Capítulo 15: Bosque
ELIS Y ROBIN llegaron rápido a la cabaña.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó Elis a su tutor cuando aún no se había detenido la camioneta.
—Claro —respondió él dudando.
Entraron a la casa. Robin dejó su abrigo en el perchero mientras Elis buscaba a Yuri. Lo encontró durmiendo en su camita y decidió no despertarlo. Le bastaba con verlo tranquilo. Se acomodó en el sofá mientras Robin se cruzaba de brazos y la observaba con atención. La manera en que cambiaba el peso de su cuerpo, de una pierna a la otra de manera continua, denotaba la ansiedad que guardaba por escucharla.
—A veces... —Elis desvió la mirada al suelo— Me cuesta confiar en ti. Te muestras cerrado, encerrado en ti mismo. Eso me preocupa.
—¿Cerrado, yo? ¡Pero si cada vez que preguntas algo te respondo! Tú, en cambio, cuando te pregunto algo sólo sueltas un par de palabras o directamente no respondes.
—Hay algo raro en ti, puedo sentirlo. Hay algo raro en toda esta situación.
—¿Raro? ¿Qué es raro? ¿Qué es normal? ¿Ha pasado algo no raro desde que caíste en coma?
—Es que... No es sólo eso. Te comenté lo que me pasó con el médico con cara de cuervo y tú te comportaste como si fuese muy normal. Te dije lo de los osos y me dijiste que habláramos en un lugar sin testigos.
—Elis, sólo te dije lo que debo decir —respondió Robin mirando a Yuri, que se había despertado al escucharlos hablar—. ¿Crees que podemos hablar de osos persiguiendo a médicos en el hospital?
Elis reprimió un suspiro. Algo le decía que no debía cuestionar aquel asunto ni empujar a Robin al límite.
—Hay otras cuestiones —agregó—. Llamo a tu padre y no me atiende. Le envío mensajes de texto al celular y jamás responde. ¿Dónde está? ¿Dónde está Arthur?
—La verdad, no lo sé —la sinceridad brillaba en los ojos del muchacho. Estaba bajando la guardia y permitiendo que Elis se acercara a sus secretos sin plantarle obstáculos en el camino.
—¿A qué te dedicas? ¿Tu único trabajo es el de guardabosques? ¿Tiene algo que ver con lo que debes y no debes decirme? —inquirió ella.
—Trabajo en el bosque, eso es verdad en cierta manera. No puedo darte detalles. No sin permiso —Robin pareció morderse la lengua justo después de decir la última frase.
—¿Permiso de quién?
—No debo decirte más nada al respecto. Por favor, confía en mí —la súplica en su mirada la hizo desistir—. ¿Quieres cenar? ¿Qué te gustaría comer?
Elis quedó pensativa un minuto. Sólo cuando él repitió su última pregunta, ella negó con la cabeza.
—No tengo hambre.
—¿De veras?
—Sólo quiero dormir —se levantó y caminó rumbo a su habitación cargando la cama de Yuri. El búho ululaba bajito.
Afuera helaba. El barro se congelaba y unos gruesos y silenciosos copos de nieve volvían a cubrir el suelo. Elis se revolvía en su cama, diciendo en voz muy baja "Liam" y "Reuen". Yuri ululaba cada vez más fuerte sobre la almohada de Elis, mientras esquivaba sus manotazos inconscientes. Robin no la escuchó hasta que las súplicas de Elis se convirtieron en gritos de terror: en cuestión de segundos, estuvo a su lado, abrazándola tan fuerte como podía sin causarle daño.
—Tranquila, fue una pesadilla —le dijo. Yuri aleteaba con suavidad, parecía aliviado.
Elis abrió los ojos y pareció reconocer la habitación por fin. Entonces, miró a Robin a los ojos con una mezcla de temor y enojo. Se soltó de sus brazos, alejándose tanto como pudo.
—Elis, ¿qué pasa? No tienes nada que temer.
—Eres él... tienes sus ojos.
—¿De qué hablas?
—Eres ese sujeto, el que me raptó luego del accidente.
Robin se mostró confundido.
—¿Qué dices? Nadie te raptó. Tuviste un accidente y te llevaron directo al hospital.
—¡No! ¡Lo recuerdo perfectamente! ¡No me importa lo que digan los médicos, ese hombre era real! Me raptó, me ató a un inmenso árbol y me mantuvo así quién sabe cuánto tiempo. ¡Eres él! ¡Eres ese hombre!
Elis se puso de pie y salió corriendo, pasando a su lado sin que alcanzara a detenerla. Al ponerse en pie, Robin escuchó la puerta principal de la casa abriéndose y luego cerrándose con un golpe. Lanzó un insulto y corrió tras ella.
La pesadilla, la maldita pesadilla, pensó Robin, había llegado demasiado lejos. El frío del exterior le golpeó como un látigo. La nieve le mojaba la cabeza y los brazos desnudos mientras corría sobre la nieve recién caída, llamándola. Siguió el rastro de Elis hasta que, súbitamente, desapareció entre los árboles. La nieve estaba fresca pero, inexplicablemente, ya no había huellas. Robin maldijo y gritó, llamándola. Oyó un aleteo y se giró a tiempo para ver una pequeña sombra gris que se zambullía entre las ramas de los árboles.
Elis abrió los ojos y se descubrió en pleno bosque. Llevaba puesto el pijama, mojado de nieve, y tenía los pies desnudos llagados y manchados de barro. Recordó el mal sueño y tiritó, no entendió si de miedo o de frío, o de ambos. Lentamente entendió lo que había hecho y se regañó a sí misma por no haber pensado con claridad. ¿Cómo podía ser Robin su secuestrador, si éste jamás había existido?
"Tal vez fue lo del médico cuervo", pensó acurrucándose contra el tronco de un árbol y abrazándose las rodillas. Ahora temía ponerse en pie y buscar el camino de regreso. No sabía dónde estaba, era noche cerrada y le pareció oír el aullido de un lobo en la distancia.
¿Qué hacer?, se dijo. ¿Por qué no escuchaba a Robin buscándola?
"Quizás también se perdió, o lo atacó un oso...". Lo llamó con un grito y luego se tapó la boca, asustada. ¿Y si la escuchaban los lobos?
Sus pies, que hasta unos minutos atrás le parecían firmes y cálidos, se estaban helando. Ya no sentía los dedos de los pies, el viento frío se colaba por todo su pijama y la nieve se acumulaba en sus cabellos y sus hombros. Se frotó el cuerpo con las manos, tratando de mantenerse caliente, pero se sabía condenada. Unas horas más tarde, se quedaría dormida, y no despertaría.
Estaba a punto de echarse a llorar cuando un aleteo en una rama cercana la hizo sobresaltarse. ¿Era un búho? Sí, lo era. Escuchó un agudo ulular y unos ojos brillantes que la miraban en la oscuridad.
Pensó en los esquimales, que se hacían iglúes para sobrevivir en el ártico, y pensó que quizás si se tapaba con nieve podría soportar un poco más el frío.
El leve sonido de pasos en el bosque captó su atención. De la oscuridad, apareció un muchacho que debía ser poco mayor que ella.
—¿Elis? —preguntó con voz suave.
—¿Quién eres? —replicó, asustada.
—Soy Reuen, vine a buscarte.
—No sé quién eres... no te conozco —exhausta, Elis sentía que podía ponerse a llorar en cualquier momento.
Con las emociones a flor de piel, escuchó a Reuen decir:
—Tranquila. Me envía Robin. Dio aviso de tu extravío y los demás guardaparques salimos a buscarte. No te preocupes.
—¿Conoces a Robin?
Reuen se rió con una risa que recordaba el ulular de un búho. Sus cabellos oscuros enmarcaban un rostro de curvas suaves y mirada cálida. Incluso con la poca luz que ofrecía la noche nevada, Elis pudo adivinar que los ojos del muchacho eran de un apacible color gris.
—Él me enseñó todo lo que sé, trabajo aquí porque él me formó para eso —explicó al tiempo que se quitaba la campera que lleva puesta y se la alcanzaba a Elis—. Toma, la necesitas más que yo. Vamos, ya avisé a Robin que encontré tu rastro. Nos estará esperando en la ruta.
Con esfuerzo, Elis se calzó el abrigo sobre los hombros y se incorporó. Sentía los músculos entumecidos y los pies le sangraban. Era tal el esfuerzo que mostraba para caminar que Reuen debió alzarla en brazos y llevarla así por el camino.
Elis no sabía cuánto tiempo había estado perdida en el frío del bosque, pero agradecía a Reuen por llegar en su auxilio. Robin realmente estaba preocupado por ella si había enviado a todos los guardas a buscarla.
Lentamente, se acercaron a la carretera. Robin estaba allí con la camioneta en marcha. Corrió hacia ella al verlos. Sin atender a Reuen, que ayudaba a Elis a ponerse de pie, abrazó a la muchacha y la levantó del suelo con suma facilidad.
—Me hiciste preocupar demasiado.
—Lo lamento. Tuve una pesadilla, ¿verdad? Hace tiempo que no me afectaba el sonambulismo... Hoy tuve una recaída.
—Que no se te ocurra quedarte dormida en un bote entonces —se rió Reuen.
—Tranquila, Elis. Gracias a Reuen te encontramos a tiempo.
Robin dirigió su mirada al muchacho, que se mantenía a varios pasos de distancia, y le sonrió. Él replicó el gesto, antes de hacer una especie de reverencia y alejarse hacia lo profundo del bosque.
—¿Ya se fue? No pude despedirme —dijo Elis.
—Ya tendrás oportunidad de verlo más adelante —respondió Robin mientras se encaminaban a la camioneta, que tenía la calefacción encendida.
Con el aire caliente entibiándole los pies, Elis sintió cómo se reactivaba la circulación y los pies le dolieron, pero aún así se durmió en el trayecto de regreso. Robin se sintió culpable de despertarla para que se diera un baño tibio, pero cuando salió de la ducha, limpia y seca, la cargó en brazos y la llevó a su cuarto. Se quedó dormida apenas posó su cabeza en la almohada.
La mañana la despertó con el sol entrando a raudales por las ventanas. No se observaba ni una nube en el cielo.
La llegada de la luz pintó los recuerdos de Elis de colores muy distintos. No tenía ganas de hablar con Robin: le daba vergüenza reconocer que, a pesar de todo lo vivido, seguía dudando de él. ¡Tantas preguntas y no tenía dónde buscar respuestas! ¿Y si acudía a Reuen? Parecía alguien amable y dispuesto a escucharla... Pero era amigo de Robin y no sabía cómo contactarlo. Quizás podría acudir a los mellizos, aunque con la amenaza de la petrolera, tenían asuntos más importantes que sus dudas respecto a su tutor, en apariencia injustificadas. Sólo podía rogar por recuperar sus recuerdos reales e irse de aquel lugar tan pronto como le fuera posible.
Con cuidado, corrió las frazadas y procuró revisar las heridas que se había generado la noche previa en su carrera por el bosque. Recordaba el dolor que había sentido al intentar caminar, temía verse obligada a estar en la cama aunque fuese por poco tiempo. Ya bastante había tenido con los meses en el hospital.
Para su sorpresa, Elis pudo ver que sus pies mostraban varias cicatrices, pero no dolían. Las marcas parecían llevar buen tiempo de sanado y no simples horas. Tal vez Robin le había aplicado alguna medicina especial. Seguramente buscaba ocultar lo sucedido a la junta médica.
Respiró profundo y decidió que debía dejar a un lado sus miedos respecto a Robin. Sí, por momentos resultaba misterioso e inquietante, le debía varias explicaciones y aún cargaba con el abandono que había cometido para con Derek. Mas era la única persona que estaba allí para ella, el único que se mostraba preocupado por su salud y que la cuidaba con esmero. Debía recordar aquello en la próxima charla que tuvieran. El muchacho merecía mucho más que malos gestos y regaños continuos.
Desayunaron en silencio. El aire sólo se cortaba con el sonido de los cubiertos y los platos y la respiración de Yuri, que dormía profundamente.
Robin se retiró a trabajar, no sin antes prometer que regresaría a tiempo para la cena y dando a entender que pensaba tener una charla importante con su protegida. Ella sonrió y le deseó un buen día, guardándose las angustias que había comenzado a cobijar en el pecho y no merecían salir al aire todavía.
Nada más escuchar la camioneta alejándose, Elis empezó a dar vueltas por la casa sintiendo que la piel le ardía, que esa vida no era suya y había algo que se le escapaba de las manos.
Era tal la sensación de incomodidad, que decidió salir a tomar un poco de aire fresco. Antes de abandonar la molesta calidez de la cabaña, Elis verificó que el pequeño búho siguiera durmiendo. Tomó un abrigo para enfrentar el frío de la mañana, se calzó las botas de invierno y se encaminó al frente de la casa. La sensación de libertad no le bastaba y se vio impulsada a seguir un poco más, caminando sobre la nieve, paseando entre los altos pinos que antecedían a la cabaña. Se detuvo en el viejo puente de troncos y dejó ir los pensamientos mientras contemplaba el pequeño río que cruzaba bajo sus pies.
Más allá de todo, la tristeza y la nostalgia la consumían. Todavía no aceptaba la idea de que sus amigos ya no formaran parte de su vida. Siquiera si estuviera a su hermana. No entendía como era posible su desaparición, casi como si nunca hubiera existido. Quería que la tierra se partiera bajo sus pies y la tragara.
—¿Elis? —una voz familiar la hizo regresar de sus pensamientos.
Giró el rostro para encontrarse con Melu y Maoko.
—Chicos, pensé que no volvería a verlos.
—¿Crees que media tribu haciendo huelga frente al hospital podría detenernos? Te equivocas, en verdad —dijo Maoko abrazándola.
—Robin me dijo que tenían muchas responsabilidades.
—¡Eso no significa que te dejaremos sola! —replicó Melu—. Aunque debería regañarte porque estás sola en el bosque y no creo que Robin lo sepa.
Elis hizo oídos sordos al llamado de atención de su amiga y recordó al niño indígena que le había regalado la estrella de madera la tarde anterior. Dudó un momento, miró a los mellizos y comentó:
—Saben, ayer me sucedieron muchas cosas extrañas... ¿puedo confiar en ustedes?
—Sabes que sí —dijo Maoko.
Un poco más tranquila, Elis se sentó en el tronco de un árbol caído y esperó a que sus amigos la acompañaran. En susurros, comenzó a hablar rápidamente. Temiendo que Robin o cualquiera de sus compañeros de trabajo se aparecieran sin aviso previo, procuró contar todo lo acontecido con lujo de detalles.
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