•|•O•|• CUATRO
—Más te vale tenerme más que una fotografía para la siguiente semana, Narváez.
Mi jefe lucía enfadado, como si se hubiese tragado una mosca. Así de enfadado. Cualquiera se enojaría si se tragara una mosca. Que asco. Tampoco tenía más. El policía cuya cita arregló era un acosador en potencia. No planeaba volver a encontrarme con él.
Hablando de eso, ya no estaba siendo observado. Quizá se habían vuelto más sigilosos, pero la incomodidad ya no estaba y lo agradecía de sobremanera.
—No puedo mandar solo una fotografía al periódico.
—Con todo respeto, señor. Una imagen dice más que mil palabras.
Salí corriendo de la oficina e incluso del edificio cuando vi a mi jefe alzar la silla de su escritorio. No era mi culpa que el bastardo de mi mejor amigo haya dejado el caso en nada. No podía tirar de un hilo tan frágil.
Como ya había mencionado antes, no había nada incómodo. No sentía el anterior piquete de estar siendo observado o perseguido. Tal vez el hombre de chocolate fue su última carta y cualquiera se hubiese retirado al recibir tremenda confesión incómoda. Solo recordarlo me daba escalofríos. Pero sin esa molestia pude caminar por el supermercado con tranquilidad.
Me quedé más tiempo del usual frente al pasillo de mascotas. Estaba entre comprarle croquetas de perro, era lo más cercano a un perro. Tomé solo un kilo, no quería desperdiciar tanto dinero si es que al animal no le gustaba. También tomé un juguete chillón para que por fin suelte mi ropa como su juguete. A veces la escondía bajo la cama.
Ya estaba tres días con el animal y ya me acostumbré a encontrarlo echado en mi cama con toda mi ropa desparramada en el suelo. Uno de estos días no tendré qué ponerme y solo me quedará caminar desnudo por mi casa. Esperemos no llegar a ese punto. Por el momento estaba controlado espero. Dejé la bolsa en la pequeña mesa en mi cocina. Era un departamento alquilado y con una diminuta mesa porque la cocina tampoco era muy grande. Mis padres me echaron de la casa de un día para otro así que fue lo que pude conseguir con el corto presupuesto que cargaba en mis bolsillos.
El lobo mordió mi mano. No fue fuerte, solo como si la sujetara y entonces me jaló a la ventana.
Los malditos seguían detrás de mí.
Pensé que habían abandonado la idea de seguirme a todos lados, peró ahí estaba. Un gran hombre que no vi en mi vida, porque lo habría recordado y su lobo. Me di la vuelta lentamente hacia mi nueva mascota que veía la calle con la cabeza ladeada y la cola tensa por ver a uno de sus compañeros.
—¿Eres parte de su organización? —pregunté, como si el animal me entendiera.
Lo vi durante unos segundos, aquellos ojos eran rojo brillante y se veían demasiado en todo el pelaje blanco. Lucía como un perro husky, pero con el tamaño de un caballo. El lobo me lamió la cara sin darme una respuesta y cuando estuve a punto de gritarle abrió el hocico descubriendo grandes fauces que hicieron que me congelara por un momento.
Era obvio que el lobo estaba jugando. Estuvo a punto de meter mi cabeza en su hocico, pero yo lo empujé. Quizá lo hice porque si me mordía moriría.
Ahora que lo pienso. Debí dejar que mordiera.
Cuando volví la vista a la calle el mismo sujeto con su lobo seguían observándome, quietos. El lobo pardo tenía la cabeza ladeada y estaba sentado en sus cuartos traseros. Mientras tanto el humano guardaba las manos en sus bolsillos y su cabeza estaba cubierta con una capucha enorme. No podía verle los ojos, pero sabía que pronto empezaría a llover y se irían.
Decidí ignorarlos y volver a la cocina.
El lobo siguió observando por la ventana unos momentos más. Se veía tenso. Quizá escapó y ahora también estaban tras él.
