•|•V•|• CINCO
¿Recuerdan que les dije que cuando estaba en una situación de mucha presión soltaba oraciones como si fuera vomito incoherente?. Estoy seguro que lo recuerdan.
Pues, cuando me desperté y vi a Franco, el licenciado, cargarme al sofá solo se me ocurrió decir una idiotez.
—Comiste croquetas de perro.
Posterior volví a perder la consciencia.
No era mi culpa, mala alimentación de niño, más mala alimentación de adolescente hicieron que tuviera una anemia interesante. No soportaba muchas cosas. Por eso mi trabajo ideal era en una oficina, sin demasiadas emociones y con la tranquilidad de una rutina. Solía desmayarme seguido .
Cuando alguien te diga que te comas las espinacas, debes comerte las espinacas.
Desperté cuando ya era de mañana. Estaba en el sofá, todavía acostado. Mi cuello crugió cuando me enderecé. Mala posición. Los sofás no estaban diseñados para dormir y mucho menos si ya tenías una edad avanzada como yo. No estaba tan viejo, pero tuve malas costumbres a lo largo de mi vida. Como no hacer ejercicio.
Frente a mí estaba Franco. Me observaba con su cara de póker como siempre. Apostaba que no sonrió en toda su vida y si lo hizo pobre del que tuvo que ver escenario más traumático. Detrás de él estaba Martha. Ella tenía el cabello largo atado en una coleta alga. Igual lucía como si odiara a todo el mundo. Su delgado cuello tenía algunos puntos que escondían un tatuaje y sus grandes ojos azules no dejaban de verme. Algo que no difería con su amigo.
El encapuchado estaba con un corte militar que marcaba mucho más su cabeza de huevo, con razón usaba capucha. Su piel era algo bronceada y su perfecta nariz lucía como si no hubiera peleado en toda su vida. Él era diferente porque quería lucir serio, pero sus ojos cada cuando se desviaban a la pared desde donde se escuchaba el maullido del gato de mi vecina. Era apenas un niño.
—No luce enfermo —indicó Martha al verme de cerca. Su rostro estaba a centímetros de mi nariz y juré haber escuchado a Franco soltar un gruñido bajito. El otro niño dio un bufido que no pasó tan desapercibido—. Podemos irnos.
—No.
Una buena porción de la mañana se la pasaron discutiendo. Los dos niños querían que Franco se fuera con ellos a donde fuera. Entre las oraciones más repetidas estaba el de “Cielo lo está buscando” y otra cosa con que lo necesitaba. Tal vez él la abandonó y se escondió en forma de lobo para no hacerse cargo del sentimentalismo de un corazón roto. Ella quizá estaba sufriendo tanto por eso que llamó a Martha y Miguel (nombre inventado por mí) para que vinieran a buscarlo y así arreglar su situación amorosa.
Debía dejar de ver novelas mexicanas.
En algún punto yo les ofrecí leche con cereal y lo comieron a gusto mientras seguía discutiendo. Soy un buen anfitrión, aunque con cuatro personas dentro mi casa se hacía mucho más pequeña. No iría a trabajar así que me senté en el suelo en el círculo de discusión que ellos habían armado. Franco estaba a mi costado y Miguel en el otro. Martha estaba frente a nosotros.
Mientras los tres discutían yo veía todo mientras comía directo de la caja de cereal. El producto pronto vencería así que debía terminarlo.
—No puedo solo dejarlo. Ya está involucrado hasta los huesos —alegaba Franco y yo lo veía fijamente.
—Pues hay que matarlo para que no corra peligro —ofreció Martha y yo volví la cabeza para verla.
—Es importante que nos vayamos. No solo Cielo, todos necesitamos tenerlo en el territorio —reclamó Miguel y también lo seguí con la mirada.
Lo que pude enterarme del chisme era: Franco era el líder de todo lo que investigaba. Cielo era alguien que lo estaba buscando bastante que hasta lloraba en las noches. Donde sea que ellos vivían estaba lejos de la ciudad y no parecía que hayan celulares como para que la clamada Cielo pueda contactarlo directamente. Martha y Miguel eran como las manos derechas de Franco.
Ah sí, y yo estaba en peligro. Nimiedades.
—Sabes muy bien lo que pasaría si muere.
