•|•O•|• SIETE
El desayuno fue la cosa más incómoda que tuve que vivir en mi larga vida. Cada que quería hablar con la niña Franco solo daba un gruñido y me observaba con sus enormes ojos miel. Una advertencia de que no debía conversar.
Cielo comía con la espalda recta. Lucía como una pequeña secretaria. Los cubiertos algo abruptos por su edad, pero sabía disimular su mal manejo.
Cuando planeaba servirme un café me di cuenta que ya estaba todo listo para comer. Franco no lo hizo porque seguía durmiendo en el sillón. Ya después Cielo me explicó que hay una mujer que siempre les traía las comidas porque ese era su trabajo mientras su papá hacía las funciones de un alfa. No se si me sentía a gusto en ese momento, es decir me agradaba no hacer mucho, pero era incómodo no poder agradecer a la mujer que preparó tales platillos.
Yo comía cereal con leche en mis mejores días.
—Entonces —carraspee la garganta luego de terminarme la ensalada de frutas—. ¿Cuándo podré irme?
Franco se quedó quieto en cuanto dije la primera palabra. Segundos después dejó los cubiertos a un lado, apoyó su menton en sus dos puños y me observó fijamente. Yo tragué lo poco de coraje que me quedaba. Cielo también lucía preocupada, tanto como yo. Ella volteó a ver a su padre y después dejó también a sus pequeños tenedores.
—Ya hablamos de eso, Kwami —Me miró fijamente por unos minutos más. Me estaba retando a seguir hablando.
Yo lo hice, porque me quiero morir.
—No tienes que llamarme por mi nombre. Incluso te permito que me pongas algún apodo como sabándija.
—No se habla en la mesa, Kwami. —lo último lo dijo con suavidad. Al bastardo le encantaba decir mi nombre o quizá ver mi cara de vergüenza cada que nombraba.
—Sí se habla en la mesa —respondí. Cielo me observó más asustada que antes—. Se suele preguntar lo que pasará en el día. Se comparte lo que hicieron o hasta lo que soñaron. Es un momento familiar ¿Verdad, Cielo?
La pequeña me observó unos segundos para luego volver la mirada a su padre quien solo le negó. Ella bajó la cabeza y se quedó en silencio.
Ya estaba harto.
—No puedes tratarla así. —Me levanté de mi asiento. No quise hacerlo con tanta fuerza, pero en cuanto lo hice la silla de madera cayó al suelo provocando un fuerte ruido. Cerré los ojos.
—Es mi hija. Yo la educo, sé lo que necesita.
—Necesita cariño —alegué. Franco ladeó la cabeza, el idiota seguía sin darme la razón e incluso parecía que mis palabras no le afectaban ni siquiera un poco—. ¿Qué quieres lograr con ella? ¿Que sea una mujer sin sentimientos?
—Es lo que se necesita para ser alfa —respondió él con tranquilidad. Luego bajó la mirada a su plato y continuó con su comida.
Yo quise seguir discutiendo. Sin embargo, tenía una pista del comportamiento rompe pelotas de Franco. Mi teoría era que sus padres lo trataron igual para que sea un bastardo sin expresiones. Lo habían logrado.
Claro que entendí la situación. Pero hacer caso era algo que yo no haría.
Acomodé mi silla una vez más y luego busqué con la mirada la de Cielo. Ella me sonrió con suavidad, como un acto de complicidad. Yo supe que ella necesitaba más. Podía ser mucho mejor que una alfa sin sentimientos. Ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra. Sí lo había escuchado, pero como variantes de enfermedades. Quizá un alfa sea una variante de los hombres lobos, una fuerte variante que mataba.
—¿Qué sueles hacer en las mañanas, Cielo? —pregunté a la pequeña.
Claro que ella volteó a ver a su padre para ver si tenía su aprobación. Yo cubrí su rostro para que aquello se evitara. Acaparé su atención una vez más y le repetí la misma pregunta.
