Máscaras- parte I
David vuelve a pasar, como había sido costumbre en la última semana y media, por el mismo lugar en la avenida en el que recoge a Luna, pero como los últimos tres días no la ha visto en el punto de encuentro. Sabe que algo ha cambiado después de la fiesta. La escena del baño no para de dar vueltas en su cabeza e intuye que le sucede lo mismo a Luna, sabe que fue un movimiento arriesgado, ha mostrado más de lo que pretendía, sin embargo, siente que fue necesario, sobre todo después de que apareció Agustín con su patético ataque de celos. David nunca ha entendido los celos, ni su funcionamiento, para él son una pérdida de tiempo, son un producto sobrevalorado del amor que se vende en Hollywood... En este caso concreto, no le interesa con quien duerme Luna o con quién deja de dormir, no le interesa reclamar dominio sobre su cuerpo, ni monopolizar su interés, porque tampoco le interesa dar nada de eso a cambio. Lo que quiere de Luna, en cambio, es mucho más profundo, mucho más intenso, y por lo tanto más valioso. Quiere ver hasta donde es capaz de llegar, hasta cuanto puede presionarse, dejarse presionar...
Se detiene en el lugar que se supone que Luna debería subirse con él a su moto, y suspira lentamente, decide dejarla seguir huyendo de él, por el momento no necesita otra cosa que los celos de Agustín, y el alejado y absurdo rumor que han decidido plantar sobre su virginidad. David se sonríe a sí mismo, sabe que los idiotas que han dicho eso buscan lo mismo que todos, dominio, y en eso no los puede culpar, es parte de la naturaleza humana, él mismo quiere dominio, pero no de la misma clase.
Llega a la escuela y ve Luna a lo lejos, mientras camina siente su mirada, siguiéndolo silenciosamente, en cuanto la mira ella desvía la mirada y él se ríe para sus adentros. Decide dejarla en paz por ahora, sabe que es el turno de Agustín.
Luna llega corriendo y logra alcanzar el colectivo, por tercer día consecutivo, y suspira tranquila una vez que se sube y se sienta en el lugar que suele ocupar siempre, las escaleras de descenso. No quiere enfrentar a David, todavía no, aún se siente confundida, se siente vulnerable ante su mirada. Sí algo sabe, es que David no es simplemente el chico tierno que creía estar mirando todo este tiempo, es más, es mucho más. No puede evitar sentirse entusiasmada y atraída ante ese hecho, pero tampoco puede dejar de sentirse intimidada. La mayoría de los chicos con los que ha interactuado, incluido Agustín, generalmente han sido fácil de descifrar, con la mayoría, y en este caso, a excepción de Agustín, la decepción de entender cómo funcionaban, qué querían había provocado que se aburriera rápidamente. Con Agustín siempre fue diferente, porque a pesar de ser capaz de leerlo de arriba abajo, siempre hubo algo distinto, por un lado la química de sus cuerpos que tarde o temprano la llevaba a extrañarlo, y por el otro, esa mezcla de tener tanta historia juntos, tanta agua por debajo del puente como le gustaba a decir a Agustín, y saber, al mismo tiempo, que no hay forma en que terminen realmente juntos, como una pareja feliz que tiene hijos. Ambos saben que están muy rotos para eso, juntos no pueden cambiar esa profecía.
Cuando llega al colegio, Marta la está esperando, últimamente no se ven el micro, porque después de su percance con el video porno-lésbico, su madre ha decidido restringir un poco más sus libertades, y eso incluye su capacidad de ir y venir por su cuenta a la escuela.
—¿Qué ha pasado con David?— pregunta Marti por décima vez en esos tres días.
—No te das por vencida ¿no?
Luna cree que Marti es la mejor negociadora del mundo, simplemente no toma un no por respuesta, sigue insistiendo hasta que obtiene lo quiere, por eso, también cree que es su mejor amiga, ha sido la única lo suficientemente persistente para tratar de llegar a conocerla.
—Te lo voy a seguir preguntando... te veías bastante entusiasmada la semana pasada, ustedes dos eran como carne y uña y ahora se ignoran olímpicamente.
—Bueno fuimos a la fiesta...— empieza Luna.
—Sí, eso es lo único que me has podido decir hasta ahora— dice Marti impaciente —y que Agustín también estaba ahí, ¿qué pasó después?
—Me estaba besando con David, Agustín apareció, tiró al piso a David y le pegó una piña...
Marti se lleva las manos a la boca.
—Ese desgraciado...
—La cosa es que desaparecí después de eso... y David me encontró... y fue raro.
—¿Estaba enojado?
—No.
—¿Celoso?
—Definitivamente no.
—¿Y entonces?- Marti parece confundida Luna no sabe cómo explicarle realmente las cosas sin delatarse a sí misma.
—No fue algo que él dijera en particular, fue la forma en que me miró, no eran celos, no estaba enojado, ni herido, ni frustrado, es como si...
Los ojos de David vuelven a la memoria de Luna, trata de pensar qué vio en esos ojos, ¿había lujuria? Sí, y curiosidad, había mucha curiosidad, una curiosidad siniestra. Y eso no es todo, eso es lo peor para Luna, que cada vez que recuerda como se le acercó y le habló en un susurro en su cuello, vuelve a sentir el estremecimiento en su estómago, el calor en su entrepierna. Se odia por eso. No puede perder el control.
—¿Cómo si qué?— pregunta Marti sacándola de su ensimismamiento.
—Como si le divirtiera toda la situación... y eso... por alguna razón, me asustó.
Marti se queda mirándola por unos segundos, pero a pesar de que sus ojos están en Luna, su mirada indica que sus pensamientos están en otro lado.
—Mmmm- murmura pensativa —no es el chico tierno que parece ser entonces...
Lo dice como afirmación o como una pregunta disfrazada.
—No lo creo.
—Entonces tenés que averiguar quién es— la curiosidad se refleja en todo su rostro —si él se divierte con vos, le tenés que pagar con la misma moneda... tampoco que te cueste tanto.
Luna le sonríe, a veces duda de Marti, porque cree que es demasiado buena para ser su amiga, cree que si le muestra un poco de la mierda que lleva adentro va a salir espantada. En momentos como ese, recuerda por qué ella es su mejor amiga, porque en el fondo, tiene algo de retorcido al igual que ella. Entonces le cuenta el verdadero por qué de su relación con David, le cuenta de la apuesta, del cementerio.
Marti se vuelve a quedar pensativa cuando Luna termina, y entonces le pregunta algo que no se le había cruzado realmente por la cabeza, y hace que su interior se retuerza.
—¿Estás segura de que es virgen?
—¿Cómo?
—¿Él te dijo que era virgen?
—No, pero tampoco me dio a entender lo contrario.
Marti sonríe. —Es un hijo de puta inteligente.
Luna le sonríe, de verdad, de verdad, ama a su mejor amiga.
Es sábado y Luna se mira al espejo, tiene un vestido negro y suelto, sólo se ajusta a su cintura con un lazo y tiene un escote simple pero sexy, la imagen se completa con una máscara de terciopelo azul sobre sus ojos, es bastante exótica y eso le confiere un aura de misterio. He decidido soltar su pelo rubio oscuro a sus costados, casi nunca lo usa suelto, pero esta vez ha permitido que le confiera esa imagen casi dulce que le devuelve su reflejo.
Así es, a pesar de la mala experiencia en su última fiesta y los malos augurios que se han ido presentando, Luna ha aceptado a ir a una fiesta de máscaras con Marti, sí, máscaras, no disfraces. Y todo empezó con el empeño de Marti para que las hicieran ellas mismas, por lo que pasaron todo el viernes en la tarde tratando de confeccionarlas.
Augurio número uno, todos sus intentos quedaron horribles, por lo que tuvieron que ir, finalmente hasta el centro de la ciudad a tratar de comprar las máscaras.
Augurio número dos, cuando llegaron a la tienda de disfraces más conocida, estaba abarrotada de adolescentes y ya estaban prácticamente agotadas, sólo quedaban algunas infantiles, como de Spiderman o Micky Maus.
Augurio número tres, llegaron justo en el momento en que David estaba saliendo con su máscara, no les dijo nada, simplemente les dio una enorme sonrisa y se fue hasta su moto que estaba estacionada en la calle de enfrente, dejándola a ambas intercambiando miradas sospechosas.
Augurio número cuatro, a Marti se le ocurrió ir a la tienda de antigüedades a ver si encontraban algo, sí eso no es un mal augurio, no sé qué es. De todas formas, el instinto de Marti no falló, encontraron antifaces que posiblemente se hicieron para ser decorativas, pero en sus rostros quedaban como emblemas. Luna eligió uno azul, mientras que Marti se quedó con uno de color rosa viejo, ambas de terciopelo.
Augurio número cinco, cuando Luna llegó a su casa Marco estaba ahí, con su terrible sonrisa. Eso significaba otro fin de semana de mala muerte, y que no le dejaba otra opción que tener que ir a la fiesta. Le escribió a Marti preguntándole si después de la fiesta podía quedarse en su casa, sabía que la madre de Marti no la miraba con buenos ojos, pero había estado de viaje esos últimos días (motivo por el cual Marti podía ir a la fiesta en primer lugar), sintió que se relajaba cuando la confirmación vibró en su teléfono celular. Y este último parecería no ser un augurio, pero para Luna era el peor de todos, cuando se sentía forzada a salir de su casa, era cuando las peores cosas pasaban.
Augurio número seis. Agustín no ha dejado de llamarle. Ha estado, al igual que David, toda la semana en silencio, y ese día, justo ese sábado se ha vuelto un desquiciado llamándole.
Luna ve el celular sonando una vez más y el número de Agustín en la pantalla. Decide volver a ignorarlo. Piensa en lo tranquila que ha sido toda la semana, augurio número siete, se dice en un susurro, la calma antes de la tormenta.
Llegan a la fiesta y ambas se sienten intimidadas al ver los ojos de los demás sobre sí mismas. Marti se ha ido con un mono negro que resalta su altura y su elegancia, tiene la espalda al descubierto, y sus antifaces combinan con su pelo y contrastan con su piel. Ambas sonríen levemente al sentir que las miradas las siguen mientras caminan.
—Necesito alcohol— dice Luna.
—Yo también.
Después de un par de tragos las dos se sienten más desinhibidas, y se sueltan con la música, bailan cada vez más desaforadas como si estuvieran dentro de una burbuja ellas dos y nadie más. Sólo nosotras dos le había pedido Marti esa noche, y Luna no tenía pensado incumplir su palabra.
Quizás era el alcohol, quizás era la forma de bailar, la actitud de me importa un carajo todo, los antifaces que las hacían ver exóticas y misteriosas... pero cuando Luna saca los ojos de su amiga, puede ver las miradas, muchas miradas que estaban, de pronto, puestas en ellas. Un par de brazos marcados abrazan a Marti por la cintura, y para sorpresa de Luna, ella se da vuelta y le sonríe al chico que tenía una máscara al estilo del zorro, en un abrir y cerrar de ojos, Marti enreda sus brazos alrededor del cuello del sexy muchacho y lo besa como si lo conociera de toda la vida. Luna la mira estupefacta, pero no puede evitar sonreír. Es como si Marti hubiera decidido desatarse de sus miedos y su jodida autopercepción en una sola noche.
Luna no puede ver como el chico-zorro arrastra a Marti hacia la oscuridad, porque en ese momento un brazo tira de su muñeca. Cuando se da vuelta ve la máscara roja cubre casi toda la cara del muchacho, excepto por su boca, mira sus labios y después esos ojos verdes, los conoce demasiado bien, se deja arrastrar hasta una orilla, él la suelta y se queda mirándola en silencio.
—Agustín...— empieza a decir Luna, pero él la interrumpe con un beso, inmediatamente Luna lo empuja y se va hacia atrás —¿Qué hacés?
Pero Agustín no dice nada, se queda ahí con la respiración agitada y la mirada... la mirada destellando dolor. Es ahora Luna la que lo atrae hacia ella y lo besa, se besan desesperadamente, con anhelo, con un deje de cansancio, saben que no deben, no pueden estar juntos y eso lo hace peor, mucho peor. Retroceden hasta golpear contra una pared en la oscuridad. Agustín levanta a Luna y la monta sobre sí, ella enrolla sus piernas a sus caderas. A partir de ahí todo pasa muy rápido. Él desliza sus dedos hasta la ropa interior de Luna y la corre suavemente para tocar su sexo. Luna puede sentir la sonrisa de Agustín sobre sus labios, sabe que sonríe porque la ha encontrado completamente mojada, como de costumbre, y puede deslizar sus dedos sin ninguna complicación. Cuela un dedo, después dos, y empieza a moverlos cada vez más rápido, mira las expresiones de Luna, los gemidos que empiezan a escapársele.
—Abrí los ojos— demanda Agustín cuando Luna está cerca del orgasmo.
Luna obedece, mira a los ojos a Agustín y acaba, le muerde el hombro para sofocar su gemido. Después de eso, Agustín la baja suavemente y se limita a sonreírle. Luna pone su mano en la erección de Agustín, pretende devolverle el favor, pero él le aparta la mano.
-No.
—¿No?— Luna lo mira sorprendida —¿Por qué no?
—Vamos a casa, y seguimos.
—Me voy a quedar en lo de Marti esta noche.
—Por favor.
—Ya se lo prometí.
—Está bien— responde y vuelve a besarla, esta vez más suave, cuidadosamente —¿Te veo mañana entonces?
Luna le sonríe como respuesta y él desaparece. Ella se queda en el rincón, entre las sombras para recomponerse. Se arregla el vestido, se acomoda el pelo y el antifaz, pero cuando decide moverse, se congela. A unos pocos pasos frente a ella hay otra figura, un chico alto y delgado con una máscara del personaje de V de Vendetta. El joven se levanta la máscara y ve el rostro de David, sonriéndole. Le levanta el vaso como si estuviera brindando con ella. Su mirada lo dice todo, le confiesa que vio lo que pasó con Agustín, y Luna no puede evitar sentir un estremecimiento correr por su espalda.
Se acuerda de lo que le dijo en aquel baño romper todos los espejos, todas las imágenes. No puede evitar pensar, entonces qué imagen quiere romper en ella.
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Hola desquiciados, espero que hayan disfrutado este capítulo, cada vez podremos entender mejor cuáles son las máscaras de cada uno!
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Sayonara!
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