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El zoológico


David siempre ha pensado que la escuela es un zoológico. Se puede clasificar a los integrantes según tipos bien definidos. Por supuesto que existen mutaciones, le gusta considerarse a sí mismo como una mutación. Por definición una mutación es un fenómeno que ha evolucionado para bien o para mal y que ya no entra en una sola categoría.

La clasificación del zoológico puede cambiar según los parámetros impuestos, anota David mentalmente. El parámetro más obvio es la clase social, por supuesto, los que vienen de barrios como el suyo son un grupo bastante homogéneo: en su mayoría heterosexuales (con pocas excepciones), la mayoría ya tiene vehículo propio y se van de vacaciones a la casa de la familia, Carlos Paz, Pinamar, Viña del Mar, Cancún, vienen de todos los tipos y presupuestos; son lo más populares, sin falta, en cada curso; se preocupan por debutar tempranamente, hacer fiestas privada y fumar marihuana de flor, siempre de flor. Por último, En sus itinerarios está usar ropa que combine con sus apellidos.

Existen mutaciones, por su puesto, Rodrigo es otra de ellas, tiene el pelo ondulado a la altura de los hombros, en la escuela han intentado que se lo corte desde segundo año, y desde segundo año ha mostrado la facultad de saber más que sus profesores sobre sus propios derechos. Rodrigo milita en el partido de izquierda del pueblo, está obsesionado con la historia de Rusia y es su mejor amigo.

David se levantó temprano como siempre, pero alargó su rutina más de lo necesario, demoró en el desayuno, demoró cepillándose los dientes y tratando que su pelo increíblemente lacio le diera la mínima posibilidad de verse despeinado. Cuando salió del baño se dirigió directamente al garaje y tomó la moto. Se sintió un poco radical por ni siquiera anunciar sus intenciones a sus padres. En pocos minutos salió a la avenida y aceleró hasta la parada de Luna, pero no había nadie. Vio el colectivo doblando al final de la calle. Se precipitó con cierta frustración a la ruta, a la velocidad y al poco andar lo pasó. Estaba en uno de los bancos cerca de la escuela cuando vio a Luna entrar.

David se pregunta en cuál sector de su zoológico entra Luna, o si es acaso una mutación. Luna viene de los barrios del gobierno, son pocos los que provienen de lugares humildes, pocos los que logran entrar a esa escuela, generalmente forman su propia especie en el zoológico: son de pocos amigos (amigos reales), pero perfiles sociales prominentes, son inteligentes o talentosos y aprovechan cada momento para demostrarlo, son mejores promedios, o presidentes del centro de estudiantes, o los que siempre eligen como mejor compañero o delegado del curso, los que aparecen en las obras teatrales o escriben en los concursos poéticos de la escuela. Según lo que ha averiguado, Luna es inteligente, pero no le interesa resaltar o que los demás la noten como al resto.

Podría entrar en el grupo de las nerds feministas. Trata de mostrar todo el tiempo un aspecto duro, pero no encaja lo suficiente en el perfil, tiene los ojos siempre demasiado delineados, pero no usa exclusivamente el negro, tampoco se viste con ropa holgada, es, hasta se podría decir, bastante provocativa, siempre muestra sus piernas atléticas y marca su silueta. No sabe cuán feminista o cuán nerd es porque ella tampoco está interesada en mostrarlo.

Mutación, anota mentalmente David cuando la ve atravesar el patio con, al parecer, la única amiga que tiene.

Cuando por fin sale de la última materia, David se dirige a la plaza, se apoya en su moto justo en la esquina en que ella aparecería, compraría su sándwich y terminaría por cruzar la calle para tomar el colectivo de vuelta.

Ve justo el momento en que Luna lo mira a los ojos y decide ignorarlo por completo, pero no le interesa, le preocupa más disecarla y etiquetarla en sus esquemas mentales.

—Frase favorita de Harry Potter— le dice cuando está lo suficientemente cerca.

Luna lo mira con un gesto que mezcla diversión y desprecio al mismo tiempo.

