Humillación
Dedicado a Fumarolaaa, estoy seguro que va a entender la referencia
Humillación
Del latín humilliare: hacer que el otro se postre, se arrastre por el suelo.
Suelo- humus en latín.
Humillar es obligar al otro reconocer su completa bajeza, a reconocer que su valor está por debajo del polvo, que su dignidad tiene menos consistencia que el estiércol.
Alabados sean aquellos, que se levantan después de ser humillados, porque se han levantado del polvo mismo, porque ellos son los verdaderos fuertes.
Luna entra al dormitorio de su casa, de la casa de su madre por la ventana. Lo ha hecho de ese modo las últimas dos semanas desde que la abandonó para vivir con David. Como las dos veces anteriores, junta sus cosas en una mochila y vuelve a salir como un gato entre las sombras. Pero ese día la suerte no está de su lado. Su madre abre la puerta de un movimiento brusco y se queda petrificada en el marco, mirándola. Luna también se congela, y por un momento sus miradas son lo único que se mueve, ya que ninguna de las dos parece respirar. Finalmente, la madre de Luna da un paso hacia el interior de la habitación.
-Luna- susurra- volviste.
-Ya me iba- dice de inmediato Luna y se agarra al marco de la ventana, dándole la espalda.
-No te vayas- le escucha decir.
Todos los músculos en el cuerpo de Luna se tensan y se gira lentamente para volver a mirar a su madre. La ve cansada y derrotada, sus ojos están rojos y le gritan piedad. Luna suspira para tranquilizarse, suspira para tratar de tragarse todo el rechazo que la invade, suspira para frenar las terribles ganas de huir que corren por sus venas.
-¿Qué querés, mamá?- pregunta con la voz queda.
-Quiero que vuelvas.
-No voy a volver. No quiero volver- su voz no refleja la repulsión que realmente la mueve, pero es lo suficientemente firme para que su a madre le escuezan los ojos.
-Perdoname- susurra su madre y no es capaz de aguantar más el llanto.
Luna no puede soportarlo, no puede soportar verla llorar, el rechazo se agiganta tanto en su cuerpo que se siente casi descompuesta. Pero tampoco es capaz de irse, de pronto cruzar por la ventana se vuelve la hazaña más dificultosa. El conflicto es tan grande que siente que la destroza lentamente por dentro. No puede decir nada, la voz no sale de su garganta, así que se limita a mirarla.
-Sé que no he sido buena madre- continúa y Luna reprime el comentario sarcástico que se dibuja en su mente- pero puedo cambiar, quiero cambiar, por favor no te vayas.
Luna pasa por al lado de ella y recorre la casa. Está hecha un desastre, se encuentra en peores condiciones que la última vez que estuvo ahí. El olor a moho, alcohol y vómito le revuelven el estómago.
-Necesito más que palabras, mamá- le dice con determinación, mirándola a los ojos- tenés que demostrarme que vas a cambiar.
-Hago lo que sea... lo que sea, Luna.
La joven la observa y su respiración se entrecorta al escuchar la súplica de su madre. Todavía quiere irse, todavía siente el rechazo como una presión enorme en su pecho, pero las palabras de Marti vuelven a hacer eco en su mente, y puede ver, que realmente su madre está encarcelada en sí misma y necesita que alguien la libere.
-Voy a volver en dos días, necesito que me demuestres que podés hacerte cargo de vos misma- señala a su alrededor- no podés vivir así, mamá.
-Voy a poner todo esto en orden...
-Y dejá de consumir, no puedo verte consumiendo una vez más... ya no lo soporto.
-Yo no quiero hacerlo... yo...
-No quiero que gastes más la plata de la abuela en eso. Si querés que vuelva, tenés que rehacerte, dejar drogarte, trabajar...- duda un momento, pero sabe que quizás nunca va a estar en esa posición de nuevo- y echar de una vez por todas al inútil de Marco.
-Marco me ama...
-¡Ni mierda! Esa basura no ama a nadie, nadie que te ame te haría esto mamá.
-Yo no puedo...
-Es él o yo.
Su madre se queda mirándola con las lágrimas acumulándose en los ojos. Luna decide que ya soportó demasiado. Así que se dirige a la puerta y la abre, pero antes de salir se gira nuevamente para mirar a la mujer que está casi doblándose sobre sí misma por el dolor. Sin embargo, no siente compasión, no siente pena, no siente nada.
-Pensalo, vuelvo en dos días.
Y sin más abandona la casa, tratando de respirar nuevamente.
-¿Quién sigue en la lista?- pregunta David cuando están tirados en su cama, mirando al techo.
Luna se queda pensativa por un momento.
-Esta vez no es un individuo, es un grupo, no me han hecho nada a mí específicamente, pero merecen ser castigados.