Tenía teorías.
Caminé hasta mi habitación y saqué una pequeña pizarra de mi armario. La usaba antes para entrenar a los nuevos, pero esta vez necesitaba plasmar las hipótesis. Destapé el marcador negro con mis dientes y entonces empecé a escribir. Segundos después escuché las patas de mi nueva mascota acercarse a mi habitación y me levanté.
—Primera teoría —dije hacia el lobo. No estaba loco, osea si parecía, pero no. A veces es mejor decir en voz alta las ideas para ver si eran muy descabelladas mucho más en este caso.
El lobo se sentó en la puerta y recostó su cabeza en sus patas delanteras. Viéndome fijamente y yo le sonreí. Hace tanto que no sentía aquel calor que una compañía puede darte.
Basta de sentimentalismos, Por dios.
—El gobierno entrena lobos y uno de ellos escapó y hace de las suyas matando gente —anoté en mi pizarra.
El lobo bufó y ocultó sus ojos bajo una de sus patas. Sé que sonaba estúpido. Hasta yo me reiría de mí mismo si no dependiera del sueldo de ese trabajo. Por eso trataba de ponerme más serio en esto.
—Teoría dos: Hay una organización de criminales con lobos entrenados y cuando la policía no pudo atraparlos decidió ocultarlo para evitar que la gente hable de su ineficiencia.
Bingo. Esa no sonaba tan mal. Encajaba la mayor de las piezas. El lobo se levantó hasta sentarse en sus cuartos traseros y ladeó la cabeza. Vio la pizarra con tal tranquilidad y se acercó lentamente. Pensé que había acertado, quizá el animal también concordaba con ello. Estaba por sonreír cuando el chucho tomó mi pizarrón y lo mordió hasta agitarlo y lanzarlo al suelo.
Por favor. Era un humano adulto que pensó que el perro le entendía. Estaba volviéndome loco. O necesitaba terapia o una novia.
—Como sea —estaba desanimado, no encontraba el hilo para empezar la investigación.
Me levanté, con los hombros caídos y la cabeza abajo. Debía alimentar al lobo antes de que este me comiera.
—Traje croquetas de perro. Espero que no te mate de envenenamiento.
Sí, estaba hablando con mi mascota ¿y? Hace mucho que vivo solo así que seguro alteró mi percepción de la realidad.
Cuando le di las croquetas en uno de mis platos lo encontré en la ventana una vez más. Tenso. Al acariciarlo pude sentir la dureza en su cuello, como si en cualquier momento fuera a atacarme. El hombre de capucha y el lobo seguían observándonos. Estaban en una de las zonas menos transitadas por lo que nadie pasaba a esas horas. Incluso si gritara la mayoría de mis vecinas eran ancianas o ancianos que no podrían dar ni un golpe.
Cerré la cortina y empujé a mi nueva mascota hacia su comida y agua. El lobo tragó todo con gusto mientras yo lo observaba. Seguía tenso. Cualquier movimiento que hacía lograba que dejara de comer y volteara a la ventana. Quizá aquel sujeto le hizo daño y le teme.
Tenía una idea.
Tomé mis audífonos. Eran grandes y pesados, los usaba para jugar por lo que aislaban el sonido muy bien. Me acerqué con cuidado hasta el animal y mientras este tomaba su agua acerqué el aparato a su cabeza y lo puse en sus oídos. Aislaban el sonido.
El lobo se paralizó en cuanto sintió el aparato en su cabeza y volteó a verme. Lanzó un gruñido que por un momento me asustó. Solo por un segundo. Porque vamos, era un lobo con cascos. Eran de un color azul metálico y lucían tan tiernos en aquel gran animal. Por supuesto que me reí.
—Estaba pensando un nombre para ti, amigo —dije al ver al lobo rascarse las orejas hasta sacarse los cascos. Me ignoró y siguió comiendo—. Te llamarás licenciado. ¿Sabes cuanto tiempo nosotros debemos estudiar para sacar ese título? Yo te lo estoy dando gratis.