—¿Qué crees que haces? —Franco estaba enfadado. Su vena saltarina lo demostraba.
Tenía una nueva habilidad: Hacer enfadar al alfa. De algo me serviría.
—¿Tienes amigos Cielo? —Claro que ignoré a Franco.
—Tengo dos amigos —Cielo respondió con suavidad como si temiera aquella respuesta, pero al ver mi sonrisa ganó algo más de confianza. Sin embargo, saltó en su sitió cuando Franco se puso de píe.
—Siéntate —ordené.
Franco me observó como si tuviera tres cabezas y siete ojos. Yo elevé mi cabeza para afrontar su mirada. Él se quedó quieto por la sorpresa o quizá para proceder con precaución nunca sabría. Aunque, verlo me hizo dar cuenta que el bastardo estaba listo para darle una reprimenda a su hija.
—Siéntate —repetí. Incluso Cielo se vio afectada por mi tono serio.
—Es mi casa y mi hija, no tienes derecho...
—Siéntate —dije solo un poco más fuerte, no quería asustar a la pequeña—. Te juro que si no te sientas voy a salir por la puerta y a tirarme por un barranco o escapar. Sé que sabes que puedo hacerlo. Soy un periodista, conozco bastantes formas de desaparecer.
Era mentira. Nosotros los periodistas no sabemos escondernos, pero deberían enseñárnoslo.
Franco obedeció. Al menos tenía su punto débil: Yo.
Aquello debería sonar romántico, pero no se parecía ni siquiera un poco. El moreno volvió a su comida mientras yo volvía la vista a la pequeña niña que tenía una suave sonrisa en su rostro. Como si aprobara mi actitud. Ella y yo nos llevaríamos muy bien. Acomodé uno de sus rizos y volví a mi posición para comer.
—Hoy podemos jugar con frutilla —Cielo pidió, todavía con algo de miedo, pero lo hizo. La niña era muy valiente y yo le sonreí de vuelta.
—Claro que sí —respondí. Comer y charlar era una sola acción. Era mucho mejor—. También podemos invitar a tus otros dos amigos para que puedan conocerlo. Es un gato sociable.
En medio de nuestra amigable conversación. Franco se levantó de la mesa. Dejó los platos en el lavado y salió al jardín. Lo vi sentado en las gradas de madera, pero enseguida retomé mi atención en la pequeña.
Mientras el niño grande hacía su berrinche. Cielo y yo empezamos a lavar la cocina. Le quería explicar lo importante que es ser algo independiente en cuanto ella me explicó que la misma mujer que cocinaba se encargaba de la limpieza. Mi padre me enseñó a reparar un foco dañado de niño y mi mamá a cocinar. Sabía que esos momentos eran cruciales para el desarrollo de un menor.
Puse una silla pequeña en el suelo para que ella pueda alcanzar el lavado. Yo lavaba, enjuagaba y ella secaba un poco antes de voltear las cosas en la canasta a lado.
Claro que no faltó la música. Me sorprendió lo poco que la pequeña conocía de temas así que empecé con temas sencillos. Los que usaba mi licenciado en la universidad para enseñarnos como se usaba adecuadamente una oración. Incluso estaría aprendiendo. Sería un perfecto padre. Creo. No lo sé.
Mientras el cantante anunciaba que cortaba una flor mientras llovía y llovía decidía que debía encargarme también de aquel niño grande que seguía sentado en el jardín. Le expliqué a la pequeña como debía alimentar al gato y yo aproveché su distracción para salir.
La puerta corrediza chirrió cuando la abrí por lo que de inmediato atraje la atención del niño grande por unos segundos hasta que volvió una vez más la cara.
Bufé.
—¿Cómo va tu berrinche? —pregunté.
Claro que se indignó. Pude ver su rostro de enojo. Al menos era la única emoción que podía distinguir en su estoica cara.