-El grupo de Edgar- sonríe David y Luna asiente con la cabeza.
-Desde que llegué a esta escuela, esos cinco se creen los dueños del mundo, piensan que pueden maltratar a cualquiera, que pueden humillar sin consecuencias, que son superiores a los demás... y lo que más me da bronca es que todos actúan como si ellos fueran los putos amos, y en realidad son un grupo de imbéciles.
David suelta una carcajada, se gira sobre sí mismo y la besa lentamente.
-Me pone caliente cuando hablás en modo vendetta- susurra.
Y ya no pueden seguir hablando, porque la necesidad de besarse es el único mandato, junto con el calor creciente y la molestia de la ropa. Y en poco tiempo son caricias, en poco tiempo todo lo que hacen es tocarse, lamerse, morderse, hasta que cada uno se pierde en el placer del otro.
-¿En qué has pensado, entonces?- pregunta David mientras acaricia la piel desnuda de Luna en un movimiento casi inconsciente.
-¿Qué les harías a personas que piensan que todos los demás son mierda?- pregunta Luna con una sonrisa en su cara.
David suelta una carcajada y se apoya sobre sus antebrazos para mirarla mejor.
-No sé qué exactamente tenés en la cabeza, pero ya me entusiasma, te estás volviendo buena en esto, linda.
Luna no puede evitar ruborizarse ante el cumplido, pero trata de no demostrarlo en su expresión, simplemente le devuelve una sonrisa maliciosa.
-Tengo al mejor maestro.
Luna mira a Edgar y a su grupito desde la distancia. Se están burlando de un chico con lentes en frente de todos. Luna suelta un bufido mientras piensa que son absolutamente predecibles. De cajón. Arrastran los mismos prejuicios y aires de superioridad para disfrazar la pequeñez que tienen por dentro ¿Cuál es el problema? Que todos los demás los festejan como simios alrededor de un bananero ¿Es por miedo? ¿Es por querer compartir un pedacito, un instante de popularidad?
-¿Qué estás mirando?- pregunta Marti.
-A esos estúpidos- le responde Luna- no sé por qué nadie ha hecho nada para pararlos.
-Les tienen miedo.
-¿Miedo de qué?
-A que los humillen- dice simplemente Marti.
Luna la mira, asiente ante su amiga, pero por dentro ríe, suelta carcajadas desbordantes. La inspiración ha llegado, y va a dejar marca en su cuerpo todo el día.
-Vi a mi mamá- confiesa Luna cuando están volviendo a clases después del primer receso.
Las cosas entre ellas han estado tensas desde que Marti, de alguna forma, la acusó de hipócrita. Ninguna de las dos fue capaz de disculparse, tampoco fueron capaces de ignorarse, o continuar enojadas. Simplemente hicieron de cuenta que nada pasó, que ese suceso quedó entre paréntesis delgados y cristalinos.
Es por eso que Marti abre mucho los ojos cuando escucha a Luna, contarle, en un susurro seguro, todo lo que había pasado en su casa. Y prácticamente se queda sin aire ante sus últimas palabras.
-Tenías razón.
Eso era más grande que una disculpa, Marti era capaz de verlo. Como respuesta simplemente abrazó a su amiga y la sostuvo por un momento.
-Encantada de ser tu consciencia a veces.
Lástima que Marti no tenía la capacidad de la omnisciencia, o la confianza total de Luna, que después de Pamela Lucero había quedado levemente rota y maltratada, para saber todo lo que pasaba por la cabeza de su amiga. Lástima que no podía leer mentes, percibir sentimientos profundos, para atajar a su amiga en su carrera a toda velocidad hacia los muros impenetrables que se levantaban ante ella.
(...)
-Ya lo tengo- le dijo Luna esa noche a David.
Y le explicó toda su idea, con lujo y detalle, mientras la sonrisa de él aumentaba cada vez más, viéndose interrumpido, por momentos, por carcajadas sonoras.
-Sos perversa- le dijo cuando ella terminó- me encanta.
-Ahora necesito un escenario propicio.
-Este fin de semana hay una fiesta en la casa de Javier.
-Perfecto- susurra Luna.
Pero no fueron capaces de decir nada más, porque los besos y las caricias tomaron lugar y los susurros que salieron a continuación de sus labios no fueron otra cosa que palabras guiadas por la pasión y el calor que los consumía.
A Luna le costaba creer... era como una realidad imaginaria, como un fantasma revoloteando a su alrededor, le costaba creer cómo sus cuerpos se habían adaptado, en tan poco tiempo, uno al otro. Le parecía increíble comprender que se movían y se saboreaban sincronizadamente, sabiendo cómo acariciarse, que puntos tocar, cuando volver sus movimientos lentos hasta la desesperación y luego acelerar hasta el desenfreno.