Aunque no sabía si era buena idea tener un lobo de mascota. La dueña de la casa me botaría con todo y mascota. Tampoco era como si fuera sencillo ocultar a un animal del tamaño de licenciado. Es decir era como un caballo.
Me eche un momento en el suelo observando a mi mascota. Hace mucho tuve un gato, me gustaban más. De hecho lo sábados la vecina me dejaba que cuidara a su gato mientras ella trabajaba. Era divertido porque el felino naranja era tan perezoso como yo y cuando me ponía a jugar videojuegos solo se acostaba en mis piernas. Aunque sabía que no era mío. Este lobo se sentía como mío.
No lo tomen como propiedad sino como un amigo perro. Como si tuviera el cariño del animal solo para mí. Era agradable sentir que le agradaba y que seguía a mi lado incluso cuando lo alimentaba con comida para perro. Una vez más, esperaba que aquello no dañara su estómago. Ya me veía sino, camino al veterinario con un enorme lobo negro de ojos rojos. Me denunciarían al zoologico.
¡Claro!
¿Y si los lobos que atacaban humanos eran del zoologico?
Me levanté de inmediato hasta mi computadora e investigué si es que los zoológicos de mi país habían denunciado la pérdida de uno de sus animales. No había noticias. Claro que no las habría, lo escondía el gobierno. Otra vez no tenía nada.
—Maldita sea, así no puedo hacer mi puto trabajo ¿qué quieren? ¿Que me saque la información de la cola?
El gruñido del lobo hizo que me detuviera. Me veía como si estuviera enfadado. Bufó y volteó la cabeza de un lado a lado como si negara mi comportamiento. Debo estar loco para darle significado a lo que hacía un animal, Jesús, estaba volviéndome loco. La soledad, el exceso de trabajo y ser salvado por mi lobo mascota estaban llevándome a lo último de mi cordura.
Necesitaba salir y conseguir una novia. Porque como seguían las cosas si descubría algo moriría. No es broma. La censura a periodistas es más cruel de lo que piensan. Así que no moriría virgen.
Tomé las llaves de mi departamento y un abrigo para salir. No me había cambiado desde que llegué del trabajo así que no había lío.
—Mierda.
Sí, doble mierda. Si descubrían que tenía un lobo de mascota me botarían de la casa. Claro que mi vecina fue la primera en asomar la cabeza por la puerta. Ella me vio asustada. La señora Mendoza era una mujer adulta ya a nada de jubilarse. Le gustaba tejer y una vez me enseñó a hacerlo. Aprendí a hacer ropa para su gato. El felino naranja también salió a saludarme frotándose en mis piernas. No pude resistirlo y lo alcé para acariciar su peluda cabeza.
—¿Escuchaste eso, hijo? —me preguntó asustada.
—Parece que alguien tiene la televisión muy alta —opiné tranquilo. No hacía falta fingir, el gato consumía más mi atención. Me encantaban porque eran independientes y pequeños, no como el perro del tamaño de caballo que tenía en mi cuarto.
Lobo que volvió a aullar. Joder.
—Parece un lobo de verdad —dijo ella asustada mientras escondía todo su cuerpo en su habitación. Era una mujer ya vieja, era normal que situaciones así la aterraran.
—No lo creo.
—Mejor entra a tu casa, es más seguro —aconsejó ella—. Yo haré lo mismo y llevaré a Frutilla a tomar su siesta.
—Cuídese, señora Mendoza.
—Tú también, hijo. Igual llamaré a la policía. Estos días se han vuelto peligrosos. Hace poco juré haber visto un lobo por la ventana.