—No estás entendiendo nada.
—Claro que no —afirmé—. La semana pasada ni siquiera sabía que existían hombres lobo. Dame algo de crédito por no haber enloquecido.
—Ella necesita ser fuerte —ambos volteamos a ver a la pequeña que acariciaba a mi gato mientras este comía—. Si la educas como cualquier otro niño no sobrevivirá al peso de cargar con una manada.
—Entonces quizá ese no sea el camino para ella.
—Lleva mi sangre, claro que debe heredar el puesto.
—Si hablamos de sangre. También lleva la de su madre y en la foto lucía como alguien amable.
Franco bufó y me jaló hasta hacer que me sentara a su lado. Su mano era grande y me hizo sentir tan débil con solo esa pequeña, diminuta porción de fuerza. Incluso sus dedos cruzaban al agarrar mi muñeca.
—La foto en esa habitación es de una revista —aceptó y yo sentí incluso más odio hacia todo el trato que le daban—. Su verdadera madre es de una manada vecina, en cuanto la tuvo se fue. Necesitábamos un juramento perpetuo de paz. En cuanto ella asuma el poder ambas manadas se unirán. Es importante que sea fuerte.
—Son una mierda —dije con todo respeto.
Franco bufó y soltó mi muñeca.
La puerta de entrada sonó. Me sorprendió que entraran dos niños. Los pequeños eran un tornado y en cuanto ingresaron a la casa corrieron hasta el patio para empezar a jugar. Cielo corrió con ellos para unirse a sus jugarretas. Ella se veía feliz y yo busqué con la mirada a su padre para darme cuenta de una nueva emoción que había en su rostro. Algo como un poco de felicidad. Su sonrisa casi nula me daba esa impresión.
Sabía que él había llamado a su personal para que llevara a los pequeños a casa. Lo confirmé cuando vi a Valery entrando a la cocina y asintiendo hacia su jefe. Al parecer la muchacha podía controlar dos tornados como ese.
Frutilla quería tomar un poco de protagonismo y escaló con sus filosas uñas hasta los hombros de Valery maullando en su rostro con toda a fuerza que tenía. Como si no hubiera comido en años.
—Baja a tu pulgoso de mis hombros.
Valery estaba paralizada. Se notaba que la presencia no era de su agrado. Incluso apostaría que estaba a nada de gritar.
—Tiene más vacunas que tú —acepté. Porque era cierto. Yo había llevado a ese gato a todas sus revisiones.
Franco entró a la cocina para tomar unas cuantas frutas de la cesta e iba a dárselas a los pequeños. Claro que se las quité. Me sorprendía que el bastardo tuviera una hija. Nadie le había enseñado que la fruta se debía lavar antes de comer. Ambos adultos me observaron. Con una mano sostenía a mi gato y con la otra lavaba manzana por manzana. Como ya estaba en eso también pelé la fruta y la puse en un plato. No me costaba nada y me sentía mucho mejor al comer algo que casi había preparado yo.
Todo eso con la mirada de los dos atrás mío.
—¿Cuándo se irá el gato? —preguntó Valery tocando con su índice al felino, como si le diera algo de asco y miedo.
—El gato vino conmigo y se irá conmigo.
—No quiero que el gato permanezca en la manada para siempre. Es un felino —reclamó Valery.
—Ya lo dije, cuando me vaya, se irá el gato...
—No te irás, Kwami —A Franco le encantaba decir mi nombre.
Los pequeños entraron cuando el alfa les hizo una seña. Las tres pequeñas manos tomaron los cubos de fruta sin nada de educación y se lo tragaron incluso sin masticar. Yo me quedé sorprendido unos segundos hasta retomar la conversación de los adultos.
