
Capítulo 17: Huellas
—SE SUPONE QUE deberían mostrarse algo sorprendidos —dijo Elis luego de ver que los mellizos no se espantaban con todo lo que ella les había contado.
—Hay leyendas en nuestro pueblo, Padre siempre las menciona —dijo Melu.
—Sí —Maoko se rascó la barbilla—. Crecimos con relatos de tiempos antiguos, cuando los dioses guerreros habitaban los bosques y cuidaban toda la vida. Madre dice que los Drabuir nunca nos abandonaron, sino que nosotros perdimos la capacidad de verlos a la luz del día.
—¿Creen en esas leyendas? —preguntó Elis.
—Madre dice que no son leyendas —respondió Melu.
—Sí, lo sé. Pero ustedes, ¿creen que sean ciertas?
—Padre dice que los vio en dos ocasiones. Primero cuando era joven: un Drabuir lo salvó de morir aplastado por una avalancha, en las laderas de las montañas que rodean el bosque —Maoko hablaba con voz grave, como si aquel fuera un secreto que no debía revelar.
Melu continuó el relato:
—La segunda vez, ocurrió cuando Maoko y yo éramos niños. Nos perdimos en el bosque una noche de fuerte nevada. Madre dice que de no haber sido por los Drabuir, jamás habríamos regresado sanos y salvos a casa. Padre los vio: dos hombres altos y fuertes, acompañados por una mujer de cabellos rojizos. Nos cargaban en sus brazos, protegiéndonos del mal clima.
—No podemos discutir las palabras de nuestros padres —completó Maoko—. Creemos en esas leyendas, aunque no recordemos nada de lo ocurrido. Si hacemos oído a los cuentos de Padre, esos osos que te defendieron deben de haber sido dos Drabuir con forma animal, sin duda alguna.
—Si cuentas con el favor de los Drabuir, no debes preocuparte por nada —Melu sonreía y su entusiasmo le resultó contagioso a Elis.
—Gracias. Me tranquiliza que me crean, pero todo esto me resulta... extraño. No sé... Para ustedes, los Drabuir son guardianes de su pueblo, pero Robin... Él no se mostró sorprendido, no cuestionó mi historia, nada.
Maoko negó con un gesto.
—Robin ha pasado el suficiente tiempo junto a Padre como para conocer nuestras leyendas. Además, ¿no trabaja en el bosque? Quizás él mismo se ha enfrentado a una situación similar. Si te cree, debe ser por algo, aunque no quiera contártelo.
Elis analizó en silencio las palabras de su amigo. Su tutor le había prometido hablar con ella a su regreso y la charla con los mellizos no hacía más que insuflarle dudas y ansiedad por lo que habría de escuchar.
—Espero que no te moleste, pero debemos irnos —anunció Melu. Elis no quería que se fueran, era evidente—. ¡Perdón! Nuestro abuelo nos espera en el hospital. Hoy le darán de alta.
—Vayan, no se preocupen por mí.
—Regresa a la cabaña y cuídate. Ya bastante viviste anoche. Por favor, no hagas que nos preocupemos por ti.
—Vale, vale. Volveré a casa. No los detendré más.
Maoko y Melu se despidieron con una sonrisa, prometiendo que volverían al día siguiente. Elis los vio alejarse y sintió que una vez más se perdía en esa angustia sin retorno que tanto temía cuando se encontraba a solas.
Suspiró, e hizo amague de regresar sobre sus pasos, cuando algo llamó su atención: las únicas huellas en el camino eran las de la camioneta de Robin. La carretera ubicada a pocos pasos parecía un camino blanco sin marcas capaces de dañarlo, salvo las generadas por el vehículo de su tutor. Los mellizos habían cortado camino por pleno bosque, dejando intactas las impresiones de las llantas en la nieve.
Elis dudó por unos instantes y luego sintió la abrumadora necesidad de buscar a Robin y reclamarle la verdad, si es que la había. De algún modo, él tenía que ver con todo lo que le ocurría y ella necesitaba verificarlo.
¿Qué era lo que le ocultaba? ¿A qué se había referido cuando mencionó que no podía darle respuestas a ciertas preguntas suyas?
Caminó siguiendo las huellas y, ansiosa por la emoción de sentirse decidida a lograr algo de una vez y por todas, no se pudo contener y se lanzó a la carrera. No sabía cómo, pero sus pies se movían ligeros y rápidos. Entendía que no era normal para una persona desplazarse así, pero no se detuvo. Continuó corriendo en busca de Robin y las respuestas que precisaba.
En un momento, un grupo de árboles despertó nuevos recuerdos en Elis. Como si fueran parte de un complejo rompecabezas, las piezas encastraron y fue capaz de recordar por completo aquella noche funesta.
Las escenas se sucedieron una tras otras delante de sus ojos. Se sintió estremecer al rememorar con claridad cómo, en medio del griterío y de su propio llanto, el suave sonido de pasos en lo profundo del bosque captó su atención. Entre los árboles, algo se movía.
Giró el rostro hacia el lugar de donde nacían los ruidos y descubrió figuras humanas detenidas entre los árboles, observando, sin siquiera hacer un intento de ayudar. Elis no sólo era capaz de escuchar sus pasos, también alcanzaba a oír sus susurros, aunque no podía comprenderlos.
Se dirigió hacia ellos, llamándolos, clamando auxilio. En cuanto los extraños captaron que la muchacha iba hacia ellos, emprendieron una rápida retirada. Por mucho que suplicó, ninguno se dio vuelta para prestarle atención.
Furiosa, con la poca energía que le quedaba, gritó:
—¿Es que no les importa la vida de esos chicos? ¿Cómo pueden quedarse así, sin hacer nada?
Uno de ellos se detuvo y giró su rostro hacia ella. Caminó a su encuentro y la observó fijamente. Su mirada la inundó por completo. Una mirada de penetrantes ojos verdes, capaces de leer dentro de uno si así lo querían. Eran... Eran los ojos de Robin. Ahora que lo pensaba, no tenía duda de ello. Pero sus facciones y su aspecto físico eran muy distintos al de su tutor.
El muchacho se acercó tanto que si Elis extendía un brazo, podía tocarlo.
La miró detenidamente durante unos instantes y luego, con voz profunda, dijo:
—Es lo mejor para ellos, aunque no lo entiendas.
—Pero... —no pudo seguir hablando. Él colocó una de sus manos sobre sus ojos y el suelo bajo los pies de la joven se desvaneció.
Reaccionó quién sabe cuánto tiempo después, mientras el extraño muchacho la llevaba en brazos. Cerró los ojos antes de que él se percatara de que estaba consciente y no los volvió a abrir, por temor a las consecuencias. Pudo escuchar su voz susurrando:
—Duerme ya, Nepen, debes descansar. Necesito que descanses, que despiertes y recuerdes quién eres y regreses de una vez...
Si bien no entendía el significado de aquellas palabras, percibía que sonaban muy tristes. ¿Quién era Nepen? ¿Por qué debía despertar?
No pudo pensar mucho más, mientras los brazos de aquel desconocido la envolvían y abrigaban. Desde lejos escuchó una voz que llamaba, diciendo un nombre que no alcanzó a distinguir. El viento trajo solo algunas palabras:
—Jefe... por favor, no deberías estar haciendo esto...
El muchacho que la transportaba contestó:
—Sé bien lo que estoy haciendo.
Elis regresó al presente. Había recordado mucho más de lo que se filtraba en sus pesadillas, y se cuestionó muchas cosas. El muchacho con los ojos de Robin... ¿Cómo explicaba esa situación? ¿Serían hermanos? Tal vez eran gemelos... pero de haber tenido Derek hermanos gemelos, lo recordaría. Aunque su memoria fallaba, no podía anular algo tan importante.
Por otro lado, ¿por qué Robin cuidaba de ella con tanta displicencia? ¿Y Arthur? ¿Por qué él no había ido a visitarla o la había llamado siquiera? ¿De alguna manera la odiaría por haber sobrevivido? ¿Y Amelie? ¿Su hermana estaba perdida o alguien la había hecho "desaparecer"?
Dejó de correr y se detuvo en el lugar exacto donde había explotado la camioneta varios meses atrás. Algunos árboles se mantenían en pie, aun cuando se veían carbonizados.
El suave sonido de pisadas en la nieve llamó su atención. Provenía de lo profundo del bosque. Como una suerte de déjà vu, supo que no estaba sola. ¿La habían estado esperando? Al corroborar que las huellas de la camioneta se detenían en ese mismo lugar, la intriga anidó en su pecho. Al parecer, Robin estaba relacionado con esos extraños sujetos.
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