—¿En serio? ¿Harry Potter?

—Es una fuente válida, hoy en día, de la cultura popular. Todo el mundo ha leído o visto Harry Potter.

Yo maté a Sirius Black— canturrea.

—No podés ser tan cínica, aparte, eso es de la película no del libro.

—Dijiste todo el mundo ha leído o visto Harry Potter­— imita a David con un tono agudo y molesto- no especificaste de dónde tenía que sacar la frase.

Ven el colectivo doblar la esquina, y ella cruza la calle y desaparece otra vez.

Es viernes, Luna llega a su casa cansada, pero con una sensación liviana, por decirlo de alguna forma. No quiere atribuírselo a David, quién ha estado toda la semana apareciendo sorpresivamente, con preguntas absurdas.

—¿Star Wars o Star Trek?

—Star Trek, siempre.

David la mira sorprendido y se vuelve a esfumar sin dar o esperar ninguna explicación.

—Tu frase favorita de Simone de Beauvoir- suelta en un susurro detrás de su oído en la única clase que comparten.

—"No se nace, sino que se deviene mujer".

Lo más inquietante para Luna, es que, de alguna forma se siente internamente obligada a responderle, no importa cuán absurda sea la pregunta.

—Película favorita de Pixar.

—Wall-e.

Finalmente es viernes, eso significa no más preguntas por ahora, eso significa que debe atravesar otro largo fin de semana con su madre. En cuanto piensa esto último, vuelve a sentirse cansada, vuelve a sentir que su cuerpo ha atravesado muchas vidas y no tiene sólo diecisiete años en este mundo. Apenas entra a su casa, sabe qué tipo de fin de semana le espera, en el sillón de cuerina ya gastado ve la campera de Marco y escucha quejidos desde el dormitorio. Se mete en su habitación, se coloca los auriculares y sube el volumen todo lo que puede. Horas después golpean su puerta, no abre, se queda inmóvil en su cama. Marco no vuelve a golpear, sino que entra directamente en su habitación en sus calzoncillos desgastados. En cuanto lo ve, Luna sabe que está drogado, puede ser morfina o heroína, o cualquier opiáceo que hayan encontrado, tiene los ojos llorosos y camina de manera de manera extraña. Sabe, incluso, que su mamá está en un estado similar. Se levanta de un salto y pasa junto a Marco que empieza a reír exageradamente. Llega hasta al dormitorio de su madre, que simplemente está tirada en la cama, con la mirada perdida en otro lado, como si eso que queda ahí es apenas un reflejo de ella, es un cuerpo desconectado de su consciencia... de su alma. Trata de hablarle, la sacude un poco, pero no reacciona, mantiene el mismo gesto, la misma mirada perdida, como si sonriera, aunque ya no sepa lo que es una sonrisa, como si pudiera flotar, aunque no sepa la diferencia entre flotar y hundirse indefinidamente.

Sale corriendo de la casa, tres cuadras más al sur, en la casa del medio golpea fuertemente una puerta hasta que la abren de golpe. Agustín está detrás del marco, en esa barrera invisible entre un espacio y el otro. La mira seriamente por unos minutos y finalmente se hace a un lado para dejarla entrar. Luna se dirige al sillón y se tira con pesadez.

—¿Tan malo?

Luna bufa en respuesta.

—Necesitás de lo bueno esta noche— dice y desaparece para volver con una pastilla en la mano. Se la muestra a Luna quien intenta tomarla.

—No querida, sabés que así no— dice cerrando el puño.

Se la mete a la boca y se la muestra, ahí, en la punta de la lengua. Luna se acerca lentamente, se monta sobre él y comienza a besarlo, a explorar en su boca hasta que encuentra lo que busca. Cuando la pastilla de éxtasis está en su organismo, se separa de Agustín, camina hasta el aparador y conecta su celular al parlante. Empieza a moverse al ritmo de la música, esperando a que la pastilla repercute en su cuerpo.

