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Capítulo 12

En la universidad, después del mediodía, los estudiantes se aglomeraron atraídos por los gritos imantados de algunas bocas.

Una estudiante había sido picada por una culebra; estaba tendida sobre la yerba... tenía la marca de los colmillos huecos en el brazo, y en cuestión de minutos, el cuerpo comenzó a presentar una reacción alérgica al veneno. El alma gritaba desde su aposento. El escándalo de los estudiantes llamó la atención de Iraíla.

Los gritos esparcidos como flechas, impactaron a muchos.

La diminuta culebra de color verde esmaltado, amenazante y en posición de combate, sin que hubiera surgido encantada de una cesta de mimbre, seguía los movimientos de los estudiantes revoltosos que la cercaban, y que en vez de flautas, estaban armados de celulares y de chaquetas; la fotografiaron como evidencia y cubrieron, para evitar que escapara.

Días después, se sabría que se trató de una vipera aspis de setenta centímetros, menos peligrosa que otras especies y de origen desconocido, cuando no habitaba en Holanda.

El cuerpo de la desafortunada estudiante que antes departiera junto a sus compañeros alrededor de una araucaria más antigua que la universidad, cercada por un jardín de crotos y bromelias entre los que se deslizó cauteloso el reptil, comenzó la cuenta regresiva de los años vividos, que en un santiamén, como si fuera un vagón veloz del tiempo, desfilaron ante sus ojos desorbitados. Fue en aquel instante de irreflexión, cuando Iraíla había regresado sobre sus pasos y estaba a escasos metros de la víctima, que un canto ameno robado de sus labios sin que lo hubiera meditado, llamó la atención de forma insurgente.

Atónitos por lo que estaba ocurriendo, algunos estudiantes energúmenos reaccionaron ante el espectáculo.

—¿Qué te pasa...? —dijo alguien.

—¿Acaso eres tonta? —mencionó alguna.

—¿Estás enferma... estúpida? —indicó otro.

—¿A quién carajos se le ocurre celebrar? ¿Estás loca? —dijo otra. Luego de las recriminaciones, la música clásica se escuchó en el campo abierto y los dejó atónitos. El canto se esparció como si la voz tuviera alas y megáfonos. Llegó hasta los oídos de Antoon que estaba cerca y se dejó llevar... Reconoció la voz de Iraíla que una semana atrás lo sedujo en el templo, y lo liberó de cualquier miedo o preocupación que habitara en su cerebro.

Iraíla no dejó de cantar la canción de ópera como si alguien se lo hubiera prohibido. Y aconteció lo que nadie esperaba: el canto obró oportuno como un suero antiofídico. De los orificios de la piel marcados sobre el antebrazo derecho, comenzó a brotar el veneno inoculado por la víbora, como si las venas lo hubieran rechazado.

Y en otro santiamén, igual de veloz al primero, la esperanza de vida retornó al cuerpo juvenil de la estudiante. Se incorporó asustada, recuperó la mirada perdida en la trastienda de los miedos, y la clavó sumisa en la mirada plácida de su salvadora, donde los demás clavaron sus miradas, incluso Antoon, que hubiera deseado dejarla anclada de por vida. Las bocas de los acusadores quedaron mudas, y el contagio fue inevitable para todos los curiosos.

El silencio se hizo eterno en tan solo unos segundos. Luego, como si hubiera salido del trance, Iraíla dio media vuelta y echó a correr sin parar... No importaba qué tanto lo hiciera, la evidencia había quedado grabada en algunos celulares. No se dio por enterada que su amiga Marile la saludó. Luego, la vio correr. Ahora, Antoon sabía de ella.

Lo que vendría después, era de esperarse. El video del suceso ocurrido en el campus de la universidad, en un abrir y cerrar de ojos, tan veloz como cada santiamén, hizo su aparición en los Chats y las redes sociales. Su popularidad fue del cero al cien como una montaña rusa en ascenso. Quedaba pendiente la otra parte de la montaña rusa. El acto de magia como lo llamaban algunos, le significó el reconocimiento como una de las mujeres más interesantes de la universidad. Ya algunos maquinaban la forma de enamorarla.

La joven de sonrisa oculta, que escondía una belleza indescriptible y observaba tímida detrás del mostrador espiritual de sus ojos azulados, de pronto, fue apenas conocida por muchos y menospreciada por muy pocos. Espiritualista para algunos y bruja para otros.

Un inesperado comienzo convirtió el destino de Iraíla en una montaña sagrada, y le obsequió un arnés para que la escalara.

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