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•|•V•|• OCHO

Lapiz y papel por favor, voy a darles una lección importante. Lo único importante y que deben hacer posible.

“Contactos”

No María, no me refiero a la acción de tocar.

Redes, amistades, conocidos: esos son los contactos y eso va a ser lo más importante que tendrán que conseguir a lo largo de su vida. Marco, no me importa que seas el chico más introvertido del puto planeta, debes hacer contactos. Conseguir manos ayuda. Tampoco quiere decir que entrarás a los trabajos con muñeca o enchufe como suelen decir de donde vengo. Sin embargo, necesitas conocer personas, hacer contactos, que vayan a tomar café o les deban un favor, con eso basta.

¿Por qué les digo esto?

Fue lo primero que le enseñé a Teodoro y el maldito había hecho bien escuchándome. Tenía contactos en el gobierno que si bien no le darían la información que quería podían darle una mano. Esa noche, después de llorar con lágrimas secas le pedí a mi mejor amigo que me ayude a salir de ahí. El bastardo no respondió mis llamadas anteriormente porque había perdido su celular en un viaje de investigación.

Ya estaba en la ciudad y estaba moviendo sus contacto para poder sacarme de ese pueblo.

—¿Qué haces?

No guardé mi celular, sería sospechoso, solo fingí que estaba viendo algo importante mientras lentamente cambiaba de pantalla hacia el navegador. Podía escuchar los pasos de Franco acercarse así que evité ponerme nervioso.

—Veo el clima —indiqué con seguridad al instante—. Parece que hará mucho sol, no hay que olvidarse del bloqueador.

—Pero si todo está nublado.

Elevé mi mirada hacia la ventana y definitivamente se acercaba una tormenta. No importaba, incluso si mi mentira fue descubierta no podía solo aceptarlo, sería demostrar debilidad. Giré la mirada hasta Franco. Desde mi baja posición sentada, su presencia se hizo más que todo amenazante, pero yo enderecé la espalda y le di una leve sonrisa. Podía escuchar en la pieza inferior a Cielo viendo algunas caricaturas.

—Quizá ya se despeje, entonces.

Cuando se inclinó para ver mi celular yo hice lo que tenía que hacer. Quise cubrir su rostro con el mío, hacerlo pasar como un accidente, pero calculé mal. Cuando hice mi maniobra ambos nos quedamos paralizados. Por tema de reflejos, los míos fueron tarde por lo que la cabeza de Franco estaba adelante, cerca del teléfono. No veía la pantalla porque mi nariz y labios estaban clavándose en su mejilla. No salió como esperaba, pero no me quejaba.

El se alejó de inmediato como si el tacto quemara. Podría haberme sentido ofendido, pero fue como ver estrellas con ese simple toque. Algo cálido se instaló en mi pecho y juré ver por el reflejo de la ventana mis ojos brillar en un destello. Voltee a verlo y él estaba pálido, todo lo contrario a lo que yo había sentido, supuse. Carraspee la garganta, me levanté de mi asiento y solo salí de la habitación.

—Hay que evitar esto.

Me detuve cuando habló. Quería recuperar un poco mi orgullo, pero cuando voltee a verlo, se notaba decidido, como si ni siquiera quisiera verme. Podría lamentar mi situación.

—Si seguimos por este camino va a ser muy difícil —susurró algo más, pero fue tan bajo que no pude oírlo—. Procuraré mantenerme lejos, haz lo mismo.

Ese era el momento perfecto para escapar, tomar lo poco de dignidad que me quedaba y marcharme. Me habían rechazado incluso antes de enamorarme. Lo peor es que dolía. Cada palabra que ese sujeto decía estaba hecha para matarme. Lo prefería más de mascota, era más sincero.

Cualquiera habría salido de la habitación, pero estaba bajo tensión, y yo en ese modo no funciono como debería. Por eso corrí hasta él y lo empujé hasta tumbarlo en la cama. Mis piernas se prendieron a sus caderas y mis manos fueron a sus hombros, quise apuntar al cuello, pero malos cálculos. Mis lente salieron volando por algún lado, pero caímos en la cama. Franco era muy fuerte podría haber evitado esa escena, pero la sorpresa lo arrastró conmigo.

Acomodé mis manos en sus hombros y me senté en su pelvis queriendo ver un poco más de aquel rechazo. No conocía la razón, solo actuaba de forma impulsiva cuando estaba nervioso.