Luna casi había sacado de su cuerpo todas las marcas que había dejado Agustín. Casi.
(...)
Llegaron esa noche a la fiesta en su moto, siendo el uno la sombra del otro, tal como lo habían sido en ese último tiempo. Entraron a la casa de Javier de la mano, y siguieron hasta el patio donde habían improvisado la fiesta con un DJ de dudosa procedencia.
Una vez entre la multitud, en el medio de todos, encuentran a los cinco gorilas. Los ven compartir dos grandes compones de Fernet, siguen con la mirada cómo van pasando de mano en mano. Luna sonríe.
-Son todos tuyos, mi fiera- susurra David en el oído de Luna antes de que ella se aleje y comience a caminar seductivamente hacia ellos.
David se esconde entre la gente. Camina desapercibido en medio de los cuerpos que bailan sudorosos entre las luces titilantes de mala calidad. La ve actuar, jugar con su papel hasta alargarlo, reírse con ellos naturalmente, como si hubiera nacido en sus propias casas, con sus mismas etiquetas. La observa maravillado, impresionado por lo que está moldeando lentamente como masilla dócil. La mira y prácticamente no puede percibir el momento en que vierte las gotas de efecto acelerado, en grandes cantidades en cada uno de las bebidas compartidas.
Es una reina ahora. Es su reina, ahora lo entiende.
En ese momento alguien entra en la escena, el mismo chico delgado del que se burlaban el otro día en el medio del patio. Lo atraen a manotazos y lo ponen en medio del círculo para burlarse de él. La expresión de Luna cambia totalmente, parece que va a delatarse. Pero después hace una broma que David no llega a escuchar y desvía la atención de todos del pobre diablo de quién se están burlando, este escapa, pero David se apura a detenerlo. Probablemente es una imprudencia. Pero la justicia debe ser poética o no ser. El poder debe ser tomado desde los de abajo o esperar a ser aplastado por los de arriba.
-Todavía no te vayas- le dice en el oído para que nadie más pueda escucharlos- prepará la cámara de tu celular.
El pobre diablo lo mira confuso, como si este estuviera totalmente loco. Pero David no le dice más nada, mira su reloj y se da cuenta que ya es la hora, ya va ser tiempo. Vuelve a perderse entre la gente y le hace una leve señal a Luna que le devuelve una sonrisa imperceptible y comienza a alejarse del grupo. Edgar la toma del brazo para detenerla. Ella coqueta le susurra algo en el oído, él parece conforme porque de inmediato la suelta con una sonrisa de oreja a oreja.
Luna se pierde entre la gente, sintiendo como la adrenalina corre por su cuerpo, diciéndole que es su nueva droga, su nueva adicción.
Pasan unos minutos más y cuando las señales empiezan a percibirse en las caras extrañadas y cruzadas de repentinos dolores de los cinco energúmenos se corta la música. El DJ suelta un par de insultos mientras trata de buscar la fuente del problema, no es capaz de percibir el otro tipo de silencio que empieza a crecer en el centro de la fiesta.
Pues el ruido de una fuerte y llamativa flatulencia ha llamado la atención de todos. Primero los había dejado en silencio, después se habían levantado susurros, y finalmente se habían convertido en risas que pronto estallaron en carcajadas. La primera flatulencia da paso a otras, y después a otras. No cesan, se han vuelto cada vez más notorias. Los cinco chicos se miran rojos, sin poder ocultarse del señalamiento, de las risas y las caras que se amontonan alrededor de ellos. No pueden ocultar el olor que empieza a expandirse como una bomba molotov destruyendo su preciada reputación. No pueden ocultarse cuando tienen que salir corriendo hacia el baño tratando de sostener sus pantalones y calzoncillos, tratando de no desparramar nada...
El espectáculo sigue dentro de la casa, había dos baños, eran cinco. Es una carrera despiadada. Los perdedores tienen que volver a salir al, por suerte, bastante amplio patio, y vaciar sus tripas en frente de todos, tapados por árboles delgados o arbustos demasiados bajos.
Después de que el primer efecto pasa, salen corriendo de la casa para meterse en un auto y escapar a toda velocidad de aquella casa.
Horas después las malas lenguas dirán que el tapizado del auto quedó completamente arruinado, dirán que, por vergüenza, cada uno de ellos tiraron sus vestimentas, incluso las versiones extremas, incluso asegurarán que quemaron su ropa y vendieron el auto por ser mal recordatorio.
-¡Épico!- dice Luna, más tarde en la casa de David todavía riendo mientras sigue viendo cada vez más fotos humillantes en las redes sociales.
Alabados sean aquellos, que se levantan después de ser humillados, porque se han levantado del polvo mismo, porque ellos son los verdaderos fuertes.
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