La llegada del invierno
Luna salió de su casa tarde.
Se había convertido en una costumbre inevitable, una semilla incrustada en su rutina. Se levantaba tarde, se vestía a los saltos, agarraba alguna fruta de la heladera después de tomar un vaso de agua, y salía corriendo por el barrio, tomaba el atajo del baldío y llegaba a la avenida, donde, con un poco de suerte, perseguía el colectivo un par de cuadras hasta la próxima parada. Apenas subía se enchufaba a sí misma a los auriculares, empujaba a la gente hasta llagar al final del colectivo, se sentaba en los escalones de la puerta de descenso y masticaba su manzana más allá de las quejas que no le interesaba oír.
Ese día, sin embargo, algo cambió, salió tarde, sí, pero no más de lo de costumbre, no un segundo más como para que el tiempo no le permitiese correr por la avenida parada tras parada hasta alcanzar el colectivo. Pero esa vez no había señales, ni siquiera pudo verlo alejarse a la distancia, al parecer se había adelantado unos minutos. Se quedó parada en la vereda partida, mirando a uno y otro lado de la calle. El cielo parecía mecerse en un gris sin alma, no era de día, no era de noche, no había explosiones de colores en el este anunciando al sol. Se quedó pensando si los dos minutos demás por el incidente del delineador (se le había caído debajo del mueble del baño) habían sido suficientes para retrasar todo. Refunfuñó sola, en el medio de la calle, sabiendo que iba a llegar tarde otro día más, no se podía permitir más tardanzas computadas, o le costaría su viaje a Buenos Aires, esa que llevaba planeando más de medio año. "Un día sin alma", pensó, mirando el cielo, irremediablemente gris.
Un auto dobló en la esquina, en lo que tardó en recorrer media cuadra, Luna lo reconoció y se escondió en las sombras, pero fue tarde, él ya la había visto.
—Vecina.
—Hey.
—Se te pasó el bondi.
—No.
—Yo te puedo llevar.
—No, gracias.
—Vas a llegar tarde.
—Estoy esperando a alguien.
—¿A quién?
—¡Qué te importa!
—No son formas de tratarme vecinita, con todo el agua que ha pasado entre nosotros... sabés que me importa.
—Ahí viene.
Luna le había estado prestando atención a una moto que venía a lo lejos, primero puso su interés ahí para no mirarlo, para demostrarle el mayor desprecio posible, hasta que se dio cuenta que conocía al chico, le había sonreído de una forma ridícula unos días atrás. Inmediatamente le hizo señas, tuvo que exagerar un poco a la medida que se acercaba. El chico la miró confundido, pero se detuvo obediente detrás del auto.
—Chau— dijo Luna y se subió a la moto.
El auto arrancó, la moto arrancó. Al final de la avenida el auto dobló a la izquierda, y ellos a la derecha, Luna se permitió un suspiro y relajó los brazos que sostenían la cintura de su salvador. Manejaba rápido y fluido, no coincidía con su aspecto de vulnerabilidad o su delgadez. Después de quince minutos estacionó detrás de la escuela, la ayudó a bajarse y se quedó mirándola, al parecer un poco pasmado.
—Gracias.
Fue todo lo que necesitaba decir, lo que pretendía que existiera entre ese individuo y su persona. Dio media vuelta y se dirigió a la escuela.
—Esperá...
—Se hace tarde, ya están por entrar...
—¿Qué fue eso? ¿Tenés problemas con ese tipo?
—No es de tu incumbencia.
—No era de mi incumbencia, pero me paraste, te subiste a mi moto...
—Y ya te dije gracias, por traerme...
—Sí, pero...
—Pero nada, lo demás no te interesa, no es asunto tuyo.
—Decime al menos cómo te llamás.
Esta vez la sostuvo del hombro levemente, como quien trata de sostener una hoja de vidrio para que no caiga y explote al contacto con el cemento.
—Luna.
—David.
Se miraron dos segundos a los ojos, a Luna le bastó medio segundo para sonreír. Al siguiente medio segundo el timbre la sacó de esa semi hipnosis, se dio vuelta y salió corriendo a la entrada de la escuela. No le dio a David la oportunidad de otra palabra, de otro gesto, más allá de esa mirada de cachorro.
—Se ta pasó el colectivo— le dice Marta apenas entran al curso, no es una pregunta, es una afirmación —¿Cómo hiciste para llegar temprano?
