Capítulo 9: Pesadilla
ROBIN TARDÓ UNA eternidad en concluir su cena. En más de una ocasión, Elis se vio tentada de bostezar y caer dormida sobre la mesa. No entendía la razón de su cansancio exagerado, aunque bien podía suceder que la emoción de haber logrado el alta la afectara de esa manera.
Cuando por fin Robin acomodó los cubiertos sobre el plato vacío y se puso en pie, la descubrió mirándolo fijo.
—¿Va todo bien? —preguntó.
—Quiero disculparme —dijo ella con una media sonrisa—. No he sido muy amable contigo... Lamento mi actitud.
—No hay problema —Robin se preparó para limpiar la cocina.
Su manera de andar despreocupada y su falta de intención de continuar la conversación descolocaron por un momento a la muchacha. Reaccionó cuando él ya estaba abriendo el grifo de agua caliente y se aprestaba a buscar el detergente.
—¡Oye, espera! —lo llamó ya en la entrada de la cocina—. Quería seguir hablando.
—Debo limpiar todo esto y levantarme antes del amanecer para ir a trabajar. No tengo tiempo para charlas —dijo Robin encogiéndose de hombros y manteniéndose de espaldas a Elis.
—Pero... podemos hablar mientras limpias. Puedo ayudarte, si quieres.
—Está bien así. Debes ir poco a poco. Despertaste hace una semana y... —no alcanzó a concluir la frase porque giró a mirarla y la descubrió con su mejor gesto de enojo.
—Odio que me traten como una niña pequeña —señaló Elis levantando una ceja.
Él meneó la cabeza y regresó su atención al plato que sostenía en las manos.
—Bueno, haz lo que quieras. Duerme, mira televisión, lee... ¡lo que te venga en ganas! Mientras descanses y sigas los consejos del doctor Smith, por mí haz lo que gustes.
La joven hizo una mueca, recordando de pronto la facilidad con la que Robin podía convencerla de una idea a base de aplicar psicología inversa. Cuando eran pequeños, solía aprovechar esa técnica para lograr que Derek le hiciera caso cuando sus padres no estaban en la casa.
—Voy a estar bien —dijo Elis acercándose—. Quiero hablar, eso es todo.
—Yo no quiero. Y según tengo entendido, para que exista una conversación, debe haber dos personas dispuestas a entablarla.
—Robin, por favor.
—Elis, de verdad. No quiero hablar, no tengo ganas en este momento de enfrascarme contigo en una riña sobre cosas que ocurrieron hace años. Ya debí lidiar con mi padre y no fue nada fácil.
Algo en la mirada de su tutor hizo que Elis guardara silencio. Tenía el mismo brillo que la mañana en que ella había despertado. Esa mezcla de dolor y pesar que no le agradaba ni un poco.
—Está bien. Lo dejaremos para más adelante. Si puedes arreglártelas solo, me iré a dormir —Elis le dio una palmada en la espalda.
Lo vio sonreír, aunque la alegría no llegó a sus labios.
—Que descanses —murmuró Robin.
Elis fue directo a su cuarto, dispuesta a dejarse llevar al mundo de los sueños. Se metió a la cama pensando que, de una u otra forma, Robin había logrado que hiciera lo que pedía. Se prometió que al día siguiente no le haría las cosas tan fáciles. Si él no quería hablar con ella, Arthur podía colaborar sin vueltas molestas, pensó cerrando los ojos.
De pronto se vio de nuevo en la carretera, el accidente ocurría frente a ella sin poder hacer nada para evitarlo. Y aunque fuera un sueño, el dolor volvía a dominarla.
Mientras gritaba y lloraba, algo captó su atención. Hubo un instante, sublime y perfecto, en el cual todos los sonidos de aquella escena desastrosa se anularon. El silencio se rompió, casi de inmediato, por el simple caminar sobre la nieve. Pero no eran sus propios pasos los que escuchaba: ella estaba quieta frente a la camioneta en llamas, cerca de Arthur. El ruido provenía de lo profundo del bosque. Con poco esfuerzo, Elis pudo ver una sombra moviéndose entre los árboles. Impulsada por la curiosidad y a pesar del temor propio de la situación, se alejó de la zona del accidente y se internó en el bosque.
Un destello de luz la hizo parpadear y, al recuperar la vista, se descubrió en un claro amplio, cubierto de hierba amarilla. Una pareja de lobos corría y jugaba a su alrededor, su pelaje brillaba bajo el sol de mediodía. Una risa melodiosa llamó a los lobos y Elis misma se vio impulsada a caminar entre los árboles y buscar a la persona que reía de aquella forma. Al doblar por un sendero apenas dibujado en el suelo, se encontró con alguien. La mirada cristalina del desconocido, de un brillante color verde, la cautivó nada más observarlo. Jamás se había sentido así, como si estuvieran viéndole el alma y no pudiera hacer nada al respecto.