Por primera vez vi alguna expresión en Franco, lucía casi enojado. Su rostro seguía siendo inexpresivo, pero la vena en su oscuro cuello saltó al decir aquellas palabras. Martha se encogió en su sitió y bajó la cabeza, se veía como un perro arrepentido. Quise reír, pero la tensión no me dejaba. Miguel alzó la mano y cubrió a su compañera de la furia de Franco. El niño tenía agallas.
—Si deja de investigar, ya no estará en peligro —indicó Miguel. Quería lucir tranquilo, pero un leve tic en la pierna lo delataba.
—Estuve en su departamento mucho tiempo, mi aroma está impregnado —Franco retrocedió hasta volver a sentarse y cruzó los brazos—. Incluso si limpiamos bien, el aroma seguirá como una semana más. Los omegas van a buscarlo.
Bajé la cabeza con disimuló hasta mi axila y verifique que siguiera oliendo a mi desodorante. Todo bien. No encontraba algún otro aroma más que el mío y el perfume que muy pocas veces usaba. Un regalo de mi hermana.
—No puede estar más tiempo acá, señor. Su manada lo necesita. —Martha volvió a ser la misma chica que odiaba a todos.
—Tal vez podamos encontrar una solución —alegó Miguel.
—Tengo la solución. —Franco volteó a verme y yo escupí un cereal por el susto. Por suerte lo agarré con la mano y volví a comerlo. — Voy a llevármelo conmigo a la manada.
Escupí una vez más mi cereal. No lo levanté esa vez. La mirada de los otros dos se centró en mí y así estaba una vez más la presión.
—Un cafecito primero ¿no?
Quisiera decir que estaba siendo serio, pero no podía. Miguel estuvo a nada de reírse y volteó la cabeza para que nadie pueda ver su expresión. Martha me observó unos minutos preguntándose si es que lo que decía era verdad o solo una broma. Por otro lado Franco solo me observaba con sus ojos miel. Serio como siempre y con los brazos cruzados.
—No era una pregunta, Kwami —dijo él.
No, no malgastes mi nombre. Ni siquiera tienes que usarlo.
—Bien —me levanté y sacudí mi ropa—. Iré a preparar café.
Esa vez Miguel no pudo contenerse y soltó una gran carcajada, que si estuviera en otra ocasión la hubiera secundado. Me limité a caminar a la cocina mientras presionaba llamar para contactar a mi mejor amigo. Necesitaba que me ayudara en ese aspecto. No podía solo. Incluso aceptaba que solo me escondiera hasta que los lúnaticos mágicos hombres lobo de afuera se retiraran de mi casa y olvidaran mi existencia. Incluso si solo lo hacían para asustarme no era nada agradable.
Escuché los pasos de Franco tras mío. Era un hombre grande por supuesto que su caminata se escucharía hasta cuatro pisos abajo.
—Sé que la mayoría de las cosas que pasan en tu vida las tomas como una broma, pero esto no lo es —dijo él tras de mí por lo que no pude ver la expresión. Solo seguía llenando mi caldera eléctrica con agua de grifo—. Lo que mató a varias personas e intentas investigar ya está tras de ti.
—¿Cómo saben eso? —Me di la vuelta para verlo después de encender mi caldera eléctrica, luego lo pensé mejor. —Mejor no me expliques nada, ni siquiera sé si estoy bien con la información de que tuve un hombre lobo en mi casa por una semana entera. Ni siquiera sabía que los hombre lobo existieran.
Me empujó por los hombros hasta la única silla que tenía en mi cocina. Me sentó en ella y luego él se puso de cuclillas para estar a mi altura e incluso así me sentí pequeño. Franco era una bola de músculo y carne, yo solo era una masita de pijama desarreglada, risos desordenados y unos lentes extremadamente gruesos. Por suerte eran de goma por lo que dormir con ellas no era un problema, aunque a veces solía ser peligroso.
Apoyó su mano en mi hombro y en sus ojos pude notar algo parecido a la culpa. Como si esta situación también se hubiese escapado de sus manos.
—Nosotros los cambiaformas solemos tener un compañero o compañera escogida por la luna, o algo así eran las leyendas. Hace mucho que no pasaba esto. —Intentó explicar mientras apoyaba su cuello en su mano libre y soltaba un bufido al dejar caer su cabeza hacia atrás. —Es peligroso porque cuando se encuentran sí o sí deben permanecer juntos o nuestro lado animal enloquecerá y nosotros perderemos todo sentido común.
—¿Crepúsculo?