Marta odia su nombre, prefiere que le digan Marti y cuando salen a bailar suele mentir diciendo que se llama Martina. El desprecio por el propio nombre es algo por lo cual ambas se sienten identificadas. A veces, sin saberlo, juegan a ver quién se compadece más de su patético nombre. Luna argumenta que el suyo es producto de la marihuana que su madre solía (en realidad no se anima a decir que suele, entre otros excesos) fumar en demasía, y las fantasías que se auto inventó. Marta dice que le pusieron el nombre de su abuela a la que nunca conoció, y que ahora está condenada a vivir en las sombras de una muerta, con un nombre que no se usa hace siglos...
—En realidad sí se usa— suele argumentar Luna, cuando su parte cínica termina por ganar- en las telenovelas y siempre es la empleada gorda.
Eso lo dejan para reírse en los días buenos.
—¿En qué viniste?— insiste Marta.
Luna mira a su única amiga, y de a poco le va contando.
—Sí, se me pasó el colectivo... cuando estaba en la parada apareció Agustín en su auto, traté de que no me viera, pero lo hizo y se paró... se ofreció a traerme.
—¡Luna!— los ojos de Marta se ponen en blanco, como cada vez que pierde la paciencia- me prometiste que...
—No me subí a su auto... justo venía este chico, David, del otro curso, lo paré y me subí a su moto
—¿Viniste en moto?
—Sí.
—¿Y qué le dijiste?
—¿A quién?
—¡A David, a Agustín, a cualquiera, dame más detalles!
—A Agustín le dije "chau", y a David le dije "gracias".
Marta vuelve a perder la paciencia y hace su gesto característico.
—¿Pero no le explicaste la situación a David?
—No.
—¿Te subiste en su moto y nada más?
—Sí.
—Vos estás loca.
—¿Te parece que me voy a poner a explicarle a un chico que no conozco mis problemas y mi relación con Agustín?
—No, pero tampoco te subís así, de la nada... sabés qué, no importa, lo importante es que sigas así, lo importante es que no le des más cabida a ese cabrón...
—Por supuesto que no.
Luna trata de concentrarse en el profesor, que ha estado mirándolas constantemente desde que entraron por su continuo parloteo. Prefiere concentrarse en lo que sea esté dando el maestro de historia ya un poco pelado, antes que mirar a su amiga y tratar de mentirle sobre lo que ella ya sabe... que va a volver a ver a Agustín porque lo odia, lo odia más que nadie y él lo sabe y por eso la busca, la persigue, hasta que ninguno de los lo aguanta y terminan en una cama. Marta le ha preguntado muchas veces por qué está con alguien así. Pero en realidad, lo que no entiende es que esa es su forma perfecta de no estar con alguien, de separar su cuerpo de todo lo demás.
El timbre de la escuela anunció el fin de la jornada. David había salido una hora antes, pero decidió quedarse ahí, esperando frente a la puerta del colegio, sin sacar los ojos de la entrada. Había estado tratando de hablarle a esa chica por cuatro días, pero desde el momento en que cruzaron sus ojos en la plaza ella no se había dignado a mirarlo, ni siquiera una vez. Y esa mañana, sin embargo, algo impensado se había desencadenado. La electricidad se había cortado por la noche, y había vuelto apenas unos minutos después de que él y su padre se levantaran. Por lo tanto, el calefón eléctrico no había estado funcionando, tuvo que esperar diez minutos a que calentara mientras escuchaba a su padre quejarse.
—Son esos barrios de cuarta, no sé por qué el gobierno los construyó justo al lado del nuestro, habiendo tanto lugar...
"Tanto lugar alejado, sin cloacas o agua corriente" dijo para sus adentros David, sabiendo que eso era en realidad lo que a su padre le molestaba, no los barrios de cuarta, sino "la gente de cuarta" que había ido a vivir a los barrios. Desde ese entonces, todo lo malo que pasaba era culpa de los barrios, de la gente de los barrios, y del gobierno populista.
David, como de costumbre se quedó callado, mirando el reloj y el calefón con impaciencia. Hasta que los comentarios de su padre fueron lo suficientemente irritantes y se metió a la ducha. El agua todavía estaba fría, y ese día estaba amaneciendo raro, demasiado frío para todavía ser otoño, demasiado oscuro. No parecía un día para buenos augurios. En cuanto salió semi congelado de la ducha se dio cuenta que ya era tarde y pidió permiso para irse en la moto enduro que le habían regalado para sus diecisiete años. Su madre había estado en desacuerdo, su padre la había comprado de todo modos, para que se hiciera hombre. David dudaba que una moto pudiera hacerlo verse más masculino, pero no se quejó, le encantaba la adrenalina y sentir el viento en la cara.
