Capítulo 11: Compañía
ELIS NO PODÍA dejar de mirar al culpable del susto más grande que había sentido en toda su vida. Acomodada en uno de los sillones del living contemplaba a la criatura que reposaba sobre la mesita ratona.
Con el plumaje cubierto aún por una fina pelusa blancuzca, el pequeño polluelo de búho descansaba en una caja con la que Elis le improvisó una cama confortable y calientita. Junto a la muchacha, Melu y Maoko se miraban entre sí en silencio.
—Eres muy chiquito como para causar tanto problema —dijo Elis, acariciando al ave—, pero extrañas a tu madre, ¿cierto? ¿Por eso llorabas?
El pequeño animal buscó la mano de Elis, reclamando más mimos.
—Supongo que Robin no se enojará si adoptas una criatura indefensa... Después de todo, ¡es el guardabosque! —dijo Melu.
Elis se rió imaginando lo que pensaría Amelie si la viera: ¡hablándole a un polluelo como si pudiera entenderla!
—Ahora, necesita un nombre... —le dijo Maoko a Elis— Si lo adoptas, debes hacerlo con todas las de la ley. Vamos, Elis, elige un nombre para el pequeño.
—Tienes razón. Veamos —Elis miró al polluelo a los ojos—... ¿Juan? ¿Merlín?
—¿Y estás segura de que es macho? —dijo Melu, riéndose.
—Tienes razón —Elis examinó al polluelo—. ¿Pero cómo puedo saberlo? ¿Saben algo de búhos?
Maoko y Melu se encogieron de hombros.
—Es muy pequeño todavía para distinguirlo — comentó Maoko.
—Bueno, entonces vamos con otros nombres —Elis tomó al polluelo entre sus dedos y lo miró a los ojos—. ¿Nika? ¿Haru? ¿Yuri?
Ante el último nombre, el ave ululó al tiempo que movía las alas. Elis tomó ese gesto como una señal. Yuri, el pequeño búho, sería el nuevo habitante de la cabaña.
—Te has sentido muy sola —le dijo Melu, acariciando la cabecita de Yuri: era una afirmación, no una pregunta.
—Algo, sí...
Sola e incomunicada, pensó Elis. Llevaba varios días tratando de hablar con Arthur, el padre de Robin, pero sólo el contestador le respondía las llamadas.
—¿Y cuándo vas a volver a clases? —preguntó Maoko.
—No sé. Eso depende del doctor, supongo...
Tampoco tenía muchos deseos de volver, pensó. Nunca se sintió muy a gusto con sus compañeros de colegio. Además, sus días en clases le parecían borrosos, como si hubiesen sido un sueño. Si hubiese tenido que escoger, habría preferido asistir al mismo colegio de los mellizos.
—Tienes que visitar nuestra aldea —le dijo Melu, quien se puso a jugar nuevamente con un cordel entre sus dedos—. Conocerías nuestro bosque, a nuestros parientes...
—¿Por qué crees que le va a interesar eso? —dijo Maoko.
Melu le sacó la lengua.
—A ti no te gusta la gente, pero a Elis sí. ¿Cierto?
Yuri se había acurrucado sobre el pecho de Elis y levantó un poco la cabeza mientras ella se reía.
—Cierto, Melu. Ven, Yuri, vamos a mostrarle a Maoko y Melu nuestro cuarto y la biblioteca. Tal vez haya algo bueno para leer allí.
La joven agradecía no saberse sola en aquel lejano lugar. La actitud de Robin de darle hogar y cuidado hasta encontrar a su hermana era un gesto que valoraba, pero no se imaginaba viviendo así demasiado tiempo. Robin estaba acostumbrado a estar solo, tenía sus ritmos establecidos y pasaba buena parte del día fuera de la casa. Elis, en cambio, estaba obligada a permanecer encerrada en la cabaña, sin nadie a quien recurrir o con quien pasar el tiempo salvo en momentos como aquel, cuando los mellizos podían escaparse de sus obligaciones cotidianas e ir a visitarla. El bosque era un sitio hostil para alguien como ella, criada en tierras más cálidas y libres de animales salvajes, aunque no pensaba admitirlo frente a su tutor por mucho que le pesara.