A diferencia de su madre, que intenta desconectarse de todo, Luna quiere que sus sentidos exploten, quiere estar en todos lados, sentir todo su cuerpo en movimiento, conectado con la música y con un ahora que se multiplique en cada célula de su cuerpo. Baila y se mueve hasta que empieza a sentir que cada movimiento está articulado con algo más que su cuerpo, está articulado con una libertad, con una fuerza que vuelve efímera cualquier preocupación, cualquier dolor... todo se depura con el movimiento, con el fuego que de pronto la convierte en fénix.

Agustín se une a ella, ha estado observándola desde el sillón todo ese tiempo, acompasa sus movimientos a los del cuerpo de Luna, y se va acercando lentamente, parece esperar el momento justo, el momento previo en el que su cuerpo pretende estallar... apenas un instante incalculable antes de llegar a la última cumbre pega su cuerpo al de ella, y empieza a tocar puntos estratégicos. Primero ancla sus grandes manos en las caderas de Luna, y desde ese punto las desliza suavemente hacia abajo, dibujando el contorno de sus piernas y después hacia arriba, esta vez por el lado interno, se detiene antes de que sus manos choquen con su entrepierna y saltan de nuevo a su cintura. Sus manos ahora, lentamente, desprenden los botones de la camisa turquesa que comprime el tórax de Luna, mientras su boca roza su cuello suavemente, logrando que todos los vellos minúsculos de su piel se ericen, para después dejar que su lengua humedezca un punto justo debajo de la oreja.

Luna ahora se balancea y respira pesadamente, respira como otra bestia enjaulada, que se le ha dado un permiso precario para salir en la noche. Se balancea hasta el sillón en donde se deja caer y tira de la camisa de Agustín, para que caiga sobre ella. Las manos de Agustín, que terminaron de desprender la camisa, que lograron soltar el corpiño, ahora están ocupadas con sus pezones que se endurecen inmediatamente ante el contacto. Luna siente como todo su cuerpo se tensa, preparándose para vibrar.

Agustín empieza a recorrer su cuerpo con sus labios, con su lengua, logra que Luna se arquee un poco, y eso es la señal que ha estado esperando, comprueba su intuición con sus manos debajo de la falda y sonríe ante la humedad que encuentra. Le quita lo que le queda de ropa, se quita los pantalones, se coloca el preservativo y la mira unos segundos, esperando la última señal. Encuentra, finalmente, su mirada feroz y la penetra, ella gime un poco ante ese primer contacto. Agustín se inclina sobre ella, y la besa por segunda vez en la noche, primero con ternura, y después con desesperación, desesperación que se desparrama por todo su cuerpo y hace que sus movimientos se aceleren primero, y que después se vuelvan voraces, feroces. Ella gime cada vez más fuerte, hasta el punto en que no sabe si de dolor o placer, y se contiene un poco.

—No pares— ruega Luna.

Vuelve, entonces, a volcarse en ella con la furia que ambos cuerpos necesitan hasta que la siente explotar y se deja ir también él. Se desploma sobre ella cuando el mundo vuelve a separarse, cuando ellos vuelven a ser dos cosas distintas. La mira durante unos segundos mientras recupera el aliento. Ella todavía mantiene los ojos cerrados pero su expresión relajada lo invita a la paz. La mitad del tiempo no entiende a esa chica, no sabe qué es lo que quiere, no puede alcanzar a adivinar nada de lo que piensa, sabe únicamente que sus dolores son similares y que sus cuerpos han adquirido una increíble capacidad de sincronización. Se recuesta a su lado y la abraza, sabe que eso es lo más cerca que ambos estarán a reconocer la debilidad de uno sobre el otro, de reconocer la vulnerabilidad que sus cuerpos han creado. Sabe, además, que la gracia durará el fin de semana, mientras su madre se mantenga drogada y que después todo volverá al desequilibrio habitual. Entra, como de costumbre, en un estado de insomnio, cuando se pregunta si llegará algún momento en que ya no lo necesite y trata de serenarse ante el sudor frío que lo recorre. 

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