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Capítulo 4: Decisión

LOS DÍAS TRANSCURRIERON entre médicos, exámenes y charlas con los mellizos. El doctor Smith se mostró sorprendido por la rápida mejoría, pero se negaba a ser demasiado optimista. Maoko y Melu lo habían convencido de darle permiso para pasear por el patio del hospital durante las tardes, aunque siempre bajo la supervisión de la enfermera de turno. Así tuvo la oportunidad de ver un día al hombre de la 11, corriendo desnudo por el patio con unos enfermeros persiguiéndolo, porque «quería saber cómo se sentía la nieve en los pies». Al día siguiente supieron que lo habían dado de alta, y el hombre pasó por cada una de las habitaciones, despidiéndose de todo el mundo repartiendo besos y abrazos.

Luego de la partida del desinhibido, Maoko y Melu le contaron de la mujer que le había pedido el divorcio a su marido mientras estaba dando a luz o del tipo que dormía todas las noches en la sala de espera porque, según las enfermeras, se había peleado con su novia que estaba internada. Había otros días en que Elis no estaba de humor y se la pasaba deprimida, hablando de su hermana desaparecida y de lo mucho que echaba de menos a sus amigos.

Un día fue el turno de los mellizos de contar sus propias preocupaciones.

—Nos quieren expulsar de nuestras tierras —dijo Maoko.

—Porque encontraron una reserva de petróleo y les interesa explotarla —continuó Melu, jugando con un cordel entre sus dedos.

—Claro, nos trasladarían a otras tierras casi tan buenas como las nuestras... pero hemos vivido por generaciones en el bosque —siguió Maoko ofreciéndole un caramelo a Elis—. Nuestros ancestros están enterrados ahí. Los ancianos hablan con los espíritus del bosque...

—Si decidimos estudiar en la universidad no podríamos ayudar a los nuestros a luchar por las tierras. —Melu armó una especie de telaraña con el cordel.

—Pero podríamos convertirnos en profesionales y apoyar a los nuestros cuando trabajemos...

—En varios años más.

Elis los escuchaba y les hacía preguntas, pero no se atrevía a aconsejarlos. A través de lo que le contaban, empezó a entender la importancia que tenía para ellos la vida en el bosque, la comunión con sus antepasados y su respeto hacia los animales.

Melu y Maoko le contaron cómo después de cazar un animal, llevaban el cuerpo a la tribu y le servían un festín para que su espíritu no se enojara con los cazadores, cómo plantaban dos árboles cada vez que debían talar uno, cómo seguían agradeciendo al sol y a la lluvia incluso cuando se iban a vivir a la ciudad.

Elis los escuchaba fascinada, nostálgica, como si las historias que le contaban formaran parte de su pasado, aunque no sabía cómo encajaban en este.

Con el pasar de los días, Elis ganaba confianza y recuperaba fuerzas, aunque el futuro se veía incierto. No conseguía comunicarse con su hermana y Robin había desaparecido, acatando la orden que le había dado. Para sorpresa de Elis, su presencia le había hecho falta en más de una ocasión. Quería respuestas que nadie más podía darle, buscaba información que los doctores y enfermeras parecían guardarse y que los mellizos desconocían por completo.

La última tarde, como llamado por telepatía, el hermano mayor de Derek se presentó en la habitación de Elis con la mirada oscurecida. Que aquellos ojos verdes la observaran cargados de temor no era bueno, aunque procuró no preocuparse de antemano.

—Debo pedirte disculpas por mi actitud —dijo bajando la mirada—. Y también porque no cumplí con tu pedido de alejarme. He pasado toda la semana durmiendo en la sala de espera. Pensé que tarde o temprano querrías hablar conmigo.

La muchacha abrió mucho los ojos: ¿entonces era él el supuesto novio despechado? Se sintió mal por Robin, imaginando las incomodidades que debía haber pasado esos días y preguntándose cómo hacía con sus necesidades diarias. Aspiró profundo pensando que quizás no se había bañado, pero no le sintió mal olor.

Elis se cruzó de brazos, fingiendo prestar atención a los pantalones de algodón y campera a juego que se había puesto al despertar. No recordaba aquellas prendas como parte de su guardarropa, pero las había encontrado en una silla junto a la cama la mañana en la que le habían permitido levantarse y no dudó en calzárselas. No sabía qué habría pasado con las ropas que usaba el día del accidente, pero supuso que las habían tirado a la basura.

Robin la observó por un momento y continuó:

—Mi padre buscó a Amelie por todos lados, pero no ha podido encontrarla.

Elis relajó la mirada; al menos Robin entendía su preocupación. Aun así, no iba a perdonarlo tan rápido. Si él creía eso, estaba muy equivocado.

—Eres menor de edad —continuó—, así es que los médicos quieren llamar a servicios sociales y ubicarte en un hogar transitorio hasta que aparezca tu hermana. —Guardó silencio un momento, esperando la reacción de Elis—. Arthur no va a regresar y los doctores quieren que no te alejes del hospital por los controles y eso... Entonces, estaba pensando que tal vez aceptarías vivir conmigo. Hasta que Amelie regrese, por supuesto.

Aquella propuesta la descolocó por completo. ¿Ir a vivir con él? ¡Si era más bien un perfecto extraño! ¿Dónde vivía? ¿En qué trabajaba? ¿Tenía alguna manía que Derek jamás hubiera mencionado?

