CAPÍTULO 11: El Rey Fénix
Se me cayó el alma a los pies. No me malinterpreteis, me daba pena y todo eso que el Rey Fénix estuviese enfermo, pero no era lo que me preocupaba. Sabía que se pondría bien y si no, renacería unos días después joven y revigorizado. Lo que de verdad me importaban eran las plumas apagadas; si no brillaban como fuego puro no valdrían nada y Los Infernales no liberarían al dragón ni aunque les trajesemos mil. Toda la misión habría sido en vano. Ya sé que os parezco una completa insensible, pero es la pura verdad.
Aún así, yo no tenía tiempo para esperar al renacimiento. El Rey Fénix tenía que sobrevivir para conseguir nuestra meta, la única razón por la que Ocaso y yo estábamos allí.
Empecé a sanarle en el instante en el que me recuperé del estupor. Le coloqué las manos sobre el pecho, entrecrucé los pulgares y extendí los otros ocho dedos, creando la forma de un pajarillo sobre el corazón del Rey. Después, me dispuse a "recitar" la palabra que, en el idioma de la magia, significa curación: Sanecuysa. Aquel ritual de sanación me recordó la época en la que Rita me lo enseñó, un tiempo más sencillo (lo sencillo que puede ser un lugar tan surrealista como éste) en el que mi único deseo era aprender. También me hizo pensar en Rita, en los momentos felices y no tan felices que habíamos pasado. Como aquel día que dije Alerria en vez de Aleria y desaté un gas de la risa, o el día en el que pintamos nubes con los dedos, o aquella otra vez... me detuve en seco. Esos momentos geniales serían sólo unos recuerdos más y nunca habría otros, pues la había traicionado. Aunque fuera por una buena causa, el robo de los pergaminos mermaría nuestra relación, hasta el punto de borrarla por completo. Y todo por mi culpa.
Me concentré en mi trabajo, pues sabía que si me dejaba llevar por mis emociones no acabaríamos nunca. Aquello era una emergencia de verdad, no una práctica en el jardín.
"Basta", me reprimí. Respiré profundamente, puse la mente en blanco y pronuncié el conjuro cuidadosamente:
- Sanecuysa- y esperé.
No pasó nada. Pronuncié la palabra repetidas veces con el mismo resultado. Empecé a preocuparme. Normalmente, el hechizo funcionaba en menos de cinco minutos. Y habían pasado quince.
Busqué en mi mente algo que hubiera pasado por alto. Quizá no había colocado las manos correctamente, quizá había cometido un error de pronunciación, quizá... quizá era demasiado tarde. Había fracasado.
No, no podía fracasar. Me vino a la cabeza algo que Rita decía cuando me sentía frustrada: "Si no existe un camino, invéntate uno. La verdadera magia nace de la creatividad, no de unas palabras absurdas". Sin darme cuenta, había empezado a recitar otras palabras, unas que no había escuchado ni pronunciado en mi vida:
- Vitalika enya curie, Vitalika enya curie, Vitalika enya curie...
El aire brillaba como si alguien hubiese explotado una bomba de purpurina gigante, el humo había desaparecido y el cuerpo del rey resplandecía de un color anaranjado brillante. Unos preciosos ojos ambarinos se abrieron de sopetón.
- ¡Menos mal! ¡Está usted bien! Estábamos preocupados- dijeron los cúmulos, dejando la música a un lado.
- ¡Claro que estoy bien! ¡Me siento renacer!- y, mirándome a los ojos, añadió-. Lamicury, ¿ha sido usted quién me ha curado?
- No exactamente, creo que más bien he acelerado el proceso del renacimiento.
- Da igual, el caso es que me has ayudado y mereces una recompensa.
Dudaba si pedirle unas plumas, me parecía algo descortés, pero era necesario. Por suerte, Ocaso tomó la palabra:
- En realidad, habíamos venido a pedirle algo. Unas plumas, para ser exactos.
- Y tú, ¿quién eres, hadita?
- Me llamo Ocaso, soy la guardiana de la Lamicury. ¡Y no me llames hadita! ¡Es despectivo!
- Lo siento, señorita Ocaso- el Rey Fénix parecía intimidado. Es que, a pesar de su minúsculo tamaño, Ocaso imponía por la seguridad en si misma que irradiaba y por lo tajante que era a veces-. Ahora te doy lo que me has pedido.
Sin pensárselo dos veces, el Rey se arrancó dos plumas brillantes del ala (con una mueca de dolor en su rostro de ave, claro) y se las tendió a Ocaso, quien a su vez me las tendió a mi (no me extrañó; las plumas de puntas rizadas eran el doble que ella).
- Pero falta algo... Había otra cosa que debía darle a la Lamicury...- murmuraba el Rey Fénix como si nosotras no estuviéramos delante-. ¡Claro!- exclamó de repente-. A la Lamicury hay que entregarle la lámina de la Lamicury, obviamente.- y dirigiéndose a nosotras, añadió-. Lo siento, últimamente tengo la mente más dispersa que la niebla al mediodía.
