Capítulo 20: Urso
EN EL VACÍO de la noche, tenues pasos apenas perturbaban la ladera de la montaña. Lejos de las miradas vigilantes de los Guardianes, Haruf caminó con aire resuelto. Sabía que no estarían atentos a su presencia ni elevarían la voz de alarma al verlo por allí. Ya se lo había explicado su jefe. Los Protectores no contemplaban el accionar de los humanos, solo tenían ojos para los Demons y nada los desviaba de su objetivo.
Controlando que nadie lo hubiera seguido, entró por un pequeño hueco y accedió a una profunda caverna. Era un espacio abierto en el corazón de la montaña, de origen natural, y no poseía iluminación alguna. De no haber sido porque iba preparado con una linterna, Haruf jamás habría podido orientarse allí.
—Debías estar aquí hace una hora —anunció una voz grave y gutural.
El recién llegado se estremeció, pero siguió avanzando al tiempo que replicaba:
—Mi Señor, hubo un contratiempo.
—Ya lo sé. Esos malnacidos destruyeron el cuerpo que poseías.
—Sí, así fue —hizo una reverencia en la oscuridad que lo rodeaba, sabiendo que allí, en algún punto, se encontraba sentado su jefe. Alejando todo pensamiento del niño que había llevado al pueblo y mostrándose tan servil como le era posible, dejó la linterna en el suelo, iluminando hacia el cielo del gigantesco hueco rocoso—. Me vi obligado a buscar otro cuerpo. No es sencillo, no había ningún humano a punto de morir en la guardia del hospital.
—¿Cómo lo resolviste?
—Usé uno de sus pequeños sirvientes, Señor, y enardecí un poco la pelea entre los indígenas que estaban haciendo huelga frente al sanatorio y los representantes de la petrolera.
—¿Cuántas víctimas hubo?
—Solo una, la del cuerpo que visto en estos momentos.
—Bien... sabes que no estoy a favor de las muertes innecesarias. Ellos son nuestro sustento, si los matamos, ¿de qué viviremos?
—Lo sé, Señor. Ya me lo ha explicado usted antes.
—Y te lo recuerdo, porque preciso que lo tengas bien en claro. No debemos iniciar una matanza, sino limitarnos a impulsar la pelea entre ellos para dar lugar a la generación de partículas oscuras. Necesito reunir fuerzas y rehacerme. La batalla vendrá pronto y quiero estar en mi mejor forma.
—Haré cuanto me pida, Señor.
—Bien, Haruf. Vete, entonces. Cuida tu cuerpo y mantente alejado de Nepen. Ya llegará el momento de cobrar venganza. Sabemos que esa humana guarda su esencia, no podrá esconderse de nosotros toda la vida.
—Sí, señor.
—Y otro asunto: ocúltate. Antes no llamabas la atención porque tu cuerpo pertenecía al de un extranjero. Ahora la familia del difunto que estás ocupando está viviendo en la zona y podrían reconocerte. Escóndete y controla a mis pequeños Oscuros. Gana partículas para mi cuerpo. Te lo compensaré con creces.
Haruf hizo otra reverencia y volvió sobre sus propios pasos.
En completa oscuridad, Urso quedó solo. Sonreía, aun cuando nadie pudiera verlo. Sentía próximo el tiempo en que le declararía la guerra a los Guardianes y se erigiría como único rey de aquella zona. Faltaba poco, muy poco.
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