—Ya alisté tu coartada en el trabajo y en tu departamento —Valery veía su celular con tranquilidad—. En tu trabajo estás en un viaje de negocios. Ya la próxima semana le enviaremos tu carta de renuncia. Para tu departamento en alquiler, le enviaremos algunos billetes a la dueña y luego terminaremos de desalojar el lugar. Lo único que me queda es hablar con tus padres.
—No lo hagas —Estaba paralizado.
Los dos se dieron cuenta porque incluso dejé caer el cuchillo de mis manos. Los niños por suerte ya habían vuelto al jardín. Valery tuvo un extraño brillo en los ojos mientras me preguntaba la razón. Franco solo estaba apoyando en la mesa al lado de la cocina, con los brazos cruzados y sin ninguna emoción como siempre.
—Ellos no harán lío si desaparezco y ya. Es decir, ya soy mayor de edad, no tendría que pedirles permiso para emparejarme con un hombre lobo.
—Incluso así, es importante. Para evitar que empiecen a buscarte.
—No me buscarán así que tú no los busques —advertí.
—Insisto. Debemos hacerle llegar una carta tuya diciendo que te irás a otro país, preparar una coartada y así que ellos piensen...
—No es necesario.
—Debemos hacerles creer que...
—¡Que no!
Había gritado. Que extraño. Desde que llegué a esa manada había perdido mi humor que resistía todo. Solo en ese día hable con odio e incluso grité. No era un buen ambiente, sacaba lo peor de mí. No me gustaba.
Franco se enderezó y observó a Valery unos varios segundos. La estudiaba. Parecía que se dio cuenta de lo que acababa de ocurrir, pero no opinó.
—Ve a hacer tus rondas, Valery.
Me agradaba más cuando era Martha,
Franco me rodeó. Inclinó su cabeza hasta que su nariz estaba a centímetros de mi cuello. Siguió caminando, con los brazos cruzados estudiándome. Yo solo intentaba seguirle con la mirada. Sus ojos eran claros así que podía reflejarme en ellos. Estaba asustado. Mis lentes estaban en la mesita de noche así que no veía muy bien. Quizá por eso es que había tenido tanto coraje en esa mañana. Porque no veía bien el peligro.
Me hizo con un gesto las escaleras y entendí de inmediato.
No me gustaba la idea de dejar solos a los niños, pero al parecer lo que sea que Franco necesitaba decirme era importante, porque en cuanto avancé el me siguió. Muy de cerca. Era hasta incómodo. Los lobos necesitaban aprender algo de espacio personal.
Entramos en su habitación. No tenía mucho. Solo cumplía su función. Una cama, un velador, un pequeño sofá, una ventana y su vestidor. No había nada más. Ni una televisión. No había juegos. Nada más que lo indispensable. Ni siquiera había retratos de su familia lo que me hacía sentir mucho más incómodo.
Franco se sentó en el sofá y yo en la cama recién tendida.
—Te trajimos con toda la información que necesitabas saber —indicó con seriedad. Apoyó las manos en el reposabrazos y yo no sabía que hacer con esas extremidades—. Aunque no verifiqué si siquiera entendiste la mitad y veo que no. Puedes preguntarme lo que quieras y te responderé con honestidad.
—¿Cuándo podré irme?
Franco suspiró. Apoyó sus codos en sus rodillas e inclinó el torso hacia adelante.
—Te dije que no puedes. Me perteneces, tu lugar es aquí ahora.
—¿Algo así como un esclavo?
Franco bufó. Se notaba que estaba conteniendo su enojo. Sí. Yo nunca haría un buen equipo con alguien que perdía facilmente los estribos. Por suerte estaba teniendo algo de paciencia. Sabía que de lo contrario mi cabeza ya estaría siendo enterrada a lado de un árbol.
—Nosotros los lobos tenemos una leyenda. —Quise decirle, que me importaba un rábano su historia, solo quería irme. Pero fingí atención, porque para ellos lucía importante. —Sobre un rey que se enamoró de su amante.
—Hombres, todos son iguales.