Dio un paso hacia adelante, queriendo alcanzar al dueño de aquellos misteriosos ojos, cuando la oscuridad la atrapó de forma enfermiza, preocupante. Parecía que la habían encerrado en alguna caja sin huecos ni espacios para que ingresaran la luz o el aire. En aquel lugar, sintió que el pánico la dominaba como nunca antes.
El miedo superaba con creces lo vivido durante el accidente, aunque no podía darle significado ni explicación. Entonces, un brillo la atrajo y le quitó la respiración por un momento. Rápidamente comprendió que aquello era el reflejo de una mirada. Oscuros y lúgubres, sedientos de sangre y colmados de odio, aquellos ojos se acercaron más y más. No importaba cuánto intentara moverse, se sentía atada al suelo, incapaz de alejarse de aquella criatura que parecía dispuesta a destrozarla. Cuando una enorme garra se elevó sobre su cabeza, comenzó a gritar fuerte, desesperadamente.
Elis sabía que nadie podría socorrerla y el temor de morir en sueños la dominó por completo. Una fuerza la hizo reaccionar. Sentía que la aprisionaban, que le oprimían el pecho y la dejaban sin aire. Abrió los ojos y se descubrió bañada en llanto y en brazos de Robin.
—¡Perdóname! Te desperté... —dijo contra su pecho cuando logró calmar la respiración. Le daba vergüenza pensar que había estado llorando y gritando con tanta fuerza.
—No hay problema. Te escuché hablar en sueños y me preocupé. Cuando vine a verte, comenzaste a gritar y llorar... Sólo atiné a abrazarte —explicó él aflojando la presión de sus brazos.
Temiendo que se alejara demasiado, Elis se aovilló a su lado a tiempo para escucharlo preguntar:
—¿Qué soñaste?
—No recuerdo mucho —dijo en voz baja—. En realidad, sólo sé que tenía que ver con el accidente. Había mucha sangre y una luz muy brillante...
No pensaba contarle el sueño real. Algo en su interior le decía que debía guardarse esa información. Ni ella misma entendía todo lo que había soñado, menos entonces podía ser capaz de explicarlo como correspondía. Lo mejor era guardarlo y esperar el momento para sacarlo a la luz.
—¿Quieres que te acompañe hasta que te duermas?
Ella asintió, un poco más calmada.
—¿Puedes sentarte a mi lado y tomarme la mano, por favor? No tardaré mucho en dormirme... —dijo liberándolo de su abrazo desesperado. Ahora que se sentía un poco más tranquila, le incomodaba tenerlo tan cerca.
—Claro, no hay problema —sonrió él acomodándose en una silla junto a la cama y tomando su mano derecha.
Elis se acurrucó y, en cuestión de minutos, toda preocupación existente se desvaneció, impulsándola a que se entregara de nuevo al sueño profundo.
No pudo asegurar cuánto tiempo permaneció Robin a su lado. Sólo supo que se sentía tan segura como cuando era niña y la acompañaba hasta su casa luego de una tarde de juegos con Derek. Aunque pensarse como la damisela vulnerable y en peligro constante no le gustaba en absoluto, no tenía fuerzas para resistir la situación.
Se durmió con el rostro tan cerca de su tutor que podía percibir el perfume de sus ropas. Siempre le había gustado ese aroma, que parecía más de su propia piel que agregado a las prendas de vestir luego del lavado. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras caía en el letargo y rogó que Robin no cuestionara el gesto. No tenía palabras para explicar esa reacción porque, si debía ser sincera, ni ella misma se entendía.
Despertó sobresaltada, sin saber qué hora era o dónde se encontraba.
Algo aturdida, rememorando lo que había ocurrido durante su primera noche en la cabaña, fue directo a la cocina a buscar un poco de agua. Para su sorpresa, se encontró con Robin, que estaba desayunando. Había tanta comida sobre la mesa, que parecía estar esperando visitas, pero sólo estaba Robin, engullendo tostadas, frutas, tocino y pasteles a una velocidad increíble.
—¿Siempre desayunas tanto... y tan rápido? —preguntó desperezándose.
El reloj de la cocina marcaba las 5:16 de la mañana y recordó entonces que Robin debía ir a trabajar antes del amanecer.