Guardó silencio, confundida. Estaba a punto de decirle que no quería, cuando él dijo:

—No hay más alternativas. Con servicios sociales o conmigo. Elige.

Era como si le hubiese leído la mente.

—El doctor Smith no lo permitiría —dijo ella al fin.

—Nadie más se hará cargo de ti. Soy mayor de edad, tengo un trabajo fijo y mi padre avala mi idea. En media hora llegarán los de la junta médica a decirte que tienes el alta y que no puedes vivir sola. ¿Qué piensas hacer?

Elis se tomó la cabeza con las manos y procuró buscar un poco de calma, tranquilizando la respiración. No quería ir a un hogar sustituto. Quería a Amelie, y por un instante pensó en decirlo en voz alta, pero se contuvo.

—Mi cumpleaños será en un mes —señaló encogiéndose de hombros—. En un mes seré mayor de edad.

—Sí, pero hasta entonces debes estar al cuidado de alguien responsable.

—Entonces, me gustaría vivir con Maoko y Melu. Estoy segura de que a sus padres no les molestaría cuidarme hasta mi cumpleaños.

—¿Quiénes?

Elis le contó de sus nuevos amigos. Robin la escuchó paciente y luego la interpeló.

—¿Y les has preguntado si puedes vivir con ellos?

—No, pero...

—El doctor Smith no los conoce. ¿Crees que aceptará dejarte en sus manos?

—No sé, quizás sí...

—¿Y te traerán a los controles médicos cada vez que lo necesites? ¿Y crees que la tribu se sentirá a gusto contigo? ¿Crees que el cacique te aceptará sin más, con todos los conflictos que tiene la tribu con la ciudad?

Elis se enfurruñó y se cruzó de brazos. Estuvo en silencio escuchando las razones de Robin, pensando una respuesta.

—Ya —dijo Elis por fin—. Es imprudente irme a vivir con ellos, que me han estado acompañando todos estos días, pero es correcto vivir contigo, que desapareciste un día sin decir ni adiós.

—Porque tú me lo pediste.

—¿Cómo sé que no me dejarás abandonada, tal como lo hiciste con Derek hace años? —preguntó Elis levantando las cejas.

Robin sonrió.

—Primero, a Derek no lo abandoné, pero de todas formas me arrepiento de haberme alejado. Segundo, te he estado cuidando todos estos meses que llevas en coma. ¿De verdad crees que te abandonaría ahora que por fin despertaste?

Ella se sonrojó. En el fondo, estaba molesta porque sabía que Robin tenía razón. Aunque quería pensar lo contrario, él no era un completo extraño: lo conocía desde que era una niña. La había visto crecer, la había acompañado a su casa cuando Amelie no había podido ir a buscarla... También recordaba cómo los había ayudado con las tareas a Derek y a ella, les había comprado golosinas a la salida de la escuela y siempre había tenido una sonrisa en el rostro cuando las cosas no habían ido muy bien.

Se mordió el labio, observando el vacío y perdiéndose en sus pensamientos. En algún momento, había deseado que Robin fuera también su hermano mayor. Siempre se había sentido protegida a su lado y sabía que Amelie se había sentido más segura cuando él la había llevado a casa en mitad de la noche. Comprendió que le había dolido su distancia, no solo por Derek, sino por sí misma. Sentía que les había fallado a todos con aquella actitud esquiva. Tal vez por eso había reprimido los recuerdos relacionados con Robin.

—Has cambiado... y yo también —dijo Elis con la mirada fija en sus manos—. No sé si confiar en ti, pero es más difícil aún irme a vivir con extraños.

Robin ladeó la cabeza, en un gesto muy propio de él. Era un gesto similar al que hacen los perros cuando quieren decir que están atentos a tus palabras. En el caso de Robin, Elis recordó que también significaba que quería replicar algo.

—Además, creo que podrás ayudarme con Amelie. De todas maneras —dijo mirándolo lo miró a los ojos otra vez—, en un mes seré libre.

—¿Vendrás conmigo entonces?

—Sí. Pero donde intentes hacer algo raro, ten por seguro que me escaparé lejos —respondió, indicándolo con el dedo—. Y espero que permitas que Maoko y Melu me visiten y acompañen mientras estés en el trabajo. Me lo debes.

Él sonrió, divertido. Si hubiese querido lastimarla, llevaba las de ganar. Bastaba observar su contextura física para adivinar el resultado de un enfrentamiento con él.

Muy a su pesar, Elis debía confiar en él. Volver a confiar, mejor dicho.

Robin se retiró para organizar todo lo referido al traslado de su nueva protegida. Mientras, Elis recapacitaba en todo lo ocurrido. Tiempo atrás, ella bien podría haberse escondido bajo las sábanas de su confortable cama, rogando que todo aquello fuera un sueño y apurando el despertar para encontrarse con Amelie. En ese momento, en cambio, la muchacha debía hacerse cargo de sus decisiones y enfrentar la realidad.

Tenía que salir del sanatorio y buscar a Amelie por su propia cuenta, de la misma forma que debía superar la muerte de los chicos sin culpar a nadie.

La puerta se abrió y entraron los miembros de la Junta Médica. No se veían muy contentos.

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