—Por favor no interrumpas.
—Ah, sí, claro.
—El rey quiso divorciarse de su mujer para poder casarse con su amante. Pero la reina no lo permitió. —Era obvio que no lo permitiría. Era una reina. No podía degradar su poder para dárselo a la amante de su marido—. La amante quería el lugar de la reina por lo que le imploró a la luna. Le ofreció todo su ganado e incluso mató por aquel deseo y la luna aceptó solo para evitar ver tanta sangre derramada.
La luna bajó en una forma humana a la tierra. Le lloró a la muerte y le indicó a la mujer que por sus deseos tan bajos cumpliría su deseo aunque le prometió también manchar su sangre como precio a todos sus pecados. La amante aceptó, Poco le importó lo demás, solo se concentró en que sería reina.
Por otro lado el rey le dio a su esposa la mitad de su territorio para conseguir el divorcio. Incluso le dio la espalda a la iglesia. En cuanto su amante regresó del bosque. Él la esperó con las buenas noticias. Porque la primera dama le dio lo que tanto había pedido. Sin siquiera querer esperar más ambos hicieron la boda. Poco tiempo después la mujer estaba embarazada.
Lo que nació de ella fue una maldición. Le costó la vida. Porque el rey de piel oscura y cabello negro nunca reconocería como hijo a un niño albino. Ejecutó a su mujer y una de las nodrizas fue encargada de llevar a la criatura al bosque para que muriera. La mujer no pudo matar a la criatura y la dejó en la cima del mismo monte en el que se pidió el deseo. La luna le mostró compasión y le dio una nueva apariencia para que pueda ser su hijo. Pero también, la maldición por aquella mujer haría que el niño enloquezca.
Claro que la luna se apiadó del pequeño. Lo crió como un hijo más y cuando este perdió la cordura le ofreció una compañera. Alguien que pueda llevarlo a la tierra una vez más, que calme sus penas. En su decendencia la maldición perdió fuerza hasta casi extinguirse. Solo al perder a su pareja es que un lobo pierde su norte y se convierte en un monstruo. Aquellos que han perdido a su pareja destinada o que han roto su lazo derraman sangre.
Por eso las parejas ya no se marcan con mordidas. Por el temor a enloquecer cuando pierdan su lazo. Sin embargo, hay conexiones mucho más fuertes, que no necesitan lazos. Las parejas destinadas, iguales a la primera pareja, una vez que se encuentran ya no deben separarse por el bien del otro ¿me entiendes? Hubiese sido mucho mejor si nunca te hubiera conocido.
Aquello dolió. Claro que ardió. Fue un recuerdo de que mi presencia no era grata en ningún lugar. Podría haberme ido. Las rodillas me temblaban así que solo negué a esa opción y me quedé quieto unos segundos. Observando el semblante de Franco. Segundos después de haber soltado tal oración se dio cuenta del peso de sus palabras.
—Yo también conozco esa canción. Es la del hijo de la luna.
Mis ojos picaban. Ser rechazado era doloroso incluso cuando no lo esperas. Franco se levantó para acercarse a mí y yo hice lo mismo, pero me alejé hasta la libreta que dejé junto a mis lentes. Ocupé mis manos unos segundos. Sabía que Franco estaba tras mío, intentando arreglar lo que rompió.
—La locura después del amor: la explicación de los asesinatos encubiertos por el gobierno —planté en el aire, como si se tratara de un cartel— ¿Qué te parece ese titular?
Franco intentó acercarse, pero yo salí de la habitación mientras escribía en la libreta la mayoría de la historia que me había contado. En cuanto lo vi lejos, entré al baño a lado de las escaleras y por fin mis piernas temblaron con libertad. Perdí el equilibrio. Esas palabras me dolían más.
Porque las había escuchado tantas veces que creía que lo mejor era tan solo desaparecer. Solo era demasiado cobarde para tomar aquella decisión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro