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Extraños


David

Los fines de semanas a veces se sienten como espacios en los que uno podría dormir intermitentes fragmentos, fragmentos en los que uno podría desaparecer. A veces siento que si cierro los ojos demasiado fuerte puedo dejar de existir, dejar de ser este pensamiento recurrente, esta obsesión que va cambiando de rostro, que va mutando y convirtiéndome, constantemente en una nueva clase de víctima.

Quizás me siento así porque los fines de semana se profesan como otro aniversario, y odio los aniversarios. Odio los recordatorios. Odio a todos lo que mienten, a los que postean vidas felices en las redes sociales y viven hambrientos por dentro.

Los recordatorios, las caretas me han vuelto este cazador que se mueve entre extraños que pretenden dar amor y recibir amor de posteos. Y para ser cazador tengo que pintar mi propia máscara, elaborar mi propia promesa de amor.




Luna se levanta de la cama, mira por unos segundos como Agustín todavía duerme, podría decir que de esa forma hasta se ve hermoso. Podría ver sólo a otro adolescente que ha pasado por tanta mierda como a ella. Podría. Pero estaría buscando justificaciones, esperanzas para ajustarse a un futuro que sólo se traga ficciones y Luna está cansada de las ficciones.

Se levanta suavemente de la cama y se dirige al comedor. Se prepara una taza de té, y se acurruca junto a la ventana a tomarlo en pequeños sorbos.

Cuando va por su segunda taza Agustín aparece en la cocina con un pijama improvisado, y el pelo alborotado. Le regala una sonrisa a Luna y con ese simple acto hace que todo por dentro de ella se estremezca, hace que ella le sonría de vuelta en contra de su propia cordura. Una simple mueca permite que las imágenes de la noche anterior empiecen a surtir efecto por su cuerpo. Inmediatamente desvía la mirada y la deja fija en un punto hacia fuera del cristal de la ventana.

Agustín se mueve con cautela por la cocina, prepara café y se sienta, finalmente, frente a ella. Espera pacientemente a que se digne de poner sus ojos en él una vez más. Cuando lo hace se atreve a demoler el silencio que había entre los dos.

-Estás muy callada.

-No tengo nada que decir.

-¿Qué pasó ayer en tu casa?

-Mi mamá estaba histérica.

-Al menos no estaba drogada- trata de consolarla, pero suena más a una burda suposición, a una pregunta mal formulada.

Luna no responde esta vez, y vuelve a mirar por la ventana, dando pequeños sorbos a lo que queda de líquido en su taza.

-Sabés que podés venir a vivir acá- dice entonces Agustín, espera no sonar ansioso, pero la emoción se le escapa en la vibración de la voz.

-¿Por qué querrías que viviera acá?

-Porque me importás- esta vez la voz sale segura, sale como siempre quiso que sonara ante ella.

-No, no te importo.

-¿Por qué decís eso?- no puede evitar sentir la misma llaga abriéndose de nuevo.

-No empecemos con las fantasías, Agustín- responde Luna levantado el tono de voz- no empecemos a creer que nosotros de verdad podemos estar juntos.

-¿Por qué no?- ahora el enojo también está en su voz- Lu... lo que pasó anoche... ¿acaso fui el único que lo sintió?

El corazón de Luna de pronto bombea mucho más fuerte y ya no es capaz de volver a mirarlo, tiene que desajustar el nudo que va formándose en su garganta para poder hablar y no caer en su propia trampa.

-No importa lo que pasó anoche- dice en un susurro- no importa si se sintió verdadero cuando todas las demás veces fue una mentira, un desahogo.

-Para mí hace rato que no es una mentira, tampoco un desahogo- susurra Agustín. No tiene miedo de mostrarse vulnerable ante ella, no esta vez, no después de lo sucedido la noche anterior, no después de haberse sentido tan mimetizado con alguien. No cuando sabe que ella sintió lo mismo.

Luna calla, prefiere volcar nuevamente todo su inexistente interés en la ventana y espera a que el silencio y las malas suposiciones contesten por ella.

