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•|•N•|• TRES

Me sentía observado.

Algunas veces juraba ver un lobo negro escondiéndose en la oscuridad.

Sabía que me perseguirían, pero el intrusivo sentimiento de ser perseguido a toda hora era asfixiante. Además, los malditos hubieran puesto un poco más de empeño en pasar desapercibidos. Lo de sutil no era su estilo. Lo supe cuando vi al mismo moreno con pinta de Max Steel pasar la misma calle que yo y luego fingir que iba camino a un edificio en construcción. Tal vez me habría comido su mentira si es que no estaría vestido como para partir mandibulas.

Estaba lo suficientemente arto cuando mi jefe me llamó a su oficina.  Debía darle un informe cada tanto. Así que estaba de camino inventando excusas de como tomar aquella fotografía me llevó una semana entera. Ya estaba en ello cuando el hombre al mando se rió como si hubiera ganado la loteria mientras me invitaba a sentarme frente a su escritorio.

—Hiciste buenos contactos en tu investigación —alegó con una gran sonrisa mientras se sentaba en la mesa de su escritorio. Quise preguntar de lo que hablaba, pero lo sonreí como si entendiera lo que me decía. No iba a dejar ir esta oportunidad, hasta podía pedirle un aumento—. El jefe de policía encargado del caso me dijo que te daría toda la información.

Por poco me abalanzo para darle un abrazo. Cuando una autoriodad daba su versión entonces era mucho más fácil encontrar sus contras o sus pros, para refutar o apoyar toda la investigación. En mi vida nunca hablé con un oficial de policía, pero a quien le importaba.

—¿Sabes lo que significa?

Claro que sabía. Asentí mientras escondía mi sonrisa. Nadie debía darse cuenta que parecía una fangirl loca cuando me emocionaba. Por dentro tenía la sonrisa más grande de mi existencia, como de niño cuando me obligué a reir tanto que mis labios se partieron. Fue tétrico en su momento, pero ahora era similar.

—Tenemos el caso, tenemos la primicia —aseguró mi jefe y yo asentí con seriedad. Frente a todos era el editor sin muchas emociones—. Me pidió que te encuentres con él en la cafetería Mantessi.

Hasta ahí llegó mi felicidad. Un gusto verte querida, vuelve para ilusionarme otra vez cuando quieras. Parpadeé seguido por lo que se notó mi descontento. El hombre frente a mí no sabía nada de los inconvenientes en tal cafetería por eso no sospechaba de nada, pero la cita ya fue quedada y no podía solo faltar. Era una fuente primaria e importante, podría convertirse en el tronco de toda mi investigación. Así que correría el riesgo.

Tomé la bufanda negra que guardaba en mi cajón para dias de emergencia y finalmente el día llegó. Cubrí mi rostro con esa prenda y rematé con unos lentes oscuros y una gorra. Afuera hacía tantos grados como para hacer un huevo frito en una roca, pero era algunos detalles que estaba dispuesto a ignorar. Supe que sería difícil cuando la mujer de recepción me vio asombrada o preocupada. Ni idea, muchas veces no entendía lo que pasaba por la mente de Carlota. La mujer de mediana edad sonreía todos los días incluso cuando el día era una mierda.

Claro que llamé la atención de todo el mundo ¿pero alguien me reconoció? Nadie.

Funcionaba y era suficiente.

Entré con tranquilidad a la cafetería casi gritando con el sonido de la campanilla al entrar. Debía ser precavido así que me puse en mi papel de incógnito mientras sacaba el periódico de debajo de mi abrigo y lo abría con un sonido de sacudir el papel.

Por la ventana pude ver al mismo sujeto que había seguido todos mis pasos por la anterior semana. Se lo notaba más tranquilo mientras cruzaba la calle y sacudía algún polvo de su camisa. No me engañaba, para mí que el hombre creía que estaba en una pasarela. No me molestaba, es bueno disfrutar de la vista. El bastardo se atrevió a guiñarme un ojo cuando su mirada se encontró con la mía, fue espeluznante porque el resto de su rostro seguía serio. Solo giré y me concentré en lo mío. Leer el horóscopo del periódico.

—Soy el Oficial Márquez.

Esa voz.

Fruncí el ceño porque había visto al dueño de esa voz pasar la calle hace poco. No podía ser el mundo tan pequeño como para que aquello sea una coincidencia. Con lentitud bajé los papeles hasta encontrarme con esa piel morena, casi de chocolate. Aquellos ojos lucieron un dorado brillante antes de apagarse hasta un café claro.

—Tú no eres un oficial de policía, tú eres el enemigo.

Me deslicé por mi asiento y quise salir de ahí. Tenía el número del oficial así que podría llamarle para que el encuentro sea en otra cafetería. Sin embargo, cuando marqué el celular el sonido de la llamada se escuchó detrás de mí. El dueño de aquel telefono deslizó el ícono y contestó sin quitarme los ojos de encima.

—Soy el Oficial Márquez.

Me quité los lentes, la bufanda y volví a mi asiento, los bastardos sabían quien era desde el principio. Ya era suficiente de hacerme el tonto, debía trabajar. Había ido a la cafetería con el fin de conseguir testigos, testimonios y no me iría hasta encontrarlos. Crucé los brazos sobre mi pecho mientras vigilaba muy bien los gestos nulos del otro hombre mientras alzaba la mano para hacer su pedido.

Franco era un hombre fuerte, podría haber roto mi columna con facilidad en dos ocasiones, pero no lo hizo así que podía fingir que estaba a salvo. Además, no lucía con un arma. Estaba seguro así que debía encontrar respuestas.

—¿Vas a darme información sobre el caso cuya foto eliminaste de mi celular? —pregunté sin tomar mi café. Sabía que mi expresión flaquearía, necesitaba verme serio.

—No hemos empezado con el pie derecho —Me dijo después de darle un sorbo a su café. Tomaría aquello como unas disculpas—. Te ayudo si me ayudas.

—Me has estado siguiendo toda la semana.

—Y no planeo dejar de hacerlo.

—¿Qué quieres?

—Podría preguntarte lo mismo. —El contacto visual fue intermitente, ninguno de los dos se daría por vencido ni parecía querer dar el primer paso para soltar la información. No me convenía, en una hora empezaría mi novela y debía llegar. No me miren así, todos han visto novelas alguna vez en su vida.

Franco suspiro. Sí, se había dado por vencido, él hablaría primero, bufé y me recosté en el respaldar de mi asiento para escuchar toda la información.

—La información que logres reunir te pondrá en peligro. Personas con la misma curiosidad que tú en el caso ahora están enterrados varios metros bajo tierra.

—Yo sigo vivo. —No iba a intimidarme. Si conocieran a mi hermana, esto no es nada ¡Ja!

—Ya estarías muerto hace una semana, pero para tu suerte lograste gustarle a alguien muy importante y peligroso dentro de la organización.

—¿A quien?

—A mí.

Bien, eso me intimidó. Porque lo dijo con su usual rostro serio, no bromeaba o eso pensé, no podía leer sus emociones.

—Escucha. —No, no podía escuchar, me quería ir. —Tenemos un problema interno. Lo estamos solucionando así que no habrá más muertes por lo que necesitamos que tu periódico no meta la pata y cause más pánico del necesario.

—¿Ataques? —Dejé a un lado mi casi infarto y volví a la conversación, estaba trabajando, carraspee la garganta— ¿Agentes dobles? ¿Sus lobos entrenados perdieron el rumbo de la vida y mordieron la mano que le dio de comer?

—No te acercas ni un poco a la verdad. Solo mantente alejado por tu propio bien.

—No puedo, es mi trabajo, no puedo solo renunciar. Necesito comer.

—Puedo solucionar ese problema.

Me dio escalofríos así que me levanté. Sabía que no iba a conseguir más información. Salí de la cafetería sin darme la vuelta incluso cuando el hombre se levantó y empezó a pedirme disculpas. Porque según él hace mucho que no coqueteaba con nadie y había perdido la práctica. No comprendía si era una broma, sería más sencillo si sus expresiones mostraran algo.

Podría golpearlo con facilidad y correr. Bueno no podía, pero imaginarlo lo hacía todo más llevadero. El sujeto era como dos yo y mi golpe le haría cosquillas.

Me convencí de que no necesitaba de un testimonio para seguir con la investigación. Me estaba acercando a algo y por eso mandaron la advertencia.

Debía repasar lo que sabía hasta el momento. Hubo varios ataques en la ciudad. Ninguno de ellos pudo ser mostrado en noticias y la mayoría fue cubiertos por cortinas de humo.

Nota. Las noticias usan las cortinas de humo para distraer la atención  de un asunto que no pueden manejar. Por ejemplo si quieren encubrir la noticia de que encontraron a un presidente con droga, lanzan la nota de la amante del alcalde. El amorío se llevaría la atención y lo demás pasaría por lo bajo. El problema es que usaron eso para encubrir las muertes de inocentes.

El gobierno y la policía no quieren que nadie sepa de las muertes. Había animales involucrados, las garras en la foto lo demostraban y el lobo que vi cuando me capturaron.

¿Entrenaban mascotas? ¿Por qué encubrían las muertes? ¿Cuál era el rol de los lobos? ¿Cuál era el objetivo real de usar animales? ¿Por qué el gobierno quería guardar toda la información? ¿Qué más estaban ocultando? ¿El objetivo era tan oscuro como para aceptar esas muertes y ocultarlas? ¿Por qué lobos? ¿Habrían más animales? ¿Por qué no sentía el piso bajo la suela de sus zapatos?

Mierda.

No logré ver las escaleras de entrada a un tunel para cruzar la calle. Eran muchas gradas así que dolería. Cerré los ojos.

Es cliché eso de que te rescaten. No me abrazaron e hicieron que la caída sea menos dolorosa. Me empujaron hasta que mi espalda chocó contra a pared de las escaleras y viera borroso unos segundos. El impacto fue doloroso, pero noté a un bulto lleno de pelo tomar mi lugar en rodar todo lo alto de esas gradas. Siseé de dolor cuando un chillido por parte del animal sonó por lo alto.

Me apresuré a bajar.

Un lobo negro estaba al final de las gradas, tenía una pata rota y parecía chillar por lo bajo de dolor. Negué al ver la fractura. Por suerte el tunel era peligroso y dentro solo un borracho vio tal escena. No tendría que darle explicaciones a nadie de por qué un lobo estaba en medio de la ciudad.

Cuando toqué la herida el lobo aprisionó mi mano con su hocico. No me mordió, no dolió solo fue como una petición de que no rozara la herida. Me alejé. Retrocedí subiendo las escaleras y caminé de vuelta sobre mis pasos. No tendría que volver, el animal se lanzó solito. Fue una dura caída, lo sabía, pero no era veterinario y los lobos eran peligrosos. Además, el lobo podría ser parte de lo que sea que el gobierno se tenía entre manos. No me convenía meter mis manos en el asunto.

Aunque a este punto estaba seguro que hasta mi rostro estaba manchado por tal tema. Me detuve en seco y volteé a un basurero donde podía ver un monopatin sin una rueda y muy oxidado.

Tomé el objeto y volví al túnel encontrándome al lobo que estaba por pararse, pero en cuanto me vio volvió a caer y emitir un chillido lastimero. La pata seguía fracturada. Bajé con calma y armé uno de los cartones que usaban los bagabundos para formar una caja tan grande como pude. El animal tenía el tamaño de un caballo, pero haría lo posible por sacarlo de aquel sucio lugar. Sin ofender a los borrachos del lugar.

El pelaje del animal era suave, pero su peso era del demonio. Ya estaba viejo, no podía con esos esfuerzos. Así que arrastré al animal hasta lograr que se apoyara en el monopatín. No sé lo que hice a continuación, probé todas las formas posibles hasta encontrar la más cómoda para transportar al lobo. La cabeza del animal estaba en mi hombro mientras sus patas traseras estaban apoyadas en el objeto, al menos una de ellas. Fue como llevar una mochila con cemento y ladrillos.

En cuando logramos subir todas las gradas el lobo me lamió la cara y solo solté un bufido.

Suficiente actividad física por lo que resta del año, gracias.

Iba a dejarlo en el basurero de donde conseguí el monopatín. Iba...

En fin, entré a mi casa con el lobo tras mi espalda. Los vecinos me observaron largos segundos hasta que les mencioné que era un arregló para hallowen. La mayoría se quedó callado y siguió su camino, excepto por una niña latosa que quiso acariciarlo. El animal gruñó, la niña salió llorando, su madre me observó con odio, yo me despedí con la mano y seguí con mi vida.

Alguna vez quise tener un hijo, pero ni siquiera puedo cuidarme a mí mismo.

Dejé al animal en el suelo de mi diminuta sala. Solo tenía ese espacio a parte de mi habitación. Vivía con lo justo, pero solo, así que mis errores solo me afectaban a mí y eso era mucho mejor. A pesar de tener la luz prendida saqué una lámpara de mi habitación para ver mejor la herida. La fractura parecía haber desviado el hueso así que necesitaba arreglarlo.

No podía llamar al veterinario, me harían preguntas y el caso que tenía entre manos era peligroso. Debía valerme por mí mismo.

En este caso hice todo lo que alguien cuerdo haría. Busqué un tutorial en youtube. Los videos que me salían hacían movimientos leves en la extremidad rota y luego de golpe la ponían en su lugar. Claro que podía hacer eso.

Tomé la pata del animal y subí lentamente hasta el abultamiento donde el hueso estaba desviado. Canté el himno nacional para tener mi mente ocupada y finalmente palpé la fractura.

Me desmayé.

Debía haberme esperado eso. Es decir, cuando mi hermana tuvo a su hija me desmayé en su primer grito. El dolor me aterra de gran manera. Soy un cobarde, pero aprendí a vivir con ello lo que restaba de vida. Tampoco es que en la universidad o en la carrera de periodismo te den clases para arrectar huesos. Deberían hacerlos: Cursos de sobrevivencia. A pesar de parecer fácil, nuestra carrera podría ser riesgosa en ciertos términos.

Como yo, que casi muero. Fue más mi distracción, pero acababa de volver de una entrevista así que se consideraba parte del trabajo.

Cuando me levanté ya era de día.

Tal vez, en medio del desmayo me dormí. Estaba en el pequeño sillón nada cómodo de mi sala y podría cuestionarme el momento en el que me subí ahí o solo ignorarlo e ir por comida.

Decidí la comida.

A eso iba cuando escuché movimiento en mi cuarto y recordé que había un puto lobo en mi casa que llevé a noche. Habían mascotas más bonitas:  un perro, un gato o incluso un hamster, pero tenía un lobo del tamaño de un caballo urgando entre mi ropa dentro de mi habitación. El hocico negro rebuscaba entre mis cajones o solo se frotaba entre la cama o las paredes.

—Tú, sentado —señalé el suelo y el lobo ladeó la cabeza levantando una oreja, como si me preguntara si realmente le habría dado una orden, retándome—, perro malo —grité cuando el animal se subió a mi cama y saltó.

Lanzó un gruñido y caminó por la habitación hasta detenerse en los cajones de mis calzoncillos y medias. Cualquier animal solo habría pasado de largo, pero ese, en cuanto vio mi ceño fruncido decidió que era interesante buscar entre esas cajas. Metió su hocico entre mis prendas y sacó algunas con las garras como si escarbara. Me acerqué a él y lo empujé para cerrar mis cajones, pero el animal fue más rápido.

Entre sus dientes tenía uno de mis calzoncillos. Sus patas se estiraron hacia adelante mientras bajaba la cabeza, invitándome a jugar. En cuanto me acerqué, el lobo corrió y se subió a mi cama volviendo a la misma posición, burlándose de mí. Volví a correr hacia él, pero era mucho más rápido y cada que intentaba atraparlo se escapaba. Se estaba burlando de mí. Así que solo chasquee la lengua y fingí salir de la habitación y en cuanto bajó la guardia salté a su lomo, le quité mi ropa y volví a la puerta.

Tenía una sonrisa de victoria en la cara mientras el lobo gruñía por la humillación. Pensé que las cosas se quedarían de ese modo. Cuan equivocado estaba.

El lobo se sentó en sus cuartos traseros y alzó la cabeza lanzando un aullido lastimero y fuerte. No se calló. Le ordené que lo hiciera. Eso hizo que aumentara el volumen.

—La vecina va a demandarme —pedí ya casi rendido—. Por favor cállate.

No lo hizo. Aulló por segundos que me parecieron horas y solo me rendí. Le lancé la prenda que le quité con anterioridad y el lobo se calló. Mis calzoncillos se quedaron sobre su hocico y el animal negro solo se recostó en el suelo y se dispuso a dormir.

—Tengo un lobo de mascota. —Me felicité. Es ironía, odiaba mi situación—. Incluso una serpiente sería mejor que un perro que mide igual a un caballo. Moriré. Me comerá y ni siquiera terminé el caso.

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