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Venganza

Venganza

La palabra venganza, derivada de vengar, proviene del latín vindicare (vindicar) que, a su vez, proviene de la palabra, también latina vindex, vindic (vengador, el que tiene en sí la fuerza), vindex, vindic, a su vez, está formado por la raíz vis, representa fuerza y está presente en la raíz griega is, que significa también fuerza, vigor, poder.

La segunda parte de vindex, vindic, está compuesta por index (indicador, señalador, índice). Index, a su vez, tiene incrustada la palabra (in) dicere (decir, mostrar, indicar).


La venganza es una demostración de la propia fuerza. Es necesario hacer acopio del propio poder para vengarse, tener fuerza para tomar la del otro, tener en claro el propio nombre para señalar el ajeno. Pero de nada sirve, ni el poder, ni la fuerza, si no se muestran, si no pueden ser juzgado por el ojo del otro.

La venganza es, por lo tanto, un acto público.


Luna ha aprendido a través de David, que para vengarse hace falta responder tres preguntas fundamentales:

La primera gran pregunta es ¿Por qué?

La palabra venganza es realmente una palabra muy pesada, por lo tanto, hace falta, sí o sí, una justificación lo suficientemente fuerte para sostenerla, porque de lo contrario, todo es propenso a diseminarse, empezando por la voluntad propia.

Por suerte Luna tiene bases sólidas para querer odiar a su primera víctima, porque, oh sí, tiene una lista interesante, y Pamela Lucero es sólo la primera. ¿Por qué? ¿Por qué quiere vengarse de Pamela Lucero?

Fue su mejor amiga durante la primaria, aquella época en la que su madre todavía era una mujer, dentro de todo, en sus cabales, Pamela vivía cerca de su barrio y ambas se sentían recortadas por la misma tijera. Cuando Luna no tenía problemas con su madre, Pamela los tenía con su padre, un hombre violento y que sin llegar a ser alcohólico completamente tenía una inclinación a la bebida. En esa época la abuela de Luna todavía vivía, y era el espacio seguro en el que las dos, como hermanas huérfanas en las horas de la siesta, se refugiaban para comer galletas y escuchar las mismas historias repetidas que contaba la anciana Rosario.

Pamela era su alma gemela, era ella quien sabía desde las cosas insignificantes, como que el brócoli le producía gases, como que necesitaba imaginar algún paisaje durante las noches para poder dormir, como que sentía pánico escénico cada vez que la maestra la llamaba al frente y se traducía en pararse desgarbada e inclinar sus pies hacia adentro. Sabía también de aquella vez en que se había empalagado con chocolate, pero que eso ni el haber estado tres días con dolor de panza la habían desanimado en su amor eterno hacia la golosina. Sabía que su madre era rara y fumaba cosas que la volvían graciosa, sabía todas las historias que le contaba su madre, y envidiaba que hubiera nacido de un amor tan puro, tan hermoso. Sabía que Luna le temía a su madre, a sus cambios de humor, a llegar un día y sentirse despreciada por ella. También sabía que estaba enamorada de Ariel, el niño tímido y de pelo liso que le llegaba casi como cascada hasta los ojos.

Luna también sabía todo de ella, por eso fue ella quien estuvo a su lado cuando sus padres finalmente se separaron. Durmió en su cama incontables veces porque tenía miedo que su padre llegara en medio de la noche a llevársela. Dejó que se refugiara en su lugar seguro en el mundo, en los patios florales de la abuela Rosario cuando todo se sentía demasiado tenso en su propia casa. Estuvo ahí cuando su madre llegó con otro hombre, que a su vez tenía dos hijos. Fue el consuelo de sus celos, y el puente entre ella y los invasores. Estuvo en la mudanza cuando su madre decidió que era hora de seguir su vida con su nueva pareja y los dos niños que ahora se convirtieron en sus hermanos.

Fue su alma gemela durante toda la primaria, hasta que un día Pamela vino a decirle que su madre y su padrastro querían cambiarla de escuela, querían que rindiera para ingresar al mejor colegio de la zona, la ENMEW, pero le dijo a Luna que no lo haría sin ella, que no entraría a ese colegio sin su alma gemela. No había más que decir, estudiaron juntas, y fueron a rendir con la misma determinación. Luna entró, Pamela no. Luna le dijo que ella iría a la escuela que Pamela fuera, pero a Pamela la inscribieron en un colegio privado, imposible de afrontar para la situación económica de la madre de Luna. Y ese fue el principio del fin.

La vida de las dos dio un giro radical. Luna se vio en una escuela nueva donde no conocía a nadie y era de una de las pocas que venían de la zona pobre de la ciudad. Pamela había cambiado no sólo de escuela, sino de casa y su familia se había agrandado forzosamente. Pero más que eso, todo su ambiente había cambiado, ahora vivía en unas de las mejores zonas de la ciudad, su padrastro le compraba cosas que ninguna de las dos jamás habían pensado tener y tenía de compañeros a aquellos niños de los que ambas solían burlarse.

Luna nunca supo por qué, pero de un día para otro Pamela dejó de verla. Primero ponía excusas burdas, después siquiera se dignaba a contestarle. Hizo borrón y cuenta nueva. Nueva casa, nueva escuela, nuevas amigas, nueva vida y Luna no entraba en el esquema.

Indiferencia. Pamela se convirtió en indiferencia.

Así todo, eso no fue suficiente para despertar el odio de Luna, a pesar de haber llorado por ella durante casi todas las noches, preguntándose, una y otra vez qué había hecho mal. Dos acciones más hicieron falta para que Pamela entrara en el mundo de los odiados.

El primero fue aquella vez que la encontró en el centro comercial de la ciudad. La vio sentada en una de las mesas de su heladería preferida. Se armó de valor y se acercó a ella.

-Pamela- la llamó.

La niña palideció completamente cuando la vio, pero inmediatamente desvió la mirada y se decidió a ignorarla completamente.

Indiferencia.

-No entiendo... ¿Qué hice mal? ¿Por qué me hacés esto?

No contestó. No la miró.

-¿Luna?- dijo una voz a su espalda.

Cuando se giró a ver se encontró con Ariel llevando un cono de helado en cada mano.

-Ariel- contestó Luna en un susurro y se sintió desfallecer cuando el muchacho le dirigió una mirada asqueada.

-¿Te está molestando?- le preguntó a Pamela.

-Vámonos, por favor- contestó Pamela.

-Yo no le he hecho nada- se defendió inmediatamente Luna- quería hablar con ella...

-¿Pensás que después de lo que le hiciste va a querer hablar con vos?- le contestó Ariel.

-¿Qué?

-¿Y para como te hacés la estúpida?

-No entiendo, yo no hice nada...

-Te aprovechaste de ella, de su familia, le robaste, incluso después de todo lo que hicieron por vos, incluso después de que pagaran la profesora para entrar a la ENMEW...

-¿De qué estás hablando?- la pregunta se dirigía a Pamela que se miraba los pies- Nunca te he robado nada.

-No seas mentirosa- contestó Ariel- le robaste porque tu mamá es una vaga que toma cosas raras y porque vos vas por el mismo camino... y lo peor de todo es que besaste a su hermano, ¡A su hermano!

-¡Yo no hice nada de eso!- gritó Luna- ¡Ella es la mentirosa!

-¡Sos una puta! ¡Una ladrona!- le gritó Pamela.

Luna le arrebató de un zarpazo el helado a Ariel y se lo tiró en el pelo y lo repartió por su cara.

-¿En qué te has convertido?- le preguntó Luna con las lágrimas corriendo por sus mejillas.

Dio media vuelta y salió corriendo de aquél lugar.

El segundo momento fue meses después, llamaron a su casa para decir que su abuela Rosario había fallecido. El mundo de Luna se resquebrajó por todos lados, y el dolor era la única balsa a la que sostenerse.

Una última vez Luna llamó a la casa de Pamela, habló con su madre, le contó de la abuela Rosario, la señora fue muy amable para decirle que no se preocupara que ambas estarían ahí para ella. Estaba dispuesta a perdonarla, estaba dispuesta a recibirla si ella le abría los brazos para compartir un poco el dolor.

Al velorio llegó la mamá de Pamela, llegó sola.

Indiferencia.

Luna sabe que desde ese día algo creció dentro de ella. Sabe, desde ese día, que muchas de las caretas que nos ponemos tienen nombre y apellido, que las murallas que edificamos, las espinas que instalamos están cargadas de resentimientos de quienes te rompieron algo, de quienes les entregaste un poco de brisa, la consumieron por completo, y te devolvieron no otra cosa que grava pegajosa.

Ese día Luna se rompió en muchas partes. Perdió su lugar en el mundo, perdió su alma gemela, perdió la confianza con la que había bailado al dar su amistad. Le costó levantar los trozos, coserlos uno a uno, le costó la metamorfosis de dejar ser la niña buena y tímida y volverse ese emblema de póker que no transmite, no deja entrar, y que no carga con las verdades de los otros, ni con las de ella misma. Desde ese día aprendió que nadie, nadie, puede ver las costillas de su vulnerabilidad.