Ella era amable. De esas mujeres que cuando hacen postres te llevan un poquito. Amaba sus galletas de naranja. Una vez hizo torta para su nieto y me invitó un poco. Tenía una gran sazón. Se lo dije y ella me confesó que entre semana tomaba clases de repostería para pasar el tiempo. Ella también sufría de soledad, sus hijos se fueron a otro país y solo la iban a visitar en días festivos.
Corrí hasta mi puerta y al abrirla y verme el lobo aulló una vez más, solo para molestarme, estaba seguro.
Intenté regañarlo, pero solo me ignoró y caminó hasta mi cuarto. Se dio la vuelta para verme, subió a mi cama, dio vueltas y procedió a echarse. Bajé la vista hasta mi celular, eran las ocho de la noche así que solo me rendía y me puse la pijama. Tampoco era como si hubiese conseguido a una novia en una noche.
La única mujer que me llegó a gustar en toda mi vida trabajaba como presentadora en uno de nuestros noticieros. Ella siempre lucía tan amable y femenina que cuando se acercaba a mí mi cabeza no procesaba palabras y decía las incoherencias más estúpidas que pudieran existir. Recuerdo que la primera vez que la vi, ella me preguntó si tenía mascotas y yo le dije que tenía un pato azul.
No tenía ningún pato y los patos no eran de color azul. Acomodé mis brazos tras mi cabeza para que sirvieran de almohada. Sentí la cabeza del lobo sobre mi estómago, era pesado, pero soportable.
Quizá lo mío sea ser gay. Hay que reflexionar sobre ello algunas veces. En la secundaria me gustó mi profesor de química. Tenía unos brazotes y siempre usaba camisas hasta los codos. El tipo hacía ejercicio y se aseguraba que todos lo noten. Luego me di cuenta que solo se gustaba a sí mismo y era como quince años mayor así que el gusto pasó y seguí mi vida. Mi vida heterosexual.
El lobo levantó la cabeza de golpe. Sus orejas empezaron a moverse de un lado a otro como si escuchara todo a su alrededor. Yo imité la acción, la de levantarme porque no podía mover mis orejas, Dah. Todo estaba oscuro porque odiaba la luz del faro así que cerraba las cortinas. Tampoco escuchaba nada de pasos dentro de mi casa. Si fuera un ladrón no saldría con vida. Es decir, tenía un enorme lobo de mi parte.
Me levanté, seguro de que solo era algún animal del vecino, para encender la luz de mi habitación. Caminé descalzo porque el interruptor estaba justo al lado de la puerta. Sin embargo, a medio camino me detuve, porque escuché en la sala, la ventana chirriando al ser abierta. Me congelé. Alguien estaba entrando a mi casa.
Volví sobre mis pasos hasta el enorme lobo para resguardarme tras su lomo. El animal ya estaba derecho y en sus cuatro patas. Las garras raspaban mi piso de madera, lucía tenso y listo para atacar. Cuando el avanzó hacia la puerta para enfrentar lo que sea que se haya metido a mi casa lo detuve. Los ladrones solían estar armados y los lobos no eran inmortales. Debía poner a salvo al licenciado. Lo sujeté del cuello y lo empujé una vez más a la cama.
El lobo me observara con la cabeza ladeada y lucía enfadado. En cuanto lo dejé en una esquina de mi cuarto, porque no entraba en mi armario, tomé a mi engrapadora. Había visto como algunos la utilizaban como arma. Tiktok no me falles ahora.
Caminé con suavidad hasta la puerta y respiré hondo cuando tomé el picaporte y empecé a girarlo. El lobo a mi espalda gruñó e hizo el amago de levantarse, pero le señalé la cama y él se sentó, obediente.
Buen chico.
Abrí solo un poco la puerta para ver lo que había tras ella y no debió sorprenderme tanto, debía haberlo esperado. El mismo sujeto de la capucha con su lobo estaba en mi casa olfateando mis cosas. Sí, el humano también tomaba algunas cosas mías y las empezó a olfatear. Hubiese ido a abalanzarme contra ellos de no ser que entre sus manos tuviera un bate cubierto con un alambre de puas.