Antes del mediodía, Maoko y Melu se despidieron, prometiendo regresar al día siguiente. Sin su compañía, las horas transcurrieron monótonas. En la biblioteca, ningún libro llamaba la atención de Elis y la idea de leer los recortes del periódico donde se mencionaba el accidente y las muertes de sus amigos no le causaba ninguna gracia.
Lo más osado que se animó a hacer fue salir al patio y buscar el nido de Yuri. Se preguntaba si el pequeño búho no necesitaría de los cuidados de su madre y empezaba a sentirse nerviosa ante la idea de explicarle la situación a Robin. No podía recordar cómo era el hermano de Derek cuando se enojaba y no quería vivirlo en carne propia. Elis recorrió los alrededores de la cabaña, pero los árboles del sector tenían poco follaje y se veía a las claras que ningún animal podía formar hogar allí.
El aullido cercano de un lobo la asustó, y regresó casi a las corridas al interior de la casa, con Yuri ululando contra su pecho y el corazón latiéndole de forma casi agónica.
¿Por qué le temía tanto al bosque? Elis recordó lo mucho que le gustaba caminar por los senderos, acampar bajo el espeso follaje de un arce y observar osos a la distancia. Ahora, todos los sonidos, sombras y movimientos le parecían amenazantes, como si el bosque fuese el culpable de su tragedia.
Su corazón fue calmándose de a poco. Aceptó que era preferible esperar a Robin y darle parte de lo ocurrido antes que volver al patio y enfrentarse a quién sabía cuántas criaturas potencialmente dañinas. Yuri se lanzó al suelo, aleteando, y corrió por el suelo con la divertida torpeza de un polluelo. Mientras lo perseguía por la cabaña, Elis se tropezó con el teléfono y volvió a pensar en comunicarse con Arthur. Le había dejado varios mensajes en la contestadora, ¿por qué no le devolvía los llamados? ¿La odiaría acaso? ¿Estaría enojado porque Derek había muerto y ella estaba viva? ¿Tal vez le molestaba la idea de hablar con ella y recordar lo sucedido?
Desechó las angustias para otro momento, enfocando su atención en Yuri, que se había escondido en un librero, entre un tratado sobre los árboles de Canadá y una novela de Jack London. El ave pareció protestar cuando Elis la tomó en sus manos, pero se dejó cuidar: era pequeña, indefensa y no tenía a quién recurrir. Elis pensó que tenían tanto en común que sintió una punzada de dolor.
A media tarde, con el almuerzo preparado y viendo que Robin no regresaba, Elis decidió ir a dormir un poco. Dejando la camita de Yuri debajo de su propia cama, se dispuso a descansar y recuperar fuerzas. Estaba resistiéndose a las ganas de llorar, intentando sacar en limpio algunas ideas y pensando en qué sería de su vida si no encontraban a Amelie.
Exhausta mentalmente, se durmió con poco esfuerzo. No escuchó cuando Robin regresó y se acercó a su cuarto para verla descansar. Su mente se había sumergido en un nuevo sueño...
Oía a Robin gritarle a Yuri. El pequeño búho replicaba con llantos tristes y agudos, los mismos que había sentido antes de encontrarlo en el patio.
Robin rugía:
—¿Qué diablos te sucede? ¿Crees que es divertido? ¿En qué estabas pensando? ¿Puedes explicarte? Dime, ¿en qué estabas pensando cuando hiciste esta tontería? ¡Por todos los cielos!
Entonces, el triste ulular de Yuri se desvaneció tras el sonido cristalino y suave de una voz joven y cargada de culpa:
—Por favor, no te enojes. Ella estaba sola, necesitaba a alguien que la cuidara y le hiciera compañía. Conmigo está segura y tú puedes irte a cumplir tus responsabilidades sin problema.
—¿Acaso no te quedó claro? ¡Dije que se mantuvieran a distancia! Eso iba para todos los Guardianes, incluida tú. ¿Y Jacqueline? ¿Ella aprueba esto o también te burlas de su autoridad?
—Lo que haya conversado con ella o no, no es asunto tuyo.
—¡Claro que es asunto mío, porque estás en mi territorio! ¡No puedes abusar de la confianza que nos tenemos si les dije a todos que se mantuvieran aparte!