—Hay omegas —ignoró mi comentario, tsk, grosero—. Son aquellos que han perdido sus compañeros. Enloquecen y son bastante agresivos. Ellos han cometido los anteriores crímenes. Mi trabajo es capturarlos y aliviar su sufrimiento. Pero por eso sé lo peligroso que es para mí alejarme de ti en este momento ¿me entiendes? Por algún motivo que me hace reír de coraje, la luna hizo que seas mi compañero.
No se veía feliz. Era más o menos como frustrado y enojado al mismo tiempo. Aunque estaba adivinando sus sentimientos, con esa cara de poker que se cargaba, era difícil saber lo que pensaba.
—¿Brillan en el sol?
—Por favor, debes tomarlo en serio —gritó él mientras se alejaba de mí—. No es la maldita película, los vampiros ni siquiera existen.
-—Entonces no brillan en el sol.
Se fue.
Era lo mejor. Mis manos estaban temblando. La información que tenía era todo lo que buscaba para mi nota. Solo que había un detalle. ¡Nadie en todo el mundo creería tal idiotez! Me encerrarían en un psiquiátrico. Además, ni siquiera yo podía lidiar con toda esta mierda. Debía irme a la tierra de ese licenciado solo por su propio bien, porque vi en varias novelas y aquello no era una propuesta de amor, ni se acercaba. El sujeto solo me quería llevar con él porque sin mí enloquecería o algo parecido.
No era lo de: si te vas enloqueceré, romántico que veía en las series. Era del tipo. Lastimosamente necesito que me acompañes para que pueda seguir vivo y cuerdo. Yo ni siquiera pedí participar. Creía que para entrar al juego siquiera debías saber que este existía.
Estaba temblando por el miedo. Teodoro me metió en un tema que nadie podría masticar ni creer. Caminé hacia la caldera cuando el brillo se apagó. Alisté unas cuatro tazas para servir café mientras mi mente estaba pensando en la forma más fácil de huir de todo ello. Escuché los pasos en la pequeña sala. Podía jurar que también oí algunas ruedas.
Las ruedas eran de mi maleta. Los tres estaban metiendo mi ropa y demás en ese pequeño cubo. Ni siquiera habían escuchado mi negativa y estaban seguros que los seguiría.
Es decir, los iba a seguir, pero igual estaba ofendido.
Tampoco tenía más alternativa. Hasta la chica me ganaba en musculatura. Con una flexión de sus brazos me romperían el cráneo. ¿Estaba exagerando? Sí, pero era necesario para que entiendan mi punto. Estaba asustado de ellos y un tanto curioso también. Si podía sacar fotos o evidencia que demuestre que son reales entonces no perdería mi trabajo.
—También mis tenis de senderismo —ordené.
Nunca en mi vida había hecho senderismo. Ni siquiera supe la razón de tener aquellos zapatos, pero ahí estaban y me encantó decir aquella oración y más cuando les mostré la caja conservada en la que las guardaba. Estaba seguro que su manada sería un pueblo de rocas así que necesitaría comodidad en un ambiente tan hostil. Claro que en cuanto viera la oportunidad escaparía, pero nadie debía saber eso.
En cuanto pensé aquellos los tres voltearon a verme y yo sonreí saludando. No leían la mente, estaba seguro de ello. Debía ser otra cosa para que puedan descubrir mentiras y todo eso. Ya después averiguaría. Era un viaje de negocios, le diría eso a mi jefe. Tampoco era mentira, los seguiría para obtener pruebas.
Fueron los primeros en salir y yo planeaba seguirlos. Vi mi pequeño departamento vacío y pensé en lo mucho que ya lo extrañaba. No era un hombre de aventuras. Los seguía más por el miedo. Sin embargo, en esa pequeña casa hice mi hogar y me sentía seguro. No quería meterme en ese lío, pero para mi mala suerte ya estaba hasta el cuello.
Cuando estaba por alcanzarlos mi vecina también estaba saliendo con un equipaje. Ella sonrió al verme y luego bajó la mirada hasta mi mano que sontenía una de mis maletas, entonces la sonrisa se le borró y el gato en su mano maulló.
—Señora Mendoza, ¿también saldrá de viaje?
—Mi nieta tuvo un accidente de auto.
La mujer anciana tenía una familia que solo la llamaba cuando les era conveniente. Ella se quejó algunos días conmigo y yo la escuché. Si tuviera la oportunidad de ir a hablar con mis padres los iría a visitar seguido. La suerte que tienen algunos me causaba envidia. Ella era agradable y cocinaba de maravilla.