Y, sin más dilación, el Rey se fue revoloteando hacía un cuarto situado en la parte trasera de la habitación. Abrió, una especie de caja fuerte flotante y descubrió que estaba... vacía.
- ¡No puede ser! ¡Esto no es posible! ¡Avisad a los guardias! ¡La lámina de la Lamicury ha sido robada!
Los guardias parecían un pelín confusos. Uno de ellos, un ángel alto, rubio, bronceado y cuyos musculos estaban bastante bien tonificados, cuyos ojos brillaban de un azul cielo y cuya sonrisa era cegadora (¿qué si era guapo? ¡Yo no me fijo en esas cosas!), decidió hablar:
-Se ...señor,...Su...Majestad...fue usted quien ordenó abrir la caja fuerte, cuando aquella muchacha de pelo negro vino de visita. Si no recuerdo mal, fue unos días antes de que usted cayera enfermo.
- ¡Eso es imposible! ¡Yo no he ordenado que la abrieran!- respiró hondo-. Aiden, tráeme las grabaciones de la cámara 387, deprisita.
Así que el ángel guapo se llamaba Aiden... (¿qué yo he dicho guapo? ¡no es verdad! ¡os lo habréis inventado vosotros!).
El caso es que Aiden partió hacía un saloncito que había en el ala izquierda del palacio. Volvió en un santiamén con unas cintas VHS en su mano (ya lo sé, nadie usa VHSs, ¡pero oye, al menos tienen tecnología! Es, literalmente, el primer objeto que funciona con electricidad que he visto en días).
- Una preguntita, ¿tenéis algún enchufe o algo para cargar mi móvil?
- ¿Qué es un enchufe?
- ¿Qué es un móvil?
- ¿Y cómo hacéis que las VHS funcionen si no sabéis que es la tecnología?
- Fácil, con magia- dijeron Fénix y Aiden a unísono, como si eso lo explicara todo.
Claro que, aunque cargara mi móvil, no habría cobertura en ninguna parte, así que dejé de intentarlo.
Después de esta discusión absurda, Aiden colocó la cinta en un pedestal y, acto seguido, un haz de luz iluminó la sala.
Estábamos en la misma habitación, pero había algo distinto, algo irreal. El Rey Fénix estaba sentado en su trono con aire aburrido. Un segundo, ¿no estaba el Rey a mi lado en ese instante?
- Es una simulación- me explicó Aiden- está proyectando lo que el ojo cámara 387 vio aquel día.
Bueno, eso explicaba la razón por la que el Rey Fénix estaba en dos sitios a la vez.
Decidí prestar más atención a la escena (quería pillar al ladrón, ¿OK? No es que los ojos de Aiden me pusieran nerviosa ni nada).
En un momento dado, una muchacha alta, de tez blanca como la nieve y cabellos negros como la pez entró en el salón. Me resultaba familiar, no sé porque.
La chica le dio la mano (o el ala, no sé como decirlo para que sea correcto) y le susurró algo al oído. El Rey entornó los ojos y la guió hasta la parte de atrás de la habitación, donde la caja fuerte estaba.
La imagen desapareció.
Estábamos de nuevo en la sala del trono real, confusos. El Rey Fénix despotricaba contra todo el que se meneaba, pero yo no le prestaba atención. Me devanaba los sesos en busca de quien era esa chica. Me sonaba de algo, pero no sabía de qué.
- ¡Me envenenó, esa es la única explicación! ¡Me clavó una mini aguja en la palma del ala, mi hizo alucinar y, cuando tuvo lo que quería, me dejó para que su veneno hiciera el efecto completo y me matara!
- Y no recuerda ni su nombre, ¿no es cierto?
- ¡Le digo que no lo mencionó! ¡Sólo recuerdo su vocecilla en mi oreja! Yo manejaré los hilos, no soy una marioneta; me mostrarás el camino, me llevarás a la meta, es lo único que recuerdo.
Ding, ding, ding! Esa frase era la clave. Es el conjuro que inventé de pequeña para que mis padres me llevaran al parque, que para ellos era una pérdida de tiempo y no entendían como a una niña le podía gustar jugar. Típico de mis padres, no entenderme. En esa época estaba muy sola, aún no conocía a Daphne y jugaba con...
- Ya sé quien es la chica- respiré hondo-. Poppy, mi antigua amiga imaginaria.
- Esa soy yo- dijo una voz a mis espaldas.
***
¿Qué, os está gustando mi novela? Quiero deciros que a partir de ahora publicaré los sábados, espero que no os moleste. Es mi primera novela, y no pensé nunca que la leerían más personas que un par de conocidos y un par de curiosos. ¡Llegué a pensar qué no superaría el número total de 100 hasta haber escrito 25 capítulos! Muchísimas gracias.
No me enrollaré más. ¡Que disfrutéis de vuestras vidas! ¡Hasta la próxima semana!
¡Soñar es gratis, pero es lo mejor que hay!
Mireia Gurpegi
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