Volví a cerrar la puerta y caminé hasta mi celular, debía llamar a mi amigo. Teodoro sabía más cosas que yo y era el único que me creería lo que estaba viviendo. Además, me la debía.
¿Que porqué no llamo a la policía, Maria?
Mira Maria. Ya dije que el gobierno y la policia trabajaban con los lobos para encubrir muertes. Ya lo dije, presta más atención, por favor.
Sigamos.
Teodoro no contestaba. Maldije su nombre. Por su culpa me había metido en aquel lío, no podía solo dejarme a la deriva. Sé que dejó el archivo a la nada, pero en el mejor momento se le ocurre solo tomar unas vacaciones abruptas. Lo golpearía cuando lo viera. También pensé en llamar a mi jefe. Lo descarté de inmediato, en cuanto contesté me preguntará si es que tengo algo para la nota. No estaba dispuesto a hablar del periódico antes de morir.
Sentí un escalofrío en mi columna. Me encogí de hombros y caminé fuera de mi cuarto. Si me llegó la hora, nada se podía hacer.
El sujeto no se esperó el que saliera así de rápido por lo que retrocedió y chocó contra la cocina. El lobo saltó en su sitió y corrió a ayudar a su amo, supuse que era su dueño. Cuando vi a ambos algo confundidos caminé hasta el interruptor y prendí las luces. Aunque antes de enfrentarlos me caí y quedé tras el sofá.
Por supuesto que mi lobo no obedeció mis órdenes y salió gruñendo a los intrusos.
—Es hora de volver, señor —Dijo el de la capucha. Ahora que lo veía bien lucía como un joven de veinte años. Era solo un niño—. Cielo está causando problemas y nadie puede calmarla.
También me di cuenta de algo loco.
El muchacho le estaba hablando a mi lobo.
Hubiese sido algo loco de no ser porque vi a la loba retorcerse hasta empezar a cambiar de forma.
—Debemos irnos, señor.
Dijo ¡La mujer que hace poco era un lobo! Juro, no, sé que estaba pálido. Sentí mis piernas temblar y volteé a todos lados. Debía haber una cámara oculta por ahí. Quizá el gobierno quería hacer que pierda la cabeza. Seguro planeaba confundir mi cerebro hasta que mi testimonio o mis notas periodísticas no tengan valor. Les dije que censurar a un periodista era de temer.
—Juro por todo lo que he amado en la vida, mi gato y mi mascota, que no he consumido drogas y alcohol —grité. Si iba a quedar una grabación al menos debía dar mi punto y desacreditar cualquier estrategia que podrían usar para jugarme esa.
El muchacho volteó a verme al igual que la chica y ambos se quedaron igual de pálidos que yo. No tenían razón para ello. Yo era un humano normal y una de ellos era un lobo que se podía transformar en un humano. Denme algo de crédito.
—No pude olerlo —indicó el niño.
—Mierda —dijo la chica—. Debemos asegurarnos que no diga nada.
Martha. Sí, la reconocí, era Martha. Hizo puño las manos y luego soltó sus dedos de golpe descubriendo grandes garras.
Que buenos efectos especiales. Lucía real.
Licenciado se puso frente a mí para defenderme. Cuanto amaba a ese lobo. Me escondí tras él como todo un hombre de 32 años.
Iba a abrazar a mi lobo mascota cuando escuché huesos crujir y el lobo negro se encogió solo un poco antes de que sus patas se convirtieran en extremidades. Lo vi de cerca, y al verlo de cerca pude notar que no eran efectos especiales. No había tanta tecnología para ello y menos en latino américa por favor. Estaba pasando en la vida real.
Mi lobo mascota se convirtió en un hombre moreno que ya había visto antes.
Era Franco.
—No lo toques —ordenó Franco el licenciado. Yo estaba por desmayarme.
Y lo hice.
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