Quería sentir una vez más aquel choque eléctrico y sucedió cuando mis manos tocaron su mejilla. Sonreí por el hormigueo en mis palmas. Todavía necesitaba probar un poco más. Bajé la cabeza hasta que mis labios tocaron su mentón. La misma sensación se instaló en mi boca y bufé. Era divertido. Una sensación que nunca antes había experimentado. A veces se me dormía la pierna cuando estaba demasiado tiempo jugando, pero aquello era diferente. Con cada toque un calor se instalaba en mi pecho.

Mis dedos perdieron el hormigueo así que volví a tocar su mejilla, con ambas manos al mismo tiempo. Era divertido, empece a reir bajito. Era como un experimento para mí.

—Vas a matarme.

La voz de Franco me hizo acuerdo de que estaba sobre él, experimentado con ese poderoso hombre que se podía trasformar en lobo. Mis ojos se elevaron hasta chocar con los suyos y noté sus mejillas rojas mientras la vena en su cuello se notaba al igual que todas la venas de sus brazos, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo.

—Solo una más.

Quise sentir lo mismo en mis labios así que volví a presionarlos contra la mejilla de Franco escuchando el sonido fuerte de su respiración.

—Sí, bien, ya tuve suficiente —dije alejándome.

Sus manos me lo impidieron. Tomó mi cuello e hizo que volviera a estar sobre él, con mi cabeza apoyada en su cuello. Su temperatura era mucho más caliente que antes y quise levantarme, pero decidí no hacerlo cuando sentí una presión bajo mi trasero. Aquello podría romper una roca por lo duro que estaba y sabía que Franco también estaba avergonzado por ello, evitando que voltee a verlo.

—No te muevas —ordenó él. Su voz salió más ronca.

Joder, esa voz.

Fue como escucharlo varios tonos más bajos de su tono habitual. Aquello no era bueno para mi sistema porque un escalofrío me mandó a reaccionar del mismo modo. Era humano y aquella voz era por sobre todo atrayente.

—Eres caliente —susurré sin pensar.

Señor Jesús, te pido todo menos otro vómito verbal ¿no sufrí demasiado con mi nombre?

Aunque sí lo era. Era fuerte, sus músculos daban esa seguridad de que podría cuidar, proteger y hasta cargar una empinada montaña a su pareja, punto para él. También su jerarquía, era el jefe de toda una manada de lobos o algo así había dicho Valery. Además estaba esa voz tan fuerte y ruda que en ocasiones, o al menos solo una se volvía ronca y era para cualquier precoz. Habían puesto todo lo bueno en él.

—Si tú te vieras —susurró él. Que dejé de hablar por favor. ¡¡¡Su voz!!!

Yo solo era alguien delgado y sin nada que agarrar. Ojos negros, nada fuera de lo común y cabello castaño que necesitaba de un corte pronto. Ya hasta podría hacerme una media cola si es que estiraba mi rostro como las madres solían hacer cuando peinaban a sus hijas. Por sobre todo ello estaban los grandes y gruesos lentes que volaron de mi rostro en algún momento de la persecución barra ataque.

Me separé lo suficiente para verle el rostro. Sus ojos estaban llorosos y las venas de su cuello sobresalían. Su clavícula y mandíbula estaban marcadas y la polera que usaba dejaba a la vista la musculatura bien definida que poseía. Sus ojos dorados brillaron en rojo por un segundo. Hasta que unos cuadernos cayeron tras de nosotros. Nos observamos asustados y ambos, al mismo tiempo y de forma lenta volteamos hacia atrás.

El gato estaba sobre la mesa. Lanzó los libros para hacer espacio para echarse.

Suspiramos al mismo tiempo hasta que escuchamos los pasos de la pequeña niña acercarse a la habitación. Nos separamos al instante, el susto había bajado la calentura. Para cuando Cielo estaba en la puerta Franco fingía dormir mientras yo estaba en mi silla intentando leer algo en mi celular.

—¿Hay helado? —preguntó ella con voz dulce y yo no pude evitar sonreír ante su ternura.

—No puedes comer helado, es malo para los dientes —alegó Franco todavía con los ojos cerrados.

—También es malo contener ciertas reacciones fisiológicas, pero nadie dice nada al respecto —susurré.

Franco se levantó de golpe de la cama y su mirada era de una mezcla de odio y culpa. Ya sabría por donde atacar al maldito.

—Claro que puedes comer helado, querida —dijo él con una sonrisa fingida.

—Eso pensé —completé mientras caminaba junto a ellos a la cocina.

Franco tenía a la niña sentada en la mesa a lado de la cocina mientras él sacaba el litro de helado. Yo le pasé los platillos y cucharillas. Cielo se veía feliz con aquel momento, sus pies se balanceaban cada cierto tiempo y hablaba de cualquier cosa a su padre que solo asentía hacia ella dándole a notar que la escuchaba. No lo culpaba, la niña decía las frases con tanta prisa que ni yo podía seguirle el paso. Primero estaba hablando de sus amigos y después terminó por hablar de la importancia de cuidar las plantas.