-¿Es por ese chico?- pregunta entonces Agustín y Luna sonríe porque el dolor ha ganado la partida- ¿el chico de la moto? ¿El chico de la fiesta? ¿tenés algo con él?

-Si tengo algo con él, a vos no te importa, vos andás con quien se te canta y yo nunca te he reclamado nada.

La furia sube un escalón más en el cuerpo de Luna al recordar las veces que ha visto a Agustín en fiestas o en espacios públicos meterle la lengua hasta la garganta a otras chicas. Trata de decirse a sí misma, como cada una de esas veces, que no es capaz de sentir celos, que ese mecanismo no existe en ella, trata, como todas las ocasiones que su orgullo sea más pesado.

-Me importa que otro imbécil te toque- responde Agustín también escalando en cólera- ¿Te ha tocado?- pregunta entonces en un hilo de voz.

-Sí- admite Luna.

La taza de Agustín se estrella en la pared y hace que Luna pegue un salto en su lugar. Hace que se sienta indefensa cuando él llega hasta y ella la toma de los brazos con fuerza para sacudirla con brusquedad.

-¡¿Por qué siempre tenés que arruinarlo todo?!- le grita- ¿Por qué?

Luna no puede evitar que las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos se deslicen ahora por sus mejillas. Cuando él la ve la suelta inmediatamente, arrepentido.

-Ahí estás- le dice Luna levantando la cara para mirarlo con orgullo y desprecio- al final apareciste, al final me mostraste tu cara.

Agustín le da la espalda y camina por el comedor tratando de que el enojo y la frustración se le quiten de encima, tratando de volver a ser dueño de eso que tanto le cuesta alcanzar. Cuando siente que el terror del enojo ha dejado de sacudirlo, se da vuelta y la mira.

-No soy yo el que se mete debajo de tu piel y después te trata como si fueras un extraño, Luna- dice con la voz calma- Tenés razón, no soy nadie para decirte con quién andar, para reclamarte ni nada, soy un hipócrita si te pido que nadie te toque cuando yo he estado con otras mujeres...

Luna desvía la mirada, no quiere escuchar lo que está diciendo, tampoco sabe qué hacer para pararlo, para callar no sólo las sus palabras, sino el torrente de emociones que empiezan a sacudirse en su interior.

-Pero la verdad es que hace rato que no estoy con nadie más... no quiero estar con nadie más, y no tendría ningún problema en que fuéramos exclusivos.

Luna siente como algo se le traba en la garganta y empieza a toser desenfrenadamente. No puede creer lo que está escuchando. Si Agustín le hubiera dicho eso ocho, seis meses atrás, o inclusive tres meses atrás, hubiera aceptado encantada, hubiera tirado todo su odio por la borda para ir a abrazarlo. Simplemente es muy tarde ya. Ha llegado muy tarde.

-No podés hacerme esto, Agustín- susurra Luna- no cuando te pedí que me quisieras tantas veces y me trataste como mierda, no cuando no me acuerdo cómo fue la primera vez que tuve relaciones sexuales, cómo "perdí la virginidad"- hace las comillas con los dedos- con vos... no me acuerdo cómo fueron las primeras cuatro veces, inclusive- le dirige una mirada de odio y ve cómo él va palideciendo varios tonos- No podés pretender que por una noche, por más increíble que haya sido, que voy a olvidarme de todo y pretender que podemos ser una pareja funcional.

Agustín siente todo en su interior se descompone. Esa primera vez sospechó que ella no había tenido relaciones sexuales anteriormente, pero ella no fue capaz de asumirlo, y en ese momento a él no le interesaba demasiado. No le interesó demasiado por mucho tiempo, no le interesó hasta que ella empezó a perder el interés y lo que tuvieron pareció balancearse. Fue entonces que empezó a sentir miedo, ese miedo inexplicable que ahora lo sigue a todas partes, ese miedo que en ese momento hace que corra al baño y vomite todo lo que tiene el estómago, ese miedo que no le permite levantarse y tratar de salir tras ella una vez que ha escuchado la puerta cerrarse de un solo golpe. 

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