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Capítulo 16: Oscuridad

HARUF CONTEMPLÓ LA nieve que decoraba los árboles, dándoles ese toque de misterio que siempre le había llamado la atención.

Todavía le causaba cierta incomodidad moverse en dos piernas, llevando una apariencia que nadie esperaría para él. Sentía que estaba usurpando un lugar que no le pertenecía. Su Señor le había enseñado la técnica, el uso de una magia que él agradecía no poder dominar por cuenta propia.

Había llegado a ese punto del bosque cargando en brazos a un pequeño niño. Lo había encontrado vagando entre los árboles con ese paso propio de los infantes que aún no saben caminar con seguridad y parecen más bien un pequeño títere impulsado por alguien más.

Se compadeció nada más verlo. Aquella criatura era vulnerable y débil ante cualquier oponente, y salvo que los Guardianes dieran con él, pocas posibilidades tenía de sobrevivir a la intemperie.

El destino había querido que el pequeño lo encontrara a él, una criatura aborrecible y temible, si sabían verlo como era debido. Aunque el cuerpo que usurpaba en aquel momento ocultaba su esencia oscura, el Demon temía que el niño, con la luz propia de los de su edad, supiera descubrir lo que en verdad era.

Observó al pequeño que descansaba entre sus manos y reprimió un gemido.

—¡Mírate! Eres tan puro, tan inocente. Me pregunto si acaso alguna vez también me iluminó la inocencia. ¿Tuve oportunidad de ser bueno o nací corrompido y sin alternativa?

El niño exhaló un suspiro, acomodándose en los brazos de su inesperado custodio.

—Tienes todas las luces de la vida, aún cuando sólo lleves unos meses en el mundo. Yo no guardo más que pesadillas y oscuridad. No me agrada, pero es así. Creo que cada uno tiene un papel para interpretar y a mí, esta vez, me tocó ser el villano.

Pocas veces se permitía Haruf ser tan abierto con sus pensamientos. Procuraba no expresarlos en voz alta ni dar a conocer que tenía aquellas maneras de reflexionar. Había aprendido que su Señor y Amo no toleraba tales actitudes por parte de sus subordinados. Las veía como amenazas de una posible revuelta y aquel temor hacía que privara a Haruf y a los demás Oscuros toda posibilidad de actuar por sí mismos una vez que les daba una orden.

No importaba cuánto odiara Haruf hacer algo que no creía correcto, bastaba con una palabra de su Amo para que cumpliera con el pedido sin poder negarse. El Demon había descubierto, luego de ver el nacimiento de uno de sus compañeros, que al despertar su Señor les confería parte de su propia esencia. Les imprimía un puñado de partículas suyas, con lo cual generaba un vínculo infalible y letal.

Demasiadas noches había pasado Haruf intentando encontrar un escape a su suplicio. Con el tiempo, había aprendido a respetar a su Amo y cumplir con las órdenes que le daba, sin transformar en palabras las preocupaciones que guardaba al respecto.

Solía cuestionarse su naturaleza malvada. Por momentos, creía que su oscuridad residía en la esencia que su Señor le había transmitido. Luego, recordaba que él ya había nacido Demon y que su Amo sólo se había limitado a darle las partículas para dominarlo sin margen de error.

Aquella criatura abominable que lo manipulaba a su antojo le resultaba cruel y cobarde en partes iguales. No dudaba en pedir las torturas más graves para sus enemigos, tampoco se lamentaba cuando uno de los suyos perecía. Principalmente, la furia de Haruf para con su Señor radicaba en el tipo de tareas que le mandaba a cumplir. A fin de cuentas, cuando Haruf debía de llevar a cabo un asesinato, las consecuencias caían sobre sus hombros sin que su Señor resultara afectado de manera alguna. Una cuestión era que un Oscuro aprovechara la energía oscura de un humano para subsistir, algo muy distinto era acabar con su vida. Haruf lo sabía bien, tanto como comprendía que su Amo le había dado entendimiento y poder para que realizara ese tipo de tareas que él mismo no se dignaba a hacer.

El niño en sus brazos se movió, algo incómodo, como si pudiese percibir sus sombríos pensamientos y se estremeciera ante lo que descubría.

Con cuidado de no perturbarle el sueño, Haruf se puso de pie y caminó rumbo a la carretera. Debía llegar a la casa más cercana antes de que el frío amenazara la existencia del niño.

A su lado, corría peligro. Sabía que tenía que encontrarle un hogar antes de que la noche cayera y su Amo descubriera lo que estaba haciendo a sus espaldas. 

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