Lo malo, me había comentado que sus nietos eran alérgicos a los gatos.
—Planeaba pedirte que cuidaras a frutillita, pero veo que también saldrás —se veía preocupada. El gato era su única compañía.
—Tal vez otro vecino pueda cuidarlo —ofrecí cargando al gato. El animal era huraño con todos menos con los que conocía.
—A la mayoría no le gustan los gatos y uno de ellos amenazó con envenenarlo si lo veía en su ventana una vez más.
Bajé la mirada hasta el primer piso donde los tres sujetos caminaban hasta la avenida. Luego volví la vista hasta el gato naranja y este maulló mientras empezaba a ronronear. Sus ojos se hicieron negros y a mí me dio un ataque de ternura. No podría dejarlo ahí.
—Si me presta el carro para transportarlo podría llevármelo.
—¿No te será molesto?
—Lo cuidaré. Sabe que su gato me encanta.
—Muchas gracias, Hijo. Te traeré algunos recuerdos.
El carro para transportar al gato consistía en su caja transportadora al cual el mecánico del piso de abajo le agregó cuatro ruedas para que sea fácil de cargar. Frutilla era pesado, pero era un encanto y cuando lo metían en su jaula se dormía comprendiendo que estaba de viaje. La señora lo educó adecuadamente para que no le dé problema a los demás vecinos. En una mano estaba el asa del carro y en el otro mi pequeña maleta.
Les di alcance mucho más rápido de lo que pensé. Me estaban esperando en una esquina con un coche aparcado. Era pequeño, pero suficiente para transportar a cuatro más las maletas. En cuanto vieron mi bulto extra los tres se tensaron.
Sabia que nos les agradaría la idea. Eran perros y gatos. Sin embargo, no podía dejar a Frutilla en manos desconocidas.
—Bota esa cosa —ordenó Franco señalando al gato.
Yo lo miré ofendido, con la mano en el pecho y la boca abierta. Podría hacer un drama, pero recordé que me atemorizaban y estuve a punto de obedecerlo. Claro que no lo hice, el gato y yo eramos un combo.
Negué y vi el ceño fruncirse de los tres a la vez.
—El animal no va a entrar a mi auto.
Martha y su auto parecían ser muy exclusivos.
—No es que vaya a dejar más pelo del que los perros botan.
Juro por lo que más amo en mi vida que no quise decir eso. Salió como vómito verbal. De todos modos fue muy tarde, los tres se pusieron tensos y se observaron entre sí. Franco, al ser el líder soltó un suspiro y frotó el puente de su nariz. Sabía que lo estaba enloqueciendo. Tenía esa habilidad. Ni idea de donde la heredé, pero servía cuando necesitaba algo.
—Botalo, no nos llevaremos al gato —soltó Franco entrando al auto. El idiota estaba seguro que le obedecería.
—No —grité.
Franco se detuvo a medio camino y volteó a verme, estaba enfadado. Había logrado enfadarle lo suficiente como para notar la vena en su cuello y en su frente. Podría correr.
—Al parecer sí podremos matarlo —indicó Martha algo contenta.
—No. —Me puse firme en mi puesto, casi me recordó a mi servicio militar. —Hasta el momento no les he cuestionado más de lo debido. No refuté cuando me sacaron de mi casa y mucho menos grité cuando me soltaron toda la mierda de hombres lobo. Creo que tengo un comportamiento ejemplar para estar en una situación en la que pusieron mi mundo de cabeza. Yo siempre digo. Si van a mandar mis creencias a la mierda al menos avisen.
—Ve al punto —indicó Franco.
—Merezco llevarme al gato por mi buen comportamiento. Los estoy siguiendo a quien sabe donde. Quizá son traficantes de órganos. No lo sé, pero les estoy siguiendo con tranquilidad así que al menos denme la oportunidad de llevarme a este felino conmigo. Es una parte de mi antiguo hogar.
—Tú lo cuidas —advirtió Franco—. Donde vamos, comen gatitos como él.
—Pues de donde vengo, disparamos a quien coma gatitos.
Tampoco quería decir eso. Ni siquiera tenía un arma. Ya alguien quíteme la lengua.
Franco soltó un bufido que juraba era una sonrisa.
—Ya empieza a conducir, Valery.
Al menos ya conocía el nombre de uno de los integrantes. Martha era Valery. Licenciado era Franco y Miguel seguía siendo Miguel.
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