Me apoyé en el respaldar del sillón observando a la pequeña familia. De esa forma, Franco no lucía tan intimidante, era más como una gran masa de cariño. Como un osito cariñosito. No le digan que pensé eso de él.

Me pasaron el helado de vainilla y chocolate con una galleta de decoración. Franco también puso un poco de coco y bananas en el platillo y yo solo quise aplaudirle porque no era el pésimo papá que parecía.

—¿Pueden comer chocolate? —pregunté antes de que empezaran a comer. Los dos voltearon a verme—. Es decir, son...

Nos quedamos observando unos segundos.

—Son grandes seres humanos.

—Sí, claro —indicó Franco empezando a comer de su platillo de helado.

En el tiempo que me quedé dentro de esa casa, porque no me dejaban salir, me di cuenta que la pequeña era muy educada. Comía sin ensuciarse, procuraba comer saludable, jugaba y hacía sus tareas a la hora. Como un pequeño robot. Por eso me sorprendió verla con helado de chocolate en su camisa celeste. Su pantalón también tenía algunas gotas de su error y a su lado el gato comía del plato de ella. Un accidente que nadie vio venir.

Franco por supuesto que estaba enfadado. Ya podía distinguir eso en su rostro seco.

Se levantó con los puños cerrados, dejó su platillo en la mesa de la sala y su metro noventa se alzó por sobre los pocos metros de su hija. Cielo bajó la mirada al ya saber la regañada. Yo cerré los ojos esperando lo peor. Sin embargo recordé la debilidad del hombre así que pude hablar con confianza y tranquilidad.

—Es una mancha y ya, se lava —agregué sin dejar de comer mi helado. Ignoré el momento en el que Franco volteó a verme, más enfadado que antes.

—Ella sabe modales.

—Pero también sabe aceptar cuando cometió un error ¿verdad, cariño? —giré la vista hacia la niña preguntándole y ella asintió— ¿Ves?

—Es mi hija, no puedes...

Me levanté y caminé hasta ponerme delante de él. Alcé una de mis manos hasta posarla en el medio de su pecho, sintiendo los poderosos latidos de su corazón. Tragué un nudo de saliva ante tal calor que emanaba de él, pero no pude distraerme. Alcé la vista hasta chocar mi mirada con la suya y logré lo que quería.

Franco se distrajo y volteó a otro lugar, olvidando el accidente de su pequeña.

Sonreí victorioso.

—¿Cuál es la solución al problema de tu error, Cielo? —pregunté sin voltear a verla, sentía que si apartaba la mirada de Franco es como si soltara a una bestia.

—Lavar la ropa y cambiarme —respondió ella.

—Bien hecho, cariño —le respondí—. ¿Puedes hacerlo sola?

—Sí —Cielo se escuchaba más segura y contenta—, ya soy grande.

—Entonces ve.

Los pequeños pasos de la niña resonaron en la sala hasta perderse en el segundo piso. Yo sonreí y quise alejarme, pero la mano de Franco tomó la mía, de forma violenta y fuerte. Su agarre me dejaría una marca. No le había gustado el truco realizado con él.

—No tienes idea de lo que haces —dijo.

Su mano libre se cerró en mi espalda y me acercó a él, hasta que pude escuchar el sonido de su corazón y el coraje en su respiración. Sabía que había arriesgado demasiado en esa jugada, pero no podía dejar que le gritara a la niña cuando ese error solía pasar hasta a los adultos.

—Suéltame —ordené y posteriormente soplé en su cuello.

Se alejó de golpe. Ya sabía su debilidad, podría continuar con lo mío.

—Si ya dejaron de jugar a la casita. —Valery estaba dentro de la casa. Fue sigilosa al entrar o nosotros estábamos demasiado ocupados en lo nuestro. —Señor, hay problemas en la familia Briane.

Franco asintió ante aquella información y salió de la casa tan rápido como pudo. Yo me quedé unos segundos observando a Valery que observaba la casa con sigilo hasta detenerse en el gato que se bañaba en el posabrazos del sillón. En cuanto cruzaron miradas, Frutilla le rugió y salió escapando escaleras arriba.

—Es algo huraño, pero cuando...

—No te acostumbres acá —soltó ella, interrumpiéndome.

Ladee la cabeza y ella hizo contacto visual con migo. Su sonrisa de lado me dio escalofríos.

—Acabo de descubrir tu secreto —dijo antes de salir de casa.

Debía empacar mis cosas.

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