—Voy corto de tiempo —comentó antes de beberse de un tirón un vaso completo de jugo de naranja—. Y tú deberías estar durmiendo, ¿qué haces despierta a esta hora?
—Creo que te escuché andar por la cocina y se me fue el sueño.
—Bueno, supongo que ya tendrás tiempo para seguir durmiendo si lo precisas —dijo encogiéndose de hombros.
En ningún momento hizo un alto en su intento por devorar todo lo que había sobre la mesa. Aunque lo hacía de forma educada, Elis se admiraba de la rapidez con que su tutor masticaba, tragaba y volvía a tomar al azar porciones desmesuradas de fruta, huevos revueltos y cereales, sin pensar en las mezclas que estaba haciendo ni preocuparse por si le caían mal al estómago.
—Llevas mucho tiempo viviendo solo —aventuró la joven sentándose en el extremo opuesto de la mesa circular.
Robin levantó la mirada y asintió:
—Papá odiaría verme comer así. Diría que no me crió para esto, pero no tengo más opción —se puso de pie mientras hablaba y recogía los platos vacíos.
—Deja, yo me encargo de limpiar todo —se ofreció, sonriente— y tú podrás terminar de prepararte. No te preocupes, no romperé nada.
Robin asintió con una media sonrisa y corrió hacia su habitación. Regresó casi a tiempo para verla enjuagar el último tenedor.
—Eres rápida —señaló sorprendido.
—Tú me ganas comiendo —replicó en tanto se secaba las manos con un paño absorbente. Lo vio observarla con detalle. Algo en ella le llamaba la atención, aunque no lo dijera abiertamente, y en el momento justo en que se disponía a preguntarle qué le sucedía, sonrió y dijo:
—Debo irme. Cuídate, no te alejes del teléfono y no salgas al bosque, pase lo que pase.
—No soy una niña —se defendió.
—Hablo en serio. El bosque es peligroso, las criaturas que rondan esta zona pueden atacarte y no quiero volver al hospital por culpa de una osa que cuidaba a sus cachorros.
Elis bufó al tiempo que se cruzaba de brazos y respondía:
—Está bien. Nada de hacer niñerías. Nada de ir al bosque. Quedarme en casa. Cuidar el teléfono.
Robin la miró ladeando la cabeza. Otra vez el gesto suyo que denotaba que se guardaba ciertas cuestiones para sí mismo.
—Volveré para el almuerzo —gritó ya desde la puerta.
Elis suspiró. Él la convenció de irse a vivir a aquella cabaña, él la había impulsado a aceptar su custodia. No podía pretender que ella se quedara quieta dentro de la casa. Pensaba cumplir sus indicaciones sólo porque no se sentía con ánimos de pelear. Ya tendría fuerzas más adelante y pasearía a gusto por las cercanías sin decirle nada a Robin. Ese día prefería descansar y conocer el lugar, aunque sabía que eso le llevaría poco tiempo y el aburrimiento luego iría tras ella.
Pensando en esperar un par de horas antes de llamar a Arthur, y sin ganas de regresar a la cama, la muchacha decidió darse una ducha y ordenar un poco su habitación. Guardó los utensilios que había lavado y se dirigió al baño.
De pronto, un gemido agudo. Elis sintió que se le erizaban los vellos de la nuca. El gemido fue largo, aterradoramente doloroso y hasta calaba en los huesos. Cuando el silencio ocupó su lugar, Elis descubrió que se había quedado petrificada a medio camino entre el pasillo y el toilette.
El desgarrador gemido atacó de nuevo sus oídos. Venía de afuera, del bosque que Robin le había pedido que evitara. ¿Tan peligroso era ese lugar? ¿Cómo se había atrevido Robin a dejarla allí sola, sin medios con qué defenderse y nadie a quien recurrir en busca de ayuda? Si Maoko y Melu estuvieran con ella, la situación sin duda sería muy diferente.
Como si el responsable de aquellos agudos gemidos la obligara a hacerlo, se vio arrastrada por una fuerza superior hacia la puerta trasera. No había ventanas que dieran al patio y le permitieran ver lo que ocurría; si quería saberlo, debía salir y enfrentar el invierno agonizante.
Fue un silbido desgarrador el que la convenció de abrir la puerta y ver quién causaba tal alboroto. El alma se le vino a los pies al contemplar al responsable. Al mismo tiempo, imitando las típicas escenas de suspenso de las películas de terror que veía de pequeña, fuertes golpes se dejaron oír en la entrada principal de la cabaña. Definitivamente, Robin no debería haberla dejado sola. No el primer día de su regreso a la vida cotidiana. No en medio del bosque que tanto se parecía al de sus pesadillas.
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