La segunda gran pregunta es ¿Para qué?

David le ha explicado que la mera justificación del acto no es suficiente para llevarlo a cabo. Hace falta un fin más importante, más intrínseco a la búsqueda de la verdad para llevarlo a cabo. Luna está aprendiendo que la venganza no es un acto solitario, no es silenciosa, y si no hace mediante las razones adecuadas es efímera.

Y para nada quiere que esto se sienta efímero para Pamela Lucero. Ella tiene que aprender. Así como Pamela le enseñó a Luna a no confiar, Luna le va a enseñar a Pamela que la traición siempre vuelve, y te arremete.

Quiere enseñarle que hay ciertos tipos de dolores que son puertas en el tiempo, siempre quedan abiertas y no sanan con los años, sino que nos conectan, una y otra vez al mismo momento.

Quiere vengarse de su traición, quiere que su propia traición le muerda eternamente los tobillos, no importa qué tan shakesperiana sea la idea.

-Es más bien de índole Hamlet- respondió David entre risas cuando Luna, tirada en su cama, pensó en voz alta que el plan, al igual que la vida es, de una u otra forma shakesperiana.

-No, Shakespeare trabaja la traición, de algún tipo, en casi todas sus tragedias- contesta Luna.

-Pero Hamlet es la mímesis de la traición.

-Y de la locura.

-Y de la locura- acordó David- Es tan representativo de la adolescencia.

-¿Qué estás diciendo?

-Siempre nos hacen leer Romeo y Julieta, pero deberíamos estar leyendo Hamlet.

-No te hacía lector de Shakespeare- sonrió Luna- pero decime, ¿Por qué Hamlet puede ser más apropiado que un amor trágico adolescente?

-También hay amor en Hamlet, y todavía aún más trágico que en Romeo y Julieta... pero lo que me gusta de Hamlet es la búsqueda de la identidad.

-¿Ser o no ser?

-"Ser o dejar de ser: he ahí el problema"- citó David- El problema no es ser o no ser... porque queramos o no nunca dejamos de ser... no es una simple pregunta sobre quién ser, el problema es ser quien uno es o dejar de ser, el conflicto es destruirse, es querer romper la propia identidad para hacer algo, para ser alguien más.

- "¡Señor, señor! Lo que somos, lo sabemos; no sabemos, sin embargo, lo que podemos ser..."- respondió Luna citando las palabras de Ofelia en su locura.

-No te hacía lectora de Shakespeare- sonrió burlonamente David.

-Soy toda una caja de sorpresas- dijo Luna- Y también me gusta más Hamlet que Romeo y Julieta...

-Perfecto, porque si vas a seguir este camino tenés que saber quién podés dejar de ser si las cosas se desmoronan. Tenés que elegir, también, si en esto va a ser Hamlet u Ofelia.

Esa conversación ha estado yendo y viniendo en la cabeza de Luna todo ese tiempo. Todavía no entiende a qué se refiere David con ser Hamlet u Ofelia, pero algo en eso no sonó correcto, algo en todo eso simplemente se sintió roto.

Pero en ese momento tiene cosas más importantes para pensar, como específicamente responder a la tercera gran pregunta.

¿Cómo?

David ha sostenido en las largas conversaciones frente a Luna que para poder cumplir perfectamente con las dos primeras preguntas fundamentales hay que tener muy en claro el cómo. Hay que buscar aquello que sea el punto que une a los primeros dos cuestionamientos pilares, el cómo es lo que apuntala el cambio en la humillación, en el sufrimiento, en la pérdida. Y Luna sabe cómo entrelazar los tres actos para que Pamela muera y vuelva a renacer en el dolor como ella lo hizo. Es una suerte que las conexiones de su padrastro hayan servido para acomodarla en el ENMEW el año pasado. Es una suerte, realmente una suerte que estén ambas en el mismo escenario, mirándose una a la otra del otro lado del río.

-¿Estás lista?- le pregunta esa noche David.

Es la tercera noche que pasa en su dormitorio. Ha sido extraño para Luna, han sido tres noches de hablar hasta que la garganta se les secaba, de tomarse las manos o llegar a caricias que imprimen algo más que deseo en la piel, pero sin soltar el desenfreno, sin dejar que el mundo acabe en el cuerpo. Para Luna han sido las tres noches más íntimas sin tener sexo. Eso es nuevo y la asusta.

-Sí- contesta Luna.

Sabe que a la mañana siguiente va a tachar el primer nombre de su lista. Mañana borra, finalmente le toca borrar la indiferencia de un rostro.  


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Hoy dos capítulos! Siga leyendo!

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