviven a los tsunamis mentales del destierro.


Del suceso de la culebra, quedó el frasco en el laboratorio de biología con el ofidio descolorido nadando en formol. Había perdido el verde fluorescente y la vida. Y aquella que tuvo el placer de probar el veneno y el antígeno musical, optó por borrar el suceso de la memoria antes que estresarse con la incomprensión.

La vida de Iraíla poco a poco iba recuperando la placidez y el anonimato. Fue ella misma quien lo indujo al amordazar el canto con el silencio. Ya había sucedido en el pasado, cuando escasamente llegaba a los nueve años de edad. Pero no todo sería como antes. Antoon había creado la rutina que lo mantendría más cerca de su corazón.

Inició en el campus universitario. Seguía sus pasos en la biblioteca, en la cafetería, a la salida, en los eventos académicos y culturales, en una puesta de sol, o un día brumoso y lluvioso para ofrecerle un buzo y una sombrilla. Estaba al tanto para complacerla, y a ella, parecía fascinarle.

—Me temo que conocerte, ha creado una profunda necesidad... —le dijo cuándo departían de un café al que la había invitado.

—¿Vas a decirme cuál es esa necesidad?

—He llegado a la conclusión, que, siendo mi terapeuta emocional... es tu deber darme el número del celular y la cuenta de correo electrónico. Ya sabes... es en caso de necesitar con urgencia de tu caridad.

Sonrió como ya era habitual desde que disfrutaba de su compañía.

—No crea que es fácil conseguirlo —dijo con gesto sarcástico—, pero tratándose de un asunto de tal sensibilidad, me veo obligada a complacerlo, señor Antoon.

De cualquier forma lo había hecho, con la intención de no extraviarlo de nuevo.

Al llegar a su casa, Antoon le envió su primer mensaje titulado: «feliz ninguna ocasión». Y luego, le hizo llegar un diminuto plan de actividades de ocio para aquella semana. Iraíla lo aprobó con un emoticón sonriente.

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