—¡No te vayas en la moto!— gritó su madre desde adentro —¡Que te lleve tu padre!
David miró a su padre con su cara de ruego, y este, con un además silencioso le dio permiso para irse.
Se sorprendió, cuando a la diez cuadras vio a una chica haciéndole señas para que parara. Se detuvo en cuanto se dio cuenta que era ella. La miró subirse a la moto y esperó a que dijera algo, lo que fuera, pero no dijo nada, y simplemente arrancó.
Y ahora estaba esperándola, porque saber su nombre no había sido, ni por cerca, suficiente.
La vio salir junto a una chica alta de pelo semi rojizo ondulado, le hizo señas desde el otro lado de la calle, apoyado en su moto, como había visto muchas veces en las películas. Ella sonrió de manera extraña y lo ignoró completamente. Caminó hasta la plaza. David sabía lo que venía después, cruzaría en diagonal hasta el otro extremo, compraría un sándwich de jamón y queso en el kiosco de la esquina y después caminaría hasta la parada del colectivo. No iba a dejarla llegar tan lejos.
—Luna— dijo bordeando la plaza, tratando de mantener el equilibrio en la moto —¿te llevo?
—No.
—Esta mañana estabas tan desesperada en que te trajera y ahora, cuando me ofrezco de buena onda ¿no querés saber nada?
—Esta mañana iba a llegar a tarde, si me llevás ahora voy a llegar temprano.
—¿Y no es bueno llegar temprano?
—No en mi caso.
—¿Por qué?
—Porque no te importa.
—¿Esa es tu respuesta a todo?
Pero ella no le contesta, se queda mirando el Ford blanco que está dando vuelta a la plaza, y en un par de segundos su rostro cambia.
—Esta bien, llevame.
Se sube a la moto y lo abraza a la altura de la cintura. David no puede evitar sentir un cosquilleo que se esparce por todo su cuerpo y hace que de pronto sienta el día más caluroso. Arranca la moto y la acelera demás innecesariamente ante la mirada de algunos de sus compañeros, entre ellos Edgar, el rugbier de cabeza más cuadrada del curso, que lo mira con cara de estúpido mientras acelera hacia la ruta. Maneja hasta casi el punto de la avenida en el que la recogió, desacelera pero no se detiene.
—¿Y ahora hacia dónde?
—Acá está bien.
—No tengo problema, dale, decime.
—Acá está bien.
Para la moto y la ayuda a bajar.
—¿Querés que te lleve mañana?
—No.
—¿Querés hacer algo alguno de estos días?
—No.
—No te entiendo...
—No es tan difícil, no significa no.
David se queda mirándola unos segundos, algo repulsivo se empieza a remover por dentro de él, se sube a la moto sin mirarla, ella parece darse cuenta.
—Sé que sos buena persona, sos bueno, yo no te convengo— dice a modo de explicación.
—Uf, no me vengas con la estupidez de "soy yo no sos vos"... esa era de la época de mis viejos... Decime algo que sea coherente... o no, pero que no me haga sentir como un pelotudo.
—Vos vivís en el barrio del colegio médico, yo vivo en el loteo del gobierno, vamos a la misma escuela por azar, porque lo único que hace mi vieja por mí es mandarme a la escuela, vos vas en moto cuando el colectivo se te hace aburrido y yo acepté ir con vos porque si llego tarde otra vez me suspenden y si me suspenden no puedo volver el año que viene, no me subí para pretender, por un ratito, que puedo aspirar a ser una clase que no soy y que no me interesa ser...
David se queda mirándola, serio.
—¿Y a la vuelta?
—¿Qué?
—¿Por qué aceptaste que te trajera a la vuelta?
—Aburrimiento.
—No tenía nada que ver con el tipo del Ford blanco, ¿no?
Ella se queda mirándolo unos segundos, suspira demasiado largo.
—Quizás.
David arranca la moto.
—Bueno, hasta la próxima en que los tres nos encontremos.
Acelera lo suficiente hasta que la adrenalina recorre todo su cuerpo y se convierte en su única ley.
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