—Pero hay otros cerca vigilándola...
—Ninguno está aquí, lo sabes. La cuidan desde lejos, ¡tal y como pedí!
—¡Vamos! No puedes dejarla sola todo el día, no es bueno para ella...
Furioso, Robin lo interrumpió:
—¡Es un riesgo! Si te reconoce, si descubre quién eres en verdad, puede entrar en shock. ¿Cómo crees que se va a sentir cuando sepa que todo lo que está viviendo es falso?
—No puede descubrirme. Vine en forma de búho, no de humano.
—Tus ojos no cambian, puede saber quién eres.
—Mis ojos son grises y hay búhos que pueden tener los ojos así de oscuros. Tuve cuidado al elegir la forma adecuada para acercarme a ella. Además, no nos recuerda ni sabe que ahora tengo apariencia femenina.
—Podría hacerlo. Ella podría mirarte fijo y recordar quién eres.
Una carcajada suave inundó el lugar. La dueña de aquella voz joven replicó:
—Ese es tu miedo. Que me reconozca a mí y no a ti. ¿Cierto? Te saca de quicio que te haya visto a los ojos, te haya observado fijo varias veces y no sepa quién eres en verdad.
—Basta. Déjate de tonterías. Lo importante es que desobedeciste mis reglas. Ahora debes irte.
—¿Y qué dirá ella? No puedes decirle que echaste al frío de la noche a una criatura indefensa. Te ganarás su odio, no lo dudes.
Silencio. Se sentía la furia contenida flotando en el aire.
—Bien, quédate si tanto quieres —acotó Robin por fin—. Estarás así hasta que comprendas lo que hiciste. Y cuando le expliques la situación a Jacqueline, yo no saldré en tu defensa.
—No hice nada malo.
—¡Basta, Reuen, de una buena vez! Deja de faltarme el respeto y actúa como el guerrero Protector que debes ser.
El ruido de la puerta estampándose contra el marco delató la partida de Robin. Elis se sobresaltó en sus sueños, pero no despertó. Pocos minutos después, Yuri ululaba bajito en la calidez de la cama que Elis le había armado.
Elis despertó cuando la noche caía sobre el bosque. Le sorprendió verificar que había pasado buena parte del día durmiendo. Sin embargo, lo más llamativo había sido la variedad de sueños que había vivido mientras descansaba.
Luego del sueño de Robin peleando con un Yuri (¿o era una Yuri?) que nada tenía de búho, se internó en una sucesión de imágenes y sensaciones coloridas y diversas. Algunos retazos de sueños anteriores, como el paisaje con los lobos corriendo o la risa cantarina, se repitieron de manera idéntica y se sumaron a otros, como uno breve en el que Elis se veía caminando por el bosque, entre árboles de gruesos troncos y follaje verde brillante, luciendo un extraño abrigo de color dorado que le llegaba al suelo. El entramado de la tela, los detalles bordados, daban muestra de lo costoso de la pieza. Parecía una princesa de tiempos antiguos, escapada de su nodriza para recorrer el bosque lindante a su castillo, pero sabía que su apariencia negaba por completo su verdadera esencia.
En lo profundo de su ser, Elis podía sentir que aquello era un disfraz, una imagen que adoptaba para pasar desapercibida frente a miradas curiosas. Una sensación extraña, similar a la nostalgia, se instaló en su pecho. Había algo que faltaba, detalles que su mente ocultaba por alguna razón. Aquellos sueños parecían muy reales. Demasiado reales.
A lo último, una criatura de pelaje oscuro y largos colmillos se le presentó sin aviso y se lanzó sobre ella, que ahora llevaba puesto un atuendo más bien propio de un miembro de alguna fuerza militar y una reluciente espada descansaba en su mano derecha. La muchacha no se inmutó ante la presencia maligna. Esquivó cada ataque de la bestia con total facilidad, girando y contragirando, dando golpes y estocadas con su espada con una seguridad aprendida en décadas de entrenamiento. Poco tardó Elis en derrotarlo. Siendo sincera, tampoco precisó esforzarse mucho para lograr su empresa. Se sintió segura de sí misma, dueña de su destino.
Cuando levantó la mirada del cadáver del monstruo y contempló el escenario que la rodeaba, se encontró con un muchacho de cabellos negros y ojos verdes que la observaba con seriedad. Iba vestido como ella, sólo que sus manos cargaban una guadaña en vez de una espada. Con un simple movimiento de los brazos, ambas se desvanecieron despidiendo rayos de luz brillante.
—Vamos, todavía queda rastrillar la frontera norte —indicó el extraño.
Elis no había podido apartar la mirada de aquellos ojos cristalinos. Le recordaban a alguien, pero no era capaz de precisar a quién.
Haciendo musarañas de aquellos sueños, Elis se distrajo de las cuestiones que le preocupaban horas atrás.
No intentó volver a llamar a Arthur: su intuición le decía que no importaba cuántas veces lo intentara, él no respondería. Tampoco buscó a la madre de Yuri, convencida de que el pequeño búho estaba abandonado a su suerte y que ella debía cuidarlo. Tal vez alguna fuerza superior había decidido que ella debía fijar cierta atención y esfuerzos a causas que pudiera solucionar, como la custodia de un ave indefensa. Al menos, aquella había sido la explicación de Maoko ante el extraño hallazgo de la cría de búho.
Sin saber qué preparar para la cena, creyendo que Robin preferiría sacar a relucir sus dotes de chef nuevamente, se alejó de la cocina tanto como pudo. En realidad, no tenía hambre, pero estaba segura de que Robin le daría todo un sermón si no se alimentaba como debía. No había almorzado y pasar de largo la cena no era buena idea. Cuando regresara a la junta médica, se preocuparían si la veían delgada. Ya se imaginaba al doctor que parecía un cuervo diciendo que era mejor la alternativa de una familia sustituta ofrecida por los servicios sociales.
Sin nada para hacer, Elis se limitó a sentarse en el sofá de la sala y pensar en sus amigos y hermana. Extrañaba a Derek y Randall con sus bromas constantes. Anhelaba hablar con Selene y Milena y reír por cosas simples. Quería abrazar a Amelie y sentir que pronto todas las angustias quedarían en el pasado. Se permitió llorar por unos minutos, con Yuri adormilado en su regazo. Añoraba la seguridad en sí misma que había sentido en sus sueños.
Todavía no era capaz de asimilar todo lo ocurrido. No se sentía víctima de un accidente: no recordaba detalles abrumadores de la explosión, salvo destellos de luz y un griterío distante.
Si lo pensaba detenidamente, sentía como si alguien le hubiese contado una historia bien armada, pero nada más que eso, una historia. Como si en algún momento fuera posible que los chicos aparecieran riendo y hablando de cosas banales o su hermana la llamara para regañarle porque había olvidado hacer las compras y no había nada para comer.
Los sueños se le hacían, en cambio, tan reales y vívidos que temía contarle todo aquello a su psiquiatra en la próxima sesión. Pensaba que le recetarían todo tipo de fármacos. Y nuevamente, el médico cuervo querría alejarla de Robin. Una posibilidad que no toleraba ni siquiera en pensamientos. Por eso no se había animado a comentarles nada de lo soñado ni siquiera a los mellizos. ¿Y si ellos acudían a los médicos preocupados por su estado de salud?
Necesitaba aferrarse a lo poco que le quedaba de su antigua vida y eso era Robin. Su puente con la apacible existencia que había sabido tener. Guardaba muchos motivos para estar enojada con él, a veces creía que no debía confiar en su persona, pero los hechos confirmaban algo muy distinto. Robin estaba con ella, cuidándola y viendo de ayudarle a regresar con Amelie, el último rastro de familia que le quedaba. Robin la estaba protegiendo de experiencias más dolorosas, como vivir en un hogar transitorio, y eso significaba mucho para ella.
Agradeciendo no saberse tan sola, se enjugó las lágrimas y deambuló por los pasillos de su memoria reviviendo momentos felices, de tiempos lejanos cuando nada era tan complicado. Seguía sintiendo que no eran tan reales como lo creía, mas no ofreció resistencia a la dulce melancolía que le ofrecían.
Sumergida en recuerdos, Elis no escuchó el sonido de la camioneta cuando Robin regresó del trabajo. Se percató de su presencia recién cuando el muchacho se sentó frente a ella